domingo, 29 de abril de 2007

Hoy toca deporte, poesía, jazz y cine

Se me ha pasado mi hora de la siesta navegando por internet, entre la desidia y la indolencia, pasando páginas con desgana y sin apenas fijarme en la pantalla. Igual que una cadena de pensamientos o una charla por que sí en un bar, navegando de esta forma sabes dónde empiezas pero nunca dónde acabas, ni qué te depara el trayecto.

He registrado en mi cabeza, en la categoría de azarosa coincidencia, un hecho. Hoy, 29 de abril de 2007, el gimnasta español Rafa Martínez ha ganado la medalla de oro en suelo, en los Campeonatos de Europa de gimnasia artística. También un 29 de abril, pero de 1959, un avión se estrellaba en la cordillera de Cuenca
sin dejar supervivientes. En ese avión viajaba Joaquín Blume.

He ido a curiosear otros hechos destacados de ese mismo día. Me ha llamado la atención que el poeta griego Konstantinos Kavafis naciera este día de 1863 y muriera exactamente setenta años después, también un 29 de abril.

Sin apartarnos de hoy, pero en 1899, nacía en Washington DC Duke Ellington, todo un prodigio del jazz, tanto por su talento como por el impresionante legado –más de 2000 composiciones- que dejó para la posteridad.

Su paso por el mítico Cotton Club de Harlem, en el que estuvo tocando con su banda -The Washingtonians- durante tres años, lo convirtieron en una celebridad en todo los EEUU debido sobretodo a la radiodifusión de algunas actuaciones. Eso le abrió las puertas a Broadway, donde interpretaba piezas de Gershwin, y a Hollywood, donde actuó en algunos musicales.

Anatomy of a MurderEn 1959, en plena efervescencia del bop y el cool –Miles Davis grabó ese año Kind of Blue-, fiel a su forma de entender la música y al formato de la big band, compuso la banda sonora de la película Anatomy of a murder (Anatomía de un asesinato) de Otto Preminger. Es esta una película completa en todos sus aspectos: la dirección y guión, la actuación de James Stewart, Lee Remick y Ben Gazzara, la banda sonora firmada por el Duke y el póster de la misma, obra de Saul Bass, que hace unos meses fue aclamado como el mejor de la historia del cine por la revista Premiere.

El vídeo que os dejo aquí es el corto Symphony in Black, de 1935, interpretado por Duke Ellington al frente de su banda, con una jovencísima –tenía 18 años- Billie Holiday que ni siquiera aparecía en los créditos de la película.



Y es que suele pasar que cuando uno no tiene nada que contar, cuenta muchas cosas en apariencia inconexas.

sábado, 28 de abril de 2007

en cuatro saltos


Se puede ir desde Arrebato

................................a Calamaro

........................................... en cuatro saltos,

............................................................. sin pasar por este blog.

jueves, 26 de abril de 2007

Pseudónimo

Iba en el metro, con las gafas oscuras y la cabeza gacha, mirando fijamente la punta de mis zapatos. El vagón estaba lleno de gente, muchos de ellos con un ejemplar del diario con mi foto. En un momento de distracción imperdonable, mi mirada se ha cruzado con la de una mujer que iba sentada, con el periódico abierto ante ella. Me ha mirado con fijeza hasta rozar la descortesía. Después ha bajado los ojos hacia el periódico y, retrocediendo algunas páginas, ha fijado su mirada en una que, sin yo verla, ya sabía qué contenía. Después me ha vuelto a mirar y se ha levantado esgrimiendo un bolígrafo y una extraña sonrisa que me ha producido un escalofrío.

He retrocedido unos pasos hacia atrás, pisando sin querer algún pie y provocando un leve altercado. Eso ha sido fatídico. En unos segundos, todas las miradas estaban fijas en mí. Al momento, todos retrocedían páginas en sus diarios y fijaban la mirada en un punto muy concreto. Algunos –casi todos los que no llevaban- miraban hacia esa foto impresa por encima del hombro de quien sujetaba el diario abierto. Poco después, igual que zombis a quien se les da una orden inapelable, han empuñado bolígrafos como quien empuña un puñal y han comenzado a andar hacia mí, acercándose desde todos lados, rodeándome sin apartar de mí esa mirada de loco en pleno delirio.

En menos de un minuto, pero que ha parecido una eternidad, he quedado acorralado entre la puerta cerrada del vagón y las miradas desquiciadas del resto de pasajeros. Me han dado un breve suspiro, parecía que dudaran, pero como un resorte todos se han abalanzado de golpe hacia mí, levantado sus bolígrafos con el puño cerrado sobre sus cabezas, para después descargarlo con violencia, empujándome contra la puerta cerrada, arañándome, clavándome bolígrafos en el cuerpo mientras murmuraban autógrafo, autógrafo, autógrafo en una insoportable y gutural letanía.

El tren seguía avanzando a gran velocidad a través del túnel, pero sin razón aparente se ha abierto de golpe la puerta contra la que me comprimían, cayendo hacia las vías justo cuando pasaba otro tren en sentido contrario. Un golpe brutal en la cabeza contra la mesilla de noche me ha hecho rebotar, cayendo de la cama y recibiendo un buen costalazo contra el duro suelo. Todavía confundido, lo primero que he pensado ha sido en usar un pseudónimo.

martes, 24 de abril de 2007

El premio (II)

En Sant Jordi siempre me tomo el día libre. Me gusta ir a pasear por el centro, mirar los puestos que las librerías montan en la calle, quedar con amigos y regalar rosas y libros. Sin embargo hoy ha sido bastante distinto. También he paseado y regalado rosas y libros, pero lo primero que he hecho al salir de casa ha sido ir a asegurarme. Ya os comenté ayer que todavía no me lo creía, y era cierto. He ido al stand donde se suponía que iban a entregarme el premio a preguntar si el ganador era yo.

Una vez allí, una chica muy amable de la organización me lo ha confirmado. Me ha citado para las seis y media y acto seguido –para mi sonrojo- han leído en público mi relato. A estas horas de la noche, todavía no he asimilado todas las sensaciones del día.

Al fin, la entrega de premios ha tenido lugar a las siete y media. Mi tensión iba en aumento. Me dolía la espalda y sentía varios nudos en el estómago. Sin embargo, y por extraño que parezca, aprovechando el follón de gente, he podido charlar con mi admirado Santiago Roncagliolo (ahí a la derecha tenéis una ventana a su blog) y eso ha sido lo que me ha tranquilizado el ánimo. Después ya ha venido todo rodado. Los apretones de mano, las felicitaciones, los flashes, las firmas de mi relato… Incluso he tenido que hablar en público y lo he hecho sin mearme en los pantalones.

Huelga que lo diga, pues imagino que os lo podéis imaginar, pero hoy ha sido el día de Sant Jordi más especial, intenso e inolvidable de cuantos he vivido.

Os dejo una foto de arrebatos junto a Santiago Roncagliolo posando para la prensa. Por cierto que mañana sale publicado mi relato en el diario ADN, junto con alguna foto imagino.

Roncagliolo y arrebatos


PD: Celia, cuando regreses tienes esas dos (o más) cervezas pagadas. Ud también, don Gregorio, aunque si prefiere un calvados, por mí no hay inconveniente. Guardo algunos ejemplares del relato que gustosamente les dedicaré.

domingo, 22 de abril de 2007

El premio

Estaba paseando por Madrid, con leves síntomas del síndrome Stendhal tras tanto museo, cuando he recibido una llamada. No conocía el número, así que he preguntado con quién hablaba. Una voz femenina ha querido saber si yo era yo, y tras unos segundos de duda he respondido que sí.

Enhorabuena, me ha dicho, has ganado el primer premio en el concurso de relatos cortos de TMB y el diario ADN, el premio que otorga el jurado. Mientras la voz seguía explicándome, el material de mis piernas se ha convertido en flan y he tenido que sentarme en las escaleras del Congreso de los Diputados. Nunca más, lo prometo, volveré a poner en duda la utilidad de esta institución.

Finalmente, la voz femenina me ha informado que como castigo a mi osadía, tendré que ir al stand que han montado con motivo del día de Sant Jordi, a recoger el premio y a firmar ejemplares de mi… ejem… bueno, no sé… de la hoja con mi relato. Y por si fuera poco, estaré rodeado de escritores de los de verdad, que también estarán ahí firmando sus ejemplares.

Todavía no me lo creo. Estoy esperando que en cualquier momento, alguien me llame y grite ¡pardillo, te lo has creído!

Edito. El relato en cuestión -en formato word- está aquí. Toda la información sobre horario y lugar la tenéis aquí.

lunes, 16 de abril de 2007

Encuadres

Me apasiona la fotografía. Hasta el punto de andar por la calle haciendo encuadres mentales. Me paso la vida fotografiando sin cámara, ya sean esos árboles ahora en flor, formando un tupido colchón colorista sobre el que se asientan las torres de la Sagrada Familia al fondo; o ese cruce de calles por el que, cada mañana, se cuela un rayo de luz que lo atraviesa en diagonal; quizás también ese niño que echa a correr tras las palomas, que vuelan despavoridas en todas direcciones. Mi cabeza es un enorme archivo de fotografías esperando el clic.

En el extremo opuesto, encontramos a esas personas que sólo saben ver la vida en las fotografías o a través del visor. Con este tipo de gente, uno tiene la certeza de que no viven el momento, no saben. El presente lo utilizan para fotografiar lo que, más tarde y en su casa, observarán en la fotografía. Viven una vida evocada. Esta gente es fácil de detectar, sobretodo estando de viaje. Son esos que se abrirán paso a codazos entre la multitud que rodea a un músico o un mimo ambulante, dispararán su cámara y volverán sobre sus pasos sin siquiera detenerse a observar la vida que tienen ante sus narices. Lo único que les interesa es lo que pueden almacenar en su cámara. Carecen de la capacidad para retener lo vivido y recordarlo siempre que lo deseen. Para ellos, visitar un lugar nuevo se reduce a almacenarlo en fotos. Son las fotos lo que justifica la visita y el viaje. Así, cuando les preguntes por su viaje a la India, te amenazarán con un ya verás, hemos hecho más de mil fotos.

Esta mañana he escuchado una canción que me ha recordado una anécdota de un viaje a Irlanda, de ahí mi reflexión, por llamarla de algún modo. Estaba en Dublín y fui a cenar a Temple Bar, decantándome por el Oliver St John Gogarty, que además de ser un notable irlandés amigo de Joyce y Yeats, es también un célebre pub y hostel que desde 1838 abre sus puertas en el corazón mismo de la ciudad. Mientras me comía mi cazuela de mejillones a la Guinness, fui gratamente sorprendido con un concierto de un grupo local que mezclaba el pop-rock con la música tradicional irlandesa. Lo recuerdo como uno de los momentos más intensos de mi viaje. Ahí encaramado a un taburete en el segundo piso de un viejo pub todo de madera, cenando rodeado de irlandeses –y turistas como yo-, con mi pinta de Smithwicks bien a mano y escuchando buena música. Es ese tipo de recuerdo que no puede quedar delimitado por cuatro esquinas, pues tiene que ver con las sensaciones y los sentimientos, pero que permanece indeleble en nuestra memoria. O eso creía yo, pues justo a mi lado, una pareja de españoles se lamentaban de no haber llevado la cámara para inmortalizar el momento. Ella le estaba reprochando su olvido mientras que él se defendía como podía, asegurando que juraría haberla puesto en la mochila. Estuvieron discutiendo un rato, ajenos a la música y a todo lo que les rodeaba. E importunándome a mí, pues los tenía al lado. Hasta que al final, ante mi mirada atónita, él se bajó del taburete y le dijo que se iba al hotel a buscarla, que no tardaría demasiado. Naturalmente, cuando terminó el concierto él todavía no había regresado, pero ya no me quedé a ver el final de la historia.

Os dejo con los Waterboys… with light in my head, and you in my arms.

domingo, 15 de abril de 2007

La excelencia

A menudo pienso que soy alérgico al término medio. Todo lo que me gusta lo conduzco al exceso. Por el contrario, cuando algo o alguien no es santo de mi devoción, procuro evitarlo y no hago ningún esfuerzo por disimularlo. Si en una conversación se habla de música, libros o vino, mi elocuencia formará una imagen distorsionada de mí en quien no me conozca, pues soy de natural reservado. Pero si se habla de algo que no encuentro interesante, permaneceré en silencio e incluso ausente. Me produce cierto rechazo la banalidad, me siento incómodo. Y reconozco que eso es un problema, pues ese es precisamente el material del que están hechas las relaciones sociales.

De pequeño aprendí que había que buscar la excelencia, y el no obtenerla me hacía sentir mal. No un fracasado, pero sí insatisfecho. Hay un montón, quizás demasiadas cosas, que no he hecho por saber que el resultado no sería satisfactorio para mí. Esa cita de Wilde, soy una persona de gustos sencillos, sencillamente me gusta lo mejor, a veces pesa como una losa.

El binomio esfuerzo satisfacción es muy acusado en mí. No puedo implicarme en algo que sé no me satisfará el resultado. Eso lo veo, por ejemplo, en el trabajo, con frecuencia demasiado tedioso. Escribir es distinto, pues aunque a menudo no me satisface el resultado, el mero hecho de hacerlo ya es una satisfacción. Y eso es un resultado en si mismo.

Los que me conocen personalmente y los que me leéis con cierta frecuencia sabéis de mi gusto por la música. No suelo mencionar la música clásica pues, aunque me gusta, ni siquiera llego a considerarme aficionado. Tengo algunos discos y ocasionalmente los escucho, igual que también voy a algún concierto. Pero para un desconocedor del género es difícil acercarse a ella, dada su vastedad y la poca difusión que tiene. Algo parecido pasa con el jazz, pero sin duda ahí me he mostrado más receptivo. De todos modos, siempre que escucho alguna melodía, o alguna referencia sobre cierta pieza, procuro acercarme a ella.

Me estoy yendo por los cerros de Úbeda. Volvamos a la cita de Wilde. Mi desconocimiento de esta música me obliga a asesorarme en las tiendas. Estoy buscando cierta melodía, intento tararearla, o digo dónde lo he oído. Una vez localizada, pregunto por el mejor intérprete y, ante la duda, me decanto por Deutsche Grammophon. Así llegué a Rostropóvich al chelo, Narciso Yepes a la guitarra en el Concierto de Aranjuez –Paco de Lucía es el mejor en flamenco- o Glenn Gould al piano. Y ya tiene guasa lo que me he recreado, porque es precisamente sobre este pianista que quería yo escribir.

Sabía que Glenn Gould está considerado el más grande pianista de todos los tiempos. Sus grabaciones de sonatas de Mozart, Beethoven y sobretodo Bach son reconocidas de forma unánime como verdaderas joyas de la música. Es por eso que cuando quise tener las Variaciones Goldberg, de Bach, me recomendaron las que grabó este pianista canadiense en 1981. Lo que desconocía por completo era su leyenda de personaje excéntrico, algo que descubrí hace unos días a raíz de un reportaje publicado en la prensa.

Buena parte del mito se debe a la extraña postura que adoptaba frente al piano, sentado en una silla paticorta, encogido sobre si mismo, la nariz casi a nivel del teclado, como olfateándolo. Todo en él era gesticulación durante la ejecución de la obra. Además tarareaba las piezas. Si algún técnico de sonido hubiese tenido la feliz idea de acercarle un micrófono a la boca, hoy tendríamos las célebres piezas de Bach para piano y tarareo titutitu tiruti titutitu tiruru…

Pese a las airadas críticas, se retiró de los escenarios a los 34 años para centrarse en exclusiva a las grabaciones de estudio, aunque también desde su peculiar forma de concebir la música. Se propuso dejar un amplio legado musical, y para ello se dedicó a grabar cada pieza
una sola vez. Nunca repitió una grabación, con una sola excepción. De las Variaciones Goldberg hizo dos grabaciones, una a los 20 años y otra cerca de la cincuentena. Consideró que esta pieza, al ser en cierto modo de libre ejecución, el factor edad podía, en si mismo, aportar una variación a la obra.

Si estáis interesados en saber más sobre él, aquí tenéis el enlace al reportaje, y aquí sobre su ejecución de las Variaciones Goldberg. Los vídeos son de la segunda grabación de esta pieza, en 1981.

Variaciones Goldberg 8-14

Variaciones Goldberg 1-7

Ah, por cierto. Para mi propia tranquilidad, Glenn Gould murió en 1982. Y yo no tuve nada que ver.

jueves, 12 de abril de 2007

Palabras que matan

Esta mañana, hojeando la prensa en la cafetería donde suelo desayunar, he leído que el genial violonchelista y director de orquesta ruso Mstislav Rostropóvich ha sido hospitalizado en Moscú. Parece ser que sufre un cáncer.

De inmediato he relacionado la noticia con un post que escribía hace unos días, donde mencionaba una entrevista que le habían hecho años atrás. También me he sentido invadido por una extraña sensación, un síndrome de Casandra, que viene repitiéndose desde hace algún tiempo.

Hace unos meses, a finales de octubre o principios de noviembre del año pasado, fui al Mercat de Sant Antoni a buscar unos cuantos libros. Los domingos por la mañana, en este mercado barcelonés, se juntan vendedores en un mercadillo ambulante de libros, cómics, discos, pósteres, etc. usados. Estando allí, ya con las bolsas repletas de libros, me dediqué a chafardear en los DVD y encontré el de MASH, de Robert Altman. Pese a que finalmente el precio me pareció excesivo y no lo compré, recuerdo que hice un encendido elogio de esa película a mi paciente acompañante. Días después, los periódicos se llenaban de elogios póstumos hacia este director. Ya entonces pensé en ello, pues no era la primera vez que me sucedía.

Una tarde de domingo de junio de 2005 quedé con esta misma amiga para ir al teatro. Después de ver la representación –mediocre, pues ya está olvidada- estuvimos paseando y tomando unos vinos, alargando la noche, hasta terminar apurando unos cubatas a las tantas de la madrugada en una coctelería del paseo del Born. Durante esa agradable velada estuvimos hablando de esto y aquello, pero sobretodo hablamos de libros, intercambiando cuales nos había gustado más. Recuerdo haber hecho un apasionado elogio de Camí de sirga, de Jesús Moncada, pues es la novela en lengua catalana que más me ha gustado de cuantas he leído. Y no digo la mejor porque me estoy obligando a no creer que lo mejor es lo que a mí me gusta, pero si no fuera por esto… Bueno, la cuestión es que Moncada murió durante mis alabanzas, esa misma noche. Días después, cuando se publicó su fallecimiento en los periódicos, caí en la cuenta. Pensé que, quizás, la mía había sido la última de las excelentes críticas que había recibido a lo largo de su vida. O quizás no fue tan buena mi crítica, ahora que pienso, pues se conoce que mi interlocutora todavía no ha leído a Moncada.

En fin, a lo que iba. Que no es la primera vez que alguien muere poco después de haberle dedicado algún comentario elogioso. Y que esta certeza me ha hecho plantearme algunas cosas, como por ejemplo empezar a escribir elogios sobre políticos, banqueros y demás mangantes.

just listen...

lunes, 9 de abril de 2007

Bolaño y el arte de escribir cuentos

1. Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.

2. Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.

3. Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes.

4. Hay que leer a Quiroga, a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.

5. Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.

6. Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.

7. Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautíer, ni de Nerval!

8. Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.

9. La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.

10. Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas.

11. Libros y autores altamente recomendables: De lo Sublime del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares de Vila Matas.

12. Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.

Roberto Bolaño


He recordado esta lista mientras mastico La colmena, de don Camilo, con temor a ser contagiado por su tediosa narrativa.

domingo, 8 de abril de 2007

Una tarde soleada

Ayer estuve despierto hasta muy tarde –o muy temprano, según se mire- y el día de hoy, para mí, ha empezado pasado el mediodía. Iba a desayunar, pero como la nevera tenía eco he bajado a comprar algunas cosas. Después de comer a punto he estado de echarme una siesta, pero me ha dado vergüenza, así que he decidido hacer algo de provecho.

Hacía un buen día. A esa hora algunas nubes deshilachadas cruzaban el cielo, que salvo esas interferencias era de un azul limpísimo. Tras cuatro días seguidos lloviendo sobre Barcelona, hoy el aire estaba limpio y transparente. Era un buen día para echar unas fotos, así que he cogido la chaqueta, la cámara y me he lanzado escaleras abajo hacia la calle.

Ya de camino al metro he decidido que era un buen día para visitar el cementerio.

He ido al Cementerio del Este, también llamado del Poblenou, en Barcelona. Salvo la mujer que vigilaba la entrada, una mexicana muy amable, no había ni un alma. Bueno, quizás almas sí había, y gatos, pero personas consumiendo oxígeno sólo estaba yo. Es curioso lo de los gatos y los cementerios. Está claro que se sienten más cómodos entre personas muertas. Los había por todas partes. Sobre las lápidas, encaramados a una cruz, en los nichos… eso sí, siempre en el lado que daba el sol, dormitando. A mi paso levantaban de forma cansina la cabeza, entreabrían los ojos y me seguían con la mirada con semblante indiferente. Después seguían dormitando. Mientras caminaba por las avenidas abigarradas de nichos, me he sorprendido leyendo con curiosidad morbosa los nombres de las lápidas, a ver si daba con alguien conocido. Me ha producido una sensación extraña, no sabría cómo explicarlo. La monotonía de lápidas no logra darte una idea concreta de la muerte. Piensas que sí, que es algo que a la gente le pasa. Encontrarte de bruces con unas coronas de flores frescas es muy distinto. Te recuerda que pasa contínuamente. Que ahí acaba de pasar.

Este cementerio –construido en el S.XVIII- es un museo escultórico al aire libre. Pese a que iba con una idea fija, no recordaba con precisión dónde se encontraba la escultura que quería fotografiar, así que he estado paseando entre tumbas durante una hora. La distribución del cementerio es un tanto laberíntica, con pasillos y avenidas de altas paredes y patios interiores de un único acceso a través de un pórtico. Ha sido una verdadera delicia. Incluso he localizado la tumba de un personaje conocido por estas tierras, un cómico que se hacía llamar Cassen.

Pero vaya, que tras unas cuantas vueltas de más, al final he dado con ella. Tras una escalinata coronada por una monumental cruz céltica, me ha sobrecogido la imagen de El beso de la muerte, obra del escultor Jaume Barba. De esta habré hecho unas veinte fotos y de camino hacia la salida otras tantas. En total unas sesenta o setenta alegres y dicharacheras fotos del cementerio.

El beso de la Muerte


Cuando he llegado a la puerta me la he encontrado cerrada a cal y canto. En ese momento se me han ocurrido un montón de lugares más acogedores que ese para pasar la noche. Por fortuna ni siquiera he llegado a desesperarme, pues al momento he escuchado la voz de la simpática mexicana que me estaba buscando entre las tumbas. Siempre hago una ronda antes de cerrar, me ha dicho mientras me acompañaba hacia una salida lateral. Menos mal, le he respondido yo.

Después he ido a la Barceloneta a quitarme el susto con una caña y una tapa de anchoas.

viernes, 6 de abril de 2007

Ceci n'est pas une pipe

Ceci n'est pas une pipe

miércoles, 4 de abril de 2007

Sombras

La luz de los semáforos va cambiando de color con precisa monotonía, dejando paso alternativo a los escasos coches que circulan por la calle a esa hora de la noche. Las farolas, tamizadas por la fina llovizna, derraman reflejos en círculos sobre la acera mojada. Un hombre con las manos hundidas en los bolsillos de su gabardina, mira las novedades editoriales a través del cristal del escaparate iluminado de una librería. Después se aleja con la cabeza hundida entre los hombros, el mentón pegado a su pecho para que el frío no se cuele por el cuello abierto de la camisa. Los mechones de pelo mojado se adhieren a su frente. El agua se acumula en sus cejas hasta que una gota se desprende, recorre su nariz helada hasta la punta y salta a un vacío que detiene su gabardina calada.

Camina apresurado. Para mojarme más deprisa, piensa. Con su cuerpo encogido va atravesando la bruma que se cierra a su paso, sin dejar ninguna estela tras de si. Siente el dolor de los pies fríos y mojados a cada paso, a cada movimiento que articula con un crujido. No piensa más que en llegar a casa y sumergirlos en agua caliente. Las farolas hacen surgir de sus pies múltiples sombras que van creciendo y encogiéndose, hinchándose sin volumen para soltar después el aire, respirando, adaptándose al terreno. Frente a él una sombra crece diluyéndose, deformándose desde el patrón de su perfil, mientras a su lado otra se empieza a formar en la pared, doblándose por las rodillas hacia el suelo hasta alcanzar sus pies, que empiezan a absorberla, a atraerla, arrastrándose por la pared hasta desaparecer para volver a crecer delante suyo hasta diluirse.

Sube la escalera de una calle empinada y las sombras se hinchan y encogen, saltando por los escalones, doblándose en acordeón. O en bandoneón. Sonríe su ocurrencia volver con la frente marchita, la frente empapada. Intenta silbar pero tiene los labios amoratados y sólo saltan gotitas de agua. Tararea mientras gira a la derecha por el callejón oscuro, al fondo otra vez las farolas. Ahora no tiene sombras. Todo es sombra y escucha el chapotear de sus pies en los charcos y el borboteo de los ríos sin nombre saltando hacia las alcantarillas.

Sale otra vez a la calle iluminada, un paso y después otro hacia la luz y se detiene. De sus pies no sale ninguna sombra. Mira hacia atrás a la calle oscura y hacia delante al portal de su casa. Vuelve a agachar la cabeza y de sus pies no sale ninguna sombra. Maldice volver, con la frente marchita, y hacia la calle oscura desanda sus pasos. No los desando, los vuelvo a andar, piensa mientras crujen las articulaciones entumecidas. Se sumerge de nuevo en la sombra, caminando despacio esta vez. Se detiene, mete la mano bajo la gabardina y tantea con dedos insensibles en el bolsillo del pantalón. Le duelen las uñas. Saca un mechero, lo enciende y lo acerca a sus pies, agachado. Unos segundos de incertidumbre dónde estará hasta que vuelve a aparecer su sombra, angustiada y lastimera, agarrándose con fuerza a las suelas de sus zapatos para no perderse de nuevo. Regresa despacio hacia la calle iluminada, se asegura de que sigue ahí, y continúa un paso y después otro con sus múltiples sombras que van creciendo y encogiéndose a sus pies, hinchándose sin volumen para soltar después el aire, respirando, adaptándose al terreno.

lunes, 2 de abril de 2007

Insomnio

(Del lat. insomnĭum).

1. m. Vigilia, falta de sueño a la hora de dormir.

'La persistencia de la memoria' de Dalí

domingo, 1 de abril de 2007

Las cabeceras

Todo bloguero que se precie tiene algo de narcisista. Para muestra este post que me he sacado de la manga, recopilando todas las cabeceras que han pasado por aquí.

octubre de 2006, el Panteón en Roma.

Panteón

octubre de 2006, el Cenáculo de Leonardo en Milán.

Cenáculo de Leonardo

julio de 2006, secando fruta.

secando fruta

julio de 2006, reloj de sol en la ermita de l'Erola, en el Montseny, Girona.

reloj de sol

abril de 2006, porta de la passió de Subirachs, en la Sagrada Família, Barcelona.

puerta de Subirachs

marzo de 2006, baldosas diseñadas por Gaudí en el Passeig de Gràcia, Barcelona.

baldosas de Gaudí

febrero de 2006, preparando calçots en Seva, Barcelona.

fuego

enero de 2006, bosque nevado en Sta Fe del Montseny, Barcelona.

bosque nevado

enero de 2006, valle nevado en Gorgues del Freser, cerca de Núria, Girona.

valle nevado

noviembre de 2005, bosque otoñal en Sta Fe del Montseny, Barcelona.

bosque otoñal

octubre de 2005, preparando la castañada.

castañas

septiembre de 2005, racimo de tempranillo.

racimo

agosto de 2005, lluvia sobre mi terraza.

lluvia

Observaréis que la frecuencia con la que he ido cambiando la cabecera, ha disminuído de forma notable con el tiempo. Me estoy convirtiendo en un bloguero acomodado.