jueves, 31 de julio de 2008

Play it again

Vinilos


Me han seguido fielmente durante años pese al desdén con que los he tratado, pese a esa aparente eterna provisionalidad a la que los condené. Primero casi dos años metidos en cajas de cartón. La temporal mudanza convertida en alojamiento permanente. A continuación dos años más en un oscuro armario al fondo del piso, en el extremo más alejado del tocadiscos. Por eso ahora, en parte por vanidad y en parte como desagravio por tanto tiempo de clausura, les he comprado una vitrina para que exhiban las hermosas portadas que guardan los vinilos. Después he comprado la pieza que se había roto, la he reemplazado y por fin, tras más de cuatro años sin darle uso, esta tarde ha vuelto a girar el tocadiscos y a sonar la música por encima de ese agradable y sosegante crepitar de fondo. La primera en cantar ha sido Janis Joplin desde el lejano 1970 en Toronto.


(sugerencia de consumo)
Janis Joplin canta Kozmic Blues "In Concert"

martes, 29 de julio de 2008

En la terraza

Cada noche, poco después de la medianoche, mientras me regalo a modo de alivio del bochorno diurno unas páginas de lectura –estos días es “Habla, memoria” de Nabokov– y unas copas de vino en la terraza, asoma, por encima del ático en el edificio que tengo a mi derecha, con una puntualidad de la que jamás podré hacer alarde, el pequeño y luminoso punto que describe Venus en el cielo. Este y una difusa estrella frente a mí, al oeste, son los únicos astros que se dejan ver desde mi terraza en la turbia y grasienta papilla de alquitrán que es el cielo nocturno de Barcelona en verano.


(sugerencia de consumo)
y de fondo suena Ben Webster

sábado, 26 de julio de 2008

Guiness Good Times



"Lovely day for a GUINNESS"

domingo, 20 de julio de 2008

Juegos y costumbres

Nuestras visitas a una exposición seguían un patrón similar, aunque en absoluto se tratara de un ritual.

Siempre llegábamos tarde, pues nunca había sido planeado con antelación sino que era fruto de un arrebato puntual, un saltar de la cama a las once de la mañana y corre, vamos, vístete. Al llegar nos deteníamos en el punto de información para coger todos los folletos. Daba igual que los hubiera de otras exposiciones, en todos los idiomas, también los cogíamos; era un “me falta el de los grabados del S.XVII en japonés”, y un “te lo cambio por el Rodin en ruso”. Echábamos un último vistazo a los catálogos –“después volvemos”– para finalmente entrar en la exposición.

Las primeras obras expuestas –pongamos las dos primeras salas– las solíamos ver juntos, comentándolas mientras criticábamos con sarcasmos al matrimonio de ademán medio burgués con tres vástagos chillones que nos interrumpía constantemente. Pero más tarde me daba la vuelta y tú te habías desvanecido en la penumbra de unas salas que parecían iluminadas por Tanizaki. Podía ser que hubieras girado por la sala de la izquierda mientras que yo me iba a la derecha; o que entraras en esa sala oscura donde proyectaban una película documental antigua o quizás unas diapositivas. Lo único seguro era que no volveríamos a encontrarnos hasta el final del recorrido y que yo podría jugar a hacerme el hombre libre rodeado de turistas nórdicas de pechos enrojecidos por el sol, que a mí me hacían pensar en jugosos melocotones maduros.

En realidad daba igual que la exposición fuera casi siempre gratuita, pues sabíamos que después nos íbamos a gastar en libros, catálogos, afiches y postales el equivalente a una cena con buen vino. Y esa parte tenía algo de competición, de juego tácito. Se trataba de ser el primero en encontrar el libro o el atado de postales más bonito, el catálogo más llamativo. Era un juego que iba más allá del juego en sí, pues tenía un significado mucho más intenso que la simple búsqueda de lo hermoso. En realidad habría bastado con que ambos compráramos nuestra propia copia, pero es que ahí estaba el encanto del juego. Porque a lo que de verdad estábamos jugando era a imaginar tener una vida en común, y estábamos comprando libros sin repetir entre nosotros sobre la premisa de que no hacía falta comprar dos, ya que en un futuro no muy lejano compartiríamos también la biblioteca, y que comprar dos iguales sólo podría traernos mal fario, pues es bien sabido que nadie luce en sus estantes dos copias de un mismo libro.

viernes, 18 de julio de 2008

Los días

Durante muchos años estuve trabajando en la misma empresa, hasta que me fui hastiado de la forma de hacer las cosas. Pero no me arrepiento de haber pasado por ahí, pues (y la cuestión no es normal) la mayoría de mis actuales amigos son de esos años. Y cuando digo amigos no me refiero a conocidos ni a compañeros de copas. No, hablo de amigos.

Coincidimos un buen puñado de gente de más o menos la misma edad que hicimos muy buenas migas. Pero al margen de esa gente, también conocí a otros sin los cuales hoy no sería lo que soy. Y uno de ellos fue mi jefe oficioso, un tipo seco en el trato y de perfil enjuto. No era mi jefe, pero era la persona a quien todos consultaban cuando necesitaban un buen consejo o una brillante solución. Fue mi maestro. Con él aprendí mucho de mi oficio, pero sobre todo me enseñó a tomarme las cosas con calma; a pensar de otra forma; a buscar soluciones imposibles. Afiló mi ironía y me ofreció las tablas para desarrollar el sarcasmo que me caracteriza entre los que me conocen. Tiene un muy peculiar sentido del humor. Todavía recuerdo cuando nos preguntaba el día en que nacimos para después introducirlo en su ordenador y, por gracia de un programa que había hecho, decirnos los días que nos faltaban para la jubilación. Sí, nos lo decía en días, que eran miles. Y después nos decía los que le faltaban a él y se echaba a reir. No sólo se ganó mi (nuestro) respeto, sino que además se ganó mi admiración y aprecio.

Esta tarde he ido a tomar unas pintas con un antiguo compañero de ese trabajo. Hacía tiempo que no nos veíamos y había ganas de contarnos cosas. Por desgracia, una de las cosas que tenía que contarme era sobre mi antiguo jefe. Mi jefe oficioso.

Tiene leucemia.

Dioni, sé fuerte. Tienes que llegar al cero en ese contador de días.


(sugerencia de consumo)
Si no recuerdo mal, a él le gusta el Gainsbourg, pero sobre todo (¿y a quién no?) la Birkin

jueves, 17 de julio de 2008

Un pantano de ida y vuelta

La historia merece ser contada. En ella confluyen todos los ingredientes que llevaron a Jesús Moncada a relatar la épica de Camí de Sirga, y además, a este caso hay que añadirle un final sorprendente que convierte esta historia en más emotiva si cabe.

Igual que en Mequinenza, a Jánovas, en el Pirineo de Huesca, los militares llegaron un día de 1963 para desalojar por la fuerza el pueblo en nombre del progreso. Se iba a construir un pantano que inundaría todo el valle, Jánovas incluido. A cambio, los lugareños fueron compensados (por decirlo de alguna forma) con míseras indemnizaciones. Más tarde, muchas de las casas fueron dinamitadas y derruidas para evitar el regreso de sus habitantes.

Pero el pantano nunca llegó a construirse. Y ahora, tras cincuenta largos años, van a permitirles regresar a casa. A los que todavía vivan (pocos) y a sus hijos y nietos. Eso sí, la compañía hidroeléctrica que los echó, representada ahora por Endesa, espera que le devuelvan los importes que abonó en su día pero, el negocio es el negocio, actualizados. No sé si en el trato también se incluye devolver las casas tal como fueron abandonadas hace medio siglo, es decir habitables. Mucho me temo que no.

El artículo completo aquí.

Jánovas abandonado

Foto de imope

miércoles, 16 de julio de 2008

Generaciones

A la generación de mis abuelos le robaron el pasado. A la de mis padres le robaron el presente. A nuestra generación le han robado el futuro. Y los chorizos, generación tras generación, siempre han sido los mismos.