lunes, 26 de junio de 2006

El Roto

El Roto



El Roto es un ilustrador español que publica diariamente sus viñetas en el periódico El País. Refleja como pocos la sociedad desde un punto de vista crítico y satírico, mostrándonos a menudo sus muchas contradicciones.

jueves, 22 de junio de 2006

Nadie es perfecto

Al referirse al cine culto dijo que todo director que tuviera un mensaje, mejor se dirigiera a la oficina de correos más cercana. Él hizo, según sus palabras, películas que le hubiera gustado ver, y a él sólo le gustaba el cine de entretenimiento. Criticó a los directores europeos que confundían lentitud y solemnidad con profundidad. Sobre Bergman dijo que, pese a que los críticos no entendían nada de lo que quería decir, les chiflaba. De Godard decía comprender el porqué él solo se había cargado varias productoras. Con Antonioni no fue tan duro. Lo alabó como gran artista, pese a que él era incapaz de mantenerse despierto con sus películas. Quizás sólo se salvó Lubitsch, quien fuera su maestro, cuando dijo que al público no se le debe dar todo masticado como si fuera tonto. Hablaba de esos directores que te dicen dos y dos son cuatro, mientras que Lubitsch decía dos y dos… y el público debía sacar sus conclusiones.

Y es que si por algo destacó Billy Wilder fue por su acidez y sarcasmo. La gente del gremio le respetaba y le temía hasta el punto de afirmar que "tenía cuchillas en el cerebro".

Construyó todas sus películas sobre la base de buenos guiones, prescindiendo de efectos especiales. Decía que no sabía rodar choques de coches. Y pese a que su cine fue realmente entretenido –es realmente entretenido-, incluso divertido e hilarante, nunca careció de mensaje, siempre había ahí una crítica, o una burla, o una patada en el culo de las convenciones sociales. Con Irma la Dulce consiguió que la gente adorara a una putilla de barrio. En Primera Plana destripó sin piedad las miserias del periodismo mientras que con Uno, dos, tres se burlaba del comunismo y del capitalismo en el Berlín ocupado. Y en El Apartamento, quizás su película más atípica por oscura y dramática, consiguió que el mojigato público norteamericano de los primeros sesenta saliera enamorado de un trepa mentiroso y una adúltera.

Pero no todo en una película es el guión. También está el ritmo, los planos con los actores dialogando. Y en esto él fue un verdadero genio, el mejor. Sus películas son una sucesión de escenas sin transiciones, repletas de detalles y matices. Narra con imágenes como sólo él y alguno más –sin duda Orson Welles también- saben hacer. Y en los diálogos no hay vacíos ni pausas. Todo lo dicho es trascendente para la película. Y todo el guión está plagado de frases y diálogos ingeniosos con personajes que interactúan, con escenas de varios actores hablando simultáneamente. Esto sólo lo he visto en sus películas, las de Lubitsch, Howard Hawks -qué planos los de Bola de fuego, con diez y hasta doce personajes encuadrados- y, si acaso, alguna de Woody Allen.

A Wilder nunca le gustaron las fiestas. Sin embargo hoy hubiera cumplido cien años y dijo que esta fiesta sí que le apetecía celebrarla.

Billy Wilder junto a Marilyn Monroe


"Sobre la impuntualidad de Marilyn debo decir que tengo una vieja tía en Viena que estaría en el plató cada mañana a las seis y sería capaz de recitar los diálogos incluso al revés. Pero, ¿quién querría verla?... Además, mientras esperamos a Marilyn Monroe todo el equipo, no perdemos totalmente el tiempo... Yo, sin ir más lejos, tuve la oportunidad de leer Guerra y Paz y Los miserables."

miércoles, 21 de junio de 2006

El tren que pasa

Sé por lo que has pasado y es por eso que estoy aquí dibujándote un beso en los labios.

Pese a tus dudas, me subí a ese tren para borrar con un te quiero esa duda que sostenían tus manos, temblando de miedo a caer de nuevo. Porque temblabas. Todavía tiemblas, pero tus ojos me dicen, mientras te envuelve mi cuerpo, que tu temor es distinto. Ahora ese abandono de muerte dulce, esas lágrimas que mojan mis besos, nacen del peso de un vacío en tu vientre, de una ausencia que te transporta desde un espeso sueño a mi presencia afuera, junto a tu cuerpo, sobre y bajo tu cuerpo, rodeando tu perfil que se recorta contra el blanco de la sábana que se diluye en lo oscuro de la noche. Ese temor es el miedo a perder aquello que al principio temías.

Tras semanas de distancia, de ausencia, pude llenar tus vacíos con mis susurros al oído, rozando tu piel con mis labios. Jugando a recorrer con la punta de mi lengua, ahí dónde habitaba mi te quiero para ti, el caracol de tus risas y tus estremecimientos y tu vello erizado en una descarga de gozo y deleite que sólo yo sé comprender.

Por eso me subí a ese tren. Para incluir en mi equipaje, ya sin retorno, esa parte de ti que temías ofrecerme y que ahora, por miedo a perderla, me has confiado.

Mi arrebato


(sugerencia de consumo)
Sonando Lover, you should have come over de Jeff Buckley en el Olympia

Costumbre y contexto

El sol cae a plomo sobre el asfalto y el embaldosado de la acera en este mediodía del recién descorchado verano. El calor ha dilatado el mercurio hasta hacerlo ascender unas muescas más allá del número treinta. Pese a ello, por esa calle vemos transitar a hombres unidos a un maletín ataviados con traje oscuro, camisa de manga larga, corbata y zapatos cerrados sobre los calcetines. Es el modelo de elegancia y seriedad nacido anglosajón e impuesto a toda la humanidad. No se discute. Es un modelo de elegancia concebido de acuerdo a una climatología, la inglesa, que nada tiene en común con la de –por poner algún ejemplo- Sevilla, Roma, Buenos Aires o Tokio. Es obvio que esos hombres elegantemente vestidos llegarán a su oficina y pondrán la refrigeración como para dedicarse a la cría del pingüino en cautividad. Y el coste energético relacionado con la refrigeración artificial que supone este axioma de elegancia deviene altísimo. Ignoro si hay cálculos a ese respecto, pero traducido a moneda, que es lo único que entendemos, debe ser suficientemente alto como para imponer la manga corta y las sandalias en verano, que es lo que ha ocurrido en Japón. En cuanto al coste desde una óptica ecológica… prefiero no saberlo.

Pocas veces resulta buena cosa sacar las costumbres de su contexto geográfico o histórico. El vestir es una de ellas, pero hay otras. Se me ocurre, por muy banal que parezca, esa costumbre según la cual el vino tinto se consume a temperatura ambiente. Desde luego que sí, cuando se trata de la temperatura ambiente de una bodega en Burdeos. Pero tomar vino tinto a veinticinco o treinta grados no sólo me parece aberrante, sino también nocivo. Sin embargo, esa estupidez fue defendida a capa y espada por los supuestos amantes del vino durante décadas. Y todavía hoy te ofrecen vino al punto de ebullición en algunos restaurantes de la costa.

En fin, que Einstein tenía razón al afirmar que el espacio y la estupidez humana no tienen límite, aunque todavía dudaba de lo primero.

lunes, 19 de junio de 2006

Tinta roja

Andrés Calamaro en concierto, junto al Niño Josele


El comentario del concierto corre a cargo de malaltdeneu, otra víctima del "efecto Calamaro".

Referentes

Quien más quien menos, todos tenemos o hemos tenido algún referente a quien admirar. Una o más de una persona a quien hemos tomado como patrón por lo que ha sido o ha hecho, por su actitud ante la vida, su personalidad o su ética y valores. Todo en la vida tiene sus extremos, incluso esto. Así podemos observar a gente que se nos muestra como una mala copia de una personalidad histórica, sobretodo en lo superficial, ya sea en su modo de vestir o de andar, en la forma de expresarse e incluso en sus ideales llevados hasta el integrismo carente de crítica, simplemente transplantados desde su contexto histórico y geográfico hasta la realidad actual, deviniendo ridículos sino peligrosos. Si bien esto es extremo, como ya he dicho, y en la mayoría de los casos ese modelo termina matizado, diluyéndose con otros modelos, vivencias y la propia experiencia del individuo, conformando así su personalidad única.

El hecho en sí de tomar un modelo presupone la superioridad que le concedemos. Asumimos, y no nos molesta pues incluso nos agrada, que es mejor que nosotros en algún aspecto, generalmente ese que admiramos y por el que, supuestamente, ha pasado a la historia y en consecuencia a ser modelo de futuras generaciones. Esos modelos pueden ser religiosos, científicos, sociales, culturales, musicales, etc. Y nuestra forma de acercarnos e identificarnos con ellos pasará por conocer su obra, estudiarlos, escucharlos, criticarlos o simplemente mostrando imágenes e iconos que los identifiquen fácilmente. En este sentido es lo mismo estudiar las sagradas escrituras que las obras de Jung, Aristóteles o Leonardo. Como es lo mismo llevar una cruz que una camiseta del Che. Sean más o menos estéticos, más o menos profundos, son nuestros referentes.

Y al hilo de estas reflexiones (probablemente erróneas, sin duda discutibles) yo me pregunto, ¿qué referentes culturales, qué actitud ante la vida muestra una persona que luce en su camiseta un pit-bull rabioso? Me aterra sólo planteármelo.

Y hablando de pit-bulls.

Este domingo pasado se ha celebrado en toda Catalunya un referéndum para decidir qué normas regirán nuestro presente y futuro. Estas normas están redactadas en el nuevo Estatut, motivo de la consulta. Anoche, una vez cerrados los colegios electorales y tras los primeros sondeos que daban una abrumadora victoria favorable, el líder del partido en la oposición, ese partido que fue fundado por un ministro de la pasada dictadura, pidió al presidente del gobierno que suspendiera el proceso. Lo que no me ha quedado claro es si solicitó la anulación de la consulta democrática o, directamente, pedía la suspensión de la democracia, ese modelo político en el que se sienten tan incómodos.

Ante esto sólo puedo sentir asco.

viernes, 16 de junio de 2006

El primero

Tienes que escribir un blog, me dijo ella. ¿Un blog? Y me puse a pensar en esas web repletas de trucos y tecnicismos que escriben esos frikies cuyos amigos no tienen nombre sino nick. Pero ella me mostró unos cuantos blogs para que viera que los frikies no sólo se recluyen en la informática. Que también los hay escribiendo relatos, poesía y opinión, amén de alguna chorrada, cuatro artes de la escritura que he cultivado vastamente (y bastamente) durante el último año.

Porque sí, ya lo veis. Hoy, recién hoy, este pequeño capítulo de la gran Biblioteca de Babel cumple un año. Su primer año.

No tenía intención de organizar ninguna fiesta ni celebración especial. Es más, ni siquiera –y menos teniendo en cuenta lo poco que me prodigo últimamente- iba a mencionarlo. Pero los propósitos nunca salen como uno los planea. Y menos cuando él, que tenía previsto actuar a primeros de julio, ha decidido cambiar el concierto para hacerlo coincidir con mi blog-aniversario. Sí, es cierto. Mañana, y a modo de fin de fiesta, Andrés Calamaro actuará en Barcelona. Ahí estaremos, cómo no. Pero hasta entonces, vayan pasando. Las cervezas están en la nevera.

jueves, 15 de junio de 2006

Punto blanco sobre dos franjas azules

Punto blanco sobre dos franjas azules

Veinte años recordando a Borges

(...) los elementos de su juego son los universales símbolos ortográficos, no las palabras de un idioma. El número de tales elementos -letras, espacios, llaves, puntos suspensivos, guarismos- es reduciso y puede reducirse algo más. El alfabeto puede renunciar a la cu (que es del todo superflua), a la equis (que es una abreviatura) y a todas las letras mayúsculas. Pueden eliminarse los algoritmos del sistema decimal de numeración o reducirse a dos, como en la notación binaria de Leibniz. Puede limitarse la puntuación a la coma y al punto. Puede no haber acentos, como en latín. A fuerza de simplificaciones análogas, llega Kurd Lasswitz a veinticinco símbolos suficientes (veintidós letras, el espacio, el punto, la coma) cuyas variaciones con repetición abarcan todo lo que es dable expresar: en todas las lenguas. El conjunto de tales variaciones integraría una Biblioteca Total, de tamaño astronómico. Lasswitz insta a los hombres a producir mecánicamente esa Biblioteca inhumana, que organizaría el azar y que eliminaría a la inteligencia. (El certamen con la tortuga de Theodore Wolff expone la ejecución y las dimensiones de esa obra imposible.)

Todo estará en sus ciegos volúmenes. Todo: la historia minuciosa del porvenir, Los egipcios de Esquilo, el número preciso de veces que las aguas de Ganges han reflejado el vuelo de un halcón, el secreto y verdadero nombre de Roma, la enciclopedia que hubiera edificado Novalis, mis sueños y entresueños en el alba del catorce de agosto de 1934, la demostración del teorema de Pierre Fermat, los no escritos capítulos de Edwin Drood, esos mismos capítulos traducidos al idioma que hablaron los garamantas, las paradojas que ideó Berkeley acerca del Tiempo y que no publicó, los libros de hierro de Urizen, las prematuras epifanías de Stephen Dedalus que antes de un ciclo de mil años nada querrán decir, el evangelio gnóstico de Basílides, el cantar que cantaron las sirenas, el catálogo fiel de la Biblioteca, la demostración de la falacia de ese catálogo. Todo, pero por una línea razonable o una justa noticia habrá millones de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. Todo, pero las generaciones de los hombres pueden pasar sin que los anaqueles vertiginosos -los anaqueles que obliteran el día y en los que habita el caos- les hayan otorgado una página tolerable.

Uno de los hábitos de la mente es la invención de imaginaciones horribles. Ha inventado el Infierno, ha inventado la predestinación al Infierno, ha imaginado las ideas platónicas, la quimera, la esfinge, los anormales números transfinitos (donde la parte no es menos copiosa que el todo), las máscaras, los espejos, las óperas, la teratológica Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espectro insoluble, articulados en un solo organismo... Yo he procurado rescatar del olvido un horror subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de libros corren el encesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira.


Mucho antes que nosotros conociéramos internet, él ya lo había descrito en La Biblioteca Total -de donde es el anterior fragmento- y en La Biblioteca de Babel, relato incluido en Ficciones. Y eso que ya han pasado veinte años desde que Borges se dió de baja de entre los vivos.

viernes, 9 de junio de 2006

Insólito

Desde que entra en mi campo de visión hasta que desaparece de él siempre recorre el mismo camino. Siempre el mismo andar pausado del que no viene de ninguna parte y se dirige a ningún lado, donde nadie le espera. Con la espalda apoyada en la pared, fumando, observo cómo avanza por la acera de enfrente. La gente se aparta a su paso como espigas en un campo de trigo mientras lo mira de soslayo con curiosidad. Un pantalón de hilo cubre sus delgadas piernas hasta el tobillo, que articula un huesudo pie calzado con sandalias de tiras de piel gastada. Su atuendo se completa con una camisa demasiado grande para su cuerpo y en la cabeza un chullo de lana con geometrías tejidas en colores blanco, negro y ocres, como si recién llegara de un altiplano andino a la gran ciudad. Lo singular es que esta ciudad dista mucho de los Andes, océano mediante.

Su actitud indiferente a la gente y a cuanto le rodea cambia radicalmente cuando cruza frente a un escaparate. Pero no uno cualquiera. Se trata de una tienda cara, con exposición de objetos de decoración exóticos. Entonces se detiene y, mirando algún objeto expuesto, inclina hacia delante la cabeza, sujetándose el chullo con la mano como quien se descubre la cabeza para saludar. Avanza unos pocos pasos, vuelve a detenerse y repite el ritual. Sigue avanzando un poco más, se detiene de nuevo y esta vez inclina todo el tronco hacia el escaparate en actitud reverente, varias veces, mientras retrocede lentamente de espaldas. Finalmente se arrodilla en el suelo y permanece con el cuerpo encogido unos segundos. Se levanta, vuelve a hacer una reverencia y sigue su pausado camino.

Y así cada tarde.

Movido por la curiosidad, cruzo la calle para mirar el escaparate. Está lleno de pequeñas tallas de dioses hindúes en madera pintada o piedra, coloridos mandalas y una enorme figura de Buda tallada en piedra grisácea, de pie, que trasmite una sosegada alegría. Pienso que he estado observando, prestando atención, pero no he llegado a entender. En sánscrito, Buddha significa precisamente observar, prestar atención y entender. Resume en una palabra todo el proceso necesario para alcanzar el conocimiento. Pero yo no he entendido. Algo se escapa en este cúmulo de insólitas intrusiones. No me resigno a creer que este personaje sencillamente esté loco.