Este año he recibido al otoño con un catarro. Estoy rodeado de montoncitos de pañuelos de papel arrugados, pero mi nariz, lejos de amedrentarse, sigue licuando alegremente. Ya ha llegado el otoño que, como canta Sabina, durará lo que tarde en llegar el invierno, y que por primera vez desde mis años de escuela, llega sin poder quitarme de encima la impresión de que el verano fue demasiado corto. Quizás sea porque no ha sido un año de tórrida canícula.
Pero ahora no escuchaba a Sabina, no. Sólo recordé ese verso. Ahora escucho a Amália Rodrigues, que es una voz muy adecuada para una noche lluviosa de otoño. Es un disco –el “Amália at the Paris Olympia”– que había buscado en vano durante algún tiempo y que este verano, en la librería de Fundación Serralves en Porto, practicando esa variante de la pornografía que consiste en hojear libros sin comprarlos, lo encontré al lado de la caja registradora después haberlo buscado (también en balde) en la sección de música. Es una cuidada reedición de este año, recuperada y remasterizada a partir de la grabación en vinilo del año 1957 guardada en una colección particular. El diseño está cuidado hasta tal punto, que el CD ha sido impreso imitando el vinilo original, con sus surcos y todo. Una verdadera joya. Esto, un LBV de 1995 y un Vintage Quinta Única del 2004 han sido algunos de los souvenirs que me han acompañado de vuelta a Barcelona.
Me gusta el otoño. No sé si será por sus colores, o por ir a coger setas o porque me gusta la lluvia. Pero lo cierto es que me siento cómodo en esta época del año. Me siento cómodo en mi manera de ser, porque a nadie le parece raro que uno tenga repentinos ataques de melancolía en otoño, pero en primavera o verano exigen una explicación. Me siento cómodo porque se diluye el contraste, porque todo es gris y ocre y neblinoso y lánguido y reposado. Y porque me arrebujo en el sofá, recostado sobre los almohadones de plumas a leer bajo la única luz de una lámpara de pie, con una copa de porto a un brazo de distancia, y me siento completamente feliz. Porque, no lo olvidemos, la melancolía es la felicidad de estar triste.
(sugerencia de consumo)
Nem às paredes confesso de Amália Rodrigues desde el Olympia