Polvo soy
Tengo un control absoluto sobre mi cuerpo y mi mente. No me refiero a ilusos maestros zen, arrogantes psicólogos o patéticas disciplinas orientales, no. Cuando digo absoluto quiero decir precisamente eso, absoluto. Mi control sobre todos y cada unos de mis miembros, órganos vitales, fluidos, células y átomos es total. Puedo dejar mi mente en blanco hasta que me den por muerto. Puedo hacer que mi pelo deje de crecer con solo proponérmelo. Intentad dejar de parpadear durante un minuto ¿no podéis verdad? Porque vosotros estáis encerrados en vuestro miserable cuerpo, sois sus esclavos. Mientras que yo soy el dueño del mío, me pertenece y puedo hacer con él cuanto me plazca, pues no lo necesito.
Puedo dejar de parpadear, sí. Dejar los párpados abiertos hasta que se seque la piel y caiga como un viejo y arrugado pergamino. Hasta que los globos oculares acaben como una pasa y quede colgando un pellejo inerte en mis órbitas. Puedo bajar mi temperatura corporal hasta que mis dedos de cristal helado se rompan al chasquearlos. Puedo disminuir mi ritmo cardíaco hasta detener mi corazón. La sangre dejará de fluir por mis venas, estancándose en un espeso coágulo canalizado por todo mi cuerpo, hasta que fragüe formando una costra. Puedo dejar mi cuerpo tendido al sol hasta secarlo y descomponerlo en pequeños fragmentos, que a su vez se desintegrarán dejando solamente polvo que se lleve el viento.
No será la primera vez que lo hago. Cuando me harto de todo, dejo que me lleve el viento. Pueden pasar días, semanas, meses o quizás años, cientos si es necesario. Hasta que llega el día que el viento empieza a soplar a favor mío y ese día, todas y cada una de la motas de polvo en que me convertí recuerdan, se agrupan, hidratan y vuelven a formar ese cuerpo que ocuparé hasta que vuelva a hartarme de él.
Así ha sido durante miles de años y así seguirá siendo.
Puedo dejar de parpadear, sí. Dejar los párpados abiertos hasta que se seque la piel y caiga como un viejo y arrugado pergamino. Hasta que los globos oculares acaben como una pasa y quede colgando un pellejo inerte en mis órbitas. Puedo bajar mi temperatura corporal hasta que mis dedos de cristal helado se rompan al chasquearlos. Puedo disminuir mi ritmo cardíaco hasta detener mi corazón. La sangre dejará de fluir por mis venas, estancándose en un espeso coágulo canalizado por todo mi cuerpo, hasta que fragüe formando una costra. Puedo dejar mi cuerpo tendido al sol hasta secarlo y descomponerlo en pequeños fragmentos, que a su vez se desintegrarán dejando solamente polvo que se lleve el viento.
No será la primera vez que lo hago. Cuando me harto de todo, dejo que me lleve el viento. Pueden pasar días, semanas, meses o quizás años, cientos si es necesario. Hasta que llega el día que el viento empieza a soplar a favor mío y ese día, todas y cada una de la motas de polvo en que me convertí recuerdan, se agrupan, hidratan y vuelven a formar ese cuerpo que ocuparé hasta que vuelva a hartarme de él.
Así ha sido durante miles de años y así seguirá siendo.