jueves, 28 de diciembre de 2006

Polvo soy

Tengo un control absoluto sobre mi cuerpo y mi mente. No me refiero a ilusos maestros zen, arrogantes psicólogos o patéticas disciplinas orientales, no. Cuando digo absoluto quiero decir precisamente eso, absoluto. Mi control sobre todos y cada unos de mis miembros, órganos vitales, fluidos, células y átomos es total. Puedo dejar mi mente en blanco hasta que me den por muerto. Puedo hacer que mi pelo deje de crecer con solo proponérmelo. Intentad dejar de parpadear durante un minuto ¿no podéis verdad? Porque vosotros estáis encerrados en vuestro miserable cuerpo, sois sus esclavos. Mientras que yo soy el dueño del mío, me pertenece y puedo hacer con él cuanto me plazca, pues no lo necesito.

Puedo dejar de parpadear, sí. Dejar los párpados abiertos hasta que se seque la piel y caiga como un viejo y arrugado pergamino. Hasta que los globos oculares acaben como una pasa y quede colgando un pellejo inerte en mis órbitas. Puedo bajar mi temperatura corporal hasta que mis dedos de cristal helado se rompan al chasquearlos. Puedo disminuir mi ritmo cardíaco hasta detener mi corazón. La sangre dejará de fluir por mis venas, estancándose en un espeso coágulo canalizado por todo mi cuerpo, hasta que fragüe formando una costra. Puedo dejar mi cuerpo tendido al sol hasta secarlo y descomponerlo en pequeños fragmentos, que a su vez se desintegrarán dejando solamente polvo que se lleve el viento.

No será la primera vez que lo hago. Cuando me harto de todo, dejo que me lleve el viento. Pueden pasar días, semanas, meses o quizás años, cientos si es necesario. Hasta que llega el día que el viento empieza a soplar a favor mío y ese día, todas y cada una de la motas de polvo en que me convertí recuerdan, se agrupan, hidratan y vuelven a formar ese cuerpo que ocuparé hasta que vuelva a hartarme de él.

Así ha sido durante miles de años y así seguirá siendo.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Feliz Navidad

En Navidad me siento triste por contraste. No es que yo esté más triste, es que toda la gente está más alegre. Y los que no lo están, que son mayoría, se comportan como auténticos hipócritas.


Tom Waits tocando Christmas Card From A Hooker In Minneapolis

lunes, 11 de diciembre de 2006

Responsabilidad

“Si las personas sólo fueran responsables de lo que hacen conscientemente, los idiotas estarían libres de cualquier culpa. Lo que pasa, querido Flajsman, es que las personas tienen la obligación de saber. Las personas son responsables de su ignorancia. La ignorancia es culpable. Y por eso no hay nada que le libre a usted de sus culpas…”

Eso lo dice Kundera, no yo, aunque en parte estoy de acuerdo con su argumentación. Estoy conforme con la responsabilidad consciente, sin embargo no acabo de ver clara mi responsabilidad inconsciente. Quizás estaría más conforme con él si dijera consecuentes, porque de vez en cuando ser un poco egoísta es bueno, incluso sano. Tener que ser responsable de todos y cada uno de nuestros actos podría llegar a ser enfermizo. Vaya, que parece que no estoy tan de acuerdo como he dicho. Me explico.

Si yo frecuento un grupo de gente y mi elocuencia –que no es el caso- causa admiración hasta el punto de enamorar a una mujer casada, no es responsabilidad mía. Aún siendo consciente de este hecho, ¿debo cambiar mi manera de comportarme? ¿Debo dejar de frecuentar al grupo? Ahora bien, si valiéndome de mi elocuencia, deliberadamente pretendo fascinar a esa mujer, entonces sí debo responsabilizarme de mis acciones. También por estar valiéndome de un engaño. Por estar interpretando un papel, ese papel que yo sé que de mí se espera.

Sin duda, también, soy responsable de mis opiniones, aunque no siempre de sus efectos. Si tengo un encendido debate sobre, por ejemplo, política y digo algo que sienta mal a mi interlocutor, no soy responsable pues se trata de un debate abierto. Él –el interlocutor- ha accedido a saber mi opinión igual que yo he accedido a conocer la suya. Si le pica que se rasque. Ahora bien, si no ha habido acuerdo previo, aunque sea tácito, entonces sí es mi deber saber qué y qué no puede hacer daño de cuanto yo diga o haga.

Muchas veces hacemos daño –y nos lo hacen- por un desajuste en las expectativas. Yo espero de ti esto y si no me lo das me decepcionas, me siento traicionado y dolido. Y viceversa. Pero demasiado a menudo las expectativas son muy personales, y pese a que las exteriorizamos –o creemos que lo hacemos- no siempre encuentran el receptor esperado.

Todo esto ha venido al caso de una serie de circunstancias que –valga la redundancia- no vienen al caso. He recordado a Kundera sencillamente porque me impactó esa afirmación. Y después he recordado a Bob Dylan.

(esto me va a quedar largo)

La década de los 60 fue una época de encendidos ideales que, para bien o para mal, ha influido a toda la generación que nos gobierna. Ahora mismo me vienen a la mente estúpidas trifulcas según las cuales si te gustaban los Beatles no te gustaban los Stones, por ejemplo. O si eras un fan de la música folk, no podía gustarte el rock. O las míticas broncas entre rockers y mods. En fin, aunque lo haya dibujado de un modo muy superficial, fue una época de contrastes.

El caso de Dylan fue paradigma de todo esto. Sus comienzos estuvieron fundamentalmente inspirados en el folclore norteamericano, sobretodo en su admirado Woody Guthrie, y sus primeros discos lo convirtieron en un icono de la música folk, imitado y copiado hasta la saciedad por Joan Baez, Donovan y otros parásitos. Y obviamente se aprovechó de ello. Su condición de icono le granjeó fama mundial y la posibilidad de hacer lo que le viniera en gana. Y ahí fue cuando provocó el cisma.

Llegó 1965 y decidió enchufar la guitarra. Es decir, abandonó el folk y se pasó al rock, sencillamente porque era lo que le pedía el cuerpo. El punto de inflexión fue su celebrado e imprescindible Highway 61 Revisited, que arrancaba con un clásico entre los clásicos, Like a Rolling Stone. Un disco que en su época causó admiración, pero también estupefacción e ira. Había traicionado al folk, a la música verdadera, según sus defensores acérrimos. Quizás sea mucho exagerar, pero en mi modesta opinión este disco sentó las bases de lo que serían en el futuro las bandas de rock. En él están todos los tópicos actuales: rebeldía e inconformismo; estridentes guitarras eléctricas con algún solo entre la segunda y tercera estrofa; una batería que va marcando un ritmo potente acompañada de un bajo… Si cogemos, por ejemplo, los dos recopilatorios de los Beatles, en el rojo –del 62 al 66- escuchamos un pop amable y limpio, mucho ye-ye-ye. Pero el azul –del 67 al 70- es, a parte de psicodélico, estridente y sucio como Highway 61 Revisited. O por ejemplo la música de Clapton en los Yardbirds o la que hizo más tarde en Cream. O los propios Yardbirds cuando Jimmy Page substituyó a Clapton. O el mismísimo Jimi Hendrix, rendido admirador de Dylan. ¿Casualidad? No lo creo.

Sin embargo, en su momento supuso una fractura. En 1966 Dylan inició una gira por el Reino Unido. Esos conciertos los estructuró en dos partes: una acústica siguiendo su estilo más conocido hasta ese momento y otra totalmente eléctrica y rock. De esos conciertos se grabaron cuatro, todos ellos en mayo: el de Sheffield, el de Manchester y dos en el Albert Hall de Londres. La Historia concentró todos los hechos de esa gira en un nombre: The Royal Albert Hall Concert, aunque el que finalmente se publicó fue el de Manchester, por ser el mejor tanto en cuanto a música como sonido.

Cuando apareció en escena, en la segunda parte del concierto, enfundado en pantalones de piel y con gafas oscuras, con toda una banda detrás de él, una sensible parte del público reaccionó de manera hostil. No fue la mayoría, pero fueron ruidosos. Sin embargo él siguió con lo que mejor sabe hacer y nos deleitó con un concierto que todavía hoy pone la piel de gallina. Poco antes del final, en el espacio entre la penúltima y la última canción, alguien del público empieza a increparle y grita “Judas!”. Dylan replica “I don’t believe you!” y continua “You’re a liar!”. Entonces se gira hacia la banda y grita “Play fucking loud!” arrancando con una de las versiones de Like a Rolling Stone más estremecedoras jamás interpretadas. En la batería, Mickey Jones parecía que quisiera destrozar los parches mientras que Dylan, encarándose al público y haciéndose altavoz con la manos gritaba un desgarrador “How does it feeeeeeeel!!”.



Y yo me pregunto ¿era Dylan responsable de defraudar unas expectativas que él había creado en un grupo de gente?

Años más tarde, Mick Jagger dijo que la mejor canción de los Rolling Stones era de Dylan. Siguen tocándola en todos sus conciertos.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Imagina

Esa noche regresaba a casa contento y satisfecho. Era una fría noche de principios de diciembre. Las luces navideñas iluminaban las calles, casi desiertas a esa hora, y se reflejaban ondulantes en los charcos. Unas manzanas más allá se levantaba una columna de vapor desde alguna canalización defectuosa, acentuando más si cabe la sensación de frío. Esta noche helará, pensó.

Andaba con los hombros encogidos bajo su abrigo, el cuello levantado y las manos hundidas en el fondo de los bolsillos. Su mujer, colgada de su brazo derecho, se pegaba a su cuerpo en busca de calor humano. Andaba deprisa, haciendo tintinear las llaves con la mano izquierda, mientras tarareaba una melodía que le había estado rondando la cabeza durante toda la tarde. Su mujer le miró y sonrió. Habían estado todo el día en el estudio, grabando algunas maquetas para el próximo disco. De hecho, de ahí venían. Había sido una tarde provechosa. Pero John no paraba nunca, siempre estaba grabando mentalmente maquetas. Y la excelente acogida de su esperado último disco le había animado a grabar otro cuanto antes.

Iban andando por la acera opuesta a su casa. Les gustaba andar por la acera junto al parque para sentir el olor de la tierra húmeda, sobretodo cuando había llovido.

Cruzaron la calle al llegar frente al portal de su casa, el Edificio Dakota. Estaba sacando las manos de sus bolsillos cuando se acercó un chico. Lo recordó de inmediato. Esa misma mañana, al salir de casa, se había tropezado con él. El chico le había pedido por favor un autógrafo y él se lo había firmado en una vieja fotografía suya. Aparecía vestido con un traje negro y una estrecha corbata que ahora le pareció ridícula, justo de cuando los Beatles empezaban a tener éxito. Qué tío pesado –pensó-, se ha pasado todo el día aquí esperando mi regreso. Se inclinó hacia el chico, un poco molesto por su irritante insistencia, dispuesto a firmar otro autógrafo.

– ¿El señor Lennon? –preguntó el chico.

BANG
........BANG
................BANG
........................BANG
................................BANG
........................................BANG

Dos balas se incrustaron en la pared del fondo. Las otras cuatro las detuvo John con su cuerpo, que se fue desplomando lentamente a la vez que se desplomaba en el suelo uno de los más grandes mitos del S.XX.

John Lennon icon


Imagina que no murió. Imagina que todavía vive. Es fácil si lo intentas.


He encontrado este vídeo de su última actuación, que os dejo de propina. Atención a la letra, sobretodo a los que os gusta Lennon. En la estrofa donde menciona "religion" lo cambia por "immigration". Imagina que no hay inmigración. Es decir, imagina que la inmigración no fuera una necesidad. Estamos a principios de los 80 en los Estados Unidos. Lennon mete con calzador la palabra, que rompe ligeramente el ritmo de la melodía, así que intuyo que no es un simple capricho. Es curioso que veintiseis años después, esto mismo se comprenda desde la óptica de este país. Pero bueno, este tema es lo bastante jugoso como para escribir uno o varios post enteros.