jueves, 24 de diciembre de 2009

Nadal

Tronc de Nadal
caga torrons
i pixa vi blanc.
No caguis arengades
que són salades,
caga torrons
que són més bons.

El dia de Nadal
posarem el porc en sal
la somera a la pastera
el pollí al cap del pi.
Vola vola Valentí.

Ara baixen bous i vaques
les gallines amb sabates
i els capons amb sabatons.
Bona festa de torrons!
La guineu els ha tastat
si són dolços o salats.


Versió familiar (una de tantes) de la cançoneta per fer cagar el tió.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Logos y logas

Lo del Ministerio de Igualdad y su pizpireta ministra Bibiana Aido -en adelante "la niña esa"- sería para descojonarse si no fuera para echarse a llorar. Resulta que acaban de hacer público el nuevo logo y loga del ministerio y ministeria para "Igualdad en la empresa" (página dos del documento) y echándole un primer vistazo la niña esa queda retratada. Retratada en el sentido de lo que entiende ella por igualdad y, por tanto, de sus pretensiones. El logo y loga en cuestión es este y esta.

¿Igualdad? en la empresa
Al margen lo pueril y vulgar que luce (que por otra parte ya me parece correcto, pues con un logo no hay que crear falsas expectativas que después no pueda satisfacer), lo que me parece perverso es que la mitad "femenina" de este se vea todo color, luz y alegría, mientras que la mitad "masculina" sea la negra y gris. Vaya, que por si todavía había dudas al respecto, resulta que somos los malos de la película. Pero lo que ya no tiene nombre ni perdón de Dios es que la tipografía usada sea la denostada (por su uso excesivo e indebido, pues fue concebida para libro infantil) comic-sans. Está claro que no lo han encargado a ningún diseñador gráfico (el uso de esta tipografía le hubiera supuesto la inmediata expulsión del gremio, tras embrearle y emplumarle para escarnio de propios y extraños) sino que lo habrá hecho la propia niña esa o cualquier funcionaria en sus muchos ratos de ocio.

Y ya me callo que el médico me tiene prohibido que me altere por tonterías. Además, me arriesgo a que me tachen de machista, homófobo y agresivo.

Tanto aprieta

Las noches para olvidar son, por desgracia, las que difícilmente se olvidan. Porque a esta hora que debería ser temprana, para mí es todavía tardía, de noche en blanco, velando los distintos rincones del cuerpo que tienen el cometido de trabajar sin hacerse notar, hasta el punto que te olvidas de ellos, pero que hoy me recuerdan su disgustada existencia pese a los calmantes. Y no debería ser así. No debería suceder que uno vaya al médico a que le arreglen un descosido y al día siguiente esté con redoblados achaques. Porque si pierdes la fe en los médicos, ¿qué te queda? Pues te quedas solo contigo mismo, observándote hacia dentro, escuchando qué te dice el cuerpo y pensando las peores consecuencias. Y aquí estoy, intentando en balde abandonarme, salir del cuerpo para verlo desde fuera del dolor, mientras este me agarra con el puño apretado y no me deja librarme. Ni dormir me deja de tanto que aprieta.

Esta noche sí que desearía disolverme como una estatua de sal bajo la lluvia.

martes, 22 de diciembre de 2009

Disolución

Por prescripción facultativa, estoy bebiendo tanta agua, té e infusiones varias que temo disolverme como una estatua de sal bajo la lluvia.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Litos

Que litos es piedra lo sabía antes de entrar, de cuando en la escuela me explicaron que mega es grande y litos piedra, de ahí que se llame megalito. Lo que no tenía tan claro era el significado del tricia que completa la litotricia que me iban a hacer. Pero la duda ha durado poco. Ha bastado con que me tumbara en la camilla y esa enorme e inquietante máquina –tecnología alemana, a modo de curiosidad, porque tampoco ha servido para tranquilizar mi espíritu– empezara a girar su brazo mecánico mientras la camilla ascendía a su encuentro hasta topar con mi atemorizado bajo vientre –hipogastrio lo llaman ellos, los de la bata blanca, de hipo, bajo y bla, bla, bla. Esto hace que me pregunte por qué lo llamarán hipoteca, con el dineral que pago cada mes–. Tampoco era tranquilizador que la sala estuviera en penumbra y la enfermera que manejaba el ingenio mecánico se escondiera parapetada tras una mampara de cristal, lejos del alcance de esos brazos articulados. ¿Acaso la máquina puede explotar o, peor todavía, descontrolarse y atacarme como en una vieja película de ciencia ficción de serie B?

Bien, la cuestión es que cuando me tenía totalmente a su merced, con uno de sus terroríficos brazos articulados presionando mi querido hipogastrio –sí, le tengo cariño, que son ya muchos años juntos–, ha empezado a hinchar una especie de globo de goma presionando todavía más –mal día para comer legumbres– y acto seguido ha empezado el martirio, primero en forma de golpecitos y aumentando progresivamente hacia un constante y monótono martilleo que ha hecho temblar todos mis huesos durante unos dolorosos e interminables noventa minutos. Ha sido justo en ese momento cuando he comprendido el significado del tricia: me estaban haciendo trizas la vejiga, con premeditación y alevosía. No me preguntéis por qué, pero me ha recordado al cuento “El pozo y el péndulo” de Poe o a la espeluznante gota malaya de las películas de Fu Manchú. No me explico cómo Mirbeau olvidó incluir esta tortura en “El jardín de los suplicios”.

Al finalizar y tras recoger mis despojos todavía calientes, la enfermera –una preciosidad ante la que me hubiera gustado bajarme los pantalones en otras circunstancias– me ha comentado, así como de pasada, que era probable que meara sangre. Joder, y que vomite el hígado, he pensado. Y que se había avanzado mucho, pero que todavía tendría que hacer una o dos sesiones más. ¿En tu casa o en la mía?

Fu Manchu. Weapon of evil
Fotograma de "Fu Manchu Weapon of Evil"

viernes, 18 de diciembre de 2009

Las palmeras salvajes

Estoy leyendo “Las palmeras salvajes” de Faulkner despacito, paladeando cada una de sus palabras, admirado de la poderosa fuerza de sus imágenes metafóricas, en las antípodas de aquellos a los que la industria editorial llama escritores pero que no pasan de meros juntapalabras –“la casa era blanca”, “hacía mucho frío”–, incapaces como son de regalar imágenes al lector, de extender ante su mirada todo un vasto paisaje inundado o hacerle sentir en su propia carne la carne del protagonista, la ropa empapada de largos días de lluvia pegada a la piel, la manos blancas hinchadas y callosas de remar sobre los vastos campos de algodón sumergidos bajo "El Viejo", el Mississippi; el miedo a no saber si la corriente va o viene ni dónde orilla la tierra firme.

“Cuando de nuevo la pálida y frígida oblea del primer sol miró al esquife (el penado ignoraba si se movían o no) en su nimbo de fino algodón, el penado estaba oyendo aquel sonido que había oído dos veces antes y que nunca olvidaría, aquel sonido de agua deliberada e irresistible y monstruosamente agitada. Pero ahora no podía decir de dónde venía. Parecía estar en todas partes, aumentando y disminuyendo; era como un fantasma detrás de la neblina, a muchas millas en un instante, luego rebasando el esquife en el próximo segundo; de pronto, en el momento en que creía (todo su cansado cuerpo iba a saltar y gritar) que iba a estrellar el esquife contra él con el remo a medio hacer del color y la apariencia de ladrillo oscuro como algo roído, de una vieja chimenea, por castores y que pesara veinticinco libras, arremolineaba el esquife furiosamente y encontraba el sonido muerto delante de él. Algo rugió tremendamente sobre su cabeza, oyó voces humanas, tintineó una campana y cesó el ruido y la niebla desapareció como cuando uno pasa la mano por un vidrio helado, y el esquife reposó sobre un brillo de agua oscura a una distancia de treinta yardas de un vapor.”

(...)

“De nuevo pisó la tierra seca. Dos veces ya había jugado con él ese irrisorio y concentrado poder del agua, una vez más que las que puede tolerar un solo hombre, en una sola vida, pero le estaba reservada otra increíble recapitulación: él y la mujer parados en el terraplén desierto, el niño dormido envuelto en la casaca desteñida y el cable con el sarmiento aún atado a la muñeca del penado, mirando el vapor que volvía a arrastrarse otra vez sobre la extensión de agua desierta (comparable a un plato) bruñida hasta parecerse al cobre, con su rastro de humo disolviéndose en lentas gotas de borde cobrizo adelgazándose a lo largo del agua, desapareciendo a través de la vasta serena desolación, el barco achicándose más y más hasta que ya no parecía arrastrarse sino colgar inmóvil en el aéreo inmaterial ocaso, disolviéndose en una nada como una bolita de barro flotante.”


“Las palmeras salvajes”
William Faulkner (1939)
Trad. de Jorge Luis Borges


(sugerencia de consumo)
Poor Boy Long Way from Home de Bukka White

viernes, 11 de diciembre de 2009

¿Mil pesetas? ¿Eso en euros cuanto es?

Pocos meses antes de abandonar la peseta para lanzarnos en brazos del euro, todavía inconscientes de que nos la iban a meter doblada –o quizás fuera pocos meses después, que para el caso tanto da–, el economista Fabián Estapé, catedrático emérito de la UB, profesor de muchos o casi todos los ministros habidos hasta ese momento y personaje socarrón donde lo haya con gran incontinencia verbal, en una de sus habituales intervenciones en las tertulias radiofónicas matutinas anunció –cito de memoria– que en menos de diez años, España se vería obligada a abandonar el euro para regresar a la depauperada peseta.

Tenía esas palabras guardadas en algún rincón de mi cabeza, hasta que hace poco regresaron del olvido cuando el gobierno decidió subir los tipos del iva, que es lo más parecido a devaluar la moneda del país cuando no tienes el poder para devaluarla. Y hoy, al leer que Irlanda podría abandonar la zona euro antes de terminar 2010, la previsión del señor Estapé… No sé, parece que no iba muy desencaminado. Vaya, que ahora que ya empezábamos a entendernos en euros, tendremos que volver a las conversiones mentales de hace unos años pero al revés, para empezar a preguntarnos eso de “¿cuatro mil pesetas? ¿Eso en euros cuanto es?”

jueves, 10 de diciembre de 2009

Renovando calendarios

Si algo tiene de bueno cerrar un año es que empieza otro y hay que renovar los calendarios.




(sugerencia de consumo)

Las Chicas de calendario de Berto Díez

Trío de jazz con zambomba y pandereta

Lunes siete de diciembre, con la luna en cuarto menguante sobre un altiplano castellano barrido por un viento seco y frío, cortante, en una pequeña ciudad de provincias camino Soria que cantaba Urrutia, un hombre sale de una pequeña ermita acompañado de un grupo de familiares y amigos para dirigirse al cuartelillo de la guardia civil mientras comentan, con gran artificio gesticulante y notable indignación, los detalles y pormenores de la flagrante estafa de la que acaban de ser objeto. “¡Y en la iglesia!” se exclama uno santiguándose. A falta de más datos contrastados, al protagonista incidental de esta historia me lo imagino con la boina calada hasta los ojos y una bota colgada en bandolera.

Ya en el cuartelillo, el individuo procede a explicar al agente de la benemérita de guardia, valiéndose de golpes en el suelo con su cayado para enfatizar sus palabras, los detalles de la estafa: “Hemos ido a un concierto de jazz pero eso no era jazz –toc–, era música contemporánea –toc–, género que tengo contraindicado –toc– psicológicamente –toc– por prescripción facultativa –toc, toc, toc”. Así tal que suena. El guardia civil, ducho en la materia y con buen manejo de la zambomba en las representaciones teatrales navideñas, acompañado de otro agente y tras reclamar la presencia del alcalde del municipio, proceden a comprobar la denuncia in situ. Reclaman al saxofonista Larry Ochs y su grupo que toquen alguna de sus coplillas y con gran precisión y mejor oído para la música concluyen que el denunciante tiene razón, que eso no es jazz, que si acaso es, efectivamente, música contemporánea. El saxofonista, con cinco décadas de vanguardia del jazz a sus espaldas, no puede dar crédito a lo que está viviendo, mientras que en el resto de la banda unos buscan la cámara oculta mientras que otros, sonrientes, creen que esa escena forma parte del pintoresquismo local; la España profunda de la que habían oído hablar.

Sería gracioso y hasta hilarante de tratarse de un arranque de película de Berlanga, pero no. Es peor, es real, es la vida misma en la España de pandereta.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

En defensa de los derechos fundamentales en Internet

Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que…

  1. 1. Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.
  2. 2. La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.
  3. 3. La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.
  4. 4. La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.
  5. 5. Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.
  6. 6. Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.
  7. 7. Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.
  8. 8. Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.
  9. 9. Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.
  10. 10. En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia.
Vía Maty

jueves, 26 de noviembre de 2009

Todo tiene un precio

¿Alguien conoce a la gran K. Ellen Weiss? ¿Y al brillante Rafael Marco? Por no hablar del omnipresente Anthony Falbo, el deslumbrante Chris Riggs o la prometedora Carol Lee. Todos ellos son artistas que venden sus obras, básicamente pinturas abstractas, en ebay. Uno de ellos –y siempre según sus propias notas biográficas- es actualmente el artista más famoso de Nueva York, obviamente a la sombra del que asegura que se encuentra entre los más respetados a nivel mundial. La otra asegura que es una auténtica artista profesional, pero no lo certifica como la que adjunta una copia de su diploma del registro nacional de bellas artes. Y todos ellos tienen en común que venden sus obras a la nada despreciable cifra de veintiún millones de dólares, así en números redondos, que teniendo en cuenta la relación con el euro es una ganga, oiga. Está claro que tratándose de estas cifras y de un mercado tan subjetivo y cambiante como es el del arte, están abiertos a negociaciones con el posible comprador, negociaciones que se traducen en que no aceptarán ofertas por menos de cien dólares.

Vaya, que nos encontramos ante una caterva de vendedores de cancamusa, de muertos de hambre o, en el mejor de los casos, aficionados a manchar brochas y telas con igual criterio que cualquier primate con dedo prensil. Gente que a parte de ser ridículos no hacen sino molestar, llenar de ruido las búsquedas de la gente que realmente está interesada en comprar algo. Porque tras toda esa purria de lienzos de saldo empiezan a aparecer cosas realmente sorprendentes. Como el que vende un óleo de Courbet que, las cosas como son, debe ser de cuando iba a clases de pintura y el primer ejercicio que haces es la típica estampa del mar embravecido, con sus olas y su espuma. O el otro que subasta un dibujo en tiza blanca sobre papel negro de Matisse. O uno que oferta un lienzo nada surrealista de Paul Eluard. Y así podemos seguir, sacando el grano de la paja, para encontrar unos grabados de las siete virtudes de Brueghel, una litografía en color de una serie de doscientas firmada por Chagall, unos cuantos Warhol o un supuesto cuadro del periodo azul de Picasso.

Y es que si internet es fascinante, lo de ebay supera todos los adjetivos. Un sitio donde te puedes comprar desde un Matisse auténtico a un Mustang del 64, pasando por una granja en Illinois o unos levis 501 usados, sin duda que merece un capítulo a parte.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Los taxis

Esta mañana he cogido un taxi para ir a trabajar. No es algo que haga cada día, sólo cuando llego excesivamente tarde (incluso para mí, que en esto soy muy laxo) o cuando, como hoy, voy cargado. Y esta mañana iba cargando mi ordenador para que lo vea un médico y le recete algo, que el pobre está demasiado pachucho para la edad que tiene y ahora le ha dado por apagarse justo cuando empieza a arrancar, así, sin ninguna explicación. No es un apagado dramático ni espectacular, sino algo como un hasta aquí hemos llegado, ya no puedo más. Y plof, se apaga. Durante el fin de semana intenté una cura de primeros auxilios, pero lo dejé correr en vista de los escasos, por no decir nulos, resultados en su desmejorada salud. La verdad es que mis intenciones están muy lejos de darle la jubilación anticipada, así que ahora mismo está descompuesto y en la UVI. Como digo, esta mañana he cogido un taxi. Siempre los espero en el mismo sitio, donde confluyen un par de calles muy transitadas a esa hora y la probabilidad de que pase uno pronto es bastante alta. Esta suma de causas (el mismo sitio, la misma hora) tienen como efecto que en varias ocasiones hayan coincidido en recogerme los mismos taxistas, pero especialmente hay uno que trae consigo todo un ritual de lo más curioso. Parece ser que vive justo donde yo espero y tiene el parking unos metros antes, con lo cual lo veo aparecer despacito y detenerse frente a mí con la luz verde apagada y un chico sentado en el asiento junto al conductor. Entonces se apea del taxi, lo rodea por delante y se dirige a mí con un marcado acento maño: “¿Está esperando taxi?”. A mi respuesta comienza su explicación: “Nosotros vamos al aeropuerto, a buscar a la novia de este –señalando al chaval-, pero si nos va de camino le podemos llevar”. Le digo adónde voy, se pasa la mano por la cara, una cara ancha en una cabeza grande que corona su cuerpo bajo y compacto, como un Sancho sin Quijote. Se pasa la mano por la cara, moldeándola pensativo, y responde que sí, que me pueden llevar, pero que tendremos que esperar un poco. “¿No tiene prisa, verdad?” Y yo pienso que si no tuviera prisa no estaría esperando un taxi pero que qué más da, si total serán dos o tres minutos más que se compensan con este taxista que me resulta de lo más simpático. “Es que es un coche diesel ¿Sabe? Y hay que dejar que el motor se caliente. Pero pase usted, siéntese que en seguida nos vamos”. Y durante el trayecto me irá contando anécdotas y chascarrillos sobre él y su hijo y la novia de su hijo, mientras este permanecerá en silencio y algo encogido, en un callado tierra trágame. Pero hoy no me ha recogido este sino otro que escucha la SER y se exclama de lo mal que está todo. Sin embargo esta mañana, al acomodarme en el asiento trasero ha apagado la radio y ha puesto un cedé con algo escrito a mano, un cedé casero vaya. “Si no le importa –me ha dicho- pondré un poco de música”. Por los primeros acordes he sabido que empezaba a sonar “Hey Joe”. Coño, he pensado, esto pinta bien. Empezar la jornada con Hendrix en un taxi es mucho mejor de lo que esperaba. Pero es que a continuación ha sonado “Like a Rolling Stone” de Dylan y después el fabuloso “Fisherman’s Blues”. ¡Sal de mi cabeza, esta es mi música!- he estado a punto de decirle. Pero he preferido callar y seguir escuchando esas canciones que ni escogiéndolas yo mismo me habrían sonado mejor. Al llegar al final del trayecto empezaba a sonar “Proud Mary” de los Creedence, lo que me ha obligado a prolongar todo lo posible el pago de la carrera. Tanto que ha comenzado la siguiente...


(sugerencia de consumo)
...que era Gimme Shelter de los Stones

martes, 17 de noviembre de 2009

Como antes


Tiene unos días apenas, aunque la fotografía parezca sacada de algún viejo álbum familiar olvidado bajo el polvo en el fondo del armario, o de un fotograma de una de esas películas de filmoteca. Quizás sea porque está hecha con una vieja cámara que todavía recuerda cómo se hacían antes las fotos.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Una sonrisa, por favor

Hay músicos que no tienen suficiente con hacerte feliz con sus canciones. Hay músicos que, además, lo pasan tan bien en sus conciertos que te contagian, que una semana antes de la cita ya te alegran los días sólo de pensar en lo que van a ofrecerte. Uno de esos músicos es Kevin Johansen, que desde la primera vez que lo vi en directo, hará ya unos cinco años, me quedé así, con los ojos como platos y una sonrisa que me duró toda la noche. Y si encima viene acompañado del macanudo Liniers a los pinceles, como anoche, ya ni te cuento.


(sugerencia de consumo)
Kevin Johansen canta Hotel Patagonia acompañado de Liniers a los pinceles

viernes, 6 de noviembre de 2009

Lunes

Todos los lunes que me quedan hasta jubilarme, así uno tras otro como eslabones de una deprimente cadena, suman más de tres años y medio. Tres años y medio de lunes, uno tras otro, sin festivos ni fines de semana, tan solo lunes grises que cierran un domingo e inician una nueva semana. ¿No es deprimente? Suerte que hoy es viernes.


(sugerencia de consumo)
El gran (en todos los sentidos) Fats Domino canta Blue Monday

lunes, 2 de noviembre de 2009

Un señor con bigote

Uno de los primeros recuerdos que guardo de mi infancia ante el televisor es el de un señor con bigote francamente angustiado en el interior de una cabina telefónica. Es una de esas imágenes indelebles, indisociables de otros elementos –las americanas de pana de mi padre, los rizos imposibles de mi madre, el papel pintado con estridentes círculos de color en la habitación de mis padres, mis juguetes guardados en un tambor de dixan o las películas del viernes por la noche en “La clave”, tras el “Un, dos, tres”– que acaban por configurar una época de la que apenas ni quedan las cabinas telefónicas.

Ese señor del bigote, así como la cabina telefónica en la que se quedaba encerrado, en mi recuerdo eran naturalmente en blanco y negro, como Kiko Ledgard o Balbín. La sorpresa ha sido mía cuando, hoy mismo, al buscar ese corto de Jose Luís López Vázquez –el señor de la cabina–, he visto que era en color. Lo que me hace suponer que también debían serlo Balbín, Kiko Ledgard y hasta las azafatas del “Un, dos, tres”, qué cosas.
Después he pensado que no podía ser, que a buen seguro que ya lo sabía, porque lo he visto posteriormente, pero en mis recuerdos sigue guardado en blanco y negro.

“La escopeta nacional” no, que esa ya era en color. Tan en color que López Vázquez salía sin bigote en el papel de un aristócrata onanista que raptaba a una actriz sadomasoquista, algo impensable si se piensa en blanco y negro. Las que sí que fueron en blanco y negro, pero que yo vi en un televisor en color, fueron "Atraco a las tres" de Forqué, "La prima Angélica" de Saura, “Plácido” y “El verdugo” –quizás la película más tierna y divertida del cine español–, que como
“La escopeta nacional” también firmaron el genial dúo formado por Luís García Berlanga y Rafael Azcona, el uno dirigiendo y el otro escribiendo el guión, dos nombres que su sola mención ya sabe a cine con mayúsculas, así que ni te cuento juntos. También era él ese señor de aspecto ridículo y algo patético –el españolito medio, ya se sabe– que perseguía a suecas y alemanas por las playas y piscinas de todo el litoral español, con tan mala fortuna que se hacía querer –de haber tenido éxito no caería tan simpático, que la envidia–.

Estuvo en todas esas y en muchas más –trabajó hasta con George Cukor–, el señor del bigote, el gran José Luís López Vázquez, un actor de esos que forman parte de la historia del cine español, de toda la historia de nuestro cine, como Fernando Fernán Gómez, como Francisco Rabal, Amparo Soler Leal, Alfredo Landa o Chus Lampreave. Rostros que han estado en las películas de todas las épocas y que algunos ya se han quedado allí para siempre.


(sugerencia de consumo)
Técnicas de ligue en la playa con José Luís López Vázquez

martes, 27 de octubre de 2009

Tapando mierda

Lo sospechábamos porque no cuadraban las cifras; era un secreto a voces. Ahora ya empezamos a saber de qué forma se financia la partidocracia en este país, aunque jamás se sabrá de la misa la mitad, está demasiado enraizado. La corrupción se ha institucionalizado y es un cáncer con metástasis que afecta a todos los niveles. La desconfianza en la élite política, financiera y empresarial es tal que ya no se puede extirpar separando el grano de la paja: hay que sacrificar.

Salta a los titulares un nuevo caso de corrupción y los unos se tiran sobre los otros como buitres al olor de la carroña, con el cinismo de quien se sabe podrido mientras señala la podredumbre ajena. Y en estas, el ex president de la Generalitat Jordi Pujol –aquí la entrevista, en catalán, a partir de los 17:35 minutos-, al respecto de la cuestión amenaza: "si entramos aquí nos haremos mucho daño, porque yo tendré una respuesta fácil. Yo también le podría decir estos dieron tanto a tanto", para añadir que "todos haríamos algo de hedor". Concluye con la puntilla de que "si hay que entrar, entraremos, aunque yo creo que no debo. Pero si tengo que entrar, personalmente, voy a entrar". Señor Pujol, por dignidad, por ética, por conciencia cívica y democrática, entre. Pero no en una conferencia de prensa, no. Vaya a los juzgados y denuncie a quien tenga que denunciar aportando las pruebas que usted conozca. No denunciar le convierte en cómplice.

Pero claro, no denunciará porque sabe que después vendrán los otros y le denunciarán a él por lo mismo. Porque cuando Maragall –de quien Pujol decía que no era de fiar- largó esa vergonzosamente célebre “el problema de CiU se llama tres por ciento”, sólo hubo ruido de fondo y entre todos echaron tierra sobre el asunto. Olía demasiado mal y había que taparlo. En esa época, en marzo de 2005, yo trabajaba para la empresa que gestiona las obras públicas de la Generalitat. Y durante esos días todo fueron comentarios jocosos. “¿El tres por ciento dice? ¿Sólo?” y se reían a carcajadas. Y a mí me daba un asco inmenso estar trabajando para ellos, incluso cuando me encargaron que registrara cambios anómalos en los importes de algunas bases de datos. ¡Eso significaba que hasta ese momento no había habido ningún control! Así que señor juez, llame a declarar al señor Pujol, porque él sabe dónde huele mal y lo calla. Teme tirar de la manta y que la mierda nos ahogue a todos, pero no tema señor juez, que ya estamos con la mierda al cuello.

lunes, 26 de octubre de 2009

El ocaso de la masculinidad

Me comentaban no hace mucho que la –permítaseme el palabro- efebización del ideal de belleza masculina que se ha experimentado en estas últimas décadas, encarnado en la mayoría de los casos en actores, cantantes y deportistas de élite, se debe al uso masivo por parte de las féminas de la píldora anticonceptiva. Parece ser que cuando una mujer ovula es más sensible a los, digamos, encantos típicamente masculinos. Vaya, que huele a un macho a leguas. Mientras que bajo los efectos de la píldora, su actitud es más maternal, con lo que tiende a enternecerse con púberes barbilampiños. Y así les va a las nuevas generaciones, que para echarse un triste revolcón deben pasar por el peaje obligado de –¡ay!- la depilación. Esta ha sido una de las últimas derrotas que ha sufrido estoicamente la masculinidad.

Pero todavía conservábamos en exclusiva la producción, almacenaje, transporte y distribución de esperma. No, dirán algunas, que para eso existen los bancos de ídem. Sí, responderé yo, pero no se te olvide que al fin y al cabo somos nosotros los que hacemos los ingresos, con lo que no dejan de ser una mera sucursal o franquicia. Pero… Sí, efectivamente he usado el pretérito conservábamos, porque esa exclusividad de la que hacíamos bandera ha dejado de pertenecer a nuestras gónadas para siempre jamás. Porque, ya me diréis qué mujer no preferirá, en lugar de al macho que le suministra puntualmente esperma pero que además le ronca por las noches y le llena de pelos la ducha. Digo, qué mujer no preferirá por el módico precio de nueve euros, en lugar de ese sin vivir de macho, este práctico porta esperma de aluminio que, además, seguro que va a juego con la bandeja, también de aluminio, que cuesta menos de treinta euros.


Compañeros, hoy más unidos que nunca en este dolor ante el ocaso de la masculinidad, sólo resta admitir nuestra última y definitiva derrota, para emprender el amargo camino de la retirada con la poca dignidad que nos quede.

jueves, 22 de octubre de 2009

Foto con niebla al fondo

Esta mañana ha sido de esas que amanecen a hurtadillas, sin terminar de desperezarse. Al subir la persiana de la terraza, la luz tamizada entre neblinas y fina lluvia apenas si ha bastado para dibujar los contornos de los muebles. A mi sombra no se la ha visto hasta mediodía. Y pese a todo, y quizás precisamente por eso, la vista que me ofrecía este nuevo día a través de los cristales era hermosa; lánguida, melancólica y hermosa. De repente he recordado que ya se había instalado la castañera junto a la boca de metro, al lado del quiosco. Y que el tiempo acompañaba, no como los últimos años. Porque queda realmente muy poco serio ver a una castañera sudorosa vistiendo una bata sin mangas.

Mientras preparaba el café, como si de la neblina se tratara, se han ido filtrando en mi cabeza fotografías de Willy Ronis –recientemente desaparecido y de quien compré un librito en la librería del Pompidou- y antes de añadirle el azúcar ya tenía decidido que hoy saldría de casa más temprano de lo habitual. Precisamente hoy, que es de esos días en los que apetece quedarse en pijama por casa con una taza de chocolate caliente, o asando unas castañas, o leyendo un libro en el sofá arrebujado en una manta mientras del otro lado la lluvia cae con desgana disuelta entre jirones de niebla; precisamente hoy decido salir temprano por culpa de la niebla y de unas fotografías de Willy Ronis. Pero la mañana era tan hermosa y triste que no he podido evitar armarme de paraguas y cámara, mi cámara bonita con carrete en blanco y negro, y salir a la lluvia a trepar por las grises y relucientes callejuelas del Guinardó en busca de toldos abiertos, gente con paraguas, escaleras mojadas y paisajes difusos al fondo. Y es que he recuperado un placer por la fotografía que ni siquiera era consciente de haber perdido.

Willy Ronis. Carrefour Sévres-Babylone, 1948

Willy Ronis. Carrefour Sévres-Babylone, 1948

Willy Ronis. Rue Muller à Montmartre, Paris, 1934

Willy Ronis. Rue Muller à Montmartre, Paris, 1934

Willy Ronis. Place Vendome, Paris, 1947

Willy Ronis. Place Vendome, Paris, 1947

lunes, 19 de octubre de 2009

De chupasangres

Lo he leído esta mañana en la prensa, “acaba de publicarse (…) Drácula, el no muerto, la secuela oficial (sic) de Drácula”. Hacía tiempo que no leía una gilipollez tan grande. ¡La secuela oficial! ¿Pero es que nos hemos vuelto todos idiotas, o qué está pasando? ¿Alguien me puede explicar qué diablos significa “la secuela oficial” cuando estamos hablando de un clásico de la literatura? Estamos aviados si el detalle de haber sido escrita por un descendiente de Bram Stoker –ni descansar en paz puede, el pobre hombre- en colaboración, eso sí, con un “especialista vampírico”, ya le otorga el crédito de la oficialidad. Pues se podría haber quedado tranquilamente en el sofá de su casa afilando estacas, señor Stoker, en lugar de pisotear el legado de su bisabuelo, que de literatura –por darle un nombre reconocible- oportunista andamos sobrados, créaselo. Porque mira que ya es casualidad que el engendro este, perpetrado a base retales de notas del bueno de Bram, salga precisamente ahora, en plena vorágine de subproductos vampíricos para adolescentes anémicos. Y que además esté escrito con un estilo muy cinematográfico, fíjate tú qué suerte, que podremos aprovechar y vender los derechos a Hollywood.

Yo, que soy muy malpensado –y acertarás-, una vez abierta la caja de Pandora y visto dónde está el listón de lo publicable en el negocio editorial, me estoy temiendo lo peor. Por si acaso ya me voy mentalizando para las "secuelas oficiales" de Ulysses, La montaña mágica y Las uvas de la ira. Menos mal que Cortázar, Poe, Kafka, Stevenson o Pavese murieron sin dejar descendencia.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Patética vecindad

Mis vecinos están en crisis. Ella se acaba de instalar definitivamente –este fin de semana se trajo al perro y las cremas– y ya están en crisis. Ella –mi ella– ya lo anunció: son muy diferentes –dijo-, una pija de tacones altos y perrito faldero con una especie de neojipi al que le sienta muy mal eso de llamarla cariño o amor no puede ir bien. Y sin embargo no esperaba que fuera tan pronto. Pero sí, ahí está ella con sus lloriqueos de la señorita pepis; unos lloriqueos secos, sin lágrimas, de esos que arrancan en una larga agonía en el fondo de la garganta y acaban en un berreo ininteligible de reproches, pero que no son más que una patética forma de decir hazme caso, hazme más caso del que me estás haciendo, hazme todo el caso pues yo debo ser la única cosa que te importe. Y así están, él intentando ya no comprender, sino entender esos murmullos entrecortados que en realidad son así porque no tiene nada razonable que decir, y ella lloriqueando y berreando y lamentándose “cómo hemos podido acabar así” mientras que yo espero que acaben, pero que acaben de una puta vez y me dejen dormir en paz.

Lo peor de todo es que seguirán así hasta las tres y después se pondrán a follar. Porque a él tanto le da esta que otra, pero ya que esta le ocupa la cama tendrá que hacerse el chico tierno y comprensivo durante un rato, mientras que ella no puede ir a ninguna otra parte sin sus cremas. Y será un folleteo largo e insulso que acabará por hastío y sin orgasmo. Y entonces será cuando yo me cabree y… ¿Soy el único que ha soñado con tener un kalashnikov?

viernes, 9 de octubre de 2009

De la paz, nada menos

Lo del Nobel de la Paz a Obama me ha dejado ojiplático. De la inicial incredulidad he pasado a la vergüenza ajena, a la propia, a la indignación y finalmente a la mala leche. Ahora simplemente siento pena; pena por el uso que se le ha dado a este galardón que yo, ingenuo que soy y pese a la conciencia de que no siempre se lo dan a quien lo merece -recordemos que Gandhi jamás lo recibió- y que lo de Al Gore también fue de juzgado de guardia, todavía me merecía cierto respeto.

Es, además, un premio a las supuestas buenas intenciones, porque este señor todavía no ha hecho nada. Tiene tropas y mercenarios en Irak, en Afganistán, Guantánamo sigue abierto y nada se ha hecho para acabar con las cárceles flotantes ilegales, por citar algunas. Y van y le dan el Nobel de la Paz ¡Nada menos! Lo único que me produce cierta satisfacción irónica es pensar si este gratuito acto de buenrollismo no se va a convertir en un arma de doble filo, pues no creo que a los yankees les entusiasme la idea de tener un presidente pacifista.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Atalayas y cavernas

Hubo otro silencio: Marjorie consideraba si valía la pena molestarse en convencer a su madre. Es casi imposible convencer de nada a una persona que ya ha cumplido los cuarenta. A los dieciocho años las convicciones son atalayas desde las que miramos; a los cuarenta y cinco, cavernas en las que nos escondemos.


Bernice a lo garçon (1920)
Francis Scott Fitzgerald

lunes, 5 de octubre de 2009

Flying Circus

Un cinco de octubre de hace cuarenta años se emitió, en la BBC, por supuesto, el primer capítulo del ya mítico “Monty Python’s Flying Circus”. Un grupo, los Monty Python, formado por Terry Gilliam, Graham Chapman, John Cleese, Eric Idle, Terry Jones y Michael Palin que tuvo la genial idea de tomarse muy en serio esto del humor, porque entendieron que es la mejor manera de presentar los problemas, la herramienta más sutil de hacer crítica, con ironía, inteligencia y un punto de absurdo, todo muy a la inglesa. Justo de lo que más faltos andamos hoy en día, que tan a pecho nos tomamos las naderías más banales.

Después vino el cine, “La vida de Brian”, “El sentido de la vida”, “Los caballeros de la mesa cuadrada”, o ya sin ser los Monty Python pero todavía conservando las señas de identidad “Brazil”, “La aventuras del Barón de Munchausen” o “Un pez llamado Wanda” entre otras muchas.

De su primera época, del “Monty Python’s Flying Circus”, es este sketch.

viernes, 2 de octubre de 2009

No se acaba nunca

en el Café de l'Époque


Parece estar mucho más allá de su mirada, pensando tal vez que, efectivamente, París no se acaba nunca, que a París no se la puede aprehender y mucho menos de visita; mucho menos si a cada vuelta se la empieza por el principio, por el Sena a su paso por Notre Dame, por el Louvre o el Pompidou y por el Quartier Latin o Saint Germain. Pero es que París no se detiene nunca, siempre nueva y cambiante y distinta para ser el París de siempre.

Y piensa que, definitivamente, París no se acaba nunca en un momento de reposo en la terraza del Café de l’Époque, tras una mañana entera de Louvre y antes de continuar con otro Louvre de toda la tarde. Y por la noche será cena en el Polidor sabiendo que eso descarta la Brasserie Lipp's o Le Voltaire, igual que el Pompidou ha dejado en la cuneta el Orsay o el Rodin. Pero también París son cruasanes para desayunar en una terraza mirando el ajetreo de la calle, o paseos nocturnos por la rue Écoles y sus cines de viejas películas en blanco y negro, o por el Jardin des Plantes, el Quai de la Tournelle y las galerías cubiertas. Y pese a que, efectivamente, París no se acaba nunca, vale la pena estar en París, aunque sea sólo de visita y volviendo a empezar por el principio.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Quién me lo iba a decir

Quién me lo iba a decir, a mi edad, y estoy como un niño con zapatos nuevos. Me he comprado (de segunda mano, eso sí) una cámara. Iba a decir una cámara nueva, pero tratándose de una Nikon FM2, de esas de pasar el carrete con una palanca y enfocar girando el objetivo, eso sería un oxímoron. Ya veis, otra vez hablando de antiguallas, pero es que hay viejos deseos que si no se alcanzan, con el tiempo se hacen más antojadizos. Y yo esta cámara la vengo deseando desde hace muchos años ya.

Y es tan bonita.

Pero no solo eso, que por muchos años que tenga este modelo, aunque no tenga ni un solo megapíxel, ni autofocus, ni tarjeta de memoria, ni pantalla de tres pulgadas, sigue siendo una cámara cojonuda. Con unas prestaciones que ya las quisieran para sí muchas de las nuevas y rutilantes digitales con millocientos megapíxels. Y además funciona sin pilas.

Y es tan bonita.

Ya le he cargado un carrete en blanco y negro para sacarla de paseo.

Mi "nueva" cámara

jueves, 10 de septiembre de 2009

Mi Werlisa

Casi cada semana ceno en casa de mis padres, una especie de ritual auto impuesto que ellos no permiten que olvide y que, de alguna forma, sirve como diezmo a mi poca predisposición a atender el teléfono durante los siete días siguientes. En su casa, repartidas entre armarios y altillos, mis padres todavía guardan un sinfín de cosas mías (juguetes que da lástima tirar, libros infantiles, cuadernos de la escuela, etc.) y de entre todas ellas una de mis joyas más preciadas, que con frecuencia había pensado en recuperar y que invariablemente olvidaba cuando cenaba con ellos. Hasta hoy, que lo primero que he hecho al entrar ha sido ir a mi antigua habitación, abrir el último cajón del armario y coger mi vieja cámara, la primera cámara de fotos que tuve, una preciosa Werlisa LED de 38mm, regalo de una de las primeras navidades de la década de los ochenta. Todavía hoy recuerdo la emoción que sentí al tocar con mis manos, al tomar con temor reverencial esa cámara mientras atendía a las explicaciones de mi padre, que ya por esa época tenía una “de las buenas”. Junto a la cámara, en el mismo paquete había un carrete “Ilford” de doce exposiciones “en blanco y negro mientras aprendes, que es más barato”.

El poder de evocación de ciertos objetos es muy intenso, tanto que esta noche cuando he vuelto a tener en mis manos esa vieja cámara he sentido esa lejana emoción, he regresado a esa mañana festiva en la que el niño que fui tomaba entre sus manos un juguete que ya era de persona mayor y que, por tanto, debía tratar como tal. Y si no que le pregunten a Proust con sus magdalenas.

Mi Werlisa

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El notición del verano

Ha saltado el notición en todos los medios, tanto los escritos como en televisión, con profusión de imágenes y vídeos mostrando lo inaudito, el escándalo por el que los hipócritas se están rasgando las vestiduras y los dirigentes de la cosa pública echando balones fuera o al rival, que la competencia no es mía. Ha saltado la noticia que ha caído como un jarro de agua fría, como un mazazo en el mismo centro de la sociedad catalana, pues aquello que nadie jamás podría haber siquiera imaginado que sucediera, aquello de lo que nunca se habían escuchado voces ni siquiera en los corrillos y mentideros de los barrios más populares, aquello que ni en el mejor de los casos se podría haber previsto, ha sido descubierto para espanto y estupefacción de todos en el mismísimo centro de Barcelona. Porque resulta, fíjate tú, que en el Raval, agárrate, ¡Hay putas!

viernes, 28 de agosto de 2009

La droga de escribir

"Escribir es como drogarse, se empieza por puro placer, y acabas organizando tu vida como los drogados, en torno a tu vicio. Y ésa es mi vida. Hasta cuando sufro lo vivo como un desdoblamiento: el hombre está sufriendo, y el escritor está pensando en cómo aprovechar este sufrimiento para su trabajo."


António Lobo Antunes

jueves, 27 de agosto de 2009

Dudas placenteras

Hace un par de días lo discutía; con ella pero sobre todo conmigo mismo.

epicúreo, a.
(Del lat. epicurĕus).
3. adj. Entregado a los placeres.

hedonista.
3. adj. Que procura el placer.

Todavía no tengo demasiado claro si soy hedonista o epicúreo. De hecho sospecho que soy un epicúreo por la vía del hedonismo.

Sylvaner, modelo para armar

Hacía tiempo, mucho tiempo, que le tenía ganas. Desde luego no algo obsesivo, sino más bien ese tipo de deseo latente que sólo se materializa en cuanto vuelves a tropezarte con él.

Mi deseo nacía aquí, desde que:

“Y ya en la cadena de preguntas: ¿Por qué después de entrar en el restaurante Polidor fui a sentarme en la mesa del fondo, de frente al gran espejo que duplicaba precariamente la desteñida desolación de la sala? Y otro eslabón a ubicar: ¿Por qué pedí una botella de Sylvaner? (Pero esto último dejarlo para más tarde; la botella de Sylvaner era quizá una de las falsas resonancias en el posible acorde, a menos que el acorde fuese diferente y contuviera la botella de Sylvaner como contenía a la condesa, al libro, a lo que acababa de pedir el comensal gordo.)”
(…)
“…el libro o la condesa, la imagen de Hélène, la aceptación de ir a sentarse de espaldas en una mesa del fondo del restaurante Polidor. (Y haber pedido una botella de Sylvaner, y estar bebiendo la primera copa del vino helado en el momento en que la imagen del comensal gordo en el espejo y su voz que le llegaba desde la espalda se habían resuelto en eso que Juan no sabía cómo nombrar…”
(…)
“…y de lo que había pasado en Viena en el Hotel Rey de Hungría, pero todo era en última instancia la condesa y finalmente la imagen dominante había sido la condesa, tan clara como el libro o la frase del comensal gordo o el perfume del Sylvaner).”
(…)
“…en una viviente constelación aniquilada en el acto mismo de mostrarse, una contradicción que parecía ofrecer y negar a la vez lo que Juan, bebiendo la segunda copa de Sylvaner, contaría más tarde a Calac, a Tell, a Hélène, cuando los encontrara en la mesa del Cluny, y que ahora le hubiera sido necesario poseer de alguna manera…”
(…)
“Sirviéndose otra copa de Sylvaner, Juan alzó los ojos hasta el espejo. El comensal gordo había desplegado France-Soir y los títulos a toda página proponían el falso alfabeto ruso de los espejos.”

62/ Modelo para armar
Julio Cortázar

Sylvaner Alsacia Domaine Weinbach


Así que hoy, aprovechando que he pasado por la "Vinacoteca" de la calle Valencia, y con la excusa de que teníamos algo importante que celebrar, he comprado un par de botellas de vino blanco. Un Sylvaner “Domaine Weinbach” y un Riesling, ambos –¿hay otros?- alsacianos. Ya veis, mi criterio no es que sea demasiado profesional; digamos que elijo vinos literarios sin importarme demasiado si el autor tiene criterio. Lo que Cortázar no apuntaba en su novela era el maridaje, pues el beodo de Juan hace como yo mismo muchas veces y se bebe metódicamente el vino en ausencia de sólidos. Así que he improvisado, y de alguna forma la intuición me ha dicho que acompañando una merluza en salsa verde con almejas quedaría de lo más resultón. Creo que he acertado en cuanto al Sylvaner. El Riesling lo reservo para el sábado, que caerá un arroz de marisco. Aunque mi conocimiento de los vinos es bastante intuitivo (y no siempre acertado), así que si alguien tiene a bien sugerir un acompañamiento más adecuado…

Por cierto que mientras cocinaba la merluza sonaba...


(sugerencia de consumo)
el mítico Straight, No Chaser de Thelonious Monk, en el 69, en vivo en París

martes, 25 de agosto de 2009

Hiperbólica aritmética

Poco antes de que el autobús llegara a la parada, la mujer se ha levantado de su asiento y como un resorte todas las miradas, tanto femeninas como masculinas, se han concentrado en su hiperbólica anatomía de pornostar de los noventa apenas cubierta por un breve short blanco, que se adhería a su cuerpo como una segunda piel y ofrecía a través de su fina tela una nítida visión de la estrecha cinta del tanga surgiendo entre dos rotundas nalgas que coronaban sendas piernas largas, morenas y torneadas. El vestuario lo completaba una camiseta de tirantes, también blanca, que apenas si conseguía sostener el impetuoso vaivén al que la estaban sometiendo los desbordantes pechos que asomaban a ambos lados tal que globos sometidos a presión. De pie frente a las puertas, sujetándose en una barra, la mujer hiperbólica ha echado una rápida mirada por el autobús, disolviendo el escrutinio directo al que estaba siendo sometida, que ha pasado a disimulado soslayo. “¿Alguien se ha fijado si era guapa?”, ha querido saber un hombre que ni siquiera podría asegurar si calzaba zapatos o iba descalza.

Ya en la calle, la mujer hiperbólica se ha encaminado taconeando con paso firme y decidido hacia la esquina, provocando a su paso tres tortícolis, dos dolorosas dislocaciones de vértebras cervicales, un bolsazo de una señora a su marido con resultado de pérdida de la dentadura postiza que, fatalmente, ha caído entre las rejas de una alcantarilla y la sustracción de varias carteras por parte de un profesional carterista de mano ágil y discreta, de esos que lastimosamente ya no quedan, que ha aprovechado la distracción general para hacer su agosto precisamente en agosto.

Girando la esquina, la mujer hiperbólica se ha perdido en la penumbra del semisótano que ocupa desde hace más de cinco décadas –tres generaciones ya, oiga- la ortopedia del barrio. De pie frente al ortopeda, nieto del fundador, que vistiendo una impoluta bata blanca con el nombre bordado en el pecho, “Ortopedia Magriñá”, atiende al otro lado del mostrador con profesional indiferencia, la mujer hiperbólica se ha subido la concisa camiseta hasta el cuello, liberando de su precario encierro unos pechos gloriosos que han aprovechado la ocasión que se les brindaba para rebotar un par de veces y relajarse entre ligeros temblores.

–Mire –le ha espetado a modo de reproche al indiferente señor Magriñá nieto, que observaba sin inmutarse-. Los pezones se tuercen hacia fuera.

El hombre ha rodeado sin prisas la protección del mostrador, se ha colocado frente a la señora despechugada y con la seguridad que dan años de experiencia, ha sopesado con ambas manos los prodigiosos pechos, los ha amasado, presionándolos suavemente, pellizcado y tirado de los pezones hacia sí. A continuación, desde el fondo del bolsillo de su bata ha aparecido una regla graduada de cuarenta centímetros, que ha usado para medir la distancia entre pezones, la cual ha trasladado a su calculadora científica y, tras aplicar varias fórmulas a base de senos y cosenos, ha concluido que tenía razón la señora hiperbólica, que se abrían los pezones hacia fuera.

–Déjemelos aquí para calibrarlos –le ha solicitado a la señora mientras garabateaba un recibo.
–¿Me los tendrá para el viernes? Los necesitaré para una despedida de soltero –ha inquirido ella, algo inquieta por cumplir con su cita profesional.
–No se apure –ha replicado el indiferente señor Magriñá nieto mientras le entregaba el recibo-. Los tendrá listos el jueves por la tarde, perfectamente calibrados y con la presión revisada, que la he notado un poco baja.

La mujer hiperbólica ha guardado el recibo en el bolso, se ha quitado los pechos depositándolos sobre el mostrador con los pezones hacia arriba –que sintiendo un escalofrío se han endurecido- y ha abandonado la ortopedia.

miércoles, 12 de agosto de 2009

La luz

La luz, toda la culpa es de la luz, de sus matices, de sus reflejos sobre la quieta superficie del lago, de su soltura para descomponerse hacia todos los colores posibles. Estoy repitiendo una y otra vez la misma foto a distintas luces del día, a distintas horas de esta luz. Y no me canso aunque sé que después tendré una amplia colección del mismo lugar, pero no del mismo paisaje. Con esta luz, más que agua parece un lago de mercurio, una lámina ni líquida ni sólida, un fluido denso que se ondula pausadamente y transforma esta luz con tal intensidad que uno ya duda si no será el cielo un reflejo del lago. Dan ganas de reír y de gritar de tan hermoso que es.


Jyväskylä, cinco de agosto de 2009, al anochecer.

el lago (noche ártica con nubes)


el lago (amaneciendo)


el lago (nublado)


qué hay ahí...


el lago (atardecer con nubes)


el lago (ocaso)


el lago (noche ártica)

viernes, 31 de julio de 2009

Música para bañarse en un lago

Ya tengo la mochila preparada, en cuatro horas estaré volando hacia Helsinki. Mañana a esta hora es probable que esté nadando en el lago frente a la cabaña de madera donde pasaré la próxima semana. Tranquilidad, silencio y bonitos paisajes junto a mi arquitecta de cabecera, que ya ha trazado la ruta de Alvar Aalto que seguiremos. ¿Qué más puedo pedir? Bueno, sí, quizás algo de vino, pero me temo que ahí habrá poco y será caro. Y música, eso ha sido lo más difícil. Los libros ya los tenía decididos desde hace días: “El mal de Montano” de Vila-Matas y “El siglo de las luces” de Carpentier. Pero hacer una selección de la música que me llevaré en mi ipod ha sido complicado por los muchos sacrificios. Al final, al margen de los intocables Miles Davis, Bill Evans, John Coltrane, Thelonious Monk, Jimi Hendrix, Tom Waits, Leonard Cohen, Serrat o Calamaro, he incluido un Puccini con Pavarotti y otro con la Callas, algunos rusos como Rimsky-Korsakov o Borodin por aquello de que estamos a tiro de piedra de San Petersburgo, las Variaciones Goldberg por Glenn Gould –¿por quién sino?-, “El amor brujo” de De Falla cantado por Ginesa Ortega por si me entra la morriña y un Don Giovanni de Mozart dirigido por Claudio Abbado.

En la mochila no he olvidado la libreta. Haremos un diario de viaje a cuatro manos –¿o se dice a dos manos y a cuatro es sólo para el piano?- con fotos y dibujitos y la mirada puesta en “Los autonautas de la cosmopista”. Quién sabe, igual acaba convertido en una desaconsejable guía de viaje.

Un caballero

Sir Bobby Robson y Carmen Sevilla


Hoy ha muerto Sir Bobby Robson, probablemente mejor persona que entrenador, pero sin duda todo un caballero inglés de la vieja escuela. Que la tierra le sea leve.

miércoles, 22 de julio de 2009

Por el parque

En el parque grupos de niños y niñas juegan a perseguirse con globos llenos de agua, se escuchan chillidos y risas y correteos y más risas y chillidos por doquier. Las baldosas alrededor de la fuente están empapadas y aquí y allí estallidos de agua han constelado el suelo de charquitos y salpicaduras. El sol se pone tras los edificios que nos rodean e inunda una esquina del parque con la luz canalizada por una calle que desciende desde lo alto del Guinardó. Una pantalla digital alterna las ocho y media de la tarde con los treinta sofocantes grados; la humedad ambiental hace el resto. Una chica muy joven y guapa y viceversa conversa animada por teléfono apoyada en una baranda metálica, tras un panel publicitario. A pocos metros un grupo de chicos de su misma edad, sentados sobre el respaldo de un banco, la miran con mal disimulo y comentan entre ellos con expresión de qué barbaridad. Una niña sale corriendo perseguida por dos niños armados con sendos globos hinchados de agua y se esconde tras el panel publicitario. Los niños la alcanzan y vacían sus globos y el grito ya no es de la niña ni de los niños. Entre risas, la chica muy joven y guapa se mira la camiseta empapada, la camiseta blanca y el calor y el verano ya se sabe sin sujetador y ahora empapada y transparente que se pega a su piel, que dibuja unos pechos morenos de sol y hermosos y llenos de juventud con los pezones endurecidos por el repentino e inesperado baño. Los niños salen corriendo entre risas y perdón no te hemos visto y los chicos se levantan del banco entre expresiones de júbilo y gratitud sin límites para postrarse a sus pies a reverenciar a la bella diosa mojada, que se cubre los pechos con los brazos, la cara encendida, y entre risas intenta retransmitir lo que ha sucedido a su interlocutor. Servidor que ya no tiene edad para andar reverenciando a flores tan tiernas se guarda las ganas de unirse al grupo de adoradores, aunque sonríe y le guarda secreta gratitud.

martes, 21 de julio de 2009

Unos minutos de publicidad

Mis gustos musicales son raramente compartidos y pese a ello, o precisamente por esta razón, abandero una especie de cruzada personal con el fin de encaminar por la senda del buen gusto a la gente que me rodea que, ingratos ellos, no sólo no me agradecen esta tarea digna de encomio sino que debo soportar constantes e infundadas quejas, cuando no injurias. Pero no estoy solo, desde que descubrí Spotify que se ha convertido en mi aliado.

Por otra parte –ahora os explico la correlación- detesto la playa, no soporto el calor sofocante, los mojitos me producen arcadas garrapiñadas y la última y más terrible resaca que recuerdo fue producto de un exceso de ron Brugal (espacio patrocinado), y pese a todo, cuando he visto que esta marca de ron ha organizado un concurso consistente en hacer una lista en Spotify con mis diez –¿sólo?, he exclamado- canciones favoritas, no he dudado en participar. El premio: un viaje para dos personas a la República Dominicana. ¿Te gustaría ir a la República Dominicana? ¿Para qué –me ha respondido ella- para pillar un buen melanoma? A ella le gusta la playa tanto como a mí pero, eso sí, le da al mojito cosa mala si está bien mezclado. Es decir, que el premio nos la trae floja: Todo se reduce a una cuestión de ego presuntuoso. Si fuera a Cuba, todavía…

El problema ha sido reducir mi primera lista de veinticinco canciones que ya incluía sensibles amputaciones. Sí, detesto hacer listas cerradas y las pocas ocasiones que me he aventurado a citar mis diez principales, siempre he hecho trampas para colar algunos más mientras lamentaba los que me dejaba en el tintero. Y eso que en Spotify no están ni los Beatles ni Pink Floyd ni, ¡válgame Dios, Led Zeppelin! De hecho, en el caso que nos ocupa, esta desagradable ausencia me ha facilitado la tarea, aunque ya me dirás.

Regreso de los cerros de Úbeda. La lista es esta. ¿Por qué?

  1. 1. Hey Joe de Jimi Hendrix porque la primera vez que la escuché me dejó temblando. Y todavía hoy. La lista de la música que no habría sido sin Hendrix es tan extensa que no cabría en este post.
  2. 2. Like a Rolling Stone de Bob Dylan por lo grande de la canción y por los huevos que tuvo Dylan de romper con todo lo que se había creado a su alrededor sin él haberlo pedido. Y porque el mismísimo Mick Jagger reconoció en cierta ocasión –refiriéndose a Like a Rolling Stone- que la mejor canción de los Stones era de Dylan.
  3. 3. Gimme Shelter porque los Rolling Stones tampoco eran mancos precisamente. Y si tengo que elegir una mañana, quizás sea otra. Hay abundantes clásicos dónde elegir.
  4. 4. Crossroads de Cream en directo. La discografía de Clapton es tan prolija que todavía ahora dudo de si esta es la que más me gusta, aunque sin duda es una versión brutal del clásico de Robert Johnson.
  5. 5. With a Little Help From My Friends, en la version de Joe Cocker de la pequeña composición de los Beatles, quienes reconocieron que su canción había mejorado con creces. Y porque a este hombre no le hace falta ser guapo ni tener buena voz para cantar como el mejor, es más, hasta se permite gesticular sobre el escenario como un epiléptico borracho sin que nadie se atreva a poner en duda su enorme talento.
  6. 6. Roadhouse Blues de The Doors por la sencilla razón que la incluía siempre en mis grabaciones en cintas de 90 minutos, antaño. Un temazo.
  7. 7. Vicious de Lou Reed que, vete tú a saber por qué, siempre me he sentido identificado con esta canción. Tanto que, vicioso que es uno, la llevo como tono en el móvil, ya ves tú.
  8. 8. Jersey Girl, porque se la escuché a Springsteen (cosas de la edad) y descubrí a Tom Waits. Y porque me hizo llorar pese a que la chica no fuera de Jersey.
  9. 9. Famous Blue Raincoat de Leonard Cohen. Punto.
  10. 10. Lover, You Should’ve Come Over de Jeff Buckley porque cada vez que la escucho se me pone la piel de gallina. Porque el bueno de Jeff no se merecía ese final. Porque nosotros nos merecíamos que no se fuera tan pronto.


votar En este país no se vota ni en las generales, ya lo sé...

Y esto (con imperdonables ausencias) es todo. Por el camino se quedaron Mistreated de Deep Purple, Cross Eyed Mary de Jethro Tull, Ball And Biscuit de The White Stripes, I Put A Spell On You de los Creedence, Kozmic Blues de Janis Joplin, por no hablar de Sin Documentos de Los Rodríguez, Flaca de Calamaro, El Rescate de Bunbury, Mediterráneo de Serrat y un largo etcétera del que he obviado el jazz. Si finalmente gana esta lista, entre los votantes se sorteará un magnífico lote consistente en una botella de Odysseus (viñedos de Ithaca, Priorat) y dos copas tipo Burdeos.

lunes, 20 de julio de 2009

En casa ajena

Y la casa era grande e inquietante como el delirio de unas fiebres, cruzada de pasillos y esquinas muertas, sembrada de puertas que se cierran de golpe por las corrientes y habitaciones de paso y dormitorios con dos entradas o dos salidas donde no hay sosiego y se sueñan pesadillas porque ya me dirás por qué dos puertas una a cada lado y sin una sola ventana, que más que dormitorio es un pasillo ancho. Y a todas horas crujir de madera y baldosas que bailan y rechinan y otro portazo pero por la noche en silencio todavía peor, por la noche en las pesadillas todos los invitados a la fiesta pasan por el dormitorio, pasan junto a la cama donde tú intentas dormir, porque es un pasillo y no un dormitorio y en la pesadilla estás despierto y te enfadas y les reprochas que crucen por tu dormitorio y ellos no hace falta que te pongas así, que no pasa nada porque crucemos por aquí, sólo es un momento y no puedes dormir, en tu pesadilla no te dejan dormir hasta que te despierta otro portazo y el amanecer entra a través de la puerta acristalada que se abre a una galería de ventanales a levante, y ya no podrás dormir más y el gallo te encontrará con los ojos cansados y abiertos de par en par, pegado a tu sudor en las sábanas.

jueves, 16 de julio de 2009

Sus exposiciones

Tiene la convivencia con una persona que se dedica a organizar exposiciones de arte algo de santidad que no es fácil. No te convierte en un mártir, pero sí que requiere de cierta paciente comprensión por tu parte, porque suele darse con frecuencia entre el gremio de organizadores de exposiciones de arte cierta tendencia a la obsesiva dedicación y no hay día que no se lleven trabajo a casa. Un día son los planos de la cosa en sí, lo que ellos convienen en llamar el espacio expositivo, que no es más que la sala donde distribuirán sus cachivaches. Y te los muestran y exigen una opinión crítica, mientras expectantes tamborilean con los dedos sobre la mesa, cuando no directamente una aprobación sin la fatal sombra de un inoportuno titubeo. Otro día vendrán con unas galeradas del catálogo que inmortalizará la exposición para mayor gloria del comisario. Se pasarán la noche con su rotulador fluorescente marcando párrafos y después te lo leerán y te dejarán sin cenar ni siquiera un yogur. Son hasta capaces de pedirte, sin ningún rubor, una opinión acerca de la tipografía o del papel, aspectos estos que escapan por completo a tu capacidad de análisis y te limitarás a oh, ah, qué bonito. Cuando aparecen con una carpeta repleta de fotografías bajo el brazo es otra cosa, porque a ti siempre te ha gustado mirar fotos, y si no que le pregunten a la tía Amparo que siempre que vas a visitarla, con el café y las pastitas saca el álbum de cuando eras chico y qué te voy a contar. Pero otras veces la exposición es sobre el barroco italiano y llegas cansado a casa y el espejo del recibidor está oculto bajo un tapiz de un artista veneciano del S.XVII aficionado a las escenas de batallas de caballería, y el tapiz es tan grande que también es alfombra y no puedes abrir del todo la puerta no se vaya a arrugar. Y te acercas a la cocina donde ella prepara los canapés y le das un beso, te quitas la chaqueta y la cuelgas del brazo levantado, como queriendo agarrar algo que no se muestra, de la escultura de mármol de Bernini que te impide coger una cerveza de la nevera, lo cual te obliga a beber agua del grifo con la sed que tienes y lo mala que es. Y le reprochas con razón que cómo se le ocurre meter ahí, en la cocina, una estatua de Bernini, pudiendo dejarla en el baño que luce más, y además precisamente hoy que has invitado a toda la familia y ella te mira condescendiente sin responder, como recordándote que no es culpa suya que tengas una familia tan aburrida y convencional como para sorprenderse por estas minucias. Y cuando sales a la terraza es lo peor ya que la mesa está en un rincón porque el centro lo ocupa una fuente de Borromini que para mayor escarnio no tiene agua y desentona por completo con los enanitos de jardín que te regaló las navidades pasadas precisamente la tía Amparo, que justo acaba de llegar y qué dirá. Y lo que dice, con la experiencia que otorgan muchas alfombras, es que esa que tenemos en el recibidor es muy sucia, pero que ella sabe de una espuma seca que es mano de santo.

lunes, 13 de julio de 2009

La divina proporción

La tan repetida solución arquitectónica de la doble columna entre la que se inscribe un punto de acceso o entrada principal a un espacio, hoy tan justamente denostada si bien sigue aplicándose en algunas construcciones de discutible gusto estético, principalmente en fincas de –paradojas de la vida- ricos empresarios de la construcción o deportistas de precaria formación académica y peor autoestima, es cierto que tuvo su justificación formal y estructural en la época clásica (y obviamente en su repetición renacentista dos mil años después) debido a los materiales de que se disponía. Hoy en día, con la disponibilidad de novedosos materiales constructivos, ya no es así, pues son los materiales los que deben definir las formas y no al revés. Son los materiales los que nos permiten liberarnos del corsé de las formas ortodoxas de equilibrio estructural para dejar caer este peso –valga la metáfora- en su propia resistencia (sirva como ejemplo la celebérrima “Casa de la cascada”, aunque aquí se le fuera un poco la mano al bueno de Frank y se mostrara demasiado optimista respecto a la resistencia del hormigón armado). Así pues, todo lo demás, ya sean columnas o frisos, es ornamental y por tanto innecesario (véase “Ornamento y Crimen” de Adolf Loos o, para profanos en la materia, “El Manantial” de King Vidor con un soberbio Gary Cooper secundado por la bellísima Patricia Neal).

Sin embargo, tanto en arquitectura como en cualquier otro arte y oficio, es aconsejable alejarse de posicionamientos radicales. He planteado el ejemplo típico de la figura ornamental de la puerta de entrada inscrita en una doble columna, pero no olvidemos que todavía hoy (y espero que por muchos años) existe una forma, cuya existencia es fundamental, basada en esta doble columna. Y hago hincapié en esta palabra: fundamental, pues no es solamente una función estética, que también y vaya si lo es, sino también y sobre todo estructural. No es concebible esa entrada, ya sea frontal o trasera, sin la estructura de las dos columnas que la sostienen. Véase a modo de ejemplo clarificador la figura 1 al final del artículo.

Obviamente la solución debe guardar unas formas y proporciones (véase “De Architectura” de Vitruvio) para que, además de funcional, sea bella y armónica. Sin duda el arquitecto no debe excederse en la tentación de rematarla con un capitel demasiado voluminoso (véase en la figura 1, segmento a-b y b-c, que guarda una proporción de 1 a 6, es decir, que debe ocupar sólo una sexta parte de la longitud total de la columna), pues el conjunto se resiente irremediablemente. El fuste debe ser liso o aterciopelado, con cierta ondulación en sus formas (jamás recto), dejando la mitad superior algo más ancha que la inferior (véase los segmentos paralelos que arrancan en e y f) y toda la columna (esto es importante, pues de lo contrario puede echarse a perder la armonía del conjunto) debe reposar sobre una basa que será la parte más estrecha de la pieza. Por último, la entrada debe estar en el eje de simetría (véase el punto d inscrito en la circunferencia) del conjunto.

La divina proporción

-Figura 1-

domingo, 12 de julio de 2009

Rostros

Esta mañana (mediodía ya), en el MNAC, miro las fotografías de la Guerra Civil disparadas por Robert Capa y Gerda Taro, el amor entre trincheras. Descubro que me detengo en los rostros anónimos de los milicianos en el frente de Aragón; rostros enjutos, sucios y mal afeitados, pero todavía esperanzados. Mis dos abuelos estuvieron ahí y de alguna forma los busco. Sin embargo sé que es en balde, que busco algo que no sé que cara tiene, pues los rostros que guardo en mi memoria son muy posteriores, son rostros de abuelos de pelo canoso que ya nada guardan de aquellos jóvenes que perdieron sus ilusiones y sus vidas luchando con alpargatas en una guerra que nos partió por la mitad y de la que todavía no nos hemos recuperado. Algunas de estas ventanas abiertas a un pasado no tan lejano me dan ganas de llorar, pero el pudor.

Robert Capa: Ctra. Tarragona a Barcelona (15-1-1939)


15 de Enero de 1939, la guerra llegando a su fin. En la carretera de Tarragona a Barcelona los refugiados huyen ante el avance de las tropas rebeldes. Robert Capa escribe: "Una mujer mayor, aturdida, camina en círculo alrededor de su carreta. Sobrevivió a un ataque aéreo que mató a todo su grupo, incluyendo a su perro y dos mulas."

Salimos evitando la desolada escalinata principal con el sol de mediodía cayendo a plomo, callejeando por las aceras de sombra del Poble Sec. En Poeta Cabanyes nos esperan un lenguado y unos pulpitos de playa a la plancha acompañados de un vino blanco del Penedés, que bien frío se agradece y ayuda a levantar el ánimo abatido tras el horror de la exposición.

Ya por la noche, en la terraza de casa, un vino de Rueda del Marqués de Riscal –única concesión que le permito a mi alma republicana- con fondo de fuegos artificiales termina por borrar las sombras de esa guerra que conozco más por silencios que por relatos.

jueves, 9 de julio de 2009

Justicia poética

“En esta época del año, existe mucha gente que todavía no ha decidido dónde irá de vacaciones –ahí le doy la razón: yo mismo- y que cuando vean en sus televisores pasar el Tour por la ciudad dirán: mira, por qué no, Barcelona es un bonito lugar para visitar”. Eso es lo que decían el Alcalde y los varios consellers para justificar el dispendio de un millón de euros que ha –dicen- costado hacer pasar a los mejores ciclistas del mundo por nuestras calles. Parece una buena inversión para una promoción que verán cientos de millones de potenciales turistas de chancla y calcetín, de paella precocinada y cerveza, ávidos de melanoma y ansiosos por gastar ingentes sumas de divisas en sombreros mexicanos, camisetas de Messi y figuritas de Lladró. Es nuestro sino. En Barcelona hace tiempo que dejaron de hacerse las cosas para sus ciudadanos; se hacen para los turistas, precios incluidos. La han convertido en una puta con exceso de maquillaje que exhibe sus encantos y ocultas sus vergüenzas.

Pero, oh justicia poética, nuestros sabios administradores de la cosa pública quisieron olvidar un detalle, quizás por aquello de que se trata de ese detalle que no aparece en los folletos publicitarios ni en las películas subvencionadas a Woody Allen: Que en Barcelona, cuando llueve, llueve con ganas. Y así ha sido. La ciudad ha amanecido con un negro capote de nubes bajas y cargadas, con una humedad que permitía ir a comprar el pan nadando. Y a eso de las diez ha comenzado a descargar una lluvia que en pocos minutos se ha convertido en torrencial. A media tarde ha dejado de llover, pero el capote negro no ha recogido velas.

En efecto, cuando los cientos de millones de potenciales turistas de chancla y calcetín ha visto la ciudad cómodamente sentados en el sofá de sus casas habrán pensado: “Uf, quita, quita, ¡Qué tiempo más malo!”.

El Tour de Francia a su paso por Barcelona

El Tour de Francia a su paso por Barcelona

Ejemplar tipo de guiri

Ejemplar tipo de guiri en plena exaltación patriótica



(sugerencia de consumo)
La bicicleta de Xesco Boix

lunes, 6 de julio de 2009

6 Toros 6

Dicen los que lo denostan que es un espectáculo cruel y brutal, rancio, indigno y vergonzante que nos degrada a la barbarie, mientras que quienes lo defienden ven en él la esencia misma del arte, belleza y poesía en movimiento, la materia con que se ha pintado, desde Goya hasta Picasso, desde Lorca hasta la Piquer, la cultura y el arte en este país. De los primeros había frente a la plaza una veintena armando bronca como quinientos; de los otros veinte mil. Para gustos, colores. A mí personalmente me parece un arte bello y cruel, poético y brutal. Y dada mi tendencia a ponerme del lado de las causas perdidas y al de qué se trata que me opongo, lo defenderé mientras quieran prohibirlo en Barcelona, ciudad esta que llaman antitaurina pero que bastaba ver el lleno de esta tarde en la Monumental para que uno descubra la falacia.

José Tomás en la Monumental de Barcelona



Hoy, cuando el sol se ponía tras el Tibidabo tiñendo de sangre las pocas nubes que colgaban sobre la arena, seis toros y cinco orejas han abierto la puerta grande de la Monumental de Barcelona para sacar a José Tomás en hombros. Según sus propias palabras, de una plaza se sale así o con los pies por delante.

martes, 30 de junio de 2009

¿Las bicicletas son para el verano?

Decía Fernán Gómez que las bicicletas son para el verano pero… Pero yo a este paso acabaré teniendo un accidente. De acuerdo, en invierno se te hielan las manos y anochece tan pronto que no apetece cogerla, y en primavera que el clima sería idóneo, el polen lo jode todo porque, ya me diréis qué gracia tiene ir en bici con los ojos enrojecidos y la nariz goteando. Así que imagino que lo del verano, más que por elección, es por eliminación. Pero el bueno de Fernando no contaba con que en Barcelona los cabestros van en coche, o en furgoneta de reparto, o en taxi –estos son unos miuras– y que cualquier hijo de vecino que pretenda entrar en esa jungla de asfalto o va en un acorazado o anda con todos los sentidos alerta. Y ahí radica precisamente el problema, en la atención. Es imposible con todas las distracciones que pasean por las calles en esta época del año. Todas esas mini faldas de las que brotan unas piernas bien torneadas y tan largas que les llegan hasta el suelo; esos vestidos ceñidos, adheridos a la piel como escamas, sobre cuerpos cimbreantes de deliciosos contoneos; las finas telas de colores claros tensadas sobre nalgas voluptuosas que distraen la mirada al son de sus andares; los vertiginosos escotes convertidos en escaparate de pechos bronceados e intuyo turgentes. Ombligos este año pocos, si acaso alguno visto desde el balcón de uno de esos escotes. Y las sonrisas cargadas de secretas promesas de exóticos deleites cuando las miradas cruzadas se detienen más de un suspiro. En fin, que la alegría visual es notoria y se agradece, pero temo que voy a aparcar la bici hasta el otoño. No quiero perderme el espectáculo urbano por un quítame ahí un ceda el paso.

jueves, 25 de junio de 2009

Sopa de letras

La fecha en la que debía entregar el manuscrito de su novela estaba cada día más cerca; un montón de folios escritos acumulaba polvo en un rincón de su escritorio desde hacía semanas, pero Osvaldo sabía que faltaba algo, ese pequeño detalle que le permitiera dar por cerrado el círculo que había trazado a lo largo de más de quinientas páginas y que no había conseguido cerrar ¿O era, acaso, que no lo había abierto? Lo intuía como una bruma, una masa sin límites precisos que era incapaz de aprehender y narrar, una forma difusa que se deshilachaba entre sus dedos cada vez que se acercaba dando torpes manotazos. Andaba como un enajenado; desconectaba de la realidad y regresaba a ella bruscamente cuando el cigarrillo se le consumía entre los dedos y le quemaba. Se abandonaba sosteniendo la cucharilla con azúcar para recuperarse cuando el café ya estaba frío. Tropezaba en los bordillos de la calle, se le caían las monedas o pagaba con un billete grande sin esperar el cambio en el kiosco de la esquina. Imaginaba sentado al volante en los semáforos hasta que los bocinazos irritados lo regresaban a la luz verde casi ámbar. La cuenta de los días avanzaba y a cada insomne vigilia se le anudaba una nueva duda en el estómago. ¿Sería capaz de cerrar su novela o se vería obligado a entregarla tal cual, insatisfecho y disgustado?

Lárgate unos días fuera, desconecta y distráete, le había aconsejado su editor, algo inquieto por si no se llegaba a tiempo para la feria del libro. Estás bloqueado precisamente por tu obsesión, le insistía, para rematar que había entrado en bucle. En este estado no verías la solución ni que la tuvieras ante tus narices escrita en luces de neón.

Finalmente convencido, Osvaldo decide largarse unos días a su casa de la montaña. Se acerca al supermercado a comprar algunas cosas: vino, latas, pasta, dieta de subsistencia. Pasa distraído por un pasillo de estantes atestados y de forma involuntaria tira un paquete de pasta de sopa de letras. En un acto reflejo se lanza tras él, pero desatento como anda, no atina a alcanzarlo y revienta contra el suelo desparramando todo su contenido. Descreído y poco dado a confiar en los milagros del azar, todavía de rodillas, Osvaldo no podrá evitar admitir que lo que se muestra ante sus ojos debe ser incluido, por fuerza, en la categoría de lo extraordinario. Cubriendo buena parte del suelo ante él las letras han quedado distribuidas en hileras, agrupadas en palabras que, si bien es notable la cantidad de pueriles faltas de ortografía, la ausencia de acentos y un estilo tan lamentable que bien podría atribuirse a Bucay pero que perdonará por tratarse de la primera –y póstuma– incursión de un paquete de pasta en la literatura, es indudable que forman un fragmento de relato, y lo más admirable, que se acerca mucho a esa bruma difusa que él mismo ha sido incapaz de trasladar al papel. No es cuestión de buscar ahora explicaciones, pues tiempo habrá, piensa, y rápidamente se aplica a copiar en una libretita el texto.

El servicio de limpieza en los supermercados no debería ser tan eficiente, comenta el editor a la salida de comisaría. Pero tampoco hacía falta que saltaras sobre esa pobre chica y la molieras a bastonazos con el palo de la fregona. Y no te preocupes por la fianza, ya te la descontaré de las ventas de tu próxima novela. ¿Porque hay novela, no? Tuviste tiempo de leerlo todo espero.