martes, 25 de diciembre de 2007

Camino Lleida

La carretera pasa al sur de Montserrat, que se perfila caprichosa y arrogante en el horizonte, antes de entrar en los magníficos bosques de pinos del Bruc, sorteando con curvas y desniveles un terreno que se nos ofrece cada vez más abrupto. Al final, el túnel parece que separe dos mundos, pues al otro lado los bosques van dejando paso a una tierra ondulada, moldeada por el viento y el frío, quemada del sol y las heladas y tapizada por una hierba rala y reseca que se despliega ante nuestra mirada como una moqueta gastada y sucia.

Los silencios junto a mi padre en el coche, camino Lleida, se hacen más prolongados a partir de La Panadella, como si la aridez de la tierra nos secara las palabras antes de ser pronunciadas. Me entretengo mirando por la ventanilla, intentando encontrar adjetivos que revelen lo que ven mis ojos. Tengo a Pla en mente y envidio la precisión con que acompaña al sustantivo. El viaje fue el domingo por la mañana, y desde entonces que estoy reposando las palabras, con la absurda esperanza de que al macerar las imágenes que todavía conservo en la retina, el tiempo sea un alambique que destile esos adjetivos que me faltan.

Conmueve la austeridad de la tierra. Es una tierra parda manchada de ocres y grises, tosca y endurecida. Junto a la carretera, los muros de piedra áspera forman terrazas irregulares; algunas chozas sin techumbre y unos pocos almendros levantando sus ramas peladas al cielo, como garras pidiendo clemencia, nos hablan de un tiempo no muy lejano en el que algún hombre se dejó la vida en esta tierra, intentando arrancarle algo para comer. Al fondo, algún bosquecillo de encinas desnudas se nos aparece como escobas de retama plantadas del revés.

Cuando en el litoral luce el sol y el aire tiene la dureza del cristal, la niebla se esconde en la Segarra. Despacio pero sin pausa nos ha difuminado los contornos hasta borrarnos el paisaje. En pocos segundos nos hemos encontrado dentro de una masa uniforme, densa y espesa, de tonalidades grises sin aristas, sin principios ni finales, sin puntos de referencia. Más allá de los cuarenta metros lo que se veía era la nada, el vacío lleno de esa niebla que se helará en las madrugadas de invierno para quemar con su aliento todos aquellos brotes que se aventuren a asomarse demasiado temprano a la vida. El sol, que hasta ese momento cincelaba las sombras en el suelo y endurecía los contornos, ha desaparecido por completo. Imposible saber bajo esa frazada en qué lugar lucía. No era la oscuridad sino la luz que no alumbra. No era la sombra sino el mundo sin orillas. Ya no había chozas sin techumbre ni almendros pidiendo clemencia. Todo ha sido barrido para nuestros ojos como la vejez nos barre la memoria. La carretera avanza sin ver por esta tierra de ciegos en la que el tuerto no tendría ventaja para ser rey.

Y como si fuera su patrimonio, al dejar la comarca atrás, atrás se ha quedado la niebla para devolvernos la mirada. Frente a nosotros, un cielo de porcelana azul con algunos jirones, como si ese dios al que celebramos hubiera estado cardando nubes.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Villancico

Soy bastante culo veo culo deseo, y como en el café han puesto un villancico, pues he pensado que yo no podía ser menos. Aunque, en realidad, no es exactamente un villancico sino más bien una plegaria. De esa época en la que no hacía falta tener buena voz para cantar bien; tan distinta de la actual, que con buena voz algunos cantan de pena.


(sugerencia de consumo)
Work Me Lord de Janis Joplin en el 69 en Woodstock

viernes, 21 de diciembre de 2007

With a little help from my friends


Para Carlitos.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Pedaleando

Desde hace unos meses que en Barcelona funciona el Bicing, un prometedor sistema público para moverse por la ciudad en bicicleta. La idea es sencilla. Pagas una pequeña cuota anual y puedes coger cualquier bici de las numerosas estaciones que existen repartidas por la ciudad. Por el centro de la ciudad, porque en la mayoría de los barrios, aunque pagamos los mismos impuestos, el sistema brilla por su ausencia. Bien, la cuestión es que coges la bici, recorres el trayecto que sea y la dejas de nuevo en otra estación. Hasta aquí la idea es buena. El problema es que el sistema que gestiona este servicio tiene más fallos que las obras del AVE: Estaciones llenas de bicis a las que no les consta ninguna bici; otras en las que cuando la dejas no se da por enterada, con lo que te expones a una multa considerable; bicis –la mayoría– a las que no les funcionan las luces; la imposibilidad de encontrar una libre en horas punta; el poco respeto por el carril bici que tienen los conductores, transportistas, taxistas y demás, y un largo etcétera que no hace más que desanimar a los usuarios de este servicio, entre los que me encuentro.

De verdad que me parece una buena idea. Por eso espero que se vaya mejorando el servicio, ya que me gusta desplazarme en bici. Me gusta, sí, aunque seguramente no tanto como a ella…

martes, 18 de diciembre de 2007

La Navidad que viene de oriente

Si en algo destacan últimamente los chinos es en su enorme, incluso alarmante, capacidad de mimetismo y copia. Sin embargo, siguen conservando ese grotesco toque kitsch que los identifica y envuelve sin que puedan desprenderse de él. No sólo es lo que producen, pues pueden llegar a copiar el original de manera bastante resultona. Me refiero más bien a cuando mezclan elementos propios y ajenos o cuando tienen libertad para crear, organizar o distribuir. Basta echar un vistazo a cualquiera de los miles de bazares regentados por chinos para comprender a qué me refiero. Ese abigarramiento de miles de objetos dispares, generalmente con presunta función decorativa, que se mueven, centellean o parpadean en sus tiendas es único y exclusivo de ellas; una característica afortunadamente endémica de estos bazares. En un mismo estante de mecano podemos encontrar desde un cenicero-calavera hasta un bonito pisapapeles-bolaluminosa con sonido, pasando por unas pinzas de tender la ropa de vivo color fosforescente (para tender de noche) o unas cajas de cerillas con caracteres chinos para encender unas velas-buda con purpurina y olor a vainilla. Pero el verdadero espanto, el horror ese del que hablaba el coronel Kurtz, es cuando llega la Navidad y atiborran el escaparate de su comercio con todos (repito, todos) y cada uno de los elementos decorativos para estas entrañables fiestas. Renos que cabecean, papanoeles que cantan y ríen ho-ho-ho, tiras de bombillitas chimpúm chimpúm, guirnaldas con villancicos, reyes magos que saludan, abetos dorados plegables, belenes encajados en jarrones y un sinfín de iconografía navideña pasada por el tamiz kitsch chino, convirtiendo ese escaparate en una suerte de feria a la que sólo le falta el perrito piloto y la chochona. Y cuando todo eso sucede, da un resultado tal que así:

La Navidad que viene de oriente

La certeza de las cifras

La certeza de las cifras es inapelable. Es como cuando nos sentimos mal y esperamos la justificación de unas décimas o unos grados de fiebre que nos compensen el malestar. Si uno se siente mal pero sin fiebre, se siente doblemente mal, porque nada puede justificar su estado. La fiebre nos confiere la aureola oficial de enfermo, y eso nos produce una secreta satisfacción.

Algo parecido ocurre en los últimos días en mi casa. Desde siempre que ha hecho un frío del carajo. Una parte del piso, la del dormitorio, está bien aislada y la temperatura es confortable. Sin embargo la otra no. Entre que es bajo tejado y tiene la cocina abierta y el acceso a la terraza, unido a que es un piso viejo, de esa época en la que el concepto aislamiento térmico no existía, pues resulta eso, que hace un frío del carajo. Y antes ya lo sabía. Pero es que ahora lo sé y me lo recuerda constantemente la estación metereológica que me compré, en mala hora. Ahora mismo, en la calle marca 5 grados y una humedad del 93%. Dentro mucho mejor, pero lejos de ser confortable, se queda en poco más de 16 grados y 55% de humedad. Cuando he llegado esta tarde marcaba 12 grados. En la calle caía un fino granizo. Y lo peor de todo es que estas estaciones digitales modernas, han incluido caritas tipo messenger, smileys creo que se llaman. Se pone contenta por encima de los 20 grados, pero la mía siempre está triste, la muy perra; tanto que en un arrebato algún día acabará en el horno. En realidad no me hacía ninguna falta ese grafismo, pues me basta con mirarla a ella encogida en el sofá, con el forro polar y cubierta con una manta para saber que en casa hace frío. O tener los pies como un chuzo, como los tengo ahora, mientras intento escribir con los dedos entumecidos.

En fin, que antes tenía frío y ahora sigo teniéndolo, pero por lo menos tengo la certeza inapelable de las cifras.

Frío del carajo


PD: ¿Dónde puedo comprar un brasero?

lunes, 17 de diciembre de 2007

Elogio del dominguero

Según el diccionario de la RAE, un dominguero es aquel “que acostumbra a componerse y divertirse solamente los domingos o días de fiesta”. Por tanto no es exactamente esa definición la que debo aplicarme. En catalán existen dos términos que se acercan mejor a describir lo que hago: pixapins y camacu. Ambos tienen como objetivo definir, a la par que ofender, al habitante de la gran ciudad que escapa de ella para ir a la montaña o los pueblos, pero sin perder las peculiaridades y la manera de ser y comportarse del urbanita. El pixapins es literalmente un “meapinos”. El camacu es el bobalicón que va mirando con expresión de asombro, diciendo a todo “qué bonito, qué bonito” con marcado acento catalán de Barcelona. En este último grupo me incluyo sin ningún rubor. Pero, qué le voy a hacer si tengo la necesidad de escapar de vez en cuando de la gran ciudad. Escapar, pero con la certeza del regreso.

En esta ocasión, la excusa fue ir a comer a un restaurante en medio de un hayedo en el Montseny. Un hayedo que pasa por ser el más meridional de Europa. Pero sería absurdo desplazarse hasta allí sólo para comer, habiendo tantos y tan buenos restaurante en Barcelona donde, por el mismo precio (pues serán de pueblo, pero no tontos), uno puede ponerse las botas con platos de calidad. De acuerdo que el civet de jabalí bien merecía el viaje pero, insisto, la excusa es ir a comer, pero el verdadero objetivo es abandonar por unas horas el ruido, la contaminación y las incordiantes luces navideñas para dejarse atrapar por el bosque. Caminar rodeado de altivas hayas desnudas de hojas para escuchar el gorgoteo del río entre las piedras, el rumor del viento entre las ramas peladas de los árboles, el chasquido de las ramitas quebrándose bajo los pies y, ahora en invierno, ese peculiar crujido sordo que produce la nieve recién caída al hundirse bajo nuestro peso. Y, cómo no, detenerse de vez en cuando, respirar hondo el aire helado y pensar “qué bonito”.

Atardecer nevado en el Montseny

sábado, 15 de diciembre de 2007

Parecidos razonables (II)

Visto en Pizdaus

A Sunday Afternoon on the Island of La Grande Jatte(1884-86) de Georges Seurat

A Sunday Afternoon on the Island of La Grande Jatte(1884-86) de Georges Seurat

viernes, 14 de diciembre de 2007

Iberia se rompe

Recuerdo todavía con cierta nostalgia esos domingos por la tarde en los que volvíamos a casa en el coche de mi padre, en esa época en que los aires acondicionados eran privilegio exclusivo de sucursales bancarias, hoteles caros y oficinas de fachada acristalada, e inimaginables en un utilitario de fabricación nacional. Es imposible olvidar esos kilométricos atascos en la autovía de Castelldefels, ora un accidente, ora un control policial, con las ventanillas bajadas y el coche caldeado sobre el asfalto humeante en los calurosos atardeceres de finales de primavera, cuando las playas empiezan a poblarse con los primeros homo gambrinus y radiocasetes (otramente llamados loros) a todo volumen lolailolailo, mientras los niños nos dedicábamos a corretear entre las toallas con la aviesa intención de sepultarlas bajo la arena junto con su propietario. Esos pacientes regresos tenían un denominador común, ya no domingo tras domingo, sino coche tras coche, en todos y cada uno de ellos avanzando a velocidad de procesión rociera, se escuchaba el “Carruseeeeeeel deeep’portivooooo” para satisfacción y mayor gloria de nuestras madres.

En este mítico programa radiofónico tardedominguero ibérico, además de anunciarnos el gol de Quini en Las Gaunas o el de Zatrústegui en el Benito Villamarín al frenético ritmo de una cuña en Morse, tenía en su haber un extenso catálogo publicitario que, ya desde mi infancia, me hizo saber que el brandy Soberano era cosa de hombres, que lo mejor era tomarlo fumando un purito Reig, y que para arrollar entre las féminas, lo mejor era la colonia Brummel, o la Varón Dandy si uno se pirraba por la tradición. De forma indirecta, se convirtió en una escuela de hombres masculinos, varoniles y muy machos con mucho pelo en pecho. ¡Como debe ser! Pero las cosas han ido cambiando; con el tiempo y la globalización llegó a esta Iberia nuestra, tierra de bravos machotes, esa indefinición bautizada como metrosexual y todo comenzó a torcerse. Hasta hoy, que el último bastión que fue nuestro querido "Carrusel Deportivo" ha empezado a anunciar cremas antiarrugas para hombres, provocando así el fin de una era y de una especie que siempre supo que el hombre no tenía necesitad de estar guapo, que le bastaba con ser hombre.


(sugerencia de consumo)
anuncio de brandy Soberano de los años 60

Abuelos bajo control

Para un rápido control de la agitación senil

Para un rápido control de la agitación senil.
Vía Katize

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Las canas no os sientan tan mal...

(sugerencia de consumo)
Led Zeppelin (revisited), 27 años después de su separación oficial, volvió para tocar en directo. En el vídeo, el clásico Stairway to Heaven en el O2 Arena de Londres, el pasado lunes 11 de diciembre.

lunes, 10 de diciembre de 2007

La chispa adecuada

Se tiene por costumbre hablar de la Humanidad –así en mayúsculas– como un todo homogéneo, y de los avances de esta como un logro colectivo de nuestro ingenio, incluyéndonos a nosotros mismos, de algún modo, como partícipes del progreso alcanzado. Como una especie de orgullo de pertenencia al grupo. Pero la realidad es muy distinta. La realidad es una vasta masa uniforme de limo que se mueve pero no avanza, que sigue la corriente arrastrando y dejándose arrastrar, y en medio de esa caterva una pieza que sobresale, que destaca por encima de los demás porque se mueve con criterio propio, de forma autónoma, creando una nueva corriente tras la cual la masa uniforme se moverá. Estos, los que han cambiado la tendencia, los que han roto el esquema, y no el resto, son los que han hecho avanzar a la Humanidad. Y de estos, desde el primero que usó una piedra como herramienta hasta hoy, ha habido unos pocos miles. Bien, pues a nivel individual ocurre algo análogo.

Aunque todavía no lo parezca, esta parrafada no es más que para introducir con detalle lo imbécil que puedo llegar a ser cuando me lo propongo; veamos por qué.

Desde hace unos tres años y medio que vivo en lo que empiezo a considerar mi casa, un pequeño zulo de una habitación y media con un estudio-salón-comedor-cocina muy apañao. El lavabo –que no baño– tiene una ducha que me permite ducharme siempre que no separe los codos del cuerpo, y cuando me pongo el desodorante tengo que abrir primero la puerta para poder estirar el brazo. Lo bueno –y malo– es que es un ático con una pequeña terraza, cuya vista me permite vivir con cierta engañosa sensación de amplitud. Sigamos. Esta terraza tiene una especie de cerramiento de carpintería de aluminio, feo de cojones pero práctico, con un pequeño tejadillo junto a la pared, también de aluminio. El problema es que este tejadillo, cuando hace mucho viento, vibra con un zumbido que va desde el lamento desesperado hasta el aullido feroz. Y en mi casa suele hacer mucho viento. Y este zumbido-lamento-aullido me ha despertado –a mí y supongo que a algún vecino– muchas madrugadas; anoche sin ir más lejos.

Bien, pues hoy, tras tres años y medio de personal uniforme limo que se mueve pero no avanza, he tenido tres segundos de lucidez. Tres segundos en los que una neurona ha decidido arrastrarse pese al hastío hasta conectar con otra, produciendo la chispa adecuada. Así que he llegado a casa con la intención de resolverlo y con alguna idea en mente. He cogido mi surtida caja de herramientas nuevas y relucientes, y armado con un martillo y dos cuñas de madera he salido a la ululante terraza. Subido a una silla he estado observando la zona crítica, presionando aquí y allá, hasta que he caído en la cuenta de que no era el tejadillo de chapa, sino un cristal mal encajado en su encuadre lo que vibraba con el viento. He colocado las dos cuñas entre el cristal de marras y el marco de aluminio, un par de golpecitos con el martillo y ¡tachán! Ya no zumba. Tres años, seis meses y tres segundos después de comprar el piso, mi terraza ya no zumba durante las noches de ventisca. Y esto, que debería abrumarme de vergüenza, me colma de orgullo, porque con mis tres segundos de lucidez he conseguido un avance… Vale, que a la Humanidad –así en mayúsculas– le trae al pairo, pero para mi pequeña humanidad ha sido algo grande, muy grande.


(sugerencia de consumo)
El tonto Simón (mi alter ego) de Radio Futura

Incendiario

Como un incendio incontrolado avivado por un vendaval, así era Otis Redding sobre el escenario. Puro nervio, fuerza y energía a presión liberada de golpe, brotando a borbotones. Ya había creado un puñado de clásicos del soul y versionado con su personal estilo otras tantas cuando, a los 26 años, este rudo gigante del sur compuso la primera, y a la postre única, canción que llegó al número uno: (Sittin' on) the dock of the bay. Pero un accidente de aviación, hoy hace 40 años, le impidió verla en lo más alto de las listas.

Ya me perdonará, pero a mí, donde esté un Otis Redding, que se quite James Brown. Con todos mis respetos y admiración por el Padrino, eso sí.


(sugerencia de consumo)
Otis Redding versionando el Satisfaction de los Stones

Más sobre el aniversario, aquí

Será el viento

Que dicen enloquece a las personas. Será el continuo y monótono ulular; el ruido de una maceta rodando en alguna terraza; el rugido de una ráfaga irrumpiendo en tromba por el patio de luces. Puede que sea todo eso, no lo sé. Pero la cuestión es que aquí estoy, con el tic tac del reloj enquistado en mi cabeza mientras veo las manecillas avanzar inexorables hacia la hora en que sonará el despertador.

Ojo, de Escher"Eye" (1946) de M.C. Escher

domingo, 9 de diciembre de 2007

Lo que sirve para hacer fiesta

Hace unos días, poco antes de esta orgía festiva que muchos españoles aprovechan para matarse en la carretera, leí una noticia un tanto desalentadora. A la pregunta de qué era la Constitución, en una clase con niños y niñas de 8 y 9 años se recogieron las siguientes respuestas:
"La Constitución es una cosa que se hace puente".
"Es una fiesta de la Iglesia".
"Es lo que se junta con la virgen y hacemos puente".

Como deduzco que estos críos deben tener un conocimiento parecido del significado de la Navidad, y antes de que sus padres –pobres niños– les expliquen cuentos de angelitos con trompetas, mesías proféticos y alumbramientos virginales rodeados de pastorcillos, he creído oportuno que lo mejor es que vayan teniendo claro por lo menos esto. O, dicho de otro modo, que no os creáis nada de lo que os dicen, sobretodo lo de los reyes magos. Todo es cuestionable.


(sugerencia de consumo)
Carl Sagan sobre la necesidad de un dios.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Milagro

En el autobús una mujer está tosiendo. Debe llevar un buen rato, porque la gente empieza a percatarse y se gira hacia ella, con una mezcla entre curiosidad y compasión. Si estuviera en marcha, quizás habría pasado más inadvertida, pero es la parada de origen y todavía faltan unos minutos para salir. El ataque de tos no hace más que acentuarse. Es una tos seca, compulsiva. De ese tipo que cuando uno tose, un picor agudo le sube por la garganta obligándolo a toser de nuevo. Y así una y otra vez. Es una mujer mayor, una anciana ya. Luce una permanente de un color gris violeta cuyos rizos se agitan igual que muelles a cada sacudida. Sentando junto a ella, su marido asiste impasible al ataque con la mirada fija al frente, sin inmutarse.

–Espero que si se muere nos dejen bajar del autobús –dice un tipo joven, sentado dos filas más atrás.
–Coño, espero que no se muera –replica su acompañante, para apostillar acto seguido–. Por lo menos hasta que lleguemos a casa.

Su marido empieza a moverse incómodo en su asiento. Ser el centro de atención de todos los pasajeros le resulta embarazoso.

–No se apuren –acierta a balbucear con voz temblorosa–. Le pasa lo mismo cada vez que se excita, y el conductor le ha recordado a Machín.

Una mujer, sentada unos asientos más adelante, también mayor aunque no tanto, se levanta sujetando el bolso junto a su pecho, y mientras con una mano busca algo en su interior, avanza hacia la anciana del pelo violeta. Se detiene frente a ella y muestra obsequiosa una cajita.

–¿Quiere una pastilla juanola? Van muy bien para estos casos. El otro día, en la consulta del médico, me dio un ataque parecido y menos mal que llevaba las juanolas en el bolso, porque me puse roja como un tomate y pensaba que me iba a ahogar. Siempre que mi hija baja a la farmacia le pido que me suba juanolas, que lo bien que van para la tos. Porque yo tengo mucha tos ¿sabe? Por eso siempre tengo unas juanolas en el bolso…

La cháchara acaba desvaneciéndose entre unas toses cada vez más preocupantes. Si escupiera los pulmones, nadie en el autobús se sorprendería.

–Sí, gracias –se escucha en un hilillo de voz apenas audible.

Segundos después, como por arte de magia, la tos ha desaparecido. El autobús todavía no ha arrancado y la anciana milagrosamente recuperada se levanta para dirigirse hacia el asiento de la amable señora de las juanolas.

–Tengo la necesidad de darle un beso –afirma convencida. Le estampa dos besos y de regreso a su asiento continúa agradeciendo–. Muchas gracias, señora. Muchísimas gracias. Esto es lo que deberíamos hacer siempre todos. Ayudarnos los unos a los otros en los momentos de necesidad. Muchísimas gracias.
–Es que las juanola son milagrosas, ya ve –dice la señora de las susodichas.
–No lo sabe usted bien, lo milagrosas que son –apunta el marido–. Hacía más de siete años que no podía andar, así que ya me dirá.

Y la señora de las juanolas, la boca abierta, mira el interior de su bolso, lo cierra prudentemente con la cremallera y apretándolo con fuerza contra su pecho, clava su mirada desconfiada en ese señor que no sabe si habla en serio o le está tomando el pelo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Otra vuelta de tuerca

Estaba googleando en busca de ahora no recuerdo exactamente qué, pero debido a mi afición algo perversa por la carne, he acabado mirando fotografía erótica. Vaya, lo que todos hacemos y negamos con énfasis cuando nos lo preguntan. Y así navegando entre culos, pechos y entrepiernas más o menos frondosas he tropezado con las fotografías de Michael Lawson. Hace unos días que mostraba por aquí la influencia de Manet en la obra de Nadav Kander, y hoy es Vermeer y los pintores flamencos los que tienen su hueco.

Fotografía de Michael Lawson

Fotografía de Michael Lawson

La pretensión de esta fotografía es imaginar una posible escena, horas después del cuadro "Una joven y dos caballeros" de Johannes Vermeer. En el cuadro se ve cómo los caballeros están dando de beber a la joven, que ya se ve algo contentilla, sin duda con intenciones poco honestas. En la fotografía, la chica sigue todavía bebiendo, pero ya está con el camisón puesto y junto a ella, en el suelo, se puede ver una palmatoria. En el espejo que sujeta con su mano derecha, observamos el rostro del caballero del cuadro que le ofrecía la copa de vino. Junto a la palmatoria, reposa una reproducción de "La alcahueta", del también flamenco, aunque con una gran influencia de Caravaggio, Dirck van Baburen.

Y es que hay que ver lo que se aprende con perversiones inocentes como esta.

'Una joven y dos caballeros'(1660) de Johannes Vermeer

"Una joven y dos caballeros" (1660) de Johannes Vermeer

'La alcahueta'(1622) de Dirck van Baburen

"La alcahueta" (1622) de Dirck van Baburen

jueves, 29 de noviembre de 2007

Y la otra

El corazón loco de Bebo Valdés y Diego "El Cigala". Vaya par de monstruos. ¡Qué barbaridad, cuanto talento junto!

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Parecidos razonables

Olympia según Nadav Kander

Olympia según Nadav Kander

Y yo me pregunto... ¿Esto qué sería? ¿Un homenaje, una influencia, un plagio? ¿O sería un pedante "mira cuanto sé sobre arte del S.XIX"? ¿O quizás un guiño a los pedantes como yo, para que henchidos de pueril orgullo puedan exclamar "¡eh, que esto es de Manet!"?

Olympia, de Manet

Olympia (1863), de Édouard Manet

martes, 27 de noviembre de 2007

Dazed and Confused

Uno de los temas clásicos de Led Zeppelin, de aquellos que desde sus inicios se esperaba que sonara en sus conciertos, fue Dazed and Confused, una composición original de un cantante folk de nombre Jack Holmes que Jimmy Page se encargó de versionar. Pero este tema fue originalmente versionado para The Yardbirds, su anterior grupo, que era una especie de franquicia de EMI por la que también habían pasado Eric Clapton y Jeff Beck. Pero cuando en 1968 decidió crear su propio grupo, debido al poco tiempo del que dispusieron para preparar el repertorio, ya que de inmediato se fueron de gira por Escandinavia, incorporó esta junto con un puñado de versiones de estándars del blues de Willie Dixon y alguna composición propia.

Dazed and Confused en la versión de The Yarbirds


Todas estas canciones formaron el primer LP de Led Zeppelin, en cuyos créditos no figura Robert Plant junto con el resto de miembros de la banda, aunque también participó de forma activa en su composición. Eso era algo relativamente habitual en esos años, en que los grupos se formaban y desaparecían y con mucha frecuencia había colaboraciones de unos con otros. La cuestión es que Plant, por esas fechas tenía un contrato con otra compañía discográfica, pero en el segundo LP, grabado pocos meses después en plena gira, ya aparecían los cuatro.

Escuchando las dos versiones, la primera de Yardbirds y la posterior de Led Zeppelin, a uno no le cabe ninguna duda de que Dazed and Confused es un tema para que lo cante Robert Plant.

Dazed and Confused en la versión de Led Zeppelin

lunes, 26 de noviembre de 2007

Siempre nos quedará París

afiche Casablanca

Hoy cumple 65 años, la edad de la jubilación. Pero no se puede retirar porque todavía, tras todos estos años, no hemos aprendido a escribir guiones como este, llenos de diálogos ingeniosos. No deja de tener algo de milagroso que una película concebida justo después de Pearl Harbour y por tanto pensada básicamente como propaganda bélica, con un guión que pasó por tres manos y que se fue reescribiendo durante la filmación, acabara por convertirse en el gran clásico entre los clásicos del cine y, más que en una película sobre la guerra, en una historia de amor imposible con un fondo de decorado bélico y patriótico. Todo un icono, vaya.

RENAULT: Pero, ¿por qué demonios vino a Casablanca?
RICK: Mi salud. Vine a Casablanca a tomar las aguas
RENAULT: ¿Las aguas? ¿Qué aguas? ¿Las del desierto?
RICK: Bueno, me informaron mal.

Y porque por mucho que pasen los años, la Bergman seguirá tan guapa como el primer día. Y Bogart... bueno, Bogart seguirá siendo Bogart aún con la ley antitabaco.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Consumo

En mi barrio ya han encendido las luces de Navidad. Hará cosa de un mes que, ante mi asombro, empezaron a instalarlas. Faltaban casi dos meses para Navidad, pero es que ahora falta un mes y ya están invitando a que compremos de forma compulsiva. Porque resulta que hay un estudio –los hay para cualquier cosa– según el cual estas luces nos impulsan a comprar más. Y yo, la verdad, es que ya no sé qué comprar. Cada año tengo el mismo problema. Hoy en día, cuando alguien necesita algo, se lo compra, conque llegan estas fechas y lo único que puedo comprar son cosas que la gente no necesita. O eso o fungibles, que es lo que ando regalando últimamente, sobretodo a mis padres. Un año un jamón, al otro unos vinos, el anterior unas entradas para el teatro.

Otra cuestión es lo poco que duran hoy en día las cosas. Bien mirado, casi todo lo que se vende es fungible, pero por su mala calidad. Me explicaron que se imparten másters de calidad en los que a uno le enseñan cómo producir bienes de consumo que no duren más allá del periodo de garantía: obsolescencia programada le llaman. Bonito eufemismo. A ningún fabricante le interesa ya el “para toda la vida”. Antes sí, pero ahora es mucho más barato producir mala calidad, y si se rompe antes de tiempo, es decir, antes del periodo de garantía, te lo cambian por otro nuevo. Nada de arreglar, que eso es caro.

Mis padres tienen la misma batidora y el mismo exprimidor desde que se casaron, hace casi 40 años. Concretamente el exprimidor es un prodigio de más de dos kilos de peso que podría exprimir un coco con cáscara y todo. Se ha estropeado una vez, pero mi padre, que es un manitas, le cambió el motor. La primera tele les duró más de 15 años, y se cambió porque no tenía mando a distancia. La segunda apenas 6 ó 7 y esta última ya ha empezado a fallar con apenas 3 años. De acuerdo que ahora es todo mucho más barato y que por 15€ tienes una batidora, pero cabe preguntarse si realmente nos sale más barato porque ¿cuántas batidoras me compraré en 40 años? De momento llevo 3 en menos de diez.

En fin, que ya está aquí la Navidad. Y como cada año, acabaré comprando cosas seguramente innecesarias y gastando más dinero del razonable. Del comer más de lo necesario mejor ni hablar.

viernes, 23 de noviembre de 2007

16 años ya...

... y me parece que fue ayer que se nos fue.


(sugerencia de consumo)
Queen en el Live Aid, en 1985

La inmortalidad

La esclerosis múltiple que le detectaron cuando todavía no había cumplido los treinta, se la llevó a los cuarenta y dos –hace veinte años, en lo que debería haber sido la cumbre de su carrera como violoncelista. Pero para los que nos quedamos, egoístas como somos en la búsqueda del placer de lo sublime, nos dejó algunas de sus piezas. Como este "Concierto para Cello" de Edward Elgar, en la magistral interpretación –era su pieza de Jacqueline Du Pré. Dirige Daniel Barenboim, su marido, ahí es ná.


(sugerencia de consumo)

El
Concierto para Cello (1er movimiento) de Elgar, por Jacqueline Du Pré



Concierto para Cello (2º movimiento) de Elgar
Concierto para Cello (3er movimiento) de Elgar
Concierto para Cello (4º movimiento) de Elgar (parte 1)
Concierto para Cello (4º movimiento) de Elgar (parte 2)

jueves, 22 de noviembre de 2007

No Logo

He ido al Lidl a por mi ración de vino findesemanal a precios acordes con mis maltrechas finanzas. Mientras espero en la cola de la única caja abierta, contemplo absorto cómo un tipo está pasando a su carro de la compra el contenido de dos carros desbordantes. No es el típico carrito de la compra al uso, en absoluto. Es un carro de la compra de proporciones titánicas, lo más descomunal que he visto jamás en cuanto a carros de la compra se refiere. Es parecido a uno de esos sacos para escombros que suelen colocar frente a las obras, pero con cuatro ruedas, una cremallera para cerrarlo por arriba y una asa para tirar de él. Bien puesto, mi piso cabría dentro.

Ya han bajado a la mitad las persianas del local y justo cuando estoy pagando, el tipo en cuestión, muy amablemente le pide a la cajera si puede devolver unos productos que no le caben en el carro-saco-con ruedas: un par de botes de jabón y algo que no logro identificar de un color morado. La chica se lo queda mirando, algo confundida.

–Son apenas cuatro euros –insiste él.
–No le cabe…pero si quiere puede coger una bolsa.
–Oh, no. No puedo.
–Bueno, si es por los tres céntimos, no se preocupe que se la doy.
–No es eso. Odio la publicidad. No me gustan vuestras bolsas publicitarias.

En este punto del diálogo, a la cajera ya se le ha descolgado la mandíbula inferior, paralizada con mi cambio todavía en su mano, mientras él sigue firme frente a su contenedor con ruedas. Y a mí, no he podido evitarlo, me ha dado por reír. Sobretodo cuando él se ha dado la vuelta para mostrarme un enorme logo de Adidas en la espalda de su anorak.

–Si tienes una bolsa Louis Vuitton seguro que le gusta la publicidad –le he soltado a la cajera. Pero parece que a él no le ha hecho mucha gracia mi ingenio y ha continuado ahí plantado mientras me miraba con desdén.
–Tendrá que esperar un momento, que ahora llamo a la encargada.
–No hay problema, espero –ha respondido mientras yo pasaba junto a él con mi mejor sonrisa torcida en los labios.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Si no te mueves, te pondrás gordo

O por lo menos, eso es lo que dicen en la nueva campaña publicitaria del Comité Olímpico Alemán. Y lo hacen justo ahora que se acerca Navidad y los comercios ya llevan días exibiendo tentadores surtidos de turrones, polvorones, mantecados, mazapanes, hojaldres, etc.

El David de Miguel Ángel tras unos siglos sin moverse

Visto en Llámame Lola

Días de Cine

Aprovechen la pausa para revisar su agenda de amigos; encontrarán que han malgastado su preciado tiempo y paciencia en conocer a un montón de ineptos. No se corten, cojan un boli y táchenlos.

Antonio Gasset (presentador de Días de Cine)

martes, 20 de noviembre de 2007

Antenas

Nunca rechazo una invitación para comer, y mucho menos cuando estoy en números rojos desde el día catorce. Por eso, un cuarto de hora después de recibir la llamada, estábamos los dos dando buena cuenta de nuestro plato de arroz a la cubana. Ella me estaba contando lo decepcionantes que pueden ser a veces las personas a tu alrededor cuando, sin previo aviso, ha emitido un grito apagado y con una agilidad digna de encomio sobretodo en alguien que calza zapatos de tacón, ha saltado hacia atrás pasando limpiamente el respaldo de la silla para caer con majestuoso porte al otro lado. Ríete tú del Fosbury y la Comaneci. Me la he quedado mirando, entre sorprendido y admirado, mientras ella fijaba la vista en un punto sobre la mesa con el rostro desencajado de terror. Ha sido entonces cuando he caído en la cuenta de que junto a su tenedor había una hermosa y simpática cucaracha tanteando con las antenas. Sin decir una sola palabra, se ha dirigido corriendo hacia la cocina para dar aviso del inesperado invitado, momento que ha aprovechado esta, que no tenía ni una antena de tonta, para subir por el tenedor que hacía de puente colgante camino del apetecible plato de arroz. Yo he bebido un trago de vino y he seguido comiendo, que esto frío no vale nada.

El camarero no ha tardado ni un minuto en venir a la mesa y recoger el plato con la derecha, mientras que con la izquierda atrapaba a la pobre cucaracha entre los dedos índice, corazón y pulgar, que no ha llegado a saborear ni siquiera el tomate que había en el borde del plato. Ya más calmada, mi amiga se ha sentado de nuevo a la mesa y en poco tiempo tenía otro plato. Ningún comensal vecino ha parecido darse cuenta de lo que había ocurrido. Al final nos han invitado a los cafés. Y eso que no hemos montado ningún escándalo, lo que me ha recordado esa escena de “Víctor o Victoria” en la que, para evitar la cuenta del restaurante, llevan una cucaracha en una cajita. El plan es soltarla sobre la mesa cuando ya estén saciados, montar un buen escándalo y largarse sin pagar. Habida cuenta de mi situación financiera, ahora me jode no haberlo recordado antes. Me habría guardado la cucaracha para otra ocasión.

Porteras

Por norma general, y sobretodo entre semana, no suelo despertarme en el momento de levantarme. Lo que para algunos es un binomio inseparable, en mi caso no va parejo, sino que el despertar es algo que ocurre unas horas después de haberme levantado, mientras desayuno en el bar. Y en este estado de somnolencia, mientras me comía un bocadillo de queso manchego entre sorbos de café con leche, me he descubierto observando embobado la tele del bar, siempre encendida y siempre sin sonido. Estaban echando uno de esos programas matutinos en los que aparecen una serie de personajes contando chismes de otros. Hablando de lo que ignoran; sustentando sus argumentos en rumores que lo más probable habrán salido de otros programas parecidos. Me desconcierta que existan este tipo de programas. Me inquieta que haya gente que los vea. Pero sobretodo me sorprende, a la vez que repugna, que algunos vivan de esto; que estén a sueldo de alguien sólo para cotillear por la tele. Sí, ya me sé la película. Estos programas se emiten porque tienen audiencia. Como la gente los ve, las empresas anuncian sus productos y con ese dinero se paga a los chismosos catódicos. Más tarde, la empresa anunciadora repercute en los precios el coste de la publicidad, conque al final somos nosotros los que, al comprar eso que sale por la tele, mantenemos engrasada la máquina. A saber qué porcentaje del precio representan estos costes que –la vida está cada vez más cara– sólo es gasto baldío.

Hace años, en casi todas las escaleras había una portera. Solía agazaparse en la penumbra del portal, armada con una escoba, a la espera de cualquier víctima que quisiera –o no– escuchar sus chismes. Los programas de cotilleos no existían ni en la tele ni en la radio, que para eso estaban las porteras. Tenían su función, como también la tenían el cartero y el butanero. Con el tiempo –la vida está cada vez más cara– estos cotidianos personajes fueron desapareciendo. Una vez a la semana viene alguien a limpiar la escalera, mientras que su función social ha sido sustituida por la caja tonta. Pero qué queréis que os diga, yo prefiero la portera. Porque los cotilleos, qué duda cabe, eran más próximos y alguno hasta podía despertar mi curiosidad. Pero es que, además, ella te daba recetas para el arroz con leche, sabía remedios infalibles para curar los sabañones y sobretodo, mantenía la escalera constantemente limpia, mientras que los de la tele lo único que hacen es esparcir mierda.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Gatos en el cementerio

Picores felinos

Se dice que el gato es un animal arisco, aunque yo más bien pienso que, en realidad, es un gran amante de la tranquilidad. En cierta forma lo entiendo; me identifico con él. No le gustan los ruidos y en cuanto a la gente, cuanto más silenciosa, mejor. Por eso hay tantos gatos en los cementerios, porque allí ya no les molestamos.

Peluche

jueves, 15 de noviembre de 2007

Vuelve a casa por Navidad

Pero no en tren. O por lo menos, no con la RENFE. Porque esta compañía, o ministerio o vaya usted a saber qué, pero sin duda monopolio del estado, en su encomiable afán por dar servicio a sus clientes –¿o debería decir contribuyentes?– todavía no se ha dignado a planificar y publicar los horarios de trenes para esas fechas. Y uno va a consultar su web y puede acabar idiota perdido, porque cuando busca un tren para el 29 de diciembre, por ejemplo, sencillamente no sale nada. Ni un solo resultado. Como si de Madrid a Zaragoza o de Sevilla a Córdoba hubieran arrancado las vías. No se van a molestar avisando al sufrido cliente “mira, pasa que estamos tan atareados erosionándonos los cojones de tanto rascarlos, que todavía no hemos publicado los horarios para esta fecha”. No, para qué. Y uno se queda ante esa pantalla en blanco pensando si será tan imbécil que no habrá seleccionado bien las ciudades de origen y destino. Y con infinita paciencia, vuelve a intentarlo y el resultado es el mismo vacío anterior. Entonces le da por pensar que quizás no hay AVE y busca el Express, que debe su nombre a las cafeteras que encabezan el convoy. Pero el resultado sigue siendo la misma pantalla en blanco.

Vaya, que una vez más, y no sólo en las Cercanías de Barcelona, la RENFE es un cuello de botella. Pero un cuello tapado todavía con el corcho. Porque puedes reservar un hotel, un vuelo, un coche o lo que sea. Incluso puedes hacer una reserva para el 29 de diciembre en el restaurante Casa Pepe Comidas. Pero en la RENFE, no.

Así que si quieres ir a casa por Navidad, mejor ve en coche, en autobús o andando.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Finanzas de café

A esa hora de la tarde, ahora que anochece temprano y el jardín exterior se vuelve desapacible, la mayoría de los socios charlan o toman sus consumiciones en el interior de la cafetería. Sin embargo, todavía queda alguna mesa ocupada en el jardín. Junto a mí, tres hombres de mediana edad, con el aspecto sobrio y confiado que otorga una cartera abultada a los hombres de negocios, charlan animosamente. Mientras fumo distraídamente, su conversación va captando mi atención. Uno habla de inversiones ventajosas, mientras otro atiende, asiente y de vez en cuando pide alguna aclaración o cifra concreta. Está hablando de divisas y en concreto de la ventajosa paridad del euro respecto al dólar. El otro, el tercer hombre, sigue la conversación con una sonrisa torcida colgando de los labios. No interviene si no es para apuntar algún sarcasmo y se nota que disfruta pillando en falso al primero. “Ya verás, si al final resultará que nos saldrá a cuenta jubilarnos en Nueva York" suelta esperando la reacción del otro, siempre a la defensiva, que afirma con cierto titubeo que el dólar bajará hasta uno sesenta o sesenta y dos por euro. Ese será el momento de comprar, porque después volverá a subir hasta uno treinta dólares por euro.

La conversación sigue unos minutos más. Ya he terminado mi primer cigarrillo, pero he encendido otro para seguir escuchando sin que parezca muy evidente. No es que tenga intención de invertir. De hecho, no puedo invertir un excedente del que carezco, pero me interesan sus reacciones. De repente, el primero mira su reloj y se levanta algo apurado; se disculpa amistosamente y después de estrecharse las manos y algunas fórmulas de cortesía, coge su maletín de piel y se va. Los dos permanecen en silencio un rato, hasta que el tercer hombre interviene. “No le hagas ni caso” le dice, para añadir con aire condescendiente. “Este ni tiene ni tendrá nunca dinero, te lo digo yo”. “¿Por qué lo dices?” pregunta el segundo. “Fíjate, los hombres que manejan dinero, los que de verdad tienen y ganan grandes cantidades de dinero, sólo leen prensa generalista, nunca estos periodicuchos de color salmón”. Se queda un rato en silencio, como esperando que sus palabras se asienten y dejen la impresión esperada en su interlocutor. “Estos periódicos publican noticias para los pequeños y medianos inversores, por eso son noticias sin ningún valor. En el momento que aparecen en el papel salmón ya están anticuadas. Los grandes capitales ya han movido ficha unos días antes, con la información fresca. Se publican para que los peces chicos muevan sus ahorros en beneficio de los grandes. Porque, no te olvides de un detalle. En la bolsa, como en la vida, para que uno gane mucho, muchos tienen que perder algo”.

Apago la colilla que ya me quema los dedos y me levanto, que la conversación me ha entretenido y ya llego tarde, como siempre. Por el camino pienso en lo afortunado que soy –quien no se consuela es porque no quiere–. No tengo ni un euro para perder en bolsa, ni la ambición necesaria para hacerlo. When you got nothing, you got nothing to lose que cantaba el judío aquel
. El dinero se quema en mis manos. Si acaso tengo alguna riqueza, es de esas que no se pueden perder, sólo compartir. Y al revés de lo que ocurre con el dinero, esta riqueza cuando es compartida se multiplica en lugar de dividirse. En fin, que hoy es lunes. Nos queda toda una semana por delante, ya lo sé, pero sin duda que esta música nos animará un poco hasta el domingo.


(sugerencia de consumo)
un bellísimo Sunday Smile de Beirut


Descubierto por cortesía de El Hombre Que Comía Diccionarios

domingo, 11 de noviembre de 2007

el Musical

a la luz de una copa

Es una suerte que uno de tus bares favoritos esté al lado de casa. De acuerdo que hay otros que me gustan más o tienen mayor solera, pero suelen ser más caros y para ir tengo que coger el metro. Porque este no deja de ser un bar de barrio, pero para qué quiero más. Ahí tengo un futbolín con los ceniceros desbordando colillas, el billar con el tapete lleno de manchas de cerveza y una decoración que haría las delicias de Tarantino. Hay fuentes con frutos secos repartidas por todo el local –quien no haya escarbado buscando el último cacahuete que tire la primera piedra–, lo que entre cerveza y gin tonic se agradece. Además me puedo encontrar con mi vecino el mahorí y charlar con él entre tragos y eructos, mientras decidimos dónde tatuarme el timbaler del Bruc. Pero sobretodo suena buena música. Cualquier noche se puede escuchar a AC/DC, Police, Deep Purple, Leño, Cream, Guns & Roses, Tequila o Van Morrison. Teniendo en cuenta la peste de música que suele sonar hoy en día en la mayoría de los bares, esta sería razón más que suficiente para convertirme en un habitual.


(sugerencia de consumo)
AC/DC (con Bon Scott) en directo y su Whole Lotta Rosie

sábado, 10 de noviembre de 2007

como babas en el sofá

Tras el ágape a mí me apetecía salir a pasear un rato para facilitar la digestión, pero ella ha decidido desmoronarse sobre el sofá. Con las constantes vitales bajo mínimos, ha murmurado que en esos momentos es cuando uno echa de menos una tele. Tengo una tele, le he dicho. Vaya, un aparato pequeño que responde a ese nombre. Sin antena, eso sí, pero conectado a un antediluviano cacharro con las siglas VHS en el frontal. He ido a buscar mi colección de –agárrate– videocasetes. Qué cosas más raras guardo...

Cuando era pequeño mi padre activó un resorte; me inoculó la semilla de lo que acabó siendo la porción friky de mi persona. No recuerdo con exactitud el año, pero fue en la segunda mitad de los setenta cuando me llevó a ver “La Guerra de las Galaxias”. En el hall del cine había una reproducción a tamaño natural de R2D2 que se convirtió en el protagonista absoluto de la velada. Un enjambre de niños lo rodeábamos, y cuando alguno tenía la valentía de acercarse lo suficiente, el robot empezaba a moverse y perseguirnos por toda la sala entre risas y gritos de la chiquillada. De la película me quedaron imágenes fragmentadas, pero jamás olvidaré ese R2D2 emitiendo ruiditos mientras se movía de un lado a otro. Es por esa razón que entre las cintas de vídeo estaban, entre otras, la trilogía de George Lucas y la que finalmente ha escogido ella.

Ahora la tengo hecha un gurruño en el sofá. La culpa de este estado de vitalidad marginal, de esta digestión de mil años, la tiene la lasaña de kilo y medio que ha preparado para comer. Buenísima por cierto. Pero ahí está, envuelta en su mantita, viendo las evoluciones de Rick Deckard en su lucha contra los elementos descontrolados de la Tirrell Corporation. Y pienso que todos estos momentos se perderán en el tiempo, como babas en el sofá.


(sugerencia de consumo)
el genial corto George Lucas in Love



Editado a las 20:10

engurruñada en el sofá

Ella engurruñada en el sofá, mientras mira (sueña) a Harrison (Deckard) Ford.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

¡Uh! ¡Uh! ¡Uh!

Perdónalos, Señor, porque ellos no saben lo que hacen. Eso es lo que estaba pensando justo ahora, mientras escucho sus gritos de guerra y los bramidos guturales de los bárbaros pintados de azul que campan a sus anchas por Barcelona. ¿Os acordáis de Braveheart? Pues siguen igual que entonces; no han evolucionado. Han cambiado espadas y garrotes para blandir cervezas y banderas; disputas de clanes por fútbol, pero la desolación a su paso es la misma. Aunque bien es cierto que ellos no tienen la culpa, que no gozaron de los beneficios de una civilización como la de Roma. Por eso siguen con sus costumbres neolíticas de la época de los pictos y su rudo idioma evolucionado a base de hacer de la irregularidad norma.

Pictos en las Ramblas de Barcelona

Pictos en las Ramblas de Barcelona

Imágenes vía el Periódico

martes, 6 de noviembre de 2007

Abandonos

El de la informática es un mundo extraño. La gente llega a él con igual pasión que ansias tiene después por abandonarlo. Supongo que tiene mucho que ver la frustración, que es ese espacio intermedio lleno de amarga hiel que habita entre las expectativas y las realidades. Y en este sector este espacio es muy amplio, demasiado. Sobre todo en este país, donde todavía se ve al informático –qué más da que sea una ingeniería– como a un mecánico de ordenadores. Quizás el problema sea ese, que se llega a la "profesión del futuro" y se sale sin haber alcanzado todavía ese futuro.

Esto viene a colación de un reciente caso de abandono. Uno más, y ya van… unos cuantos. En este caso se trata del que hasta ahora ha sido mi jefe, que deja esto para dedicarse a "otras actividades alejadas del mundo de la informática". Nótese el "alejadas" pues no es baladí. Es de hecho la clave de la cuestión; la gente acaba por querer perder de vista la informática; por desear pasarse al otro lado. Y como decía, no es el primero ni será el último que he conocido. Sin ir más lejos, quien estaba en el puesto que ocupo actualmente, lo dejó todo y se fue a visitar mundo, a pie, en autobús o en tren, durante más de un año. Otro conocido, ingeniero de telecomunicaciones, se puso a estudiar fisioterapia y ahora es feliz dando masajes en un centro de rehabilitación. O aquel otro que ahora sólo usa el ordenador como hoja de cálculo para las cotizaciones de la bolsa. Y también aquella que, tras tener su primer hijo, decidió pagar el traspaso de una frutería en su pueblo.

Es lo mejor, lo más sensato. Los hay que sí que viven la informática con pasión, pero son los menos. Lo más habitual es el tipo eternamente triste, cargado de rencores y agravios que irán macerando hasta el día de su jubilación. Ese día en que descubrirá, ya demasiado tarde, que ha estado perdiendo la vida.

Y yo me pregunto. ¿Qué diablos hago todavía aquí? ¿Por qué no me monto una charcutería, por ejemplo? No lo puedo evitar. Envidio a mi jefe.


(sugerencia de consumo)
Jacques Brel, que le dedicó su Ne me quitte pas a su informático cuando le abandonó.

sábado, 3 de noviembre de 2007

La terra per qui la labora

Anonadado me he quedado al leer la noticia. Y es que parece ser que los guionistas de Hollywood se han declarado en huelga para exigir una mayor tajada en la tarta de los DVD. Mi sorpresa ha sido doble, porque por una parte pensaba que en USA no había huelgas, que eso era muy comunista y ya quedaron escarmentados tras la caza de brujas de McCarthy. Pero por otra, pensaba que esta industria había prescindido de ellos hacía tiempo. Salvo honrosas excepciones –léase Charlie Kaufman y algún que otro indomable–, está claro que el oficio de guionista cotiza a la baja. Basta con una tía jamona –o un tío–, un par de polvos –no explícitos, por favor–, cuatro explosiones y unos chistes malos y efectistas y ya tenemos metraje para vender palomitas.

A mí que me perdonen, pero si los bodrios que nos acostumbran a ofrecer tienen como origen el trabajo de un guionista, por mí se pueden declarar en huelga hasta que el estómago se les pegue a los riñones.

Proud Mary

Era un viejo barco del Mississippi, pero no fue Tom Sawyer quien lo popularizó sino John Fogerty, quien le puso música y con ella pudo navegar más allá de los márgenes de la ribera. Un primo suyo se hizo tristemente famoso una noche, allá en un lejano mayo del 97, cuando se tragó a Jeff Buckley mientras se bañaba cantando Whole Lotta Love. Nunca se lo perdonaremos. Pero sin duda, quien la dotó de fuerza fue la gran-diosa Tina Turner.

Tuve la fortuna de verla en Barcelona hace ya unos cuantos años, en el 90, a sus cincuenta y pico. Desplegó más energía sobre el escenario que la que yo pudiera acumular tras comerme una olla aranesa entera para cuatro personas.


(sugerencia de consumo)
Tina Turner interpretando Proud Mary como un vendaval


Y su particular versión de Whole Lotta Love, todavía con Ike Turner


¿Que por qué? Pues porque sí, porque tengo todos sus discos en vinilo, y hasta que no arregle el tocadiscos tendré una especie de mono por escuchar su manera de cargarme de energía.

Carboncillos

Dolç de Mataró, de bodegas Alta AlellaYo, que soy de cumplir todas las tradiciones con un ingrediente gastronómico varias veces si es menester, no podía obviar, un año más, la vieja costumbre de hacer panellets para Todos los Santos. Sin embargo, en esta ocasión fue un poco distinto. Lo decidí en el último momento y, al contrario que en años anteriores, que nos juntábamos unos cuantos en alguna masía perdida en el monte, lo hice en mi casa. Y me confié. Como (pienso que) domino mi horno, esta vez no estuve observando al otro lado del cristal y no fue hasta que vi una espesa columna de humo que supe que ya tenía lista mi bandeja de carboncillos.

Y pese a todo, testarudo que es uno, me los he ido comiendo. Rascando por aquí, quitando por allá hasta llegar al mazapán más o menos intacto. Menos mal que teníamos castañas, boniatos y, sobretodo y especialmente, uno de esos vinos que le hacen a uno pensar que tantos años de civilización han tenido sentido: Dolç Mataró, de las bodegas Alta Alella. Un tinto dulce hecho con la uva Mataró, autóctona de la zona de Alella, que no deja de sorprenderme. Desde los primeros matices de aceituna negra (esas arrugadas), apenas intuidos, hasta el delicioso sabor final a confitura de higos y moras(1). Ideal para postres contundentes o incluso para acompañar un magret de pato. Una joya de la que siempre dispongo una botella si la ocasión lo merece.


(1) Me trae sin cuidado si la nota de cata no es esta. A mí me sabe tal que así.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Paciencia

Mientras espero el semáforo, veo por el rabillo del ojo que una mujer empujando un cochecito con un bebé se detiene a mi lado. Revoloteando a su alrededor, otro cachorro humano no para de incordiar con un martillo de esos de plástico de vivos colores que al golpearlo emite estridentes bocinazos. Simpático regalo del abuelo, seguro. Lo golpea contra una farola mec mec, contra el semáforo mec mec, en la cabeza de su hermanito mec mec, contra el suelo mec mec… Su madre ni se inmuta. Supongo que algún mecanismo de defensa contra la demencia le permite abstraerse, pero a mí su actitud impasible me irrita todavía más. El niñato sigue golpeando todo cuanto encuentra a su paso mec mec mec mec, y en mi cabeza se forma una escena en la que agarro al crío y lo uso de ariete para derribar la puerta del quiosco a cabezazos. La luz verde me ha rescatado, a la vez que me liberaba de convertirme en un nuevo Herodes.

Pero ha resultado que eran los vecinos del segundo segunda, dos pisos más abajo. Y dos pisos más arriba he continuado escuchando el maldito mec mec mec mec mec hasta que un bofetón de su madre ha puesto el esperado epílogo al concierto. Justo cuando me levantaba para ovacionar su sabia decisión, el agredido se ha puesto a llorar como sólo los cachorros humanos saben hacerlo y mi aplauso se ha desvanecido entre berridos, gritos, portazos e insultos a su santa madre. Me he vuelo a sentar abatido y maldiciendo no haber llevado a cabo mi escena onírica del ariete.

Cada día tengo más claro que, entre los supuestos legales, en algunos casos debería permitirse el aborto post parto.

martes, 30 de octubre de 2007

Sexo seguro

Todas las precauciones son pocas en cuestiones de sexo. Sobretodo cuando a uno le da por practicarlo en Chernobyl.

Sexo seguro

Visto en English Russia.

lunes, 29 de octubre de 2007

El paraíso de la jodienda

Por ejemplo, la muchacha del piso de arriba... solía bajar a veces, cuando mi mujer estaba dando un recital, para cuidar de la niña. Era una bobalicona tan evidente, que al principio no le presté la menor atención. Pero también tenía un coño, como las demás, una especie de personal coño impersonal del que tenía conciencia inconscientemente. Cuanto más frecuentemente bajaba, más conciencia tomaba a su modo inconsciente. Una noche, estando ella en el baño, después de que hubiera permanecido en él un rato sospechosamente largo, me dio en qué pensar. Decidí espiar por el ojo de la cerradura y ver por mí mismo qué pasaba. Mira por dónde, estaba delante del espejo acariciándose la almejita. Casi hablándole, estaba. Me excité tanto, que no supe qué hacer. Volví al salón, apagué la luz, y me tumbé en el sofá a esperar a que saliera. Mientras estaba tendido, seguía viendo aquel peludo coño suyo y los dedos que parecían rasguear sobre él. Me abrí la bragueta para permitir al canario estremecerse al fresco y a oscuras, intenté hipnotizarla desde el sofá, o, al menos, intenté dejar que mi canario la hipnotizara. «Ven aquí, zorra», decía una y otra vez para mis adentros, «ven aquí y úntame ese coño encima». Debió de captar el mensaje inmediatamente, pues en un santiamén ya había abierto la puerta y estaba buscando a tientas el sofá en la oscuridad. No dije ni palabra, ni hice el menor movimiento. Me limité a mantener la mente fija en su coño moviéndose silenciosamente en la oscuridad como un cangrejo. Por fin, llegó ante el sofá y allí se quedó de pie. Tampoco ella dijo ni palabra. Se limitó a permanecer allí de pie en silencio, y, cuando le deslicé la mano por las piernas, movió ligeramente un pie para abrirlas un poco más. Creo que en toda mi vida he puesto las manos sobre unas piernas más jugosas. Era como engrudo corriéndole piernas abajo, y, si hubiera tenido carteles a mano, habría podido pegar una docena o más. Unos momentos después, con la misma naturalidad que una vaca que baja la cabeza para pastar, se inclinó y se la metió en la boca. Yo tenía nada menos que cuatro dedos dentro de ella, con los que la estimulaba hasta hacer espuma. Tenía la boca llena hasta rebosar y el jugo le corría piernas abajo. Como digo, no pronunciamos ni palabra. Éramos un par de maníacos mudos trabajando sin parar en la oscuridad como sepultureros. Era un paraíso del follaje y yo lo sabía, y estaba dispuesto a joder hasta perder el juicio, si fuera necesario. Probablemente fuese la mujer con la que mejores polvos he echado en mi vida. No abrió el pico ni una sola vez: ni aquella noche, ni la siguiente, ni ninguna.

Trópico de Capricornio
Henry Miller

Henry Miller en muy buena compañía


No sé en boca de quién escuché que las grandes obras se habían escrito en los burdeles. Sin duda que las de Henry Miller tuvieron ese honor. Lo que me cuesta comprender es cómo, después de tanto folleteo con esa ingente pléyade de mujeres –además de la suya–, tenía tiempo y energías para sentarse a escribir ni que fuera su nombre. No es que ponga en duda sus proezas –si fue grande con la pluma, también pudo haberlo sido con el pincel–, es que empiezo a comprender por qué se le considera un fuera de serie.

On the rocks

El otro día, mientras me tomaba mi Tom Collins en el Boadas, lo pensaba. ¿Cómo se tomaban los cubatas, dry martinis (mezclado, no agitado) y demás en el S.XIX? ¿Del tiempo? En esa época no había neveras en las casas ni en los bares, conque ya me dirás tú cómo hacían los cubitos. Pues no, porque resulta que desde el S.XVI más o menos, hasta principios del XX, hubo una actividad económica que aportó a la civilización –ya sabéis, la civilización comienza con la destilación- su granito de arena: los fabricantes y recolectores de hielo.

Coñas a parte, había visto que en algunas ciudades medievales, en el subsuelo, construyeron galerías para almacenar el hielo. Pero para que eso fuera posible, tenían que estar en lugares donde hace mucho frío, por lo menos en invierno. Durante el resto del año se podía guardar más o menos bien bajo tierra, pero en algún momento tendría que helar para que se formara. Esta circunstancia no se daba en Barcelona ni en ningún lugar del arco mediterráneo, y pese a todo consumían hielo. Desde las lonjas de pescado hasta los mataderos de las grandes ciudades. Desde las heladerías hasta algunas terapias que tenían el hielo como fuente de virtudes curativas, todas tenían necesidad de él.

Aquí, en la Cataluña mediterránea, la principal fábrica de hielo estuvo en el Montseny, un macizo montañoso junto al mar que se eleva por encima de los mil quinientos metros. En él se construyeron pozos de nieve y de hielo para su posterior venta. Los primeros están ubicados en la cara norte y servían para acumular la nieve caída durante el invierno y protegerla del sol y los vientos cálidos. Los segundos, cubiertos, se construían junto a los cursos de agua y su finalidad era que esa agua se mantuviera helada durante todo el año.

Pozo de nieve en el Montseny Pozo de nieve en el Montseny


Este fin de semana vimos uno de los primeros; un pozo de nieve situado a unos mil trescientos metros sobre el nivel del mar. Lo que no sé es cómo lo transportaban después. Pero está documentado que el hielo producido aquí se vendía en Barcelona, Valencia e incluso se llevaba a Italia.

sábado, 27 de octubre de 2007

Ha vuelto

Rectificar es de sabios, o como dice don Gregorio, de ignorantes con sentido de la vergüenza. Pero, por una razón u otra, creo que mis dudas respecto a su talento para volver a escribir buenas letras lejos de la influencia de las drogas deben ser corregidas y mis críticas matizadas. Porque, las cosas como son, el señor Calamaro nos ha regalado un nuevo disco cojonudo. De acuerdo que no es tan bueno como “Alta suciedad” o el doble “Honestidad brutal”, pero es que tampoco tiene nada que ver con ellos. Mientras que esos, sobretodo el segundo, eran un doloroso lamento y una oda al desamor, “La lengua popular” es un canto a la alegría de vivir, algo desconcertante e impensable hace unos años en Calamaro. Pero en algo se tiene que notar en sus letras su boda y el nacimiento de su hijo, digo yo.

En esta nueva entrega podemos encontrar desde el rock alternativo de “Los chicos” hasta la cumbia en “La espuma de las orillas”, pasando por las preciosas baladas “Cada una de tus cosas” y "De orgullo y de miedo", las geniales “Carnaval de Brasil” y “Soy tuyo”, o la irónica –parece que nos leyera– “Sexy y barrigón”. Y por si eso fuera poco, la presentación impecable del disco, diseñado y decorado por el gran Liniers, que de tan bonito que es, no quise ir a la presentación para que me lo firmara –ensuciara– el propio autor.

'La lengua popular' de Calamaro según Liniers

Si algo se le puede reprochar a este nuevo disco es que sea demasiado corto. Acostumbrado a sus dobles y quíntuples saltos mortales, este me supo a poco.


(sugerencia de consumo)
el Carnaval de Brasil del recuperado Andrés Calamaro

Alti-bajos

Bonitas piernasNo soy ni alto ni bajo, sino todo lo contrario. Vaya, que según las estadísticas –esa disciplina que afirma que las mujeres españolas tienen 1,3 hijos, algo grotesco que a nadie parece sorprender– estoy, más o menos, en la media nacional. Y eso me permite, a mí que me gustan altas, que cuando se ponen zapatos de tacón sean igual o más altas que yo. Sé que hay muchos hombres –sin duda acomplejados– que no soportan esto. Hombres cuya patética virilidad les obliga a sentirse superiores a su mujer, y que esa superioridad se basa esencialmente en el aspecto físico. Lo que ignoran estos tipos es el prestigio que se gana al lado de una mujer que, encaramada a unos tacones de vértigo –y mejor si va luciendo las piernas–, no tenga que levantar, o incluso bajar, la barbilla para besarte. Vaya, que si es más bajo, algo bueno tendrá o, como escuché en un bar hace un tiempo, seguro que folla bien.

Sin embargo, hay otras cosas que prefiero que no sean muy altas, ya que no sólo no me benefician, sino que me perjudican de forma notable. Por eso me ha hecho tanta ilusión saber que este mes, después de dos años subiendo, ha bajado el puto Euríbor. Si sigue la tendencia me podré permitir algún extra. Por ejemplo añadir algunas lentejas a las patatas.

viernes, 26 de octubre de 2007

Noche de copas

Salgo de la escuela todavía hipnotizado. Es la cuarta o quinta vez que me paseo por los cuatro pisos del Ateneu, o que me entretengo en la cafetería de la primera planta, con sus ventanales abiertos al jardín interior, con todas esas tertulias que conservan ese sabor antiguo, de cosa perdida. Y todavía, digo, paso frente a un cuadro, o una vieja lámina, o un mapa, o la escalinata o el decorado de una pared y me detengo a observarlo encantado. Podría pasarme horas sólo mirando.

Mientras cruzo la Rambla, voy pensando que un día de estos debo venir con más tiempo, para perderme entre los doscientos cincuenta mil volúmenes que guardan en la biblioteca. Eso sí que puede ser orgásmico. Me cruzo con la señora Maria Dolors en la puerta del Boadas y la saludo. Ella sale y yo entro para tomar religiosamente mi Tom Collins de todos los jueves y amén. Empiezo a sospechar que si me apunté a la escuela, fue precisamente para tener la excusa para ir al Boadas. Qué le voy a hacer. Pienso, como Faulkner, que la civilización comienza con la destilación.

He quedado con ella más tarde. La idea es que venga aquí tras la cena que seguirá a la entrega de los premios. Pido mi trago y unas chicas holandesas, apoyadas sobre la barra, deciden entre risas pedir lo mismo. Desde que he entrado que no han parado de reír. Me siento en un extremo de la barra, el que está más cercano a la puerta, para tener una buena visión de todo el local y de los personajes variopintos que le dan vida. Con veinte personas ya está lleno; si son treinta será difícil acercarse a la barra. Al rato me suena el móvil. Malas noticias, tendré que esperar solo. Mi compañera de espera no puede venir. Pienso que no me apetece demasiado. No sé a qué hora llegará ella y además me empiezo a sentir incomodado por el grupito de holandesas achispadas. Apuro mi copa y me voy.

Llegando a casa vuelve a sonar el móvil. Es ella.

–Oye, que la cena ha sido un fiasco. Nos vamos al Dry Martini. Está en la calle…
–Sí, sí –la interrumpo–. Ya sé dónde está. Dejo los trastos en casa y cojo un taxi. En media hora estoy allí.

Siempre que encuentre un taxi a estas horas, pienso al colgar. Hay una leyenda urbana en mi barrio según la cual un tipo dice que una vez vio uno. Pero claro, ya se sabe cómo es la gente. No te puedes fiar.

Tres horas y dos Tom Collins después regresamos los dos a casa. La velada me ha servido para confirmar que prefiero el Boadas al Dry Martini. Es más acogedor y menos pretencioso, aunque quizás sea una cuestión de poder adquisitivo. También que los arquitectos no son tan arrogantes y vanidosos como parecen. Con una copa en la mano y un premio en la otra, se muestran de lo más campechanos y locuaces. Claro, que entre ellos no estaba Calatrava.

Ah, por cierto, tendríais que haberla visto. Estaba guapísima, que lo es. Pero es que además lo estaba.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Víctima o verdugo

Estos días todos hemos visto un nuevo y vergonzoso caso de violencia xenófoba. La noticia ha aparecido en todos los medios y el vídeo que capta la escena de la agresión ha sido reproducido una y otra vez. Se ha convertido en un caso mediático, con todo lo que eso conlleva: juicios paralelos en los medios, conversaciones de café y perfiles pseudo psicológicos del agresor.

Qué duda cabe que este último lo tiene muy mal. De entrada es conocido en su barrio por su agresividad, y su apodo de “el loco” no ayuda demasiado a mejorar su imagen. Seguramente es el tipo de persona que, cuando la conoces personalmente, de inmediato sabes que es carne de presidio. Será más tarde o más temprano, pero acabará entre rejas algún día. Tampoco su burda excusa, asegurando que iba borracho y no se acuerda de nada, le concede demasiado crédito.

Pero esta mañana he escuchado en la radio una noticia que me ha inquietado. Resulta que el estado de Ecuador –país de origen de la chica agredida–, a través de su embajada en España, se va a presentar como acusación particular en el caso, y para ello ha contratado los servicios de un prestigioso bufete de abogados de Barcelona. Incluso, la ministra de asuntos exteriores ecuatoriana ha venido para encargarse personalmente del asunto. Todo el peso de un estado contra un individuo. Un mal nacido, sí, pero individuo al fin. Esto sumado al peso de la opinión pública puede provocar una condena que, más que ejemplar, sea ejemplarizante. Por todo ello creo que es un error, que aquí muchos se han precipitado sin detenerse a pensar en las posibles consecuencias de sus acciones. Temo que este juicio acabe pareciendo desproporcionado, y que el agresor se convierta en víctima a los ojos de mucha gente. Y nadie desea eso. Tiene que haber justicia, eso sí. Y el agresor debe ser castigado, pero sin convertirlo en un mártir mediático.

martes, 23 de octubre de 2007

¡Bien fresco el pescado, eh!

Sí, sí caballero, no tendrá queja. Ya verá qué pescado más fresco servimos aquí...



Y vaya si estaba fresco. ¡Si hasta da conversación!

lunes, 22 de octubre de 2007

La sanguinosa vita

La sanguinosa Fontana di Trevi

Foto vía Reuters


Somos muy sensibles a los colores, eso es obvio, mucho más que a las formas. Nos resulta más aberrante un melocotón azul que una sandía en forma de cubo, por ejemplo. Sin duda que el sentido de la vista es el que más nos condiciona por tratarse de la primera impresión que captamos, así como por la facilidad que tenemos al evocar imágenes y dotarlas de connotaciones. Por eso mismo –si es blanco y en botella, leche– somos tan fáciles de impresionar con un poco de colorante rojo en el agua. Qué sádica y perversa imagino ahora la escena de La Dolce Vita, con una espléndida y curvilínea Anita Ekberg en alegre chapoteo ante la atónita mirada de Mastroianni – y del público en el cine–, pero en esta sanguinolenta fontana. De todos modos, tengo la sospecha de que a Fellini le hubiera gustado la idea.


(sugerencia de consumo)
Anita Ekberg incorporándose a nuestras lúbricas ensoñaciones

y olé

Todavía tengo la piel de gallina. Antes de escribir esto, estaba viendo el vídeo que podéis (que debéis) ver al final de este post. Ahora, mientras escribo, estoy escuchando el disco, por enésima vez. Nunca me cansaré de este disco. La definición de obra maestra está hoy en día muy trillada, demasiado. A cualquier novedad se la etiqueta de obra maestra con una facilidad pasmosa. Sin embargo este disco lo es, sin duda que lo es. Estoy refiriéndome a Omega, la obra que, allá en 1996, nos regalaron Enrique Morente y Lagartija Nick. La fusión imposible de rock alternativo, flamenco, versos de Lorca y versiones de Leonard Cohen, todo bien agitado y servido con maestría y olé.

Aquí están la voz rota, las guitarras estridentes, la Aurora de Nueva York y el First we take Manhattan y olé. Aquí está uno de los mejores discos que se ha publicado en este país de triunfitos en los últimos veinte años. Y no porque lo diga yo, es que cualquiera que lo escuche ha dicho y dirá lo mismo. No me gusta hacer listas de favoritos, pero sin duda que si la tuviera que hacer, este estaría en el top ten patrio. Por la belleza, por la valentía, por la polémica servida a los puristas del flamenco, por Morente, porque sí y olé.

Va por ustedes.


(sugerencia de consumo)
Ciudad sin sueño, de Enrique Morente y Lagartija Nick (y Lorca)