jueves, 21 de julio de 2011

Lucian Freud

Reflection (Self Portrait). Lucian Freud, 1985


Lucian Freud (Berlín, 8 de diciembre de 1922. Londres, 20 de julio de 2011)

lunes, 18 de julio de 2011

Libros en el mercado

A menudo me encuentro con que a la hora de comer, ya sea porque mis compañeros se traen el tuper o porque regresan a comer a casa, me encuentro con que tengo que salir a comer solo. No es algo que me disguste en absoluto, al contrario. De acuerdo que apetece comer en compañía, pero también agradezco de vez en cuando acompañar el menú con la lectura de un libro, o pasear por el barrio hasta descubrir algún bar que después agradezca haber descubierto. O coger la bici y acercarme hasta el Mercat de l'Abaceria, en corazón del barrio de Gracia. No seré yo ahora quien descubra al mundo que la materia prima de estos bares es fresca y de buena calidad.

Esta semana pasada, como tantas otras, fui a comer al mercado. Y como tantas otras veces, al terminar de comer pasé por delante de una parada llena de libros. No es algo raro ver puestos de libros de viejo en los mercados de Barcelona. Que yo sepa, en el Mercat del Ninot hay una y en el de Sant Andreu otra. Pero tanto la de Sant Andreu como la de l'Abaceria tienen en común que están desatendidas. De hecho, en la del Mercat del Ninot he comprado libros en más de una ocasión -La Central del Ninot la llamamos algunos-, pero en las otras nunca me había detenido a curiosear. Quizás el hecho de no ver a nadie a quien preguntar me alejó del lugar. Pero esta semana pasada tenía tiempo para perder, así que estuve ojeando los libros un buen rato mientras me preguntaba qué hacían ahí y a quién tendría que pagarlos en caso de encontrar alguno que me interesara.

Debo reconocer que me sentí muy estúpido cuando descubrí el sistema de pago, yo que tantas vueltas he dado por Barcelona y tantos mercados he recorrido. Yo, que me las doy de curioso y atento observador, he descubierto a los cuarenta que hay una hucha donde debo dejar un euro por cada libro que me lleve. Por fortuna todavía tenemos a gente como Josep Mª Espinàs, porque habida cuenta de mi fina capacidad de observación, está claro que no seré yo quien escriba la gran crónica sobre Barcelona.

Dejé dos euros y me llevé dos libros: “La inocencia del padre Brown” de Chesterton para mí y "The Europeans" de Henry James en inglés para ella. De hecho había un montón de libros en versión original, tanto en inglés como francés, alemán o italiano. Pero sobre todo, en lo que más me recreé fue en mirar los libros que más se repetían, en los que bauticé como worst sellers o, si no los menos vendidos -por lo menos ahí lo eran-, sí los más vendidos en su día pero que a la vez eran los que la gente quería sacarse de encima con mayor vehemencia. El premio se lo llevaron dos, a saber: “Generaciones” de Cristóbal Zaragoza y “Poldark”, el libro sobre la serie de televisión de los años setenta. Que cada uno saque sus propias conclusiones, que yo me siento incapaz.


Libros en el mercado

jueves, 7 de julio de 2011

Lo indigno

Estoy indignado. Un día tras otro veo aparecer en la distinta prensa de todo el espectro de colores múltiples casos de corrupción y, sobre todo, de impunidad y abuso de poder. Por lo general, aunque más despacio de lo deseable, los casos de corrupción en su mayoría se van resolviendo más mal que bien. Pero los otros... La justicia puede resolver fácilmente un desvío de subvenciones, eso es fácil. Pero ¿cómo se penaliza a esos ministros que terminan en consejos de administración a varios millones al año por sus servicios prestados? ¿O qué hacer con esos alcaldes de villorrios de doscientos habitantes con sueldos estratosféricos? ¿O con los gurús de las agencias de calificación? ¿O con los bancos que piden dinero y después nos exprimen?

Y ahí es donde me indigno. Estoy indignado -irritado, enfadado vehementemente- por lo indigno -que es inferior al mérito y no corresponde a las circunstancias-. No por sus acciones en realidad, sino por mis pensamientos. Me jode que por su culpa vea la violencia como un mal necesario; como -usando su misma jerga- una intervención higiénica. Porque yo siempre me he tenido por una persona cabal y sensata. Porque de alguna forma, a mí me educaron en la convicción de que mi libertad y prosperidad -y la manera de mantenerla- terminaba donde empezaba la de mi vecino. Pero ante estos abusos, lo único que me alegraría el día sería ver en portada de un periódico nacional la cabeza empalada de ese alcalde en la plaza del villorrio o el cuerpo del ministro o del Botín de turno destripado en una cuneta mientras su familia corre a refugiarse en las Islas Caimán. Sólo entonces empezaría a creer que de verdad en este país -en este mundo- existe la justicia. El mal está tan enquistado que sólo la labor de un cirujano podría eliminarlo. Y me jode, porque ni me considero agresivo, ni comunista en su definición, ni mucho menos anarquista. Pero, vete tú a saber por qué extraña educación recibida, todavía creo en la justicia. En una justicia real del que la hace la paga, no en la que se puede comprar al mejor postor.