sábado, 29 de septiembre de 2007

Arrebatos foráneos: Oliverio Girondo

(...)
A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón.
Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.
(...)


Nocturno (Buenos Aires, noviembre de 1921)
Oliverio Girondo



(sugerencia de consumo)
suena Libertango de Astor Piazzolla

jueves, 27 de septiembre de 2007

Inocencia corrompida

Quién no recuerda con un cariño no exento de nostalgia a los Teleñecos (o los Muppets). Buena parte de mi infancia y mi juventud están ligadas a esos entrañables muñecos y sus canciones. ¡Cómo olvidar el mítico maná-maná!

Veamos pues este vídeo, pero sobretodo fijémonos en su mirada... ¡Claro, con razón lleva gafas!



Bien, pues no era tan inocente y bucólico como nos lo pintaban. Cómo iba yo a imaginar, en mi cándida ingenuidad infantil, que tras esas sonrisas en apariencia limpias, detrás de esas miradas fingidamente puras se escondía la más abyecta y sucia de las perversiones. En qué rincón de mi infantil cabecita podía caber la terrible sospecha, ahora convertida en espantosa e impactante certeza, de tamaña aberración. Jamás, por mucho que se me hubiera insinuado, habría podido concebir la idea que tras esas sonrisas de peluche habitaba el monstruo de la obscenidad, de la satisfacción onanista y lujuriosa. Porque, no nos engañemos, si ellos cantaban tan alegremente esa maravillosa melodía era porque habían visto la película. ¡Habían gozado con ella! Y si la repetían con tanta insistencia era porque recordaban esos cuerpos desnudos, esos pechos bamboleantes, esas pieles lívidas ávidas de calor, de placeres prohibidos, de… ¡ah, me pierdo!

Sólo me queda añadir esto: ¡Andiamo alla Svezia, Luigi! Porque sí, porque ahí está el paraíso en la tierra. Qué coño de Ítacas y demás quimeras. El paraíso, el Paraíso así con la mayúscula del nombre propio, está en Suecia.



Fragmento de la película "Svezia, inferno e paradiso", de esa época en que se clasificaban "S". Banda sonora original de Piero Umiliani.


Edito a las 23:10. Me informan que con Internet Explorer no se puede ver el segundo vídeo. Bien, pues un motivo más para dejar de usarlo que añadir a la lista.

martes, 25 de septiembre de 2007

Errores y aciertos

De entre todos sus dibujos, pinturas, planos, apuntes y esquemas rescato este que Leonardo Da Vinci dejó escrito en 1485:
“Si se provee a un hombre con una tela pegada de lino de 12 yardas de lado por 12 yardas de alto, éste podrá saltar de grandes alturas sin sufrir heridas al caer.”

Boceto del paracaídas de Leonardo Da VinciY junto a esta afirmación dejó una serie de bocetos del diseño de lo que, según él, se debía hacer para construir un paracaídas. Pero no fue hasta cinco siglos después que un británico llamado Adrian Nicholas decidió comprobar si lo que había apuntado Leonardo era correcto. Estuvo estudiando los dibujos e investigando sobre los tipos de telas de esa época, hasta que en el año 2000 consiguió probar el invento según el diseño y materiales originales. Subió en un globo aerostático hasta los tres mil metros de altura, se lanzó con el artilugio de más de ochenta kilos y aterrizó unos minutos después sano y salvo.

Si ochenta y ocho años antes (y más de cuatrocientos después de Da Vinci) el sastre austriaco Franz Reichelt hubiera sido más ingenioso, menos ingenuo y sobretodo hubiera hecho caso de la memoria escrita, no sería hoy en día el personaje histórico conocido por haber sufrido una de las muertes más ridículas e inútiles que se recuerdan. Ya no se trata de estar condenados a repetir los errores del pasado, es que ni siquiera nos fijamos en los aciertos.



Por si esta historia no fuera suficiente anécdota, también se sabe que murió de un infarto en pleno vuelo. Es decir, que se murió del susto, no del batacazo.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Carajillo kudasai

Cumplimos con el programa.

Los llevamos a ver los castells (Ehhhhh sugoi! sugoi!) hasta que los tuvimos secos como la mojama, momento que aprovechamos para llevarlos a la Mostra de vins i caves de Catalunya para que se rehidrataran (Ehhhh umai! umai!), tras lo cual fuimos a comer la paella (más Ehhhhh umai umai) regada con más vino. Pero el momento cumbre de la tarde fue el descubrimiento del carajillo (aquí el umai umai fue acompañado de exclamaciones de infinita satisfacción). Aunque poco sospechábamos nosotros de los efectos del carajillo entre la comunidad japonesa...

domingo, 23 de septiembre de 2007

Paseando hacia una gloria incierta

Ayer se inauguró oficialmente la 55 Fira del llibre d’ocasió antic i modern de Barcelona, organizada por el Gremi de llibreters de vell (creo que no hace falta la traducción). Hasta el próximo 8 de octubre, el Paseo de Gracia contará con 41 paradas donde podremos pasear a la vez que hojeamos libros de segunda mano a buen precio.

De hecho, aunque la inauguración fuera ayer, el jueves por la tarde ya había algunas paradas montadas con sus libros expuestos a los paseantes. Lo sé porque ella me llamó el jueves a la oficina.

–Qué harás cuando salgas.
–Pues pensaba ir a casa.
–Ah, vale…
–¿Por qué lo dices, te apetece hacer algo?
–Quedamos por el centro ¿vale? Me apetece pasear un rato.

Cartel de la XXIII Fira del llibre d'ocasió antic i modern (1974), de Antoni TàpiesY así fue como, después de merendar en una cafetería, caímos de bruces en esa maraña de libros. Decía Oscar Wilde que la mejor manera de evitar una tentación era caer en ella, y como nosotros somos muy leídos, pues hicimos lo propio ante una seductora parada con libros bastante interesantes. Me quedé con una antología de cuentos rusos, de la editorial Bruguera, encuadernada en rústica y cosida, que abarca desde Pushkin a Solschenitzin pasando por Gorki o Chejov entre otros. Falta Dostoyevski.

Según los artículos que he leído en la prensa, los precios van desde un euro hasta los seis mil. Este en cuestión costaba cuatro euros, pero antes de pagar vi que comprando tres me salía por diez euros, así que nos pusimos manos a la obra. Una selección de cuentos de Heinrich Böll nos tuvo tentados, hasta que descubrí, sepultado bajo una colección de novela catalana, el primer volumen de Incerta Glòria de Joan Sales. Nos sonreímos pensando en lo mismo y continuamos en busca del segundo volumen hasta que dimos con él.

–¿Serán sólo dos?
–No sé… a mí me suena que eran tres o cuatro partes.
–Mira, el segundo volumen empieza con la tercera parte.
–¿Estará todo entonces?
–¿Lo llamamos?
–Lo llamamos.

Y llamamos a Don Gregorio para que nos confirmara que, efectivamente, era lo que teníamos. Pero sobretodo que fuera la edición de Planeta. Lo era, pero del año 1988, aunque igualmente la metimos en el saco. Así que pagamos y nos llevamos nuestro botín de paseo, chino chano, hasta el Boadas, última parada antes de ir a cenar al Machiroku.

sábado, 22 de septiembre de 2007

En fiestas

Esta tarde alguien que se supone que no está me ha hecho una propuesta. Resulta que en Barcelona hay un par de japos disparando miles de fotos a edificios de Gaudí, y como además de japos son perspicaces, pues se han dado cuenta que en la ciudad estamos de fiestas.

Y quieren que los llevemos a ver lo típico de las Festes de la Mercè.

Así que mañana por la mañana me convertiré en una especie de cicerone patriota català y de entrada me los llevaré a ver castells -qué dulce la melodía de la gralla-
a la plaza Sant Jaume. Si aguantan el gentío y el plantón bajo el sol de mediodía sin quedar secos como la mojama, seguiré la ruta hacia el Moll de la Fusta, junto al puerto, que es donde está instalada la Mostra de vins y caves de Catalunya, ahí es ná. Les propondré beber vino blanco de Alella, vino tinto de Costers del Segre, cava del Penedès y quizás algún moscatel del Priorat. Acabarán cantando el "Kioto patria querida", pero con acento català, es decir geminant las eles, las enes y si me apuras las efes también.

Si conseguimos entendernos, y si todavía mantienen la vertical, iremos a comer un arròs negre a la Barceloneta, acompañado de un buen caldo de la terra. Y digo lo de entendernos porque se supone que ella iba a ser por lo menos la intérprete, pero las cosas se han complicado estas últimas horas, y ahora resulta que ya no está aquí, sino en Tokio. Lo que me tiene más desconcertado de esta situación es ¿con quien coño he dormido yo la siesta esta tarde?

En fin, que no solo les mostraré a estos turistas venidos del país del sol naciente lo más granado de las tradiciones y cultura (cultura sí, que lo de los demás es folclore, pero si és català és cultura) catalanas, sino que además les tendré que dar clases de este bello idioma para poder hablar con ellos, porque yo el japonés lo llevo un tanto oxidado. Vaya, que como mínimo me merecería la Creu de Sant Jordi (qué ilusión), pero para eso tendría que empezar a escribir en catalán (y borrar el rastro de mi traidor pasado).

viernes, 21 de septiembre de 2007

Jaco

Estuvo en lo más alto y descendió a los infiernos, ese sería el resumen de su vida. Pasó de ser considerado el mejor bajista del mundo a morir como un perro callejero. Su presencia en Weather Report coincidió con los mejores años de este grupo, teniendo él buena parte de culpa. Después formó su propia banda y estuvo sacando discos y tocando por todo el mundo hasta mediados los ochenta. Entonces fue cuando empezaron los problemas para Jaco Pastorius. Le detectaron un trastorno maníaco depresivo, y el tratamiento a base de drogas empezó a destruirle, a impedirle concentrarse, componer e incluso tocar el bajo, pues perdió sensibilidad en los dedos. Eso le sumió en una depresión y se lanzó a deambular por las calles, a beber hasta el delirio hasta acabar conviviendo con mendigos.

Una noche pretendió entrar en un club nocturno pero el portero, viendo su lamentable estado, le impidió pasar. Él le increpó, quiso entrar por la fuerza, pero tuvo la mala suerte de toparse con uno de esos personajes que de tanto músculo se les ha atrofiado el cerebro. Acabó hospitalizado con múltiples fracturas en la cabeza y los brazos, perdió un ojo a golpes y ganó una hemorragia cerebral que le arrancó la vida. De eso hace hoy exactamente diez años.

Hace unos días hablaba de casualidades; que basta con querer encontrarlas. No era un comentario gratuito. Ya había pensado en ello mientras escribía sobre Joe Zawinul. Su muerte me sorprendió pensando en este aniversario.


(sugerencia de consumo)
The Chicken, de Jaco Pastorius con su banda en 1982

jueves, 20 de septiembre de 2007

No quisiera yo molestar

Cada día que pasa nos hundimos más en el fango de las moralinas bienpensantes, quitando las espinas a las rosas y condenando palabras a base de eufemismos en nombre de la corrección política, ese eufemismo que no es más que un gran saco donde cabe desde la censura hasta la mentira. Raza hace tiempo que desapareció; sexo está mutando en género y la gente ya no muere, fallece o traspasa. Y no es que se nos prohíba opinar, es que ya nos quieren robar hasta la posibilidad de pensar o de poner en duda según qué. Todo en aras de nuestro propio bienestar, claro está, para proteger nuestras débiles mentes de ideas perversas o peligrosas. Es la táctica del avestruz. Para evitar conflictos, pues no se habla de ellos, a ver si así se volatilizan. La negación del individuo como ser autónomo. Si un imbécil coge un coche y se estampa a doscientos quilómetros por hora, es porque ha visto una película que hacía apología de ello, no porque sea imbécil. Si un cernícalo le pega un tiro a su mujer, es porque estaba escuchando Hey Joe por la radio, no porque sea un cernícalo.

Hace unos días, en el café se hablaba de algo parecido. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para que nadie se sienta insultado u ofendido, para que no exista ni un ápice de sospecha de incorrección? En la película "El rey pescador" de Terry Gilliam se abordaba este tema y nos planteaba hasta dónde llega la influencia y responsabilidad de los medios de comunicación. Algo parecido se afrontó en un capítulo de la serie "Doctor en Alaska". Hay un asesinato y le echan parte de culpa al locutor de la radio por poner según qué canciones. Y es que, no nos engañemos, si hoy algún músico compusiera Hey Joe, en el mejor de los casos sería censurada en los medios.

Y en eso andaba yo pensando. Que antes de que me la prohíban –Yes I did, I shot her- aprovecharé para colgarla aquí.


(sugerencia de consumo)
Hey Joe en versión de Jimi Hendrix, tocando en Monterrey en 1967

miércoles, 19 de septiembre de 2007

El camino de la tentación

El trayecto que va desde el trabajo al metro es el camino de la tentación. Cruzo la primera calle y me doy de bruces con la librería La Central. Si consigo sortear este templo de perdición sin caer en sus redes puedo continuar más tranquilo, pero alerta, sin bajar la guardia, porque será girar la esquina y me tropezaré con el Jazzmessengers, una pequeña tienda cuyas fauces abiertas me engullen a su jugoso semisótano, bien surtido de lo mejor del jazz, desde lo más pretérito a lo más nuevo. Esto es, precisamente, lo que me sucedió este pasado lunes. De allí salí con una reedición completa de los conciertos en Basin Street que el quinteto liderado por Clifford Brown a la trompeta y Max Roach a la batería grabó en 1955. Por cierto que este Max Roach es el mismo Max Roach que grabó, junto a Charlie Parker y Dizzy Gillespie, el mítico concierto en el Massey Hall, dando un vuelco al negocio discográfico. Magnífico. Cortázar estaría orgulloso de mí. Pero mis adquisiciones no terminaron ahí.

Aunque hoy en menor medida, durante muchos años la producción nacional se consideró de mala calidad y esa sensación se extendió como una mancha negra a todos los ámbitos, dejando nuestra estima por los suelos. Si bien es cierto que la industria, por ejemplo, no fue un modelo ejemplarizante, no es menos cierto que en otros ámbitos se destacó, sobretodo en el arte. Sin embargo, tenían que venir desde fuera para advertirnos de que eso que teníamos era bueno. O ese alguien debía salir al extranjero para que fuera valorado su talento en su justa medida. Uno de esos genios fue Tete Montoliu, nacido ciego en la Barcelona de 1933 y fallecido en 1997 en la misma ciudad. Y pese a ser mundialmente reconocido uno de los mejores músicos de jazz europeos, si no el mejor, aquí sólo fue, si acaso, conocido como ese pianista ciego que a menudo acompañaba a algún cantante popular en sus actuaciones. Pero claro, es que España durante muchos años no fue Europa.

Reconozco mi parte de culpa. No fue hasta que vi algunos discos suyos expuestos en una tienda, en una película de Woody Allen, creo que Manhattan, que no empecé a pensar que quizás sí que era bueno, pese a ser español. Y fue este lunes pasado que finalmente saldé mi deuda con este genial pianista. Compré “A tot jazz”, que recoge la grabación de los conciertos que Tete Montoliu dio en 1965 en la sala Jamboree de Barcelona, en la cima de su carrera. El disco fue el primero suyo que se publicó en este país, pues quien quería material de Tete debía comprar ediciones extranjeras… en el extranjero. Bien, pues cuando llegué a casa lo puse en la bandeja, le di al play, ajusté el volumen y… Magia. Tocar el piano de esa manera sólo puede ser cosa de magia. Antes me lo habían dicho, pero ahora lo sé. A la altura de Bill Evans, de Thelonious Monk, de Chucho Valdés. Tete Montoliu fue uno de los grandes al piano.


(sugerencia de consumo)
música con imágenes de Tete Montoliu interpretando Giant Steps

martes, 18 de septiembre de 2007

Con todos los sentidos

“Todas estas son buenas razones para explicar por qué se sigue sirviendo hoy en día la sopa en un cuenco de laca, pues un recipiente de cerámica está muy lejos de dar satisfacciones comparables. Y sobre todo porque, en cuanto levantas la tapa el líquido encerrado en cerámica te revela inmediatamente su cuerpo y su color. En cambio, desde que destapas un cuenco de laca hasta que te lo llevas a la boca, experimentas el placer de contemplar en sus profundidades oscuras un líquido cuyo color apenas se distingue del color del continente y que se estanca, silencioso, en el fondo. Imposible discernir la naturaleza de lo que hay en las tinieblas del cuenco, pero tu mano percibe una lenta oscilación fluida, una ligera exudación que cubre los bordes del cuenco y que dice que hay un vapor y el perfume que exhala dicho vapor ofrece un sutil anticipo del sabor del líquido antes de que te llene la boca. ¡Qué placer ese instante, qué diferente del que experimentas ante una sopa presentada en un plato plano y blancuzco de estilo occidental! No resulta muy exagerado afirmar que es un placer de naturaleza mística, con un ligero saborcillo zen.”

El elogio de la sombra
Junichiro Tanizaki


El sol se había ocultado tras las montañas cuando decidimos acampar. Hacia levante, todavía en los picos más altos las escasas nieves de verano se teñían de un color anaranjado. Pero abajo, en el valle, nuestras sombras habían desaparecido y la hierba rala se confundía en tonos azulados sobre un suelo pedregoso, duro y hostil. Las minúsculas flores que suavizan de día el camino dormían ensimismadas desde hacía un buen rato.

Plantamos la tienda a más de dos mil metros de altura. Los únicos testigos eran los picos que nos rodeaban, que se erguían arrogantes arañando los tres mil, empequeñeciéndonos. Si había algún rebeco no se dejó ver. Hacía frío, mucho frío, y la respiración del viento y el murmullo del arroyo destacaba el silencio y la sensación de soledad. Ningún lugar como la montaña –salvo quizás el mar- para tomar conciencia de lo insignificante que es uno.

Juntamos unas cuantas piedras en círculo y encendimos un fuego con la leña que habíamos ido juntando en haces antes de abandonar los bosques. Después apartamos unas piedras que teníamos calentando y los tres nos sentamos junto a la lumbre, todo lo cerca que nos permitían las llamas que se levantaban lamiendo el aire helado y las pavesas que saltaban incandescentes, girando sobre si mismas hasta desvanecerse en cenizas. Las espaldas seguían heladas, pero nos concentrábamos en la parte de delante, buscando el calor, concentrando nuestro pensamiento en lo confortable hasta que el frío se enquistaba en los huesos y nos obligaba a dar la vuelta. Era entonces cuando podía ver nuestro dibujo en la noche. Ese círculo apenas iluminado que hacía retroceder las tinieblas; nuestras sombras alargadas que se perdían, se desvanecían justo allí donde la oscuridad se apoderaba de ellas. No era una oscuridad densa y aceitosa, pese a no haber luna. El aire puro, afilado y frío daba a la noche una textura transparente y limpia coronada por una miríada de estrellas como jamás habíamos visto. Las más brillantes destacaban rodeadas de miles de otras estrellas, que a su vez se rodeaban de millones dando una textura casi lechosa al cielo nocturno. Apenas hablamos.

Tras la cena sacamos una pequeña cafetera oroley –concesión sin importancia al sobrepeso en la mochila, pero de gran calibre cuando se trata de evitar el soluble- y preparamos el café. Tomar café en esas condiciones y con tazas de latón requiere todo un ritual. Hay que dejar la taza junto a la lumbre, sobre alguna piedra caliente, para que cuando vertamos el café no se enfríe de inmediato. Aunque eso obliga a cierta prudencia al acercarse la taza a los labios, pues nos podemos quemar. Sin embargo, el calor reconforta las manos y desentumece los dedos lo suficiente como para liarnos un cigarrillo. A la montaña hay que llevarse tabaco de liar, pues invita al sosiego, a la conversación distendida o a pensar sin prisas.

Terminado el café saqué del bolsillo de mi forro polar una petaca de brandy. Un Torres Fontenac para más señas. Tenerlo junto a mi pecho había impedido que se enfriara fatalmente y al verterlo en las tazas todavía calientes, inmediatamente desprendió un aroma dulzón y confortable que todavía hoy recuerdo y que en aquel momento inolvidable nos devolvió la alegría y la charla. Había que acercar la taza a la nariz, pues el ambiente frío disipaba enseguida todos sus matices, pero qué placer, qué distancia infinita separaba a ese líquido del que apenas se distinguía el color de otros tomados en la comodidad de nuestras casas y en copas de fino cristal. Nunca, jamás he vuelto a sentir las mismas sensaciones, el mismo reconfortante calor, similar gratitud y alegría de estar vivo y de estar ahí y no en otro lugar compartiendo una copa con mis amigos que esa ocasión. A dos mil metros de altura, apenas cinco grados de temperatura, a la intemperie pero al calor de un buen fuego, un buen brandy y unos amigos con quien recordarlo. Después de eso he probado otros brandies que se suponen mejores, otros grandes y carísimos cognacs, pero como ese tomado en taza de latón, ninguno.

¡Por ahí resopla!

La primera vez que me crucé con él por las escaleras, allá en los primeros días de mi nueva vida, pensé que tenía un vecino mahorí. De hecho, mi primera impresión fue que aquel ser que bajaba no era humano, pero cuando nos cruzamos pude deducir que tras esos jeroglíficos que tapizaban su cuerpo desde los tobillos hasta la nuca seguramente había una persona. Días después, y debido al monótono zumbido parecido al de la consulta del dentista, supe que era tatuador. Mi vecino de rellano se dedica a ocultar cuerpos bajo una pátina de tinte. De todos modos, todavía hay noches en los que vuelvo a sospechar que hay algo más. Anoche sin ir más lejos, a eso de la una de la madrugada empezó a vibrar todo el edificio. Tras unos momentos de incertidumbre, pude constatar que ese ruido infernal, ese convulsivo ritmo tribal adornado de gruñidos y juramentos guturales venía del apartamento de al lado, de ahí donde, supongo, mi vecino mahorí estaba, cual Jonah Lomu, danzando una haka en honor a sus dioses primigenios antes de acostarse.

La paradoja es que, lejos de inquietarme, esta vecindad me tranquiliza. Un par de pisos más abajo, cada noche se escucha resoplar lo que sin duda debe ser un gran cetáceo. Ignoro si será una ballena azul o la infame Moby Dick, pues todavía no la he avistado. Pero teniendo en cuenta que yo no soy Ishmael ni mucho menos el capitán Ahab, es bueno saber que si las cosas se ponen feas, mi vecino saltará por la ventana arpón en mano para acabar con la bestia.


(sugerencia de consumo)
Los All Blacks aterrorizando a sus rivales con su haka

domingo, 16 de septiembre de 2007

La voz

Para encontrar casualidades basta con buscarlas, es sencillo. Hace unos días moría Pavarotti, y cuando todavía no han terminado los homenajes al tenor nos acordamos que, casualmente, hoy hace treinta años que La Divina justificó su condición de mortal para pasar a formar parte del olimpo de los mitos. Hoy le ha tocado el turno a María Callas, pero no será la última en esta lista de casualidades, ya lo advierto. Que el que suscribe es muy dado a relacionar causas y efectos sin pies ni cabeza.

Ante la sequía de ideas, corro el riesgo de convertir este blog en un tanatorio, pero qué se le va a hacer. Estoy barajando la posibilidad de crear una nueva etiqueta a tal efecto.


(sugerencia de consumo)
Imágenes y voz de la Callas, cantando Madame Butterfly de Puccini

jueves, 13 de septiembre de 2007

Retorno ¿deseado?

Tras The Police, ahora le toca el turno a Led Zeppelin. En efecto, los miembros de la mítica banda de rock duro de la década de los setenta, con Jimmy Page a la guitarra, Robert Plant a lo que le queda de voz y John Paul Jones al bajo, se reunirán en un único concierto benéfico. El puesto de John "Bonzo" Bonham a la batería, fallecido en 1980 tras una noche de excesos etílicos, lo ocupará su hijo Jason Bonham.

La razón de esta reunificación es un homenaje a Ahmed Ertegun, el directivo de Atlantic Records que los fichó en 1969. Y la publicación de un recopilatorio claro. No sé yo si es una buena o mala noticia porque, no nos engañemos, la voz que tiene hoy día Robert Plant se asemeja más a la de una gata afónica que a la del cantante de Led Zeppelin.


(sugerencia de consumo)
Dazed and Confused de Led Zeppelin, en una actuación de 1969

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Joe Zawinul. In memoriam

En su gira de este verano, el virtuoso pianista cubano Chucho Valdés ha incluido en el repertorio de sus actuaciones una composición propia dedicada a Joe Zawinul, pianista, teclista, compositor de jazz y músico con mayúsculas. Este detalle no habría pasado de mera anécdota si no fuera por el fallecimiento, ayer, de Zawinul a los 75 años, víctima de un cáncer.

Nacido en Austria en 1932 aunque afincado en EEUU, se dio a conocer para el gran público en 1969 por su colaboración con Miles Davis en In A Silent Way, donde firmó el tema que daba nombre al álbum e introducía la electrónica en el jazz. Poco después, colaboró también con Miles en Bitches Brew, un álbum enorme, complejo y difícil de digerir por la ruptura que significó en el panorama jazzístico al proponer una revolucionaria unión entre el jazz y el rock.

Tras esta ruidosa puesta de largo fundó Weather Report en 1970, junto al gran saxofonista Wayne Shorter, que se convertirían en el buque insignia de jazz-rock en la década de los setenta. Aunque no fue hasta el 76, con la incorporación del virtuoso y extravagante bajista Jaco Pastorius, cuando el grupo alcanzó sus mayores cotas de popularidad. De esta etapa cabe destacar los álbumes Weather Report (1971), Black Market (1976), Heavy Weather (1977) cuyo tema Birdland ha conseguido tres Grammy en tres décadas consecutivas en sus distintas versiones de otros tantos intérpretes, y el soberbio doble en directo 8:30 (1979) que se llevó el Grammy al mejor álbum. Ya a finales de los ochenta formó The Zawinul Syndicate, con quienes estuvo haciendo música hasta poco antes de morir.

Genial improvisador, músico inclasificable e inabarcable ni siquiera para la amplitud del jazz. Me sumo a Chucho Valdés y este es mi pequeño homenaje al músico que me abrió una puerta al jazz para que pudiera acercarme desde el rock.


(sugerencia de consumo)
un directo de Weather Report en 1978 interpretando Birdland

martes, 11 de septiembre de 2007

Cinefilia de madrugada

El lunes tenía que levantarme temprano, por eso cuando regresamos del cine a medianoche mi intención era la de acostarme. Sin embargo la película nos había impregnado de olor a gasolina y nos pusimos a buscar escenas de persecuciones de coches en viejas películas. Yo sugerí Bullit y la encontramos. De esta pasamos a Cannonball y después ella recordó los minis de The Italian Job, para después buscar la persecución al tren de French Connection. Tras unas vueltas por otras cintas de McQueen o Michael Caine, ella me buscó algunas de las viejas películas japonesas en las que se inspiró Tarantino para Kill Bill: Shurayuki Hime y Lady Yakuza. Ahí nos centramos un buen rato en el cine oriental. Pasamos por varias de Kurosawa y nos preguntamos si habría ganado algún Oscar –que no- y ella quiso mostrarme la taiwanesa Three Times y qué guapa es esta actriz y qué bonita, sobretodo la primera de las tres historias.

A partir de ahí la cinefilia comenzó a mostrar claros síntomas de fetichismo, sobretodo cuando fui a buscar los pósters y las secuencias de créditos que dibujó Saul Bass para Anatomía de un asesinato y El hombre del brazo de oro, ambas de Otto Preminger, Vértigo de Hitchcock, el musical West Side History o, cerrando el círculo, esta vez por la herencia dejada a Kill Bill de Tarantino (fue entonces cuando ella decidió que quería un libro de Saul Bass “porque a mí estas fricadas me pueden”). Esta búsqueda nos descubrió una pequeña joya. Se trata de un corto animado que realizó Saul Bass en 1968, titulado Why Man Creates, y que ese año se llevó el Oscar al mejor corto de animación. Aquí os dejo los cinco primeros minutos –de los 29 que dura en total- para vuestro deleite.



Finalmente nos acostamos a las tres y media y a las nueve sonó inexorable mi despertador. Pero disfrutamos como niños.


(sugerencia de consumo)

el corto Why Man Creates, de Saul Bass

Y te vi llorar

(sugerencia de consumo)
Waitin' Around To Die de Townes Van Zandt (de la película Heartworn Highway)


(...)
Y en tu mirada mojada
vi que rezabas por mí. Oh señor.
Y te vi llorar.
Un río a cada lado
de tu rostro sin desmaquillar.
Como la propia Kati Jurado
con las nubes negras detrás.
Como el negro escuchando a Van Zandt cantar
Waitin' Around To Die.
Como Juana de Arco al arder.
Como el santo a punto de perder la fe.
Y te vi llorar.
(...)

La pena o la nada
Nacho Vegas

lunes, 10 de septiembre de 2007

Quiero una chica Tarantino

Acabo de ver la última del Tarantino. Aunque he salido con la sensación de ver las dos últimas de Tarantino o, si acaso, dos capítulos de una misma serie de TV que, allá por los sesenta, rodó Tarantino.

Porque sí, en realidad son dos películas cuyo único nexo en común es un zumbado que parece salido de Cannonball con el único objetivo de aterrorizar a jovencitas jamonas. Así, en la primera parte se limita a presentarnos a sus chicas a base de primeros planos de sus nalgas, prietas bajo un minúsculo pantaloncito, o de sus tetas tensando al límite la tela de la camiseta; algún que otro homenaje marca de la casa a viejas películas de serie B, categoría motor; alcohol a raudales y música, mucha música de juke box. En realidad en esta primera parte no ocurre nada digno de mención salvo la exposición de carnes jóvenes y prietas, que no es poco. Y a pesar de ello me aburrí, algo que no pensaba que me ocurriera jamás con Tarantino… ni con las carnes prietas.

Si en cualquier momento de esa primera hora de metraje alguien piensa que se trata de una presentación de personajes o, como hacía Sam Peckimpah, una cocción lenta para que la traca final sea más ruidosa, él mismo se encarga de borrar de un plumazo ese inicio (junto con nuestra teoría) con una sola escena y un lacónico “dieciocho meses después…”.

A partir de ahí comienza otra película. Una cinta de esas plagadas de persecuciones de coches por autopistas o carreteras de tierra, hostias y trompazos, disparos y más guiños cinéfilos. Incluso se homenajea a si mismo cuando en el móvil de una de las chicas suena la música de Kill Bill. Pero Tarantino es listo y sobretodo sabe manejar las escenas de acción. Por eso salimos del cine con buen sabor de boca. Con el recuerdo de un par de largas, tensas y frenéticas persecuciones de coches que aspiran a clásicas del cine y a uno le hacen recordar lo bien que lo pasó viendo a Steve McQueen en Bullit, a De Niro conduciendo a toda hostia por París en Ronin o los minis de The Italian Job, la del año 69 naturalmente. Esa en la que Michael Caine advertía con flema inglesa, que en ese país conducían por el lado equivocado de la carretera.


(sugerencia de consumo)
a Steve McQueen en Bullit, que se le echa de menos.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Cierta cojera

De un tiempo a esta parte parece que mi cama anda algo renqueante. Si se la somete a pruebas extremas, cojea. Como si tuviera una pata más corta que las otras, aunque no recuerdo ningún accidente relacionado con las patas de mi cama. He llegado a pensar que sea el suelo, acaso alguna baldosa que se haya hundido. Es molesto porque, sin entrar en detalles, se pone a trotar justo en las situaciones más inoportunas. Justo en ese instante en el que sabe (la cama, la muy impertinente) que no te vas a agachar bajo ella para ver de qué pie cojea. No es tan molesto como un somier chirriante, pero sí igualmente notorio. Y pese a que intento evitarlo, sé que me condiciona. Percibo cierta tendencia a modificar la cadencia, a tornarla más ondulante mientras modifico mis puntos de apoyo en un desesperado intento por calmar ese molesto encabritamiento.

No es que me preocupe que ese traqueteo nos haga perder la sincronía. Al fin y al cabo la cama cabalga a nuestro ritmo. El problema, en realidad, es que en mi casa las paredes, techos y suelos saben muy poco de discreción. Y claro, lo último que yo quisiera es que por mi culpa, algún pobre vecino tuviera un accidente al estilo de…


(sugerencia de consumo)
… la escena de Delicatessen, de Jean-Pierre Jeunet

martes, 4 de septiembre de 2007

Tardes de verano

Tarde extraña, de vacaciones frustradas (o frustrantes), de ganas de ver y descubrir, pasear y visitar, pero con una mirada nueva, no como ahora que vago por paisajes trillados pese a la tendencia a cortar por calles poco habituales. Pese a las paradas en bares nunca hasta hoy vistos.

Curiosa esta Barcelona de bares gallegos regentados por chinos o asadores castellanos con acento árabe. Nada en la carta ni en las tapas tras la vitrina de la barra da pistas sobre el lugar de origen del propietario. Con acento árabe me sirven una caña (Mahou para más señas) y me dan a elegir entre ensaladilla rusa, banderillas, anchoas en aceite, bombas, tortilla de patatas (con cebolla por supuesto), callos y morcilla encebollada. Tras él, la pared luce espléndida tapizada de botellas de vino. A mi vera, un grupo de dominicanos celebran un quinto aniversario de bodas con orujo de hierbas. El hijo del matrimonio homenajeado, de ocho meses, comienza a conocer los placeres de la vida.

Tanto va el cántaro a la fuente...

... que al final se rompe. Igual que mis riñones (al jerez) y sus inseparables cólicos.

Una cena ideal