Obras
Esta vez ha sido la reforma del baño; ya os podéis imaginar: hay que llegar a casa meado, cagado y a ser posible duchado. Ella ha dicho que si la cosa se pone fea, se muda a casa de sus padres. La cuestión es incómoda, qué duda cabe, pero no parecía tan catastrófica como hace seis años. O eso pensaba yo.
Hoy ha sido el primer día de obras y esta tarde he llegado a casa preparado para lo peor, es decir, para encontrarme el piso hecho un desastre, lleno de runa, polvo, sacos de mortero y herramientas, amén del baño convertido en un paisaje arrasado. El panorama no me ha defraudado en absoluto. Me ha recordado a esas imágenes en prensa de viviendas arrasadas por una bomba de racimo en Irak. Los albañiles, cuando arrasan con algo, lo hacen a conciencia. Todavía no me había quitado la chaqueta que ha sonado el timbre de la puerta. He ido a abrir yla vecina del sobreático, entre afligida y cabreada, me ha espetado: ¿Has visto lo que han hecho?
Aquí hago un inciso. Como ya he explicado largo y tendido en varias ocasiones, tengo a bien compartir finca con lo mejor de cada casa, la flor y nata de la mejores familias del país y parte del extranjero. Y resulta que alguno de estos energúmenos, últimamente ha encontrado harto divertido y gratificante llenar de palillos la cerradura del cuarto de contadores. No tengo nada en contra de sus aficiones, al fin y al cabo son sus costumbres y hay que respetarlas, pero la verdad es que jode bastante, y si algún día lo descubro en plena faena le daré de hostias hasta reventarle los sesos, y como es mi costumbre también tendrá que respetarla. A lo que iba. Debido a su afición, hemos tenido que llamar tres veces al cerrajero para cambiar la cerradura; la última la semana pasada. Pero esta mañana volvía a estar bloqueada y el lampista que ha venido a mi casa tenía que cortar el agua. No había forma de entrar, así que le he dicho que hiciera saltar la cerradura. Fin del inciso.
Mi vecina del sobreático venía afligida y cabreada porque esta mañana la he llamado para preguntarle si es que no habían cambiado la cerradura. Ella me ha dicho que sí y yo le he respondido que la habían vuelto a joder, pero que intentarían abrirla. Obviamente, en ese momento no la he informado del método que se iba a usar. Imagino que al descubrirlo esta tarde se ha acordado de mí y de buena parte de mi familia por parte de madre y padre. Vaya, que habrá que cambiar otra vez la cerradura.
Todo sea esto, he pensado. Y maldita la hora, la verdad. Al rato de irse han vuelto a llamar al timbre. He ido a abrir y esta vez era la vecina de enfrente. “¿Puedes venir un momento a ver esto?” Y me ha conducido por su casa hasta el dormitorio. “Mira” me ha dicho señalando hacia un rincón en el que lucía un enorme boquete en la pared a un palmo del suelo. “Me parece que han atravesado el tabique”. “Coño” he dicho yo a modo de concisa respuesta y he corrido hacia mi casa para constatar lo evidente. A través de la pared de mi lavabo, junto a la taza del váter, se veía con absurda nitidez la pata de la cama de mi vecina. La imagen poniendo mi culo en pompa a la altura de los ojos de mis vecinos no me ha resultado especialmente agradable, aunque puedo imaginar que desde su punto de vista debe ser todavía más incómoda. He vuelto a su casa para disculparme en nombre de mi aplicado paleta y le he prometido que lo arreglaríamos.
La temperatura en casa no llega a los trece grados. No tengo calefacción, ni agua caliente, ni ducha y la taza del váter reposa junto a la almohada de mis vecinos. He cogido el teléfono y he reservado una habitación de hotel. Sí, para una noche. Seremos dos, sin desayuno ni preguntas. Muchas gracias.