martes, 19 de julio de 2005

La película (... atando cabos)



Nunca he sabido el porqué. La razón por la cual esta obra maestra del cine, no ya de este país sino del cine con mayúsculas, no ha sido editada jamás en vídeo ni DVD. Y, lo que es peor, no hay notícia de que alguien quiera corregir este sangrante "olvido". Se trata de una de las escasas muestras de cine fantástico que se han realizado en este país. Y cuando digo fantástico me refiero a las dos acepciones más comunes de esta palabra.
Si alguien quiere ver, volver a ver o hartarse de ver esta maravilla firmada (y filmada) en 1979 por Iván Zulueta, deberá esperar (¿en vano?), acudir a filmotecas o simplemente resignarse. Una pena que se pierda en el olvido este original guión, la interesante fotografía y los acertados diálogos de Eusebio Poncela y Cecilia Roth entre otros...
Que yo sepa, una sola vez ha sido emitida por televisión y otra, hace quizás uno o dos años, reestrenada en los cines, momento que no fue aprovechado para editarla en formato doméstico.
Qué pena constatar que se destinan ingentes cantidades de dinero público para subvencionar auténticas bazofias, mientras que a nadie le interesa rescatar esta obra de culto.

las diez palabras...

... que más os gusten. Aquellas que por su sonoridad os parezcan más hermosas, sensuales, bellas...
Las palabras de arrebatos...
.
arrebato
calendario susurro sugerente
gemido balanceo alféizar
albahaca devorado aurora

Seguro que tú también tienes tus diez palabras ¿Las compartes con nosotros?

jueves, 14 de julio de 2005

Ola de calor

“Activada la alarma antiincendios por la llegada de una ola de calor. Se prevé que el próximo fin de semana se alcancen temperaturas de 40 grados en el interior y 35 en el litoral.”
¡Estupendo! Y digo yo que por qué este puto calor no nos mata ya directamente de un golpe en la nuca, en lugar de hacernos sufrir de este modo. Es que la noticia lo dice todo: Ola de calor. Una ola es algo que ves venir pero de lo que no puedes escapar. Cuando te alcanza te golpea con fuerza, te hace perder pie, caer de bruces y te arrastra por el suelo desmadejadamente, totalmente a su merced. Incluso si es una gran ola te puede ahogar.
Bien, pues parece que lo que nos viene encima es un jodido tsunami de calor, una puta bola de aire ardiente que nos entrará por las vías respiratorias hasta secarnos la última gota de agua de nuestro cuerpo. Se colará por nuestros poros abiertos, sedientos de humedad y fresco, y nos secará como la mojama. No le basta con fundir glaciares, con secar ríos, lagos y pantanos. Ahora viene a por nosotros y vamos a acabar como medusas en la arena.
Sí, sí, alegraos pobre insensatos que buscáis la playa y el sol. No habrá clemencia con nadie. Y a esto hay que sumarle los jodidos aires acondicionados. Que sí, que muy bonito, qué maravilla tener un aire acondicionado en casa o en el curro, metido a todo trapo como para hacer granizados. Eso os enfría el ambiente pero ¿dónde diablos va el aire caliente que sacáis de vuestras casas? A la puta calle y a las pobres casas de los que no tenemos aire acondicionado. Habría que hacer pagar un impuesto especial para estos infames generadores de calor exterior, a beneficio de los pobres mortales que frecuentemente son golpeados por chorros de aire caliente que vomitan a la calle.
¡Que no enfrían coño! Que le pasan el problema a otro, al que no tiene uno.
Y encima el lenguaje es tan hipócrita que califica a esto, a esta manta zamorana que nos va a caer encima, de buen tiempo. ¿Para quién? Será para los alacranes, porque para los humanos y la mayoría de mamíferos y vegetales, esto es lo más parecido al infierno que se pueda imaginar.
Ignoro si en el interior de una nevera hay cobertura así que por si acaso, durante los próximos cuatro o cinco días, no me llaméis. Estaré hibernado la canícula.
.
.

(sugerencia de consumo)
Leer junto al ventilador escuchando Mucho Mejor de Los Rodríguez

martes, 12 de julio de 2005

No preguntes (Arrebato IV)

Quiero
.......... borrar todos tus miedos,
los perros de tus sueños,
mostrarte todo aquello
de bueno que hay en ti.

Quiero
.......... decirle a tu sonrisa
que yo olvidé la prisa,
que ya no tengo miedo,
que sé lo que yo fui.

No preguntes por qué estoy junto a ti
no pongas tu duda sobre lo que vi.
Alguna vez me habré equivocado
pero el camino lo encontré a tu lado.

Busco
.......... calmar a tu pasado,
traerte a este otro lado,
lamerte las heridas
que aún quieran doler.

Busco
.......... pintarte una sonrisa,
barrer con una brisa,
recetas de una cura
balsámica a tu ayer.

No preguntes por qué estoy junto a ti
sólo es ternura lo que guardo aquí.
No tengo nada mejor que hacer
mostrarme a ti y que me puedas querer.

lunes, 11 de julio de 2005

¿Buenos propósitos?

¿Cuánto duran los buenos propósitos un día laborable?
Vas a salir de la ducha y te das cuenta que te has olvidado la toalla tendida en la terraza. Aún así, sales, vas dejando un reguero de agua por todo el pasillo, tropiezas (te hace una llave de judo) con el gato, casi te quedas hincado con los dientes en la mesa, llegas a la terraza, saludas al vecino, coges la toalla y piensas ¿para qué coño voy a taparme ahora?
A estas alturas, los buenos propósitos ya son regulares.
Coges el metro. Hace calor y los desodorantes ya han abandonado a la mitad de los viajeros que te empujan, te aplastan, te pisan… Los miras con infinito odio y desprecio, gruñes y consigues hacerte un hueco medianamente habitable. Por suerte no hablan. Apreciado silencio… “PROPERA ESTACIÓ… CLOT! ENLLAÇ AMB LINIA DOS, RODALIES RENFE…” y no sé cuantas hostias estridentes más. Llega la estación de Clot (trasbordo con línea dos, cercanías RENFE, etc.) y suben a tu vagón (hay seis o siete, pero suben a MI vagón) dos mil cuatrocientos setenta y seis ruidosos, chillones, maleducados, estridentes… adorablemente insoportables niños y niñas (estas chillan aún más) de ocho o nueve años con sus correspondientes profesores vociferando órdenes que obviamente son obviadas. Y te preguntas ¿por qué? Y después te vuelves a preguntar ¿Dónde están los Herodes cuando más los necesitas?
A estas alturas, los buenos propósitos ya no son tal.
Sigues en sosegado viaje, lindos pensamientos acuden a tu mente (jodidos críos ¿pero no están ya de vacaciones?) y … “PROPERA ESTACIÓ… ARC DE TRIOMF!” y sigues pensando (precisamente por ahí, por el jodido arco de triunfo me los pasaba yo a todos estos insufribles cachorros humanos) hasta que llegas a la estación. En algún momento del trayecto has pensado que el día no podía comenzar peor… ¡Craso error! Suben a tu vagón (insisto, hay seis o siete, pero suben a MI jodido vagón) mil cuatrocientos cincuenta y dos niños y niñas (estás no hablan, son hormonalmente tímidas) preadolescentes. Estos son menos ruidosos, pero empujan más fuerte hasta que (sin querer, lo juro) se me escapa un codo consiguiendo de nuevo un pequeño pero preciado espacio donde habitar.
A estas alturas, mis buenos propósitos se han convertido en un infinito, inmenso odio y desprecio hacia la sociedad en general y el ser humano y sus cachorros en particular.
Afortunadamente, cuando abandono la desagradable ciudad subterránea y salgo a la calle, sigue haciendo una temperatura agradable e incluso llovizna. Recupero un poco de fe y algún propósito, aunque dista mucho de ser bueno.
Llego al curro hora y cuarto tarde respecto al horario oficial, cuarto de hora respecto a mi horario particular, mando a la mierda al primero que me dice la mala cara que traigo –“Vete a tomar por el puto culo, cabrón”-, me chuto dos cafés, me siento (me dejo caer, me desmorono) en mi silla y decido que hoy no es un buen día para trabajar.

.
Esta noche me emborracho… y mañana Navidad.

.
.
(sugerencia de consumo)
I Don't Like Mondays de Boomtown Rats con la vista fija en el horizonte del viernes.

viernes, 8 de julio de 2005

Una lanza en favor de Borges (ni falta que le hace)

“Sólo pido
las dos fechas abstractas
y el olvido”
Jorge Luís Borges

Todo el prestigio que se le pueda reconocer al premio Nobel de literatura se queda en nada al olvidar, o peor aún, al negarle el galardón a Borges.
En los años 50 se lo dieron a Churchill (sí, aunque parezca una broma de mal gusto) a falta de un candidato mejor… ¡A Borges se lo negaron a conciencia!

lunes, 4 de julio de 2005

Pequeños placeres para hedonistas (I)

Cualquier día entre semana (los fines de semana se inventaron para las vidas ordenadas) os acercáis a las Ramblas (de Barcelona, que desde ahí arrebato) y vais a ver Romeo y Julieta. Soberbia interpretación de la pieza. Al salir del teatro, subís hacia Plaza Catalunya y os metéis en el Boadas -coctelería mítica entre las míticas coctelerías- a tomar una copa (pedid consejo a los expertos barmen) y os la tomáis junto a la barra admirando el quehacer de estos magos de las mezclas. Si encima os acompaña una mujer de esas que quita el hipo y que provoca tortícolis al personal masculino que se la cruza, mejor que mejor. También vale llevársela puesta en el propio Boadas, feudo de guiris deseosas de cazar una pieza para exhibir en fotos a la vuelta.

Arrebato tercero (desde las tripas)

Te lo había advertido infinidad de veces, pero hablar contigo era darse de cabezazos contra una pared. No te importaba nada. Parecías permanentemente cabreada contigo misma por estar viva, castigándote y castigando a los demás, a la gente que te quería, precisamente por eso, porque te hacían sentir el centro de atención, te hacían sentir importante y tu no querías más que pasar por la vida sin hacer demasiado ruido, de puntillas o arrastrándote.
Hacía tiempo que había renunciado a convencerte. No era flaqueza por mi parte, al contrario. Lo entendía –todos lo entendíamos- como un mal menor. Sabíamos que nuestras insistencias acabarían por alejarte de nosotros, que era justo lo que pretendíamos evitar. Aunque tu no te dieras cuenta, o quizás sí, quizás precisamente por eso, necesitabas estar protegida. Y precisamente esa necesidad de protección era la razón que te estimulaba a herirnos constantemente. No soportabas tu propia debilidad, pero mucho menos que tuviera conocimiento de ella. Me odiabas por eso y quizás fuera eso lo que te hacía avanzar cada vez más hacia el límite, descender peldaño a peldaño hacia un nuevo infierno particular del que no tenías intención de salir ni de ser rescatada. Te aferrabas a él.
Paradójicamente ese pasar sin dejar huella fue lo que más me marcó. Te habías metido sin quererlo en un círculo vicioso del que no podías salir. Tu forma desmadejada de moverte, las ropas prestadas que vestías, el pelo ahora largo y despeinado para, de un día para otro, rapártelo con la maquinilla de tu padre. Tu carácter irascible e inestable, era lo que te confería esa personalidad arrolladora de la que querías huir.
Yo por entonces era un crío. Aún no había cumplido los dieciocho y tú rondabas los veinticinco. Podría decir que no sabía que te aprovechabas de mí, que mi ingenuidad me hacía inocente, pero sería falso. Sabía perfectamente que me buscabas y te ofrecías por una única razón. Lo sabía pero no me importaba demasiado. Era yo como podía haber sido cualquier otro, así que en realidad yo también me aprovechaba de esa situación. No voy a excusarme. Yo buscaba sexo y tú buscabas drogas, y de paso obtenías sexo. Se podría definir como un perfecto ejemplo de simbiosis. Ambos obteníamos un beneficio. La única diferencia era que a ti te costó la vida y a mí, como mucho, una fugaz mala conciencia.
Yo por esa época andaba, como tantos otros, sobre el filo de la navaja. Estaba en esa edad en que todo es nuevo y todo hay que probarlo para conocer los propios límites. Por ese motivo, por ese desconocimiento del límite, las borracheras eran constantes y las visitas al ambulatorio con comas etílicos frecuentes. Pero no me bastaba el alcohol. Jugaba y jugábamos con todo tipo de caramelos y acabé convertido en un camello a pequeña escala. Todos los amigos, conocidos y amigos de los amigos y conocidos venían a tratar conmigo. Y tú no eras ajena a esas transacciones. Pero tú nunca tenías dinero. Tú nunca tenías nada. Venías a verme, echábamos un polvo y sin salir de la cama te enrollabas la goma en el brazo. Cuando venías se amontonaban en mi cabeza toda una cascada de sentimientos encontrados. Era el hecho de saber que iba a disfrutar de tu cuerpo y tu experiencia en la cama, pero también de la angustia de verte bombear la sangre dentro de la jeringuilla para mezclarla con el caballo. El verte caer al abismo en mi cama que aún olía a sudor y a sexo. En realidad todos andábamos sobre el filo de la navaja, pero a ti parecía que te gustaba cortarte hasta sangrar.
También me tranquilizaba saber que te pinchabas estando yo presente. Ese era el peor momento, justo cuando eras más débil y frágil. Por eso te daba la droga. El sexo era casi una excusa. Teníamos un acuerdo sin palabras, entre amigos, para alejarte de esos descampados, esos mercados ambulantes de camellos donde todo el mundo sabía como entraba por nadie como salía. De todos modos era imposible controlarte. Demasiado a menudo habíamos tenido que ir a recogerte, la ropa hecha jirones arrebujada a tu alrededor, para llevarte a casa o al hospital. En esas ocasiones la bilis acudía a mi garganta y las lágrimas centelleaban en mis ojos. Hijos de puta –pensaba- no os bastaba con follárosla todos que además teníais que pegarle una paliza. Era rabia, impotencia. Desprecio.
Pero ese día llegamos tarde. Nos dijeron que te habían visto junto a la gasolinera del kilómetro 11. Ese era uno de los peores sitios. La gasolinera estaba cerrada por la noche y no había nada en varios kilómetros a la redonda. Fuimos a buscarte y cuando llegamos te vimos en medio de la autovía. Llevabas una camiseta y unas bragas que en algún momento habían sido blancas. Los pantalones los encontramos más tarde junto al depósito de coches. Tenías tu cazadora de cuero a modo de muleta y estabas toreando a los coches que pasaban a toda velocidad por la autovía, haciendo sonar el claxon para que te apartaras. Pero tú no te apartabas. Te acercabas cada vez más para hacer un pase de muleta, tambaleándote a cada gesto, a cada paso. Hasta que llegó el Opel Kadett. El primer golpe te debió partir todos los huesos de las piernas y te elevó para hacer añicos el cristal del coche con tu cabeza. Volaste por encima en varias vueltas de campana hasta estrellarte contra el asfalto. Ahí seguramente ya estabas muerta, pero tenía que venir detrás el autobús que hace la ruta de Barcelona a Castelldefels. Si no hubiera frenado, si sólo hubiera pasado por encima de ti, quizás a día de hoy no tendría pesadillas. Pero el conductor decidió frenar. Tu cuerpo quedo atrapado en las ruedas del autobús y fue arrastrándote sobre el asfalto, fundiéndote como un trozo de mantequilla sobre una rebanada de pan caliente.
Te lo había advertido infinidad de veces. Si te pasa algo te pegaré una paliza que te moleré los huesos. Pero cuando me acerqué a lo que quedaba de ti, no encontré nada que moler. Estabas extendida a lo largo de cien metros de asfalto de la autovía y de ti ya sólo quedaba mi recuerdo.
.
.
(sugerencia de consumo)
Leer desde las tripas con Heroin de Velvet Undergroud de fondo...