lunes, 11 de julio de 2005

¿Buenos propósitos?

¿Cuánto duran los buenos propósitos un día laborable?
Vas a salir de la ducha y te das cuenta que te has olvidado la toalla tendida en la terraza. Aún así, sales, vas dejando un reguero de agua por todo el pasillo, tropiezas (te hace una llave de judo) con el gato, casi te quedas hincado con los dientes en la mesa, llegas a la terraza, saludas al vecino, coges la toalla y piensas ¿para qué coño voy a taparme ahora?
A estas alturas, los buenos propósitos ya son regulares.
Coges el metro. Hace calor y los desodorantes ya han abandonado a la mitad de los viajeros que te empujan, te aplastan, te pisan… Los miras con infinito odio y desprecio, gruñes y consigues hacerte un hueco medianamente habitable. Por suerte no hablan. Apreciado silencio… “PROPERA ESTACIÓ… CLOT! ENLLAÇ AMB LINIA DOS, RODALIES RENFE…” y no sé cuantas hostias estridentes más. Llega la estación de Clot (trasbordo con línea dos, cercanías RENFE, etc.) y suben a tu vagón (hay seis o siete, pero suben a MI vagón) dos mil cuatrocientos setenta y seis ruidosos, chillones, maleducados, estridentes… adorablemente insoportables niños y niñas (estas chillan aún más) de ocho o nueve años con sus correspondientes profesores vociferando órdenes que obviamente son obviadas. Y te preguntas ¿por qué? Y después te vuelves a preguntar ¿Dónde están los Herodes cuando más los necesitas?
A estas alturas, los buenos propósitos ya no son tal.
Sigues en sosegado viaje, lindos pensamientos acuden a tu mente (jodidos críos ¿pero no están ya de vacaciones?) y … “PROPERA ESTACIÓ… ARC DE TRIOMF!” y sigues pensando (precisamente por ahí, por el jodido arco de triunfo me los pasaba yo a todos estos insufribles cachorros humanos) hasta que llegas a la estación. En algún momento del trayecto has pensado que el día no podía comenzar peor… ¡Craso error! Suben a tu vagón (insisto, hay seis o siete, pero suben a MI jodido vagón) mil cuatrocientos cincuenta y dos niños y niñas (estás no hablan, son hormonalmente tímidas) preadolescentes. Estos son menos ruidosos, pero empujan más fuerte hasta que (sin querer, lo juro) se me escapa un codo consiguiendo de nuevo un pequeño pero preciado espacio donde habitar.
A estas alturas, mis buenos propósitos se han convertido en un infinito, inmenso odio y desprecio hacia la sociedad en general y el ser humano y sus cachorros en particular.
Afortunadamente, cuando abandono la desagradable ciudad subterránea y salgo a la calle, sigue haciendo una temperatura agradable e incluso llovizna. Recupero un poco de fe y algún propósito, aunque dista mucho de ser bueno.
Llego al curro hora y cuarto tarde respecto al horario oficial, cuarto de hora respecto a mi horario particular, mando a la mierda al primero que me dice la mala cara que traigo –“Vete a tomar por el puto culo, cabrón”-, me chuto dos cafés, me siento (me dejo caer, me desmorono) en mi silla y decido que hoy no es un buen día para trabajar.

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Esta noche me emborracho… y mañana Navidad.

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(sugerencia de consumo)
I Don't Like Mondays de Boomtown Rats con la vista fija en el horizonte del viernes.

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