jueves, 18 de diciembre de 2008

Almas de bar (o de café) II

Reabro el tema porque no he podido (ni lo he intentado) evitar la tentación de añadir dos fotos más, sobre todo la última de ellas, que pongo aquí en sincero homenaje a Don Gregorio.

Kertesz -  Elizabeth and I in a cafe in Montparnasse

"Elizabeth and I in a cafe in Montparnasse" de André Kertesz

The Hemingways at a cafe, Pamplona, Spain, 1925

The Hemingways at a cafe, Pamplona, Spain, 1925

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Almas de bar (o de café)

Entiendo que no sirven las fotos de Bogart ni de Peter Lorre en el Rick’s Café de Casablanca, ni las de John Wayne en un pub en Innisfree. Es decir, que para esta colección la ficción cinematográfica queda al margen y sólo sirve el imaginario particular. Bien, pues con la venia de Don Gregorio añado (o complemento, o vaya usted a saber si deterioro) su lista de almas de bar.

Nat King Cole y Frank Sinatra en plena exaltación de la amistad

El arrugado Beckett meditando qué palabras podría suprimir de su vocabulario para su próxima novela.

Fernande Olivier (amante de turno de), Georges Braque y André Derain fotografiados por Picasso, ahí es ná.

Y el gran Montalbán en el mítico Boadas (nos parecemos en eso, en los copazos en Boadas).

Don Gregorio, otro día le respondo con la Bacall (o la Birkin), a su post sobre la Hayworth (con perdón).

martes, 16 de diciembre de 2008

Noticiario grotesco

Hay días que uno lee el periódico y todo le parece como sacado de un manual de noticias pintorescas para publicar el día de los santos inocentes. Porque aunque un secuestro nunca deba tratarse como cosa de broma, resulta inevitable la media sonrisa ante la ironía de que secuestren a un experto antisecuestros. Sí, de humor negro la sorna con la que los secuestradores habrán planeado su acción.

Mención aparte merecería la noticia financiera de la jornada, la que ha destapado la mayor estafa de toda la historia, cincuenta mil millones de nada. O por lo menos la mayor estafa de toda la historia perpetrada por una sola persona, porque parece que ya nos hayamos olvidado de las ayudas a fondo perdido para rescatar los bancos que alegremente han dilapidado sus arcas en (entre otras minucias) inmorales sueldos a sus directivos. Y digo que merecería mención aparte si no fuera porque en este país estamos curados de estos espantos, y si ya antes no nos parecía raro que un gran triunfador de las finanzas fuera en realidad un grandísimo chorizo –estoy pensando en Mario Conde, en Javier de la Rosa y en tantos otros que avalan lo que digo–, a día de hoy hasta nos parece de lo más normal.

Pero lo que más me ha llamado la atención –no en balde es la noticia de la semana– es el asunto del zapatazo. No la acción en sí, por mucho de épica y poética que atesore, sino por el simbolismo que ha generado: el zapato como símbolo del rechazo a Bush y por extensión al ejército de ocupación de EEUU por parte de la población iraquí. No me negaréis la belleza de la metáfora. Es tanto o más bella que los claveles taponando los fusiles en el Portugal de 1974. Me pregunto si habrá una revolución de los zapatos. Y me pregunto también si habré sido sólo yo, o quizás a algún aficionado a encontrar analogías también le habrá pasado por la cabeza esa escena (a partir del tercer minuto y treinta segundos) de “La vida de Brian”…


jueves, 11 de diciembre de 2008

Réquiem por un quesito

Durante buena parte de mi infancia la merienda diaria consistió en un pedazo de pan y un quesito; una de esas porciones de queso –una octava parte de la circunferencia– envueltas en papel de aluminio. De forma ocasional esa porción de queso era substituida por un trozo –cuatro cuadros de la tableta– de chocolate. Pero sólo en los días especiales. Otras veces, por fortuna las menos, la porción envuelta era de membrillo. Pero la reina indiscutible, la que más veces ayudó a tragar el pedazo de pan, fue la porción de queso.

Y hoy, cuando esa época quedó ya tan atrás y es sólo a través del sentido del gusto que todavía puedo evocarla, he leído la noticia del cierre de la entrañable fábrica de quesitos “El Caserío”. Hoy se ha roto uno de los pocos –quizás el último– lazo que me ataba todavía a mi infancia.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Debo desconectar

(sugerencia de consumo)
Round About Midnight con Miles Davis y John Coltrane



Entro en el viejo café, ahora lleno de gente y humo de tabaco suspendido a media altura. Afuera hace frío y mientras me acerco a la barra por mi cabeza van pasando como diapositivas proyectadas contra un pared imágenes de lo que pediré –café, café con leche, un té–, van pasando imágenes que caen igual que fichas de dominó –chocolate, un suizo–, imágenes reclamadas por mis manos frías y mis pies helados mientras me acerco a la barra pasando junto a las mesas atestadas de gente, avanzando hacia el interior del café entre una nube de humo denso y olor dulzón a tabaco de pipa –un capuccino, un cortado, un carajillo– que se aparta dejando un espacio vacío a mi paso y con desánimo lo vuelve a ocupar. Apoyo las manos en la barra de madera, levemente pegajosa sobre el barniz. La luz del café es tenue. No una luz deliberadamente tenue para hacerla acogedora, no. Es una luz triste y sucia, una luz de ciento veinte voltios que deja el techo en inquietante penumbra cuatro metros por encima de mi cabeza. Cuando se acerca el camarero le respondo con dos palabras: una cerveza. Afuera hace frío y tengo los pies helados y sin embargo digo una cerveza. Y lo digo como podría haber dicho “buenas tardes” o “descanso dominical” porque por mi cabeza siguen cruzando diapositivas que van cayendo como fichas de dominó, o como naipes lanzados con desdén por un croupier aburrido. Debo desconectar. Se han formado las palabras así, sin avisar de que venían o sin solución de continuidad. Debo desconectar. Me lleva unos segundos comprender que es la respuesta a la cerveza que acabo de pedir, que sin duda será la primera cerveza.

Una pareja se levanta y me cuelo deslizándome entre las mesas para ocupar la que ha quedado libre, al fondo de la sala, en el rincón, junto a un biombo que divide, más mental que físicamente, el café en dos partes. Enciendo un cigarrillo y las volutas ascienden caracoleando para diluirse con el humo de la pipa de ese caballero canoso que lee la prensa, y con el de esa chica pelirroja que deja que el humo de su cigarrillo caiga de sus labios entreabiertos, y con el de su compañera de mesa que lo despide con un beso descuidado. Después abro el libro de Faulkner por la página marcada, la ciento veinticuatro, y leo hasta la ciento veintisiete. Lo cierro, cojo la libreta y empiezo a escribir esto. Pido otra cerveza, la segunda.

El café se va vaciando. Lo noto por el murmullo, el zumbido monótono de las conversaciones sobre las mesas. Hace un rato era sólo eso, un zumbido inextricable, una amalgama de voces que se entrelazan y tejen y quedan flotando sobre nuestras cabezas mezclándose con el humo con olor a pipa. Pero ahora comienzo a distinguir las voces, los diálogos. Mi mirada sigue la punta del bolígrafo que se desliza sobre el blanco de la libreta pero noto que el café empieza a vaciarse porque ahora puedo seguir el hilo de las conversaciones. A mi derecha un chico se esfuerza con su precario inglés “because… eeeeee… the… eeeeee… fish… eeeee… because eee the fish… eeeeee…” mientras la chica a quien se dirige, que por su vestido hecho con retales de tela del sofá de la abuela deduzco que es inglesa, lo observa entre inquieta y satisfecha, con una sonrisa en los labios, como orgullosa y feliz por ser el objeto del esfuerzo de comunicación del chico. Frente a mí un grupo de veinteañeros hablan de la guerra civil. He escuchado muchas historias sobre la guerra civil en boca de mis abuelos en el frente y mis abuelas a la espera, pero el tono de esta charla es radicalmente distinto. Las de mis abuelos eran historias mínimas, íntimas, porque en realidad no hablaban de la guerra sino de ellos mismos, de sus ilusiones o esperanzas rotas, de sus penurias. Mis abuelos hablaban de la guerra porque sólo hubo una, la suya, mientras que estos chicos hablan de una, la guerra civil, como podrían hablar de otra. Estos chicos hablan de la guerra civil como podrían hablar de fútbol, si no fuera que no hablan de fútbol porque se visten de intelectuales y su charla es sólo para demostrar y demostrarse a sí mismos lo que saben, porque son unos intelectuales cultos y leídos que lo mismo te hablan de la guerra civil como de María Callas, pero nunca de fútbol. Por lo menos no entre ellos. Ahora hablan del hombre de neardenthal.

A través de los ventanales del café veo pasar a la gente bajo su paraguas, caminando deprisa. En el café sólo quedan tres mesas ocupadas, además de la mía. Me levanto y me acerco a la barra para pagar. Son más de las diez de la noche. Seguro que afuera sigue haciendo frío.

Café del Centre (1873)

martes, 25 de noviembre de 2008

Miles en Barcelona

La relación de Miles Davis con Barcelona es la historia de una novia caprichosa aficionada a los desplantes, o quizás la de una diva asqueada por tener que tocar en un escenario de provincias.

En noviembre de 1967, los espectadores que acudieron al "Palau de la Música" a ver un concierto anunciado como “histórico, que será recordado por mucho tiempo en Barcelona” difícilmente –ironías de la vida– olvidarán la nota que la organización repartió a la entrada del teatro anunciando la desaparición del gran genio del jazz. Horas antes –todavía no se sabe muy bien el porqué– Miles Davis tomó un avión y voló a su casa en New York, dejando a su banda en la ciudad condal y un montón de facturas del hotel sin pagar. Dos tercios del público exigieron la devolución del importe de las entradas, pero los que se quedaron pudieron disfrutar de esa banda mítica que acompañaba al maestro, formada por Wayne Shorter, Herbie Hancock, Ron Carter y Tony Williams (ahí es ná) que la crítica de la época calificó de memorable pese a la destacada ausencia.

En 1973 Davis tenía programados dos conciertos el mismo día, pero por problemas en la aduana con Francia, el camión que traía los instrumentos no llegó a tiempo y a punto estuvo de suspenderlos. Sin embargo, las presiones de la organización –lo amenazaron con llevarlo a la policía– consiguieron que sólo se suspendiera el de la tarde y finalmente actuó por la noche, con una hora de retraso. De ese concierto se recuerda la reacción ofendida de buena parte del público cuando el trompetista salió al escenario y comenzó a tocar de espaldas al respetable, como de costumbre. Muchos lo acusaron de arrogante, que lo era, además de antipático. Sin embargo esa forma de tocar, a veces de costado, otras mirando a su banda, era su particular y habitual forma de comportarse sobre las tablas.

Ese mismo año, Miles fue invitado a una jam session en Zeleste. Llegó sin su trompeta y se acodó en la barra, mientras observaba el concierto. Los organizadores se acercaron a su hotel para recoger la trompeta y llevársela, pero una famosa y rubia actriz catalana de la época llegó antes y se lo llevó para su particular recital.

De nuevo en Barcelona, en 1984, fue la primera ocasión en que la única noticia fue el concierto en sí y la totalidad de las entradas vendidas. Esperó hasta 1989 para cancelar otro concierto, aunque en esta ocasión fue por problemas de salud. Al finalizar su concierto en Madrid sufrió un desmayo, que los médicos que lo atendieron atribuyeron a una arritmia cardíaca. Todavía se escuchan sus gritos de “¡no me quiero morir aquí!” cuando era internado en una clínica madrileña.

Regresemos unos instantes a la Barcelona de 1973. Un concierto cancelado, otro salvado por los pelos y una jam session frustrada por el apetito lujurioso de una actriz de cuyo nombre no quiero acordarme. Justo la noche siguiente al concierto de Miles Davis, en el mismo escenario actuó otro músico legendario (este es una leyenda viva). Nada más y nada menos que B.B. King. Y Miles, que había acudido como espectador, fue invitado por el bluesman a interpretar unos fraseos de trompeta con un inconfundible sabor a blues del delta. Y esa es, al fin, la razón de todo este post: estos cuatro minutos de Miles Davis y B.B. King en 1973 en el "Palau de la Música" de Barcelona.


(sugerencia de consumo)
Miles Davis y B.B. King en Barcelona (1973)

viernes, 21 de noviembre de 2008

El salido de la peluquera

Llevo el pelo demasiado largo –he pensado–, ya va siendo hora de que vaya a cortármelo. No mucho, que tal como están las cosas no quiero que por la calle me confundan con un banquero. Así que he llamado a la peluquería de siempre, a la que he ido durante los últimos diez años. Comencé a ir ahí porque me quedaba cerca del trabajo, pero a pesar de mi deambular laboral he seguido fiel a la misma, desplazándome hasta allí para que mi peluquera favorita me lave la cabeza y me la masajee... provocando en mi mente calenturienta todo un imaginario de situaciones lúbricas y algún que otro tipo de reacción en otras latitudes corporales. He llamado, como he dicho, y me ha atendido una voz femenina que ha querido saber mi nombre y, tras una breve negociación de horas y fechas, me ha dado cita para una tarde de lunes. Cuando parecía que ya iba a colgar, la costumbre me ha alertado de que algo estaba fallando, que no era como siempre. Siempre que había llamado, antes de confirmar la hora me preguntaban quién me atendía y yo pronunciaba su nombre mientras un cosquilleo en las sienes me adelantaba los placeres de sus manos. Porque la peluquería la llevan mi peluquera favorita y un chico con más pluma que un pavo real. Pero no me lo ha preguntado, así que he tomado la iniciativa de decirlo yo mismo: “me atiende mi peluquera favorita”. Unos segundos antes, el montador de la película había acoplado una música en leve crescendo que avanzaba imperceptiblemente en paralelo a la acción, hasta el momento en que la chica del teléfono ha dicho: “no, es que tu peluquera favorita ya no trabaja aquí”. En ese momento el montador ha colocado un primer plano del rostro sorprendido, aturdido y después desencajado de arrebatos mientras la música alcanzaba un clímax dramático de lo más resultón.

Tras unos segundos de desconcierto he conseguido balbucear un “ah, vaya… pues… no lo sabía...” –risa nerviosa– seguido de un “no importa” –mentira falaz– “el lunes entonces”. Antes de colgar ya estaba cavilando qué excusa podía dar el lunes para no ir a cortarme el pelo.

Después me he reunido con el grupo de exiliados por el vicio de fumar que cada par de horas nos reunimos en la calle junto al portal. Están haciendo ostentosos movimientos con las manos como perfilando un imaginario cuerpo femenino ante ellos mientras profieren exclamaciones que a alguna alma noble podrían parecerle soeces, pero que entre amigotes no son más que adjetivos acertadamente descriptivos, del tipo “cómo está, la madre que la parió”, “a esta la ponía yo a cuatro patas mirando a Cuenca” que, dicho sea de paso, nunca he comprendido el porqué de Cuenca y no Valladolid o el consabido “como se me ponga a tiro, lo siento por la parienta, pero esto no pasa todos los días”. No me ha hecho falta preguntar, porque justo en ese momento, en la acera de enfrente, entraba la peluquera del barrio –no mi peluquera favorita, sino la peluquera cañón del barrio– en su peluquería. Eso sí, todos coincidían… bueno, todos coincidimos en que desde que la ha dejado el novio –no me extraña, tiene tantas tetas como mala leche– está echando culo. De hecho, así a groso modo, habrá aumentado unos diez centímetros de perímetro en la zona del culamen, según la observación promedio a veinticinco metros de distancia de los que estamos ahí. Y ahora vienen los turrones, ha observado uno acertadamente. Vaya, que si hay que darle un viaje, que no pase de navidad, de lo contrario ya se habrá echado a perder. Qué lástima, ha suspirado otro. Con lo buena que estaba. Y con lo buena que sigue estando, ha apuntado el de más allá, no exento de razón. Sí, sí, pero o se le da el trancazo –literal– antes de los turrones o ya no merecerá la pena. Cierto. Sí, cierto.

En fin –he pensado– creo que ya sé qué peluquera se va a convertir en mi nueva peluquera favorita.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Apadrina uno

Lo tiene ella, como lo tiene la amiga de ella, o un amigo mío o mi ex, así como el ex de mi ex o mi otra ex, la primera. Incluso, otra amiga de mi ex no es que lo tenga, es que lo es. Empiezo a sentirme como el personaje desubicado de una película de Woody Allen; de una película de esas en las que no hacía falta que saliera de Manhattan para encajarlo todo. Empiezo a temer el día en que me quede sin tema de conversación cuando, en una cena con los amigos, todos empiecen a hablar de su psiquiatra. Por eso estoy empezando a plantearme la posibilidad de apadrinar uno. Nada serio, no hay razones para alarmarse. Porque, seamos sinceros ahora que nadie nos oye, sigo convencido de que uno no se hace psiquiatra por vocación sino que se llega ahí arrastrado por un trastorno de la razón. Así que sólo sería una especie de asociación simbiótica: yo tendré tema de conversación en las sobremesas mientras que a mi psiquiatra le daré lo que quiera para que escriba un sesudo artículo sobre, por ejemplo, un extraño caso de personalidad dual en alguna prestigiosa revista de su ramo.

Sí, ya sé que sería todo un golpe de efecto que, en lugar de psiquiatra, apadrinara a un psicoanalista, pero eso no podrá ser me temo. Me conozco, me daría la risa tonta. Me sentiría igual que si fuera a un homeópata. No, definitivamente un psicoanalista no, pero dejadme que madure un poco más lo del psiquiatra.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Pèl & Ploma

Ploma
No és d’escriure: és de barret; d’aquells que no deixen veure les funcions quan els teniu a les files del davant. Tapa un capet preciós, ple de pardals, i és el dibuix d’entrada del nostre semanari. Val més començar amb un barret de ploma que no amb una gorra de pèl.

Pèl & Ploma

Con esta explicación arrancaba en junio de 1899 “Pèl & Ploma”, el semanario sobre arte y literatura que el pintor e ilustrador Ramón Casas creó junto a Miquel Utrillo partiendo de los restos de otra revista: “Els 4 Gats”. El uno se dedicaría a ilustrarlo (pèl o el pelo del pincel) mientras que el otro se encargaría de los escritos (ploma o pluma para escribir). Durante sus poco más de cuatro años y cien números de vida, entre otros, pasaron por sus páginas Santiago Rusiñol, Isidre Nonell, Joaquín Sorolla, Joaquim Mir, Josep Mª Sert y un por aquel entonces poco conocido pintor que firmaba como Ruiz y que más tarde lo haría como Picasso.

En el Arxiu de Revistes Catalanes Antigues está escaneada, junto a otras joyas, la práctica totalidad de los cien números de esta revista.

jueves, 30 de octubre de 2008

La otra mitad

No soy especialmente pesimista, pero sí de esas personas que ven la botella medio vacía. A no ser, claro está, que sea de vino y la otra mitad la haya vaciado yo.


(sugerencia de consumo)
en vinilo (otra vez) suena Bottle Of Red Wine de Derek & The Dominos

miércoles, 29 de octubre de 2008

Sigue lloviendo

Con las manos hundidas en los bolsillos he entrado al abrigo de la panadería, que me ha recibido con olor a pan caliente. Afuera el termómetro de la farmacia marcaba esos escasos diez grados y seguía lloviendo. Si damos por cierto que el otoño dura lo que tarda en llegar el invierno, convendremos que este otoño ha sido fugaz, visto y no visto. Todavía no hace tres semanas que íbamos en manga corta y hoy he salido de casa revestido con cuatro prendas de manga larga, calcetines y zapatos de invierno. En mi terraza el mercurio no llegaba a los diez y seguía lloviendo. De todos modos, y pese a tener los pies helados, prefiero este tiempo al desconcierto de ver a las castañeras sudorosas en sus casetas vestidas con una bata sin mangas, asando castañas y boniatos junto a la caseta de los helados.

En la panadería he comprado un cruasán que todavía estaba caliente, he pagado y al devolverme el cambio, la panadera, una chica joven, menuda y pizpireta de pelo castaño claro, ha retirado la mano con un gesto brusco al tocar la mía. “¡Qué manos más frías!” ha exclamado. Y se ha echado a reír. Al abrir la puerta de la panadería para salir, el acogedor olor a pan se ha hecho jirones entre ráfagas del viento frío y cargado de humedad de la calle, donde seguía lloviendo. Me hubiera quedado ahí dentro, cobijado entre hogazas de pan a resguardo de este invierno prematuro.



(sugerencia de consumo)
November Rain de Guns N' Roses, todo un clásico

Con el atardecer me iré de ti

Decía Sabina que las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela Vargas. Pero fíate tú de un tipo como el Sabina...

domingo, 26 de octubre de 2008

Todo se va a la mierda

Estaba buscando este vídeo, cuando he visto que los de Shackleton la han vuelto a liar.


(sugerencia de consumo)
Todo se va a la mierda, de The Leman Brothers

sábado, 25 de octubre de 2008

Solos

Bajas la escalera y antes de llegar al rellano del tercer piso escuchas un distraído ruido de llaves entrando en la cerradura, un ruido de llaves que se interrumpe de repente dentro de un puño. Cruzas el rellano, pasando por delante de la puerta cerrada del tercero primera, sabiendo –lo sabes, notas los ojos clavados en tu nuca– que el vecino te observa a través de la mirilla, esperando que desaparezcas escalera abajo. Llegas al portal y te cruzas con la señora del primero, dejas caer un saludo de cortesía –que será un buenos días, pero podría haber sido un conciso hola o un trillado qué día más feo, porque en realidad ni te has dado cuenta de que la saludabas–, pero ella guarda silencio mientras observa con atención los remitentes del correo que acaba de sacar del buzón, simulando no haberte visto.

Sales a la calle y la señora del primero llama al ascensor, contrariada porque tendrá que esperar que a baje desde el tercer piso. Con la mano agarrando el tirador, se impacienta por la lentitud con que se abre la puerta interior. Sale de dentro el vecino del tercero dando un empujón a la puerta, gruñe una disculpa, y se precipita hacia la puerta de la calle azorado por la sospecha de que lo habrá visto hurgándose la nariz ante el espejo. Justo en ese momento accede al portal la vecina del ático, el hombre se sonríe –se imagina abalanzándose sobre sus pechos desnudos–, saluda con un buenos días que le sale desafinado, demasiado agudo, ella sonríe y él agacha la cabeza sonrojado con la sensación de ridículo clavada en la espalda.

La vecina del primero maniobra a empellones con el carrito de la compra para poder cerrar la puerta del ascensor antes de que llegue la vecina del ático. La vecina del ático ha recogido el correo antes de salir, pero vuelve a abrir el buzón para ganar tiempo y no tener que compartir ni siquiera un piso de trayecto con la vecina del primero.

Por la noche todos conectarán su ordenador y mandarán y recibirán correos. Escribirán comentarios en blogs y páginas personales de gente que no conocen. Flirtearán en chats con personas que están a cientos o miles de kilómetros de distancia. Cada uno en su casa, encerrados, a oscuras. No conocen a la gente que les rodea, ni les interesa. Sólo les molesta. No saben ni quieren saber si el vecino del tercero tiene problemas sentimentales, o si la chica del ático acaba de perder a un familiar muy querido, o la vecina del primero está agobiada por las deudas, o al vecino del cuarto esta tarde lo han echado del trabajo.

Un día el vecino del tercero quizás asesine a su pareja, y todos dirán qué raro, con lo amable y buen chico que parecía. Y otro día quizás la vecina del primero decida suicidarse. Y para ello se encierre en la cocina, a oscuras, con la cabeza apoyada sobre la puerta abierta del horno y el olor dulzón del gas entrando en sus pulmones. Y ya nadie les pregunte nada cuando la prensa llegue al lugar del siniestro y sólo encuentre escombros humeantes y un sillón colgado en un rincón de lo que fue el salón del ático.

viernes, 24 de octubre de 2008

Los maniseros

Anoche era el concierto inaugural de la edición número cuarenta del Festival de jazz de Barcelona y, para ser sincero, no se me ocurre mejor arranque que el de ayer: con Bebo y Chucho Valdés sentados frente a sendos pianos.

El Auditori estaba atestado de público y apestado de autoridades, que son esos personajes que suelen ocupar las mejores butacas sin pagar. Por tratarse del cuarenta aniversario, el director del festival nos torturó durante demasiado tiempo con un soporífero discurso leído con voz monótona y monocorde, tal cual un escolar prepúber leería la lección frente a una clase, que hizo cabecear a más de uno. Tras el suplicio, se anunció la entrega de la medalla de oro del festival al incombustible Bebo Valdés, que fue recibido con todo el auditorio puesto en pie aplaudiendo con toda el alma. Y es que a Bebo se le quiere mucho por estos lares.

¿Qué puedo contar sobre lo que vino después? Hace un par de semanas, en su concierto en Barcelona, Bunbury acertó a apuntar como mala costumbre no llevar sombrero, porque eso te impedía quitártelo cuando fuera necesario. Y anoche hubiera sido necesario, porque fue grande, brillante, emotivo… Volvieron a sonar sus clásicas "El manisero", "Siboney", "La negra Tomasa", "La comparsa" o "Lágrimas negras" y también nos regalaron son, bolero y blues, fugaces fragmentos de Bill Evans, de "El vuelo del moscardón" o de "La danza del sable". Y cerraron con Bebo solo en el escenario interpretando el adagio de "El concierto de Aranjuez" del maestro Rodrigo. He tenido el enorme privilegio de verlos actuar en tres ocasiones, y no me canso nunca de repetir. Tantas veces como vuelvan a Barcelona, tantas que iré a que me regalen su música, su alegría contagiosa y su sentido del humor. Pero ahora, lo mejor que puedo hacer es callar y que seáis vosotros mismos quienes juzguéis si acaso exagero.

Os dejo con Bebo y Chucho Valdés, tocando a cuatro manos en el primero de los tres bises de la noche.

viernes, 17 de octubre de 2008

Noche de comer castañas

Estaba en casa cuando ha descargado una magnífica tormenta sobre Barcelona. Más que una lánguida lluvia otoñal, esta tenía la furia de las que descargan a finales de agosto o primeros de septiembre, de gruesos goterones que redoblaban contra los cristales de la ventana. Cuando ha cesado una espesa bruma se extendía hasta el horizonte de Collserola, cubierta a media altura por pesadas nubes de todas las tonalidades del gris. Ha sido entonces cuando he pensado que esta es la noche ideal para cenar en el sofá castañas y boniatos asados, con una copita de moscatel, mientras vemos una película en blanco y negro.

Cuando regresaba de la bodega con la botella de moscatel, he pasado por delante de una vieja y desangelada tienda de segunda mano que hay cerca de casa. Tienen desde cámaras antiguas (o directamente viejas) hasta discos de vinilo. Ha sido esto último lo que me ha obligado a detenerme. Pasaba por delante cuando, por el rabillo del ojo, he visto en el escaparate un viejo vinilo de Leño. Acercarme ha sido la perdición. Junto a este estaba el single de “El garrotín” de Smash. Y al lado otro single de Màquina!, y otro de Cerebrum, y uno de Pegasus y… Y he tenido que entrar.

Al final he sido prudente y sólo me he llevado uno. Un vinilo. O mejor dicho, el vinilo. El mejor disco español de todos los tiempos.
Y en vinilo. Ahí es ná. Y si no que se lo pregunten a mi madre.

Acabo de darle la vuelta; ahora suena la cara B. Es lo bonito que tienen los vinilos, que requieren todo un ritual de gestos cuidadosos, una interacción por parte de quien los escucha. Porque los vinilos se escuchan, no como ocurre a veces con los CD que te olvidas de ellos. De un vinilo no te puedes olvidar; tiene movimiento ligeramente ondulante, la aguja cruje y al final hay que darle la vuelta. O cogerlo con cuidado y meterlo en la funda.

Voy a cortar las castañas.

Por cierto, ahora suena esta.


(sugerencia de consumo)
Lucía de Joan Manuel Serrat (cara B de Mediterráneo)

miércoles, 15 de octubre de 2008

Tusitala

En el año 1889 Robert Louis Stevenson se instaló en Samoa, donde vivió hasta su muerte cinco años después, a la edad de cuarenta y cuatro años. Los habitantes de esas islas lo conocían como Tusitala, que significa "el que cuenta cuentos". ¿Puede haber nombre más bonito?

'Stevenson y su mujer' retratados por John Singer Sargent (1885)

'Stevenson y su mujer' retratados por John Singer Sargent (1885)

¿Existe mejor promoción que la prohibición?


Pues parece que los voceros de los obispos, la infame TeleEspe y otros mojigatos medios de comunicación de Madrid no lo ven así. Intuyo que es un problema de falanges, porque la publicidad de Women'secret, por ejemplo, o de Lise Charmel no tiene estos problemas con la censura. Aunque comentan incluso que se les traba la lengua con la palabra "ninfómana", algo que, dados los malos tiempos que corren con la educación en este país y tratándose de una esdrújula de cuatro sílabas, hasta se les puede excusar. El gremio de vendedores de cilicios y los productores de bromuro han sido los primeros en lamentar esta medida.
Y mientras tanto, aquí se explayan con la noticia y aquí se contienen. ¡Cómo me gustan los periódicos cuando escriben para almas de cántaro!

domingo, 12 de octubre de 2008

¿Quién no lo recuerda?

La lección aprendida

El flujo de la Historia, los ciclos, el refranero, los mitos, la voz experimentada, la llamada sabiduría popular al fin, no nos sirve de nada; nada hemos aprendido de ella porque no es sino a toro pasado que tenemos conciencia de su verdadero y más profundo significado. Es entonces cuando decimos ahora lo entiendo. De nada nos sirven los aprendizajes ajenos porque hasta que no nos pegamos la hostia en primera persona, no aprendemos la lección.

viernes, 10 de octubre de 2008

La peste

Llegando a la mitad del S.XIV Europa fue asolada por una devastadora pandemia de peste, reduciendo su población en un tercio. Penetró al continente por Venecia y Génova, agazapada a la sombra de las bodegas de barcos fantasma que venían de oriente próximo y atracaban en esos puertos con toda la tripulación muerta, con el cuerpo cubierto por sanguinolentas pústulas. Y tal como llegó se fue, pues la única arma que tenían en esa época era la fe, que se reveló insuficiente frente a la suciedad y falta de higiene que campaba a sus anchas por las ciudades medievales. Suciedad, ignorancia y miseria siempre han sido buenas aliadas. Ahora sabemos que la peste la contagiaron las ratas, y que con un mínimo de higiene y aislamiento el coste en vidas hubiera sido mucho menor.

En pleno S.XXI, otra epidemia se ha empezado a extender rápidamente desde EEUU, con epicentro en Wall Street, llegando a afectar directamente a todo el continente europeo y buena parte del asiático e indirectamente al resto. La propagación también ha sido a través de los puertos, o de su equivalente actual. En lugar de la suciedad, en esta ocasión el caldo de cultivo ha sido la opulencia y la codicia, aunque también ha crecido y se ha propagado por un desmedido exceso de fe. Sabemos cuáles son las ratas que la están contagiando; sabemos donde viven y de qué se nutren. Pero en lugar de cortarles la cabeza de un tajo nos dedicamos a alimentarlas con el mejor idiazábal para que sigan extendiendo la epidemia.

Lo del S.XIV fue ignorancia, por lo que es disculpable, pero lo de ahora es simple y llanamente estupidez perversa con el agravante de la alevosía. Y eso no tiene ninguna defensa.

'Let them eat crack' de Bansky

'Let them eat crack' de Bansky

miércoles, 8 de octubre de 2008

Dos visiones sobre la crisis





Anoche, durante la cena, mi padre me contó que un amigo suyo había sufrido un infarto hacía unos días, y aunque el susto ya no se lo quita nadie, afortunadamente había salido del hospital por su propio pie.
Unos meses antes de ingresar de urgencia, el principal objetivo de este hombre en lo referente a su trabajo era pasar el año que le faltaba hasta su jubilación lo más tranquilamente posible en su despacho de la central del banco para el que trabaja desde hace tres décadas. Pero una llamada “desde arriba” mandó al garete sus nobles pretensiones: debía ocuparse de una oficina de una ciudad del extrarradio que acumulaba un número alarmante de créditos impagados. Y hacia allá que se fue.
Los primero días fueron agotadores, de mucho papeleo para ponerse al corriente de la delicada situación que atravesaba la sucursal. Fichaba antes de las siete, apenas si tenía tiempo para comer y cenaba hacia las once de la noche lo que su mujer le recalentaba. Además los fines de semana se llevaba trabajo a casa. Resultado: La tensión arterial se le disparó, apenas podía dormir y adelgazó varios quilos. Pero lo peor, la clave de todo el follón todavía estaba por llegar. Una mañana, estando en su despacho sepultado por papeles, le pasaron un cliente que venía a pedir un crédito.

– Buenos día caballero, siéntese. Me dicen que desea usted pedir un crédito.
– Así es, señor director.
– Su nombre, por favor.
– Fulano.
– Bien señor Fulano, ¿de qué importe estamos hablando?
– Ah, pues no lo sé. Lo que usted me quiera dar.

Esa respuesta disparó todas las alarmas del director circunstancial, aunque procuró mantener la compostura y sólo se permitió arquear una ceja. Tras unos segundos en los que por su mente cruzaron los peores presagios atinó a balbucear:

– ¿Perdón?
– Sí, que cualquier cantidad ya me va bien.
– Pero… vamos a ver –respondió procurando no perder la calma–. ¿Para qué quiere el dinero? Porque estamos hablando de un crédito al consumo supongo. ¿Se va a comprar un coche? ¿Unos muebles? ¿Algún electrodoméstico quizás?
– No, es para ir tirando ¿sabe usted? Las otras veces que he venido pedía dinero y el señor que se sentaba ahí me preguntaba cuanto necesitaba. Y unos días me daba cinco mil, otros dos mil. Depende.
– Las otras veces… –escalofrío–. Disculpe, me puede dejar su libreta un momento.

Y mientras consultaba su cuenta, el cliente seguía explicándole que vino con los papeles en regla por un contrato, pero que desde hacía un año estaba sin trabajo, sin subsidio del paro y sin papeles, y que sin los papeles no podía encontrar otro trabajo, y que se había ido a vivir a casa de una prima porque tampoco le llegaba para el alquiler, que iban tirando con el dinero que le daba el señor tan amable que se sentaba antes ahí y… Y mientras, la pantalla del ordenador le informaba al director circunstancial que al cliente se le habían concedido cinco créditos en un año por un total de quince mil euros. Créditos que obviamente no iban a ser devueltos.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Las grandes obras imperfectas

Escogía La metamorfosis en lugar de El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.


2666
La parte de Amalfitano
Roberto Bolaño

viernes, 26 de septiembre de 2008

Trastornos

Supongo que lo mío puede clasificarse como trastorno del sueño. O dicho de otro modo, abuso de vigilia. Porque no es que no pueda dormir, es que me empecino en alargar el día por el lado del final sin que pueda hacer lo mismo por el lado del comienzo, como el que tira de una manta demasiado corta que le cubre los pies o la cabeza, pero nunca ambas. Seguramente el problema sea que del binomio ocio y negocio (es decir, la negación del ocio), tengo claro de qué lado prefiero decantarme. Y así me va, claro, que llego el viernes por la tarde a casa y necesito echarme la siesta, aunque sean las ocho. Un ratito sólo, por favor, sólo una horita y nada más…

Pero lo prefiero así porque qué pena me dan aquellos que alargan las horas de trabajo para llegar a casa cuanto más tarde mejor, qué lástima. Algunos se autoengañan con la excusa del exceso de trabajo, mientras que otros quieren creer que su ocio es el negocio, cuando lo único que consiguen es no tener ningún momento de descanso. Debe ser triste estar tan mal en casa como para preferir estar en el trabajo. Digo yo que algo debe poder hacerse ¿no? Es una cuestión de valentía. No de no tener miedo, sino de ser capaz de vencerlo, que no tener miedo es de temerarios. Digo yo que tendrá que haber un camino.


(sugerencia de consumo)
Tendrá que haber un camino, de Enrique Morente y Los Planetas

jueves, 25 de septiembre de 2008

Una señora de Cuenca

Cuando he llegado a la plaça del Pi había montada una feria de productos artesanales: miel de todo tipo de flores, miel con frutos secos, pan de higo, quesos, embutidos, vinos, chocolates… una maravilla de sabores, olores y colores.

Antes me había acercado a ver la jornada castellera de la Mercè, aunque poco rato pues hoy participaban colles de “segunda división”. Después he dedicado la mañana a pasear por las callejuelas del gótico, cámara en ristre, con parada en la plaça de Sant Felip Neri, porque es mi debilidad y porque el juego de luces y sombras de las hojas de los árboles me han recordado una pintura de Renoir, hasta desembocar en la del Pi, casi sin quererlo.

miel en la plaça del Pi


Es habitual que los días festivos haya ferias de este tipo en esta plaza, pero hoy, quizás por la forma en que estaba bañada por la luz del sol, me ha parecido más bonita de lo habitual, así que me he puesto a echarle fotos. En eso estaba cuando he visto por el rabillo del ojo que una señora se detenía a un par de pasos de mí, esperando que tirara la foto para cruzar.

Passi, passi –le he dicho bajando la cámara y apostillando mis palabras con un gesto inequívoco de mi mano izquierda que la invitaba a cruzar sin apuro.

Pero ella no se ha movido de su sitio y me ha conminado amablemente a hacer la foto. Tenía el sol de frente y necesitaba buscar un buen encuadre para que no saliera quemada. No quería echar una foto como quien escupe sobre la acera, así que he vuelto a invitarla a cruzar para a continuación bajar totalmente los brazos, dando a entender que no tenía intención de hacer ninguna foto mientras hubiera alguien esperando. Finalmente me ha dado las gracias, ha cruzado y yo he tirado un par o tres de fotos sin prisas.

–Mira, esta es la baldosa tradicional de Barcelona. Es modernista ¿sabes? Y…

No se había movido de mi vera en el rato que yo he estado echando fotos, y ahora se abalanzaba sobre mí esgrimiendo una postal de la loseta Barcelona, la clásica con el dibujo de la flor que pavimenta la mayoría de las calles del centro. Tras el inicial desconcierto –ella sigue hablando pero yo he desconectado unos segundos–, deduzco que me ha tomado por guiri.

–Sí, lo sé –le respondo–. Yo soy de aquí.
–Ah, pues entonces ya lo sabrás, claro. Mira, yo soy de Cuenca, pero a Barcelona no la cambio por nada ¿sabes? Es la ciudad más bonita del mundo. Y me encantan las baldosas de sus calles. Mira –me dice mostrándome su bolso bandolera, de piel color chocolate y con un grabado de las losetas de Barcelona–. Me lo acabo de comprar ahora. Es que me encantan estas baldosas.

Es una mujer de unos sesenta años, bajita, de ojos grandes y despiertos. Lleva dos bolsos cruzados en bandolera: el que llevaba al salir y la nueva adquisición. Se la ve muy feliz. De inmediato me ha caído simpática.

–¿Ha visto las del Paseo de Gracia? –le pregunto–. Son de Gaudí, y en lugar de ser cuadradas son hexagonales. Son muy bonitas también, muy grandes, de un tono azulado, y aunque ahora las están cambiando por otras más pequeñas y grises, en algunas zonas del centro del paseo todavía se conservan las originales.

Ella seguía mis explicaciones con los ojos muy abiertos, como encantada de haber encontrado a todo un experto en baldosas barcelonesas.

–Quería comprar algún recuerdo, una baldosa de regalo, y me han dicho que quizás aquí por el centro podría encontrar algún sitio.
–Aquí en esta callejuela las venden de chocolate –le explico indicándole la calle Petritxol.
–¡Uy, de chocolate! No, no, que me las comeré todas y no me conviene. Yo buscaba otra cosa, un recuerdo de una baldosa de cerámica o algo por el estilo.
–Mire –le digo–, en el Paseo de Gracia, en la planta baja de la Pedrera, hay una tienda de recuerdos en la que seguro tendrán la baldosa de Gaudí. Esta otra que le gusta a usted no lo sé, pero puede probar, porque hoy está casi todo cerrado. Si hay alguna tienda en Barcelona donde encontrar estas cosas es ahí.
–¡Muchas gracias! –ha exclamado con sincera alegría. Y mientras se guardaba su postal de las baldosas en el bolso de las baldosas ha continuado exclamando–. ¡Qué suerte he tenido de encontrarte! Yo que andaba buscando un poco perdida y justo doy contigo aquí, en medio de tanta gente. Muchas gracias –ha insistido, para acto seguido acercarse alargando el cuello para que yo bajara la cabeza y así poder darme dos besos.
–Feliz fiesta de la Mercè –me ha deseado antes de darse la vuelta y encarar resuelta hacia Petritxol.
–Igualmente –le he respondido ya desde cierta distancia, pensando que si veía las baldosas de chocolate en el escaparate, no podría evitar comprarlas.

Por mi parte he seguido haciendo fotos hasta que las tripas han empezado a emitir avisos. Entonces he embocado la calle del Pi y después Cucurulla hacia la Vía Layetana para coger el metro. De camino pienso que debo llevar a cabo mi antiguo proyecto de fotografiar todos los tipos de baldosas de las calles de Barcelona, antes de que desaparezcan.

martes, 23 de septiembre de 2008

La felicidad de estar triste

Este año he recibido al otoño con un catarro. Estoy rodeado de montoncitos de pañuelos de papel arrugados, pero mi nariz, lejos de amedrentarse, sigue licuando alegremente. Ya ha llegado el otoño que, como canta Sabina, durará lo que tarde en llegar el invierno, y que por primera vez desde mis años de escuela, llega sin poder quitarme de encima la impresión de que el verano fue demasiado corto. Quizás sea porque no ha sido un año de tórrida canícula.

Pero ahora no escuchaba a Sabina, no. Sólo recordé ese verso. Ahora escucho a Amália Rodrigues, que es una voz muy adecuada para una noche lluviosa de otoño. Es un disco –el “Amália at the Paris Olympia”– que había buscado en vano durante algún tiempo y que este verano, en la librería de Fundación Serralves en Porto, practicando esa variante de la pornografía que consiste en hojear libros sin comprarlos, lo encontré al lado de la caja registradora después haberlo buscado (también en balde) en la sección de música. Es una cuidada reedición de este año, recuperada y remasterizada a partir de la grabación en vinilo del año 1957 guardada en una colección particular. El diseño está cuidado hasta tal punto, que el CD ha sido impreso imitando el vinilo original, con sus surcos y todo. Una verdadera joya. Esto, un LBV de 1995 y un Vintage Quinta Única del 2004 han sido algunos de los souvenirs que me han acompañado de vuelta a Barcelona.

Me gusta el otoño. No sé si será por sus colores, o por ir a coger setas o porque me gusta la lluvia. Pero lo cierto es que me siento cómodo en esta época del año. Me siento cómodo en mi manera de ser, porque a nadie le parece raro que uno tenga repentinos ataques de melancolía en otoño, pero en primavera o verano exigen una explicación. Me siento cómodo porque se diluye el contraste, porque todo es gris y ocre y neblinoso y lánguido y reposado. Y porque me arrebujo en el sofá, recostado sobre los almohadones de plumas a leer bajo la única luz de una lámpara de pie, con una copa de porto a un brazo de distancia, y me siento completamente feliz. Porque, no lo olvidemos, la melancolía es la felicidad de estar triste.


(sugerencia de consumo)
Nem às paredes confesso de Amália Rodrigues desde el Olympia


lunes, 22 de septiembre de 2008

Nota mental

"No piense que no fui sincero cuando le dije que en este momento 'Guerra y paz' me resulta repugnante. Hace unos días tuve que echarle una mirada para decidir si debo hacer correcciones para la nueva edición, y soy incapaz de transmitirle el arrepentimiento y vergüenza que sentí al revisar muchos de los pasajes. Era un sentimiento semejante al que experimenta una persona cuando ve las huellas de una orgía en la que participó".

Lev Tolstói en una carta a su tía Alexandra Andréyevna Tolstaia (febrero de 1873).

Nota mental: Antes de releer "Guerra y paz" debo participar en una orgía.

viernes, 19 de septiembre de 2008

El vino de Porto

Es bien sabido que viajando se aprende y que es de agradecidos compartir, así que aquí os dejo esto.

El vino de Porto se obtiene a partir de detener de la fermentación del mosto mediante el añadido de brandy o aguardiente de vino y el posterior envejecimiento. Del tipo y calidad de la uva, el envejecido en barrica o botella y las posteriores mezclas dependerán las distintas categorías y tipos de porto resultantes.

En líneas generales, la primera y más evidente distinción debe hacerse entre el porto blanco y el tinto. En ambos, a mayor envejecimiento, más dulce resulta el vino. En el caso del porto blanco, elaborado principalmente a partir de las variedades Malvasia Fina, Donzelinho y Gouveio, este envejecimiento oscurece su color, desde el dorado o pajizo de los más jóvenes hasta un caramelo o tostado que se asemeja al color de los tintos más viejos. Estos últimos serán denominados Lágima y Doce, mientras que los primeros son los Seco y Extra seco.

Para el porto tinto, los tipos de uva empleados son, en esencia, la Touriga Nacional y la Touriga Francesa, la Tinta Amarela, Tinta Barroca y Tinta Roriz y, al contrario que los blancos, su color se aclara con el envejecimiento. El modo de elaboración se divide en dos grandes grupos, aunque los días que anduve por Portugal escuché distintas interpretaciones: los vinos estilo Ruby, que se caracterizan por su pronto embotellado y tienen fecha de cosecha (entre los que se encuentran el Vintage, que es el rey de los vinos de Porto, el LBV y el Ruby) y los estilo Tawny, vinos que envejecen en barrica, filtrados al ser embotellados, por lo que no requieren ser decantados y no tienen fecha de cosecha (los Tawny jóvenes y de diez, veinte, treinta y más de cuarenta años, y los Colheita).

bodega Ramos Pinto


De estos últimos, el Tawny básico es el más sencillo y raramente tendrá más de tres años, aunque los más maduros pueden llegar a tener hasta ocho. Este vino se obtiene a partir de la mezcla de vinos de distintas vendimias envejecidos en barrica. No se indica el tiempo de envejecimiento una vez embotellado para su venta. Una vez abierto, puede conservarse hasta un mes en buenas condiciones.

Los Tawny con indicación de edad son vinos que han envejecido en barrica diez, veinte, treinta o más de cuarenta años. Estos últimos pueden llevar la indicación Senior Tawny o Tawny Reserva. También se obtienen a partir de la mezcla de vinos de distintas cosechas. Eso significa que un Tawny de diez años puede ser el resultado de la mezcla de vinos envejecidos durante ocho a doce o catorce años, donde los más jóvenes aportan frescura y los maduros unos aromas persistentes a frutos secos y otros más complejos como café, canela, chocolate o caramelo, que se acentúan cuanto mayor es su envejecimiento. Cuanto mayor es el envejecimiento en barrica, más tiempo se conserva una vez abierto. Estos pueden mantenerse hasta cuatro o seis meses en buenas condiciones.

El último de los tipo
Tawny es el Colheita, también envejecido en barrica un mínimo de siete años aunque lo habitual es entre veinte y cincuenta años los más exigentes. Es esencialmente distinto en tanto no es de mezcla de distintas vendimias, sino que se indica claramente en la botella el año de la cosecha y el de embotellado. De una extraordinaria textura sedosa es, sin ningún género de dudas, la obra cumbre de los Porto estilo Tawny, y también el más raro de encontrar. La conservación de los Colheita es similar a los Tawny con indicación de edad.

Porto embotellado


En cuanto al Ruby, es un vino joven, de menos de un año de envejecimiento en barrica (algunos ni siquiera tienen barrica), fresco y afrutado, debe ser consumido en el año de embotellado preferiblemente. Una vez descorchado, el Ruby se mantendrá en buenas condiciones de diez a quince días.

El LBV (Late Bottled Vintage), también de estilo Ruby, es un vino de gran calidad, obtenido de las mejores uvas y generalmente producido en los años en que una bodega no ha obtenido la denominación Vintage. Este vino suele pasar entre cuatro y seis años envejeciendo en barrica y después será filtrado y embotellado de manera tradicional, con tapón de corcho, para continuar su envejecimiento. Estará en óptimas condiciones para su consumo durante los siguientes seis u ocho años. Este es un vino muy delicado, así que el periodo de conservación una vez abierto no debería exceder de los diez días.

Y finalmente el
Vintage, la joya de la corona que anhela cualquier bodega de Porto que se precie. La denominación Vintage la solicita una bodega, para una cosecha determinada, y la concede o deniega el Instituto dos Vinhos do Douro e Porto (IVDP). También la puede solicitar ya no una bodega (Niepoort, Taylor’s, Ramos Pinto, Graham’s, etc.) sino una Quinta que, en caso de serle concedida la denominación, podrá etiquetar su vino como Vintage Quinta Única (Single Quinta) o con el nombre de la quinta en cuestión, que es el súmmum de los vinos de Porto. Este néctar estará dos años envejeciendo en barrica y a continuación, sin ningún tipo de filtrado, seguirá su lento proceso de sublimación en botella al abrigo de una bodega. Para garantizar la calidad, todos los Vintage deben ser producidos a partir de cosechas reconocidas por el IVDP y embotellados en Portugal. Al ponerse a la venta deberán indicar el año de cosecha y el de embotellado. El resultado es un vino extraordinario, de larga conservación en botella, reservado sólo para ocasiones especiales y que requiere de todo un ritual previo en su decantado y oxigenación para un pleno disfrute de sus cualidades. Hablar de la conservación de este vino una vez abierto es complicado, pues es un vino tan delicado como los Reserva españoles. No se debería dejar abierto sin consumir más de uno o dos días, aunque lo ideal es terminarlo en una sentada.


Más información en el Instituto do Vinhos do Douro e Porto.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Us and Them

And after all we're only ordinary men...

Ella me regaló, hace unos días, un par de viejos vinilos de Pink Floyd en excelente estado. Parecía que ni los hubiesen escuchado jamás. Lo hizo con la certeza de que conmigo esto es jugar sobre seguro, que iba a acertar como el que le regala un collar de diamantes a la rubia platino. Y este fin de semana los estuve escuchando, uno tras otro, varias veces. Suena bien, es bueno, me dijo ella. Y yo le respondí que ese, dependiendo de la temporada, de mi temporada, era el mejor disco de Pink Floyd (y por extensión de todos), aunque en otras temporadas lo eran otros. Y como esto y el rascar todo es empezar, esta mañana he ido a trabajar escuchando Pink Floyd en el iPod.

Es de imaginar, dadas las circunstancias, la tremenda impresión que he sentido al leer que Richard Wright, miembro fundador y teclista del grupo, ha muerto esta misma tarde.

Era un apasionado del jazz (sólo por eso ya tendría mi favor) y de la electrónica aplicada a la música. Si bien fue un componente a la sombra tanto de los egos hipertrofiados de Roger Waters o David Gilmour como del talento creativo de Syd Barret, y en absoluto fue tan prolífico como ellos, la historia de Pink Floyd no se puede escribir tal como la conocemos hoy sin su presencia, sin su contribución esencial a la hora de crear las melódicas atmósferas salidas de su Hammond y que son un sello distintivo de la música del grupo. Suyas también fueron dos piezas fundamentales (todas las piezas de ese disco lo son) del mítico “The Dark Side of the Moon”: "The Great Gig in the Sky" y "Us and Them".

Años después tuvo que dejar la banda por culpa de los frecuentes e insostenibles enfrentamientos con Waters, aunque cuando este último también abandonó Pink Floyd, pudo volver a reintegrarse. Pero eso es otra historia. Hoy sólo nos queda lamentar su pérdida y recordar su obra.

... I'll see you on the dark side of the moon.


(sugerencia de consumo)
Us and Them de Pink Floyd (y escenas de la odisea de Kubrik)


The Great Gig in the Sky de Pink Floyd (en directo)

Zulueta: Get Back

Curioso el corto que rodó Iván Zulueta sobre la canción Get Back de los Beatles. Fue en el año 1969 y lo hizo para ser emitido en el programa "Último grito" de RTVE, que él mismo dirigía y que presentaba Jose María Iñigo.



En él aparecen, sobreimpresos sobre los rostros dibujados de los componentes del grupo, una serie de "mensajes": Al inicio se lee "Apple", que es el sello que crearon los de Liverpool para editar sus discos. Poco después, sobre el rostro de Paul McCartney, se lee "Pablito es limpio", y poco después "impío?". Sobre el rostro de George Harrison se puede leer "Jorge es...", un signo de interrogación "?" y finalmente la palabra "Gurú", refiriéndose a su más que notorio misticismo. A continuación, sobre el rostro de John Lennon, aparece primero un fatídico "Oh! No!", seguido de "Hola Yoko Ono", dejando clara la antipatía generalizada (ignoro si también en Zulueta) que producía la artista japonesa. Todavía sobre la imagen de Lennon se podrá leer "Juanito es sucio. Muy sucio. Sí!". Hacia el final de la grabación, de nuevo sobre la imagen de McCartney, dibuja una cámara fotográfica y la palabra Eastman, que no tiene nada que ver con Kodak sino con la que será su mujer Linda McCartney (Eastman de soltera). Sobre Ringo no he visto nada, pero lo cierto es que el corto no está completo.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Cuentos chinos

En mi época de estudiante, esa época en la que el individuo todavía está poco definido y lo absorbe todo como si fuera una esponja, cuando todavía (algunos nos quedaremos ahí) no existe la capacidad de crítica y por lo tanto de poner en duda, de contrastar o incluso de dudar de la objetividad de las ideas que nos inculcan. En mi época de estudiante, digo, me contaron muchos cuentos. Uno de ellos fue que la democracia, la constitución de un estado democrático, debía basarse indefectiblemente en la división de poderes, en los tres pilares de la democracia: ejecutivo, legislativo y judicial. En base a este ideal ortodoxo, una de dos, o a mí me contaron un cuento chino, o en España no hay democracia.

Y no la hay porque no hay división de poderes: sólo existe la partidocracia. El poder legislativo, por lo menos en este país, no es más que un funcionariado de lujo en el que se retira la milicia
mediocre del partido o la políticamente quemada, pero sin ningún poder real. Sirve sólo para cumplir el expediente. En cuanto al ejecutivo, a los ciudadanos nos convocan cada cuatro años a una especie de simulacro para su elección, pero en ningún caso la configuración final del congreso será la que ha salido de las urnas. Durante un par de meses nos acarician el lomo para que nos sintamos importantes, y tras la llegada al poder y durante los cuatro años que gobierne nadie le exigirá el cumplimiento de sus promesas. Y finalmente, el poder judicial es elegido por la partidocracia y se doblega a sus intereses. Un poder judicial que sólo se pone la venda de la justicia cuando no quiere ver los abusos del poder ejecutivo y sus secuaces, cuando se atraviesa con impunidad la línea que separa lo público de lo privado.

Y así nos luce el pelo.

Tenemos la inmensa fortuna de la geografía: somos vecinos de Francia y la influencia germana anda cerca. De no ser así seríamos una república bananera más con un tirano salvapatrias al frente.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Efectos colaterales

Otro de los sectores que ha visto descender vertiginosamente su actividad debido al fuerte parón de la construcción ha sido el de extinción de incendios.

sábado, 30 de agosto de 2008

el Duero y algo más

Han sido dieciocho días remontando el Duero a contracorriente como los salmones y... Porto, Vinho Verde, Douro, Ribera del Duero, Rueda, Toro, casi Rioja, Navarra y casi Cariñena, pasando a la vuelta por Penedés. Total, que he cruzado una decena de denominaciones de origen, de las cuales he dado buena cuenta de sus caldos sin acabar de arruinar mi hígado y riñones. Y como he estado tan ocupado, me ha sido imposible y poco seductor buscar un sitio donde poder publicar lo que he ido escribiendo en una libreta durante el camino. Lo haré ahora, respetando más o menos las fechas originales.

parras


Es decir, que las sucesivas entradas de mi ruta del salmón irán apareciendo debajo de esta.

martes, 26 de agosto de 2008

Así da gusto

Para ir a Logroño debemos encomendarnos a un incierto cambio de tren en Miranda de Ebro y aún así llegaremos a las diez de la noche sin la certeza de encontrar un hotel. A Burgos es directo y llegamos a las siete y media, en la guía tenemos una lista de hoteles de esta ciudad y además el cansancio comienza a hacer mella, conque el cambio de planes en el último momento nos parece de lo más razonable. Y qué coño, ¡que en Burgos también se tapea de fábula!

Catedral de Burgos


La última vez que estuve en Burgos estaban rehabilitando la catedral. La recordaba magnífica, eso sí, pero de piedra negruzca y llena de andamios. Hoy la fachada luce un sorprendente tono arenisco que a más de uno le dará por pensar que se han pasado con la limpieza de cutis. Está claro que la memoria visual es muy poderosa y que ante un cambio tan notable lo normal es despertar suspicacias, pero como yo soy de los que piensan que cuando a uno le gusta su trabajo, por fuerza que lo hace bien, no seré quien ponga en duda el trabajo de los restauradores. Eso sí, con este cambio en la catedral ha cambiado el centro de Burgos, pues de ser gris y oscuro, muy medieval en el sentido que le da nuestro imaginario, ahora ha pasado a ser claro y luminoso. Afortunadamente lo que no ha cambiado es el buen hacer en los fogones de los bares de tapeo (“La mejillonera” sigue siendo magnífica y sus bravas insuperables) y restaurantes. O si lo ha hecho, ha sido para mejor… excepto en uno, pues qué chasco con “La cabaña”. En mi memoria estaba rebosante de gente intentando encontrar un hueco por el que colarse hasta la barra, sus bravas eran magníficas, la morcilla y los tigres extraordinarios y el servicio atento y eficiente, y me he encontrado con un local desangelado (debí sospechar al verlo tan vacío), con un par de camareros incompetentes, una jefa con malas pulgas y una cocinera moviéndose a cámara lenta; la morcilla estaba buena, eso sí, porque es lo mínimo que se le puede exigir a un bar burgalés, pero el resto que pedimos para olvidar (de hecho ya lo he olvidado) y los tigres ni siquiera los probé, pues ninguno de los dos camareros fue capaz de recordar mi comanda (sólo lo hicieron a la hora de cobrar). Lo dicho, una verdadera lástima. Así que para borrar el mal sabor de boca, la noche siguiente hemos ido a cenar a tiro fijo al Don Nuño (el Asador de Aranda se alejaba del presupuesto), donde casi me saltan las lágrimas ante la hiperbólica pierna de cordero asado que me he metido entre pecho y espalda, precedida por una sopa castellana y regada con un reserva de Arzuaga, con colofón de postre de la abuela, que es como nuestro mel i mató (a saber, queso fresco con miel y nueces) pero con queso de Burgos en lugar de requesón.

pinchos de la casa


El último día, tras pagar la cuenta del hotel y antes de tomar el tren que nos llevará a Tudela dando una vuelta por Vitoria y Pamplona (los trenes estaban sin plazas y hemos tenido que combinar un par de regionales), hemos aprovechado las escasas dos horas que teníamos libres y, armados con una guía de las mejores tapas de Burgos que lamentablemente hemos descubierto demasiado tarde, nos hemos lanzado a la caza de la delicatesen minimalista con excelentes resultados para el paladar. Así da gusto.

domingo, 24 de agosto de 2008

La España profunda

Llegar a Aranda de Duero a través de un paisaje de almacenes y fábricas de polígono industrial a ambos lados no es la idea que tenía de una bonita ruta por el Duero, pero qué le voy a hacer si la realidad hace todo lo posible por desmontarme el romanticismo previo al viaje. La estación de tren, desierta y aislada, en medio de un paraje desolado, cruzada por varias vías oxidadas y en desuso, me da la sensación de haber entrado en el reparto de un western crepuscular de Sam Peckimpah, o en un cuadro de Hopper, dice ella. Es uno de esos lugares donde la dimensión del tiempo parece no existir. La estación está ahí, siempre ha estado ahí, pero nadie en todo el pueblo lo sabe. Es por eso que cuando el jefe de estación irrumpe ante nosotros como una aparición materializada de la nada (para desaparecer justo después igual que ha aparecido) y nos anuncia que el tren viene con media hora de retraso, no me sorprendo ni me siento contrariado con la noticia. Ni siquiera es resignación, porque ya sé que en esta estación, en esta especie de decorado de un capítulo de "The Twilight Zone", no pasa el tiempo. Este es uno de esos extraños lugares en los que el tiempo sólo desgasta y avejenta.

en medio de ninguna parte


De Peñafiel nos queda el sabor amargo de la decepción, pero es que estaba cerrado por vacaciones tras las fiestas patronales. En Portugal apenas hubo un solo día en que me sintiera extranjero, pero aquí me he visto como un extraterrestre. El hostal está en las afueras del pueblo, junto a la carretera, en una zona rodeada de almacenes y desangelados bloques de viviendas nuevas. Al llegar no nos ha recibido nadie más que un cartel avisando de que hay que ir a por la llave a un bar. Es correcto y funcional, pero impersonal y nada acogedor. Cuando entramos para dejar las maletas de inmediato tenemos ganas de abandonar el pueblo.

Un posterior paseo nos revelará una serie de cuestiones: Por las calles no hay nadie salvo algún turista despistado, adolescentes fanáticos del tunning y, en un parquecillo arbolado junto al río, una congregación jubilados en silla de ruedas. E inmigrantes, muchos inmigrantes rumanos dedicados a la dura tarea de vaciar botellines de cerveza en las terrazas, o vaciar tragaperras, de los pocos bares que quedan abiertos. Porque esa es otra, los restaurantes, poco antes de las nueve de la noche, están todos cerrados. El último descubrimiento, pero no el menos sorprendente, es que el centro histórico de Peñafiel está a las afueras de Peñafiel. Justo en el otro extremo de las afueras donde tenemos el hostal.

Encontramos un bar no demasiado sórdido con comedor al fondo, ahora a oscuras. Preguntamos en la barra y nos dicen que la cocinera llegará sobre las nueve y cuarto, así que para matar el hambre pedimos algo de jamón y una copa de vino. A las diez una camarera rumana teñida de rubio oxigenado empieza a poner las mesas del comedor, sin prisas, y a las diez y cuarto por fin nos sentamos. Sólo hay otra mesa ocupada, pero no será hasta las once menos cuarto que nos pongan los platos en la mesa. El vino, ya que estamos en la cuna de Protos, será un crianza de esta bodega, que nos servirán demasiado frío, recién sacado de la nevera. En el televisor ameniza la velada una selección de las mejores cogidas en los encierros del 2007. Estamos en la España profunda y parece que todo a nuestro alrededor esté pensado para que no nos quede ni un ápice de duda.

sábado, 23 de agosto de 2008

De Salamanca a Peñafiel

La había visitado hace un montón de años, en una ruta que hice con mis padres hace casi treinta años, o quizás veinticinco, no lo recuerdo con exactitud. Por lo tanto, a todos los efectos y salvo algunos detalles que todavía conservaba en la memoria, esta era mi primera visita a esta ciudad, algo que se agradece porque Salamanca invita a perderse por sus calles y sus plazas para así descubrirla. Entrar en la primera tasca que nos crucemos a tomar un vino –¿rioja o ribera? te pregunta el camarero- y una tapa para continuar caminando hasta la siguiente, en la que repetiremos el ritual. Costilla, panceta, riñones, chanfaina, jamón… La elección se hace difícil, aunque con la tranquilidad de saber que sea lo que uno pida, no se va a equivocar.

las conchas de la casa


Cuando hice la reserva, por teléfono, del hostal me preguntaron si prefería una habitación interior o exterior. A las cinco de la madrugada, esta pasada noche, tumbado en la cama con los ojos como platos clavados en el techo mientras escuchaba a las hordas de borrachos berreando por la calle Meléndez, me he arrepentido de mi elección. Es por eso que el trayecto desde Salamanca a Valladolid lo he dormido hasta Tordesillas.

terraza en la plaza mayor arcada de la plaza mayor

Desde tres kilómetros antes de cruzar el Pisuerga, el paisaje junto a la carretera se convierte en el paraíso del promotor inmobiliario, una pesadilla de bloques de viviendas clónicas con sus ridículos parterres con escuálidos arbolitos; una maqueta a tamaño natural hecha con prefabricados, un catálogo de pisos muestra a pagar en cuarenta años con muchas facilidades, lejos de todo y cerca de nada. Poco después, tras cruzar el puente, entramos en la ciudad y el autobús aparca en la cochera. La estación de autobuses de Valladolid nos recibe con banda sonora del Dúo Dinámico y dos relojes: un marca las cinco y el otro las cinco y cuarto. La chica que atiende la taquilla, además de ir estreñida y tener la regla, no sabe los horarios de paso de los autobuses, por lo que nos remite al conductor.

Abandonar la ciudad es un alivio. La carretera ahora cruza un pinar en toda su extensión, sin una sola curva, dando la sensación de avanzar por un túnel hasta llegar a una glorieta con sus indicaciones. Es el primer anuncio advirtiendo de que entramos en tierra de vinos: vamos a Peñafiel. Las oxidadas vías del antiguo ferrocarril que unía Valladolid con Aranda de Duero siguen tendidas paralelas a la carretera en algunos tramos. Pienso que es una lástima que quedara en desuso. Con tantas y tan buenas bodegas en esta zona, qué mejor que hacer la visita en tren. Los pinares continúan saliendo a nuestro paso y comienzan a verse los primeros viñedos. Al fondo una alameda que serpentea el paisaje nos recuerda que estamos siguiendo el curso del Duero. Observo que los pinos de esta zona son distintos a los que se suelen ver junto al Mediterráneo. Son pinares menos tupidos, como aligerados de sus copas. Junto al mar forman un tejido compacto, uniforme y homogéneo, donde las ramas de unos se cruzan con las de los pinos vecinos y las copas se funden y confunden las unas con las otras. Aquí, en cambio, son bosques de pinos individuales, con sus copas bien perfiladas, redondeadas y ligeramente achatadas sostenidas por un tronco recto y estrecho que le confiere una aparente desproporción, como de árbol cabezón.

el coso de Peñafiel


Las indicaciones en la carretera siguen recordándome etiquetas de vino: Quintanilla de Onésimo, Valbuena, Aranda de Duero. Hacia allá continuará el autobús cuando nos bajemos en Peñafiel.

miércoles, 20 de agosto de 2008

La meseta

A Miranda do Douro le sucede lo mismo que a todos los pueblecitos que han padecido un crecimiento desmesurado, que el centro histórico es bonito (en este caso son dos calles principales, una plaza y una iglesia, parcialmente amuralladas) y todo el tejido urbano que las rodea es de una vulgaridad que tira de espaldas. Su situación fronteriza la convirtió en su día en un gran mercado sobre todo de ropa barata para los españoles que viven en Zamora, Salamanca y Valladolid. Y de eso vive todavía, de las compras, la hostelería y más recientemente de bucólicos y bobalicones paseos en barco por el Duero con música new age como banda sonora.

sombras en Miranda do Douro


También es un balcón privilegiado sobre el Duero en su curso fronterizo, del profundo tajo que el lento descenso de sus aguas, con sus crecidas y sus heladas, han surcado en la meseta ibérica, que aquí es protagonista de un horizonte sin fin. A mí estos horizontes sin interrupciones, estas miradas infinitas en que se ven las formaciones de nubes alejándose hasta que se funden en la difusa línea del horizonte siempre me han producido cierta congoja, una sensación de desamparo en la que echo en falta puntos de referencia geográficos a partir de los que me pueda ubicar. Y una vez uno se adentra en España y pierde la referencia del río la sensación empeora. Esa monotonía de paisaje de la dehesa, de los pastos moteados de encinas hasta donde alcanza la vista, de una belleza arrebatadora cuando las sombras se alargan, eso sí, pero en la que no me gustaría perderme porque quizás el primero que me encontrara sería un toro de los que pastan por ahí.

Llegamos a Villarino de los Aires, en la provincia de Salamanca, que es el pueblo de un amigo que nos va a hacer de guía y que antaño fue paso obligado de los contrabandistas que cruzaban el río y puesto avanzado de la Guardia Civil que intentaba evitarlo. Nos libramos por un día de las fiestas patronales, algo que nuestro hígado agradece con un suspiro de alivio. Durante dos días nos dedicamos a recorrer buena parte de la zona sur de la provincia pasando por Ciudad Rodrigo, en la que aprovechamos la visita al casco antiguo amurallado para tomar unas tapas y unos vinos, la Sierra de Francia con su privilegiado mirador y el pintoresco (sus casas parecen sacadas de la Bretaña o Normandía) La Alberca. No hubiera estado nada mal pasarse por Guijuelo (por razones obvias), pero todo no se puede.

en ruta por la meseta


Al regreso vamos por una carretera secundaria cruzando lacónicos pueblos perdidos entre encinares y pastos, que por la forma en que observaban los lugareños nuestra marcha (y por el mejorable estado del asfalto) mucho me temo que no les resultaba demasiado habitual ver gente de paso. Poco después, de nuevo en la meseta, seremos testigos de esas puestas de sol que sólo se dan ahí, cuando por el este la oscuridad acecha y algunas estrellas comienzan a dejarse contar, mientras que al oeste todavía se pueden ver todos los colores rojizos, anaranjados y amarillos de un día que languidece.

día y noche en la meseta salmantina


lunes, 18 de agosto de 2008

Trenes, gasolina y Miranda do Douro

Que el progreso no equivale a mayor bienestar es algo que cualquiera habrá podido, como mínimo, sospechar. La primera vez que pensé en ello fue hará unos veinte años, cuando empezaron a cambiar los antiguos los trenes que iban de Barcelona a Puigcerdà (y a la frontera francesa); trenes que pasaron de ser de mullidos sillones y ventanas abatibles a duras banquetas y herméticamente sellados para poder sufrir a gusto el aire acondicionado y el hilo (grueso cable) musical. Un absurdo considerable teniendo en cuenta que la vía sigue siendo la misma que se trazó antes de la guerra y que en algunos tramos la velocidad no supera los treinta kilómetros por hora.

Lo he vuelto a recordar en Portugal, en la línea férrea que sigue el trazado al dictado del Douro. Ahí los trenes todavía son de esos con sillones mullidos y cómodos, con salitas entre los vagones y, sobre todo, con las ventanas abatibles. Poco importa que sean de gasoil y que el humo entre dentro del vagón en los numerosos túneles que se cruzan durante el trayecto. Lo verdaderamente importante es que uno puede asomar la cabeza y respirar y oler en cada tramo eso que debe ir emparejado con cada paisaje. Es un trayecto vivo y expuesto, nada que ver con los paisajes asépticos tras un doble acristalamiento de los trayectos españoles.

estación de Pinhão


Así he ido, feliz y contento asomando la cabeza por la ventana, con el tibio viento en la cara y acompañando mi pelo desde Pinhão (preciosos los mosaicos de azulejos de la estación) hasta Pocinho, que es donde termina la línea férrea rentable y comienza la deficitaria hasta España, ergo es donde termina el trayecto. A partir de ahí, el autobús es el único modo de moverse en transporte público. Y así es como hemos llegado hasta Miranda do Douro. Y ahí, al dejar el muy civilizado tren, es donde la barbarie ibérica se ha mostrado en toda su plenitud.

el tren del Douro


La carretera abandona el valle del Douro y comienza a ascender. No hace, de hecho, más que ascender hacia la meseta. Al fondo, en el horizonte, uno comienza a percibirla con sus nubes bajas dispuestas marcialmente para que las distancias parezcan mayores, pero todavía los valles menores y peñascos dominan el paisaje. La meseta se mantiene ahí, como un final de trayecto prometido, pero todavía incierto. El autobús se detiene en una especie de estación de servicio que es a la vez aparcamiento y cementerio de autobuses; va a repostar. En España nunca he visto repostar un autobús con todo el pasaje dentro, pero en Portugal parece que es algo habitual. Es más, he aprovechado la parada para bajar a estirar las piernas, y lo que he visto todavía ahora me eriza el pelo del cogote.

El conductor baja y se acerca a un chico de unos veinte años. Parece que se conocen, se cruzan unas pocas palabras, unas risas y el chico va hacia el surtidor de gasolina. Saca la manguera, se cuelga un cigarrillo de los labios y le pide fuego al conductor. Este se lo enciende, le da unas rápidas caladas y se dirige al autobús. Con la mano en la que sostiene el cigarrillo encendido desenrosca la tapa del depósito, se la mete en el bolsillo trasero del pantalón y empieza a cargar gasolina. Acto seguido se acerca el conductor también fumando y poco después se les une otro chico de la gasolinera, que se enciende su cigarrillo con el del otro chico. Se quedan ahí fumando y charlando mientras se llena el depósito hasta que el surtidor deja de servir y emite un pitido. Entonces el chico, con el cigarrillo en la mano derecha, saca la manguera del depósito con la misma mano, se la pasa a la izquierda, busca en su bolsillo trasero el tapón y lo enrosca mientras sujeta con dos dedos el cigarrillo todavía encendido. Al cabo de unos pocos minutos se despiden y los tres tiran el cigarrillo al suelo y lo apagan con el pie.

Unos cuarenta minutos más tarde, milagrosamente hemos llegado a Miranda do Douro.