Cuando todo parece estar funcionando mejor que en sueños. Cuando no tienes tiempo para pensar en el futuro pues tan intenso es el presente. Cuando lo que está más allá de tu vida, no es que ya no te importe, es que sencillamente no existe. Cuando el fin lo justifica todo, hasta las renuncias que ignoras renunciar (no existen), culpas asumidas sin un ápice de duda, costumbres olvidadas. Cuando todo eso ocurre es difícil ser consciente, coherente. Es difícil abrir los ojos.
Y suele ocurrir que cuando uno es consciente, de inmediato sabe que ya es tarde. Bien, pues empiezo a ser consciente. La sensación de que algo no va bien me golpea fuerte, oprimiéndome, asustándome. Algo no va bien, no marcha como debería –querría-, pero ignoro el motivo, el origen. Y mucho menos el destino.
Quizás he ido cerrando puertas sin prestar atención. Aún así, tengo sensación de injusticia. No hablo de fraude, todos conocemos las bases del concurso, las instrucciones del juego antes de empezar a echar los dados.
Hay una parte de mí, la parte despierta y consciente -¿autoengañada?- que me grita que no, que esto es pasajero, que no pasa de ser un decaimiento de lluvia otoñal. Que a los de mi signo -¿ahora te has vuelto crédulo, imbécil?- les afecta de forma negativa la luna llena. Pero hay otra que susurra al oído, con impertinente insistencia, despierta, es todo falso, despierta, despierta, esto es un sueño, despierta, despierta, despierta o te harás daño...
Esta primavera, en uno de mis habituales paseos, me crucé con una hermosa planta cuya flor era de una rara belleza. Algo así no ocurre todos los días -pensé. Jamás había visto nada igual, así que decidí quedármela. Me hice con una bonita maceta, le puse la mejor tierra, regué y me dispuse a transplantarla para, en mi egoísmo, disfrutar únicamente yo de su compañía. Era lo que se dice una planta con carácter, de fuertes raíces, así que me costó mucho esfuerzo llevármela. Pero fue un esfuerzo grato, merecía la pena.
De antemano sabía que iba a ser difícil. No soy muy bueno con las plantas. Me suelen durar bien poco y ésta, además, presuponía que iba a requerir de muchos cuidados y atención por mi parte. Ya se sabe que las flores más exóticas y hermosas son las más difíciles de conservar en todo su esplendor. Pero pese a todo, pese a mi proverbial inconstancia, pese a mi poca maña con las plantas, decidí dedicarle todo mi tiempo.
Le busqué el espacio más soleado y resguardado de mi terraza. La riego cada día. Le ofrezco los mejores abonos. Le hablo. Le pongo la música que me parece más harmónica. Le leo los párrafos más hermosos que encuentro. Me cuido de ella, día y noche, laborables y festivos. La mimo y le doy todo mi cariño. Pero no nos engañemos, no deja de ser egoísmo: quiero conservarla siempre conmigo. Quiero crearle una dependencia hacia mí a base de cariño y costumbre.
Pero sí, lo sé, aunque no piense en ello. Aunque procure no pensar en ello. No, no quiero pensar en ello... pero lo sé. Es una bella y frágil flor. Requiere de todos los mimos. Pero todas las flores son estacionales. La vida como un viaje en tren. Tal como apareció en primavera se marchitará en otoño. Me dejará una maceta llena de tierra húmeda que se cubrirá de moho. Y en invierno escarcha. Pero no, no quiero pensar en ello. Pero lo sé. No quiero ver como se marchita la flor. Si la arranco de la maceta no veré cómo se consume, cómo se apaga, cómo se va. Pero si la arranco... ¡Ay si la arranco! Me pasaré la vida pensando que quizás, con un poco de suerte, muchos mimos, mucha atención por mi parte quizás, y eso es importante, quizás, la flor seguirá conmigo todo el invierno hasta la próxima primavera.
Y mientras pienso, escribo. Y mientras escribo, no olvido y pienso. Y me pregunto ¿qué está pasando? Escudriño en mi memoria buscando ese momento, esa acción, ese gesto que hizo a la flor -lo lamento mi amor- empezar a marchitarse. Y vuelvo y revuelvo. Y ya me veo como antes, borracho y perdido. Angustiado por no encontrar. Y ya estoy otra vez como antes -ahora, mientras escribo- empapado en alcohol. Como una pera al vino pero sin fruta, porque las frutas no lloran.
Esta tarde, desde lo más alto, caí en barrena hasta media altura. No me di de bruces contra el suelo. Todavía no.
This is the end, my little friend, the end. I'll never look into your eyes again?
(sugerencia de consumo)
Sonaba You make me real (versión en directo) de The Doors.
Terminé antes de The End.