jueves, 26 de noviembre de 2009

Todo tiene un precio

¿Alguien conoce a la gran K. Ellen Weiss? ¿Y al brillante Rafael Marco? Por no hablar del omnipresente Anthony Falbo, el deslumbrante Chris Riggs o la prometedora Carol Lee. Todos ellos son artistas que venden sus obras, básicamente pinturas abstractas, en ebay. Uno de ellos –y siempre según sus propias notas biográficas- es actualmente el artista más famoso de Nueva York, obviamente a la sombra del que asegura que se encuentra entre los más respetados a nivel mundial. La otra asegura que es una auténtica artista profesional, pero no lo certifica como la que adjunta una copia de su diploma del registro nacional de bellas artes. Y todos ellos tienen en común que venden sus obras a la nada despreciable cifra de veintiún millones de dólares, así en números redondos, que teniendo en cuenta la relación con el euro es una ganga, oiga. Está claro que tratándose de estas cifras y de un mercado tan subjetivo y cambiante como es el del arte, están abiertos a negociaciones con el posible comprador, negociaciones que se traducen en que no aceptarán ofertas por menos de cien dólares.

Vaya, que nos encontramos ante una caterva de vendedores de cancamusa, de muertos de hambre o, en el mejor de los casos, aficionados a manchar brochas y telas con igual criterio que cualquier primate con dedo prensil. Gente que a parte de ser ridículos no hacen sino molestar, llenar de ruido las búsquedas de la gente que realmente está interesada en comprar algo. Porque tras toda esa purria de lienzos de saldo empiezan a aparecer cosas realmente sorprendentes. Como el que vende un óleo de Courbet que, las cosas como son, debe ser de cuando iba a clases de pintura y el primer ejercicio que haces es la típica estampa del mar embravecido, con sus olas y su espuma. O el otro que subasta un dibujo en tiza blanca sobre papel negro de Matisse. O uno que oferta un lienzo nada surrealista de Paul Eluard. Y así podemos seguir, sacando el grano de la paja, para encontrar unos grabados de las siete virtudes de Brueghel, una litografía en color de una serie de doscientas firmada por Chagall, unos cuantos Warhol o un supuesto cuadro del periodo azul de Picasso.

Y es que si internet es fascinante, lo de ebay supera todos los adjetivos. Un sitio donde te puedes comprar desde un Matisse auténtico a un Mustang del 64, pasando por una granja en Illinois o unos levis 501 usados, sin duda que merece un capítulo a parte.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Los taxis

Esta mañana he cogido un taxi para ir a trabajar. No es algo que haga cada día, sólo cuando llego excesivamente tarde (incluso para mí, que en esto soy muy laxo) o cuando, como hoy, voy cargado. Y esta mañana iba cargando mi ordenador para que lo vea un médico y le recete algo, que el pobre está demasiado pachucho para la edad que tiene y ahora le ha dado por apagarse justo cuando empieza a arrancar, así, sin ninguna explicación. No es un apagado dramático ni espectacular, sino algo como un hasta aquí hemos llegado, ya no puedo más. Y plof, se apaga. Durante el fin de semana intenté una cura de primeros auxilios, pero lo dejé correr en vista de los escasos, por no decir nulos, resultados en su desmejorada salud. La verdad es que mis intenciones están muy lejos de darle la jubilación anticipada, así que ahora mismo está descompuesto y en la UVI. Como digo, esta mañana he cogido un taxi. Siempre los espero en el mismo sitio, donde confluyen un par de calles muy transitadas a esa hora y la probabilidad de que pase uno pronto es bastante alta. Esta suma de causas (el mismo sitio, la misma hora) tienen como efecto que en varias ocasiones hayan coincidido en recogerme los mismos taxistas, pero especialmente hay uno que trae consigo todo un ritual de lo más curioso. Parece ser que vive justo donde yo espero y tiene el parking unos metros antes, con lo cual lo veo aparecer despacito y detenerse frente a mí con la luz verde apagada y un chico sentado en el asiento junto al conductor. Entonces se apea del taxi, lo rodea por delante y se dirige a mí con un marcado acento maño: “¿Está esperando taxi?”. A mi respuesta comienza su explicación: “Nosotros vamos al aeropuerto, a buscar a la novia de este –señalando al chaval-, pero si nos va de camino le podemos llevar”. Le digo adónde voy, se pasa la mano por la cara, una cara ancha en una cabeza grande que corona su cuerpo bajo y compacto, como un Sancho sin Quijote. Se pasa la mano por la cara, moldeándola pensativo, y responde que sí, que me pueden llevar, pero que tendremos que esperar un poco. “¿No tiene prisa, verdad?” Y yo pienso que si no tuviera prisa no estaría esperando un taxi pero que qué más da, si total serán dos o tres minutos más que se compensan con este taxista que me resulta de lo más simpático. “Es que es un coche diesel ¿Sabe? Y hay que dejar que el motor se caliente. Pero pase usted, siéntese que en seguida nos vamos”. Y durante el trayecto me irá contando anécdotas y chascarrillos sobre él y su hijo y la novia de su hijo, mientras este permanecerá en silencio y algo encogido, en un callado tierra trágame. Pero hoy no me ha recogido este sino otro que escucha la SER y se exclama de lo mal que está todo. Sin embargo esta mañana, al acomodarme en el asiento trasero ha apagado la radio y ha puesto un cedé con algo escrito a mano, un cedé casero vaya. “Si no le importa –me ha dicho- pondré un poco de música”. Por los primeros acordes he sabido que empezaba a sonar “Hey Joe”. Coño, he pensado, esto pinta bien. Empezar la jornada con Hendrix en un taxi es mucho mejor de lo que esperaba. Pero es que a continuación ha sonado “Like a Rolling Stone” de Dylan y después el fabuloso “Fisherman’s Blues”. ¡Sal de mi cabeza, esta es mi música!- he estado a punto de decirle. Pero he preferido callar y seguir escuchando esas canciones que ni escogiéndolas yo mismo me habrían sonado mejor. Al llegar al final del trayecto empezaba a sonar “Proud Mary” de los Creedence, lo que me ha obligado a prolongar todo lo posible el pago de la carrera. Tanto que ha comenzado la siguiente...


(sugerencia de consumo)
...que era Gimme Shelter de los Stones

martes, 17 de noviembre de 2009

Como antes


Tiene unos días apenas, aunque la fotografía parezca sacada de algún viejo álbum familiar olvidado bajo el polvo en el fondo del armario, o de un fotograma de una de esas películas de filmoteca. Quizás sea porque está hecha con una vieja cámara que todavía recuerda cómo se hacían antes las fotos.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Una sonrisa, por favor

Hay músicos que no tienen suficiente con hacerte feliz con sus canciones. Hay músicos que, además, lo pasan tan bien en sus conciertos que te contagian, que una semana antes de la cita ya te alegran los días sólo de pensar en lo que van a ofrecerte. Uno de esos músicos es Kevin Johansen, que desde la primera vez que lo vi en directo, hará ya unos cinco años, me quedé así, con los ojos como platos y una sonrisa que me duró toda la noche. Y si encima viene acompañado del macanudo Liniers a los pinceles, como anoche, ya ni te cuento.


(sugerencia de consumo)
Kevin Johansen canta Hotel Patagonia acompañado de Liniers a los pinceles

viernes, 6 de noviembre de 2009

Lunes

Todos los lunes que me quedan hasta jubilarme, así uno tras otro como eslabones de una deprimente cadena, suman más de tres años y medio. Tres años y medio de lunes, uno tras otro, sin festivos ni fines de semana, tan solo lunes grises que cierran un domingo e inician una nueva semana. ¿No es deprimente? Suerte que hoy es viernes.


(sugerencia de consumo)
El gran (en todos los sentidos) Fats Domino canta Blue Monday

lunes, 2 de noviembre de 2009

Un señor con bigote

Uno de los primeros recuerdos que guardo de mi infancia ante el televisor es el de un señor con bigote francamente angustiado en el interior de una cabina telefónica. Es una de esas imágenes indelebles, indisociables de otros elementos –las americanas de pana de mi padre, los rizos imposibles de mi madre, el papel pintado con estridentes círculos de color en la habitación de mis padres, mis juguetes guardados en un tambor de dixan o las películas del viernes por la noche en “La clave”, tras el “Un, dos, tres”– que acaban por configurar una época de la que apenas ni quedan las cabinas telefónicas.

Ese señor del bigote, así como la cabina telefónica en la que se quedaba encerrado, en mi recuerdo eran naturalmente en blanco y negro, como Kiko Ledgard o Balbín. La sorpresa ha sido mía cuando, hoy mismo, al buscar ese corto de Jose Luís López Vázquez –el señor de la cabina–, he visto que era en color. Lo que me hace suponer que también debían serlo Balbín, Kiko Ledgard y hasta las azafatas del “Un, dos, tres”, qué cosas.
Después he pensado que no podía ser, que a buen seguro que ya lo sabía, porque lo he visto posteriormente, pero en mis recuerdos sigue guardado en blanco y negro.

“La escopeta nacional” no, que esa ya era en color. Tan en color que López Vázquez salía sin bigote en el papel de un aristócrata onanista que raptaba a una actriz sadomasoquista, algo impensable si se piensa en blanco y negro. Las que sí que fueron en blanco y negro, pero que yo vi en un televisor en color, fueron "Atraco a las tres" de Forqué, "La prima Angélica" de Saura, “Plácido” y “El verdugo” –quizás la película más tierna y divertida del cine español–, que como
“La escopeta nacional” también firmaron el genial dúo formado por Luís García Berlanga y Rafael Azcona, el uno dirigiendo y el otro escribiendo el guión, dos nombres que su sola mención ya sabe a cine con mayúsculas, así que ni te cuento juntos. También era él ese señor de aspecto ridículo y algo patético –el españolito medio, ya se sabe– que perseguía a suecas y alemanas por las playas y piscinas de todo el litoral español, con tan mala fortuna que se hacía querer –de haber tenido éxito no caería tan simpático, que la envidia–.

Estuvo en todas esas y en muchas más –trabajó hasta con George Cukor–, el señor del bigote, el gran José Luís López Vázquez, un actor de esos que forman parte de la historia del cine español, de toda la historia de nuestro cine, como Fernando Fernán Gómez, como Francisco Rabal, Amparo Soler Leal, Alfredo Landa o Chus Lampreave. Rostros que han estado en las películas de todas las épocas y que algunos ya se han quedado allí para siempre.


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Técnicas de ligue en la playa con José Luís López Vázquez