jueves, 28 de diciembre de 2006

Polvo soy

Tengo un control absoluto sobre mi cuerpo y mi mente. No me refiero a ilusos maestros zen, arrogantes psicólogos o patéticas disciplinas orientales, no. Cuando digo absoluto quiero decir precisamente eso, absoluto. Mi control sobre todos y cada unos de mis miembros, órganos vitales, fluidos, células y átomos es total. Puedo dejar mi mente en blanco hasta que me den por muerto. Puedo hacer que mi pelo deje de crecer con solo proponérmelo. Intentad dejar de parpadear durante un minuto ¿no podéis verdad? Porque vosotros estáis encerrados en vuestro miserable cuerpo, sois sus esclavos. Mientras que yo soy el dueño del mío, me pertenece y puedo hacer con él cuanto me plazca, pues no lo necesito.

Puedo dejar de parpadear, sí. Dejar los párpados abiertos hasta que se seque la piel y caiga como un viejo y arrugado pergamino. Hasta que los globos oculares acaben como una pasa y quede colgando un pellejo inerte en mis órbitas. Puedo bajar mi temperatura corporal hasta que mis dedos de cristal helado se rompan al chasquearlos. Puedo disminuir mi ritmo cardíaco hasta detener mi corazón. La sangre dejará de fluir por mis venas, estancándose en un espeso coágulo canalizado por todo mi cuerpo, hasta que fragüe formando una costra. Puedo dejar mi cuerpo tendido al sol hasta secarlo y descomponerlo en pequeños fragmentos, que a su vez se desintegrarán dejando solamente polvo que se lleve el viento.

No será la primera vez que lo hago. Cuando me harto de todo, dejo que me lleve el viento. Pueden pasar días, semanas, meses o quizás años, cientos si es necesario. Hasta que llega el día que el viento empieza a soplar a favor mío y ese día, todas y cada una de la motas de polvo en que me convertí recuerdan, se agrupan, hidratan y vuelven a formar ese cuerpo que ocuparé hasta que vuelva a hartarme de él.

Así ha sido durante miles de años y así seguirá siendo.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Feliz Navidad

En Navidad me siento triste por contraste. No es que yo esté más triste, es que toda la gente está más alegre. Y los que no lo están, que son mayoría, se comportan como auténticos hipócritas.


Tom Waits tocando Christmas Card From A Hooker In Minneapolis

lunes, 11 de diciembre de 2006

Responsabilidad

“Si las personas sólo fueran responsables de lo que hacen conscientemente, los idiotas estarían libres de cualquier culpa. Lo que pasa, querido Flajsman, es que las personas tienen la obligación de saber. Las personas son responsables de su ignorancia. La ignorancia es culpable. Y por eso no hay nada que le libre a usted de sus culpas…”

Eso lo dice Kundera, no yo, aunque en parte estoy de acuerdo con su argumentación. Estoy conforme con la responsabilidad consciente, sin embargo no acabo de ver clara mi responsabilidad inconsciente. Quizás estaría más conforme con él si dijera consecuentes, porque de vez en cuando ser un poco egoísta es bueno, incluso sano. Tener que ser responsable de todos y cada uno de nuestros actos podría llegar a ser enfermizo. Vaya, que parece que no estoy tan de acuerdo como he dicho. Me explico.

Si yo frecuento un grupo de gente y mi elocuencia –que no es el caso- causa admiración hasta el punto de enamorar a una mujer casada, no es responsabilidad mía. Aún siendo consciente de este hecho, ¿debo cambiar mi manera de comportarme? ¿Debo dejar de frecuentar al grupo? Ahora bien, si valiéndome de mi elocuencia, deliberadamente pretendo fascinar a esa mujer, entonces sí debo responsabilizarme de mis acciones. También por estar valiéndome de un engaño. Por estar interpretando un papel, ese papel que yo sé que de mí se espera.

Sin duda, también, soy responsable de mis opiniones, aunque no siempre de sus efectos. Si tengo un encendido debate sobre, por ejemplo, política y digo algo que sienta mal a mi interlocutor, no soy responsable pues se trata de un debate abierto. Él –el interlocutor- ha accedido a saber mi opinión igual que yo he accedido a conocer la suya. Si le pica que se rasque. Ahora bien, si no ha habido acuerdo previo, aunque sea tácito, entonces sí es mi deber saber qué y qué no puede hacer daño de cuanto yo diga o haga.

Muchas veces hacemos daño –y nos lo hacen- por un desajuste en las expectativas. Yo espero de ti esto y si no me lo das me decepcionas, me siento traicionado y dolido. Y viceversa. Pero demasiado a menudo las expectativas son muy personales, y pese a que las exteriorizamos –o creemos que lo hacemos- no siempre encuentran el receptor esperado.

Todo esto ha venido al caso de una serie de circunstancias que –valga la redundancia- no vienen al caso. He recordado a Kundera sencillamente porque me impactó esa afirmación. Y después he recordado a Bob Dylan.

(esto me va a quedar largo)

La década de los 60 fue una época de encendidos ideales que, para bien o para mal, ha influido a toda la generación que nos gobierna. Ahora mismo me vienen a la mente estúpidas trifulcas según las cuales si te gustaban los Beatles no te gustaban los Stones, por ejemplo. O si eras un fan de la música folk, no podía gustarte el rock. O las míticas broncas entre rockers y mods. En fin, aunque lo haya dibujado de un modo muy superficial, fue una época de contrastes.

El caso de Dylan fue paradigma de todo esto. Sus comienzos estuvieron fundamentalmente inspirados en el folclore norteamericano, sobretodo en su admirado Woody Guthrie, y sus primeros discos lo convirtieron en un icono de la música folk, imitado y copiado hasta la saciedad por Joan Baez, Donovan y otros parásitos. Y obviamente se aprovechó de ello. Su condición de icono le granjeó fama mundial y la posibilidad de hacer lo que le viniera en gana. Y ahí fue cuando provocó el cisma.

Llegó 1965 y decidió enchufar la guitarra. Es decir, abandonó el folk y se pasó al rock, sencillamente porque era lo que le pedía el cuerpo. El punto de inflexión fue su celebrado e imprescindible Highway 61 Revisited, que arrancaba con un clásico entre los clásicos, Like a Rolling Stone. Un disco que en su época causó admiración, pero también estupefacción e ira. Había traicionado al folk, a la música verdadera, según sus defensores acérrimos. Quizás sea mucho exagerar, pero en mi modesta opinión este disco sentó las bases de lo que serían en el futuro las bandas de rock. En él están todos los tópicos actuales: rebeldía e inconformismo; estridentes guitarras eléctricas con algún solo entre la segunda y tercera estrofa; una batería que va marcando un ritmo potente acompañada de un bajo… Si cogemos, por ejemplo, los dos recopilatorios de los Beatles, en el rojo –del 62 al 66- escuchamos un pop amable y limpio, mucho ye-ye-ye. Pero el azul –del 67 al 70- es, a parte de psicodélico, estridente y sucio como Highway 61 Revisited. O por ejemplo la música de Clapton en los Yardbirds o la que hizo más tarde en Cream. O los propios Yardbirds cuando Jimmy Page substituyó a Clapton. O el mismísimo Jimi Hendrix, rendido admirador de Dylan. ¿Casualidad? No lo creo.

Sin embargo, en su momento supuso una fractura. En 1966 Dylan inició una gira por el Reino Unido. Esos conciertos los estructuró en dos partes: una acústica siguiendo su estilo más conocido hasta ese momento y otra totalmente eléctrica y rock. De esos conciertos se grabaron cuatro, todos ellos en mayo: el de Sheffield, el de Manchester y dos en el Albert Hall de Londres. La Historia concentró todos los hechos de esa gira en un nombre: The Royal Albert Hall Concert, aunque el que finalmente se publicó fue el de Manchester, por ser el mejor tanto en cuanto a música como sonido.

Cuando apareció en escena, en la segunda parte del concierto, enfundado en pantalones de piel y con gafas oscuras, con toda una banda detrás de él, una sensible parte del público reaccionó de manera hostil. No fue la mayoría, pero fueron ruidosos. Sin embargo él siguió con lo que mejor sabe hacer y nos deleitó con un concierto que todavía hoy pone la piel de gallina. Poco antes del final, en el espacio entre la penúltima y la última canción, alguien del público empieza a increparle y grita “Judas!”. Dylan replica “I don’t believe you!” y continua “You’re a liar!”. Entonces se gira hacia la banda y grita “Play fucking loud!” arrancando con una de las versiones de Like a Rolling Stone más estremecedoras jamás interpretadas. En la batería, Mickey Jones parecía que quisiera destrozar los parches mientras que Dylan, encarándose al público y haciéndose altavoz con la manos gritaba un desgarrador “How does it feeeeeeeel!!”.



Y yo me pregunto ¿era Dylan responsable de defraudar unas expectativas que él había creado en un grupo de gente?

Años más tarde, Mick Jagger dijo que la mejor canción de los Rolling Stones era de Dylan. Siguen tocándola en todos sus conciertos.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Imagina

Esa noche regresaba a casa contento y satisfecho. Era una fría noche de principios de diciembre. Las luces navideñas iluminaban las calles, casi desiertas a esa hora, y se reflejaban ondulantes en los charcos. Unas manzanas más allá se levantaba una columna de vapor desde alguna canalización defectuosa, acentuando más si cabe la sensación de frío. Esta noche helará, pensó.

Andaba con los hombros encogidos bajo su abrigo, el cuello levantado y las manos hundidas en el fondo de los bolsillos. Su mujer, colgada de su brazo derecho, se pegaba a su cuerpo en busca de calor humano. Andaba deprisa, haciendo tintinear las llaves con la mano izquierda, mientras tarareaba una melodía que le había estado rondando la cabeza durante toda la tarde. Su mujer le miró y sonrió. Habían estado todo el día en el estudio, grabando algunas maquetas para el próximo disco. De hecho, de ahí venían. Había sido una tarde provechosa. Pero John no paraba nunca, siempre estaba grabando mentalmente maquetas. Y la excelente acogida de su esperado último disco le había animado a grabar otro cuanto antes.

Iban andando por la acera opuesta a su casa. Les gustaba andar por la acera junto al parque para sentir el olor de la tierra húmeda, sobretodo cuando había llovido.

Cruzaron la calle al llegar frente al portal de su casa, el Edificio Dakota. Estaba sacando las manos de sus bolsillos cuando se acercó un chico. Lo recordó de inmediato. Esa misma mañana, al salir de casa, se había tropezado con él. El chico le había pedido por favor un autógrafo y él se lo había firmado en una vieja fotografía suya. Aparecía vestido con un traje negro y una estrecha corbata que ahora le pareció ridícula, justo de cuando los Beatles empezaban a tener éxito. Qué tío pesado –pensó-, se ha pasado todo el día aquí esperando mi regreso. Se inclinó hacia el chico, un poco molesto por su irritante insistencia, dispuesto a firmar otro autógrafo.

– ¿El señor Lennon? –preguntó el chico.

BANG
........BANG
................BANG
........................BANG
................................BANG
........................................BANG

Dos balas se incrustaron en la pared del fondo. Las otras cuatro las detuvo John con su cuerpo, que se fue desplomando lentamente a la vez que se desplomaba en el suelo uno de los más grandes mitos del S.XX.

John Lennon icon


Imagina que no murió. Imagina que todavía vive. Es fácil si lo intentas.


He encontrado este vídeo de su última actuación, que os dejo de propina. Atención a la letra, sobretodo a los que os gusta Lennon. En la estrofa donde menciona "religion" lo cambia por "immigration". Imagina que no hay inmigración. Es decir, imagina que la inmigración no fuera una necesidad. Estamos a principios de los 80 en los Estados Unidos. Lennon mete con calzador la palabra, que rompe ligeramente el ritmo de la melodía, así que intuyo que no es un simple capricho. Es curioso que veintiseis años después, esto mismo se comprenda desde la óptica de este país. Pero bueno, este tema es lo bastante jugoso como para escribir uno o varios post enteros.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

Surrealismo y psicodelia

Antonioni es a la psicodelia de los sesenta lo que Buñuel al surrealismo de los años veinte. Y ahí debería añadir un “he dicho”. Quizás peque de categórico con esta afirmación, pero valga como excusa que soy un mero aficionado al cine, en absoluto experto, y esta no es más que una apreciación personal. También quiero dejar claro que no es mi intención poner al mismo nivel a ambos realizadores. Al italiano –por cierto nacido en Ferrara, preciosa población italiana de la que hablaré en otra ocasión- le reconozco alguna buena película y una obra maestra: Blow Up. Mientras que el gran Buñuel cuenta en su haber una buena ristra de obras maestras de culto. Así pues, para descategorizar un poco mis palabras, matizaré. El Antonioni de Blow Up o Zabriskie Point es a la psicodelia de los sesenta lo que el Buñuel de Un Chien Andalou al surrealismo de la década de los veinte. He dicho.

Y para poner un poco de luz y movimiento a mis palabras, aquí os dejo con un par de regalitos. El primero es la totalidad de la obra maestra del surrealismo, concebida en 1928 por dos genios: el mismo Buñuel y el excéntrico Salvador Dalí. Valga como anécdota escabrosa que el protagonista de este corto, Pierre Batcheff, así como su compañera de reparto Simone Mareuil se suicidaron.


En cuanto al segundo vídeo, os diré que es un fragmento Zabriskie Point de Michelangelo Antonioni, del año 1970 y probablemente fruto del abuso de los psicotrópicos. Esta escena en cuestión está acompañada de la música de Pink Floyd, con el tema Come In #51, Your Time Is Up, una recreación de Careful With That Axe, Eugene, publicada en formato single en 1968 y posteriormente incluida en el álbum Ummagumma en su versión en directo.

Cada vez que la veo me entran unas ganas insalvables de tomar drogas.

viernes, 3 de noviembre de 2006

El espíritu

A esa hora de la mañana, cuando el único nexo de unión con la realidad es la taza de café a la que me agarro con cierta angustia, temeroso de caer en una espiral hacia un sueño profundo del que apenas acabo de salir. A esa hora –digo-, las conversaciones en la barra del bar son lejanas letanías y las voces llegan en sordina a mi cabeza, que lenta y trabajosamente las procesa. La vida es una cortina sonora en la que se mezcla el vapor de la cafetera, el repiqueteo de los platillos contra las tazas, las cucharillas removiendo el azúcar en los cafés, las sillas arrastradas por el suelo, saludos más o menos efusivos, teléfonos móviles sonando… Y en el fondo de esa banda sonora matutina el televisor atronando noticias, de las que voy captando sólo algunos jirones.

Es en este momento cuando mi mano se crispa y deja caer la cucharilla sobre el platillo. Oigo –me parece oír- que la Fiscalía Anticorrupción y el mismísimo juez Garzón –sí, el que solicitó la extradición de Pinochet- están investigando al Espíritu Santo, al que le han bloqueado cuentas por valor de 1500 millones de euros. Y ahí mi imaginación empieza a volar a ritmo frenético. Cojoño –pienso-, los tiene bien puestos el Garzón este. Con la iglesia hemos topao, aunque… yo creía que los únicos intereses del Espíritu Santo eran las almas, pero ya veo que no. Me hubiera podido esperar que lo investigaran por estafa o fraude, aunque no fiscal. De todos modos ¿en calidad de qué lo están investigando? Porque persona física o jurídica no es. ¿Acaso como ente espiritual? ¿Tiene algún responsable civil subsidiario? Vaya, que investigarlo a él por fraude fiscal me suena como investigar a los tres Reyes Magos por proclamar la república. Y a todo esto ¿se ha pronunciado la Conferencia Episcopal? Porque deben estar echando chispas y maquinando una reedición del coco ese del contubernio judeo-masónico. Como poco habrán excomulgado al juez. Por no mencionar a B-XVI, que ya estará maquinando recuperar de las tinieblas a la Santa Inquisición, de la que fue prefecto aunque bajo el eufemismo de Congregación de la Doctrina de la Fe. En fin, que me he quedado petrificado con la noticia. Pero sólo hasta que han dicho –ya me extrañaba a mí- que eso del Espíritu Santo es un banco portugués.

Total, que me he repuesto de la impresión, he terminado mi café y he salido a la fría mañana.

... papel y tijera

Aquí os dejo con una muestra de la obra en papel del arquitecto danés Peter Callesen. Su interés por pasar del plano al volumen lo llevó a trabajar con un simple papel A4 y unas tijeras, creando estas maravillosas obras.


Looking back, 2006 de Peter Callesen


sábado, 21 de octubre de 2006

Paradero desconocido

Esta pequeña obra maestra –escrita por la periodista y profesora universitaria Kressmann Taylor- se publicó en 1938, en plena efervescencia del fascismo en Europa, y particularmente del nazismo en Alemania. Un año más tarde, una reseña del suplemento literario del New York Times citaba “Esta hitoria es la perfección misma. Es la denuncia más rotunda del nazismo que haya aparecido jamás”.

Intentemos ponernos en situación. La Segunda Guerra Mundial estalló en 1939, y la intervención estadounidense en Europa fue posterior. Sin embargo, la novela fue publicada en los EEUU un año antes del inicio del conflicto. Con esto quiero hacer patente que, si bien se sabía del nazismo, en esa época no se conocían en absoluto las atroces consecuencias que produjo, y que de todos son conocidas hoy en día. Este pequeño detalle le da a esta obra un plus de clarividencia que no tienen, en modo alguno, obras posteriores. Estamos ante un relato en el que el autor sabía lo que estaba pasando. Y no sólo lo condenaba, sinó que le asustaba. Y pese a esta condena y denuncia del nazismo, tristemente sabemos todos lo que luego sucedió.

La obra en sí está estructurada en modo de misivas entre dos amigos y socios en el mercado de obras de arte. Por un lado tenemos a Max Eisenstein, un judío estadounidense. Por el otro a Martin Schulse, un alemán, ambos afincados en California hasta que, en 1932, Martin decide regresar a Alemania. Es a partir de este momento cuando empieza el intercambio de cartas, y en él se empiezan a descubrir, primero en forma de pequeños detalles, más tarde con terribles evidencias, los profundos cambios que está experimentando la sociedad alemana. La locura colectiva de todo un pueblo se refleja en estas cartas, hasta el punto en que Martin llega a renegar de su amigo por su condición de judío.

Bien. Este pequeño librito aterrizó en mis manos hace unos cinco años, coincidiendo con una reedición de la obra. La engullí en apenas una tarde y me dejó en un penoso estado de abatimiento. Es brillante, sí, pero también dura y triste. Y esta misma tarde he visto que su texto ha sido adaptado –en catalán- para el teatro y que las representaciones, aquí en Barcelona, empezaron hace escasos días. En fin, que he comprado mi entrada para esta noche. Seguro que será una agradable y triste velada.

jueves, 19 de octubre de 2006

Melancolía

Cada estado de ánimo tiene su música, como en una banda sonora vital, que suele ser distinta en cada persona. En mi caso, cuando la melancolía o tristeza me embarga, recurro siempre a Bill Evans. Me refiero, obviamente, al Bill Evan pianista.

Este músico, de una sofisticación armónica sobrecogedora, arrebatadoramente lírico e inconfundible desde las primeras notas arrancadas a su piano, empezó su carrera a finales de los 50. Fue precisamente en el 59 cuando participó junto al grandioso Miles Davis en Kind of Blue, indiscutiblemente el disco de jazz más influyente de todos los tiempos. Y en mi modesta opinión el mejor, todavía no superado.

Pero tras esta experiencia decidió formar su propio grupo, un trío. ¡Qué digo un trío! El trío. El mejor trío de jazz que jamás haya pisado un escenario. Él al piano y a su vera Scott Lafaro subliminando el bajo y Paul Motian marcando un precioso ritmo a la batería.

Con estos mimbres sin duda había que hacer algo grande. Y vaya si lo hizo. El 25 de junio de 1961 se juntaron los tres en las sesiones del Village Vanguard. De esa noche quedó una grabación asombrosa, brillante, única. Abrió el camino a las pequeñas formaciones de jazz, y lo hizo a lo grande. Es un disco melancólico, sí, pero hace sonreír por su virtuosismo y belleza. Y también puede provocar alguna lágrima o profundo suspiro. Lo que no provoca es indiferencia.

Y como mi actual estado de ánimo casa con esta música, aquí os la dejo para vuestro deleite. Bill Evans tocando Waltz for Debby en el Village Vanguard.





Algunas anécdotas al respecto.

De esta actuación se publicó Sunday at the Village Vanguard. Años más tarde, y debido a la aureola mítica adquirida, se publicaron el resto de temas en otro disco: Waltz for Debby.

El Village Vanguard era un local al que se iba a escuchar música mientras se tomaba una copa sentado en un mesilla redonda. En la grabación se oye el tintineo del hielo en esas copas.

El bajista Scott LaFaro murió en un accidente de coche, tan solo diez días después de la grabación. Bill Evans tardó un poco más, pero las drogas se lo llevaron a los 51 años.

Oxímoron

(Del gr. ὀξύμωρον).
1. m. Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador.

¿Arrebato último?

Nunca concebí este espacio como un substituto de mi libreta y bolígrafo, pese a que durante un breve periodo de tiempo llegó a serlo. Ignoro si fue porque decidí abrir mis entrañas al mundo o porque de todo cuanto yo era nada tenía que ocultarme. La cuestión es que las circunstancias cambian, la gente sabe y llega un momento en que uno se siente condicionado. Ya no me siento libre en este lugar. Me siento observado y juzgado.

Hace tiempo que arrebatos dejó de hacer honor a su nombre. Quizás abra un nuevo blog, esta vez anónimo. Quizás me limite a escribir como antaño, en mi libreta, todo eso que duele. Lo que está claro es que aquí me siento incómodo, y no me gusta. No descarto añadir alguna que otra ficción, o alguna anécdota, pero no volveré a desnudarme.

Parece que esté matando a arrebatos, pero nada más lejos de la realidad. La realidad es que arrebatos murió hace ya algún tiempo.


Os dejo con Miles Davis. No se me ocurre mejor forma de acabar con esto.

miércoles, 11 de octubre de 2006

Arrebatos foráneos: Jeff Buckley


Lover, you should've come over
Jeff Buckley

martes, 10 de octubre de 2006

Arrebatos foráneos

Bravo, permíteme aplaudir
por tu forma de herir mis sentimientos.
Bravo, te vuelvo a repetir,
por tus falsos e infames juramentos.
Todo aquello que te di
en nuestra intimidad, tan bello,
quien me iba a decir
que lo habrías de volcar en sufrimiento?

Te odio tanto,
que yo mismo me espanto
de mi forma de odiar.
Deseo
que después de que mueras,
no haya para ti un lugar.
El infierno es un cielo
comparado con tu alma,
y que Dios me perdone,
por desear que ni muerta tengas calma.

Te odio tanto,
que yo mismo me espanto
de mi forma de odiar.
Deseo
que después de que mueras,
no haya para ti un lugar.
El infierno es un cielo
comparado con tu alma,
y que Dios me perdone,
por desear que ni muerta
ni muerta tengas calma.

Bravo, permíteme aplaudir
por tu forma de herir
mis sentimientos.


Luis Demetrio


Esta es la letra de Bravo, canción que, cantada por Nacho Vegas, aparece en El tiempo de las cerezas, disco publicado conjuntamente con Enrique Bunbury.

martes, 26 de septiembre de 2006

Olvido

La verdad, todo esto me resulta muy embarazoso. No sé cómo ha podido ocurrir una cosa así. Qué digo cómo ha podido ocurrir, no. Lo correcto es cómo ha podido ocurrirme. Porque si existe un culpable ese, sin duda, soy yo.

De antemano sé que excusarme –escudarme- en mi mala memoria es muy fácil. Pero ¡cojoño*! Es cierto. Ni siquiera pensé en ello. No me estoy refiriendo a un simple olvido, no. Es que no pensé en ello. En mi propio descargo puedo esgrimir que es la primera vez –y la última, espero- que me ocurre esto. Ciertamente es así, pues jamás me había pasado por alto. Pese a que suele aparecer con sigilo, sin apenas dejar percibir su presencia en el ambiente. A pesar de su tendencia a hacerse notorio más avanzada la estación, nunca hasta ahora había olvidado la entrada del otoño.

Llegó este viernes pasado, lo supe ayer. Quizás fue la resaca o, tal vez, que debo estar envejeciendo a pasos agigantados…




*Cojoño: (de cojones y coño) Interjección políticamente correcta para expresar diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o enfado.

viernes, 22 de septiembre de 2006

La habitación de hotel

Introdujo la llave en la cerradura, la giró y empujó la puerta hacia adentro. Una vez en el interior, la cerró de un manotazo sin ni siquiera darse la vuelta. La tenue luz que entraba a través de la ventana le facilitó la tarea de encontrar el interruptor. Pulsó uno y se encendió la luz del baño, junto a la entrada. Pulsó el otro y se iluminó la habitación.

Una rápida ojeada le permitió familiarizarse con el espacio y le confirmó la decadencia del lugar. Sin duda había sido un hotel elegante, pero eso había sido hace más de cinco décadas y todo apuntaba a que el tiempo se había detenido ahí, a la par que el interés de los dueños por tapar con pintura las manchas de la pared y cambiar los muebles desvencijados y la moqueta raída. Dejó la maleta en el suelo, se acercó a la ventana de doble hoja cruzando la habitación y la abrió de par en par para fumarse un cigarrillo sentado en el alféizar.

Mientras se aflojaba el nudo de la corbata pensó en la estupenda mujer con la que había compartido ascensor hasta la tercera planta, en la que ambos se habían bajado. La ondulante melena castaña que lucía no le había impedido observar unos hermosos ojos de color miel. Todavía no tendría los treinta años, pensó. No se habían cruzado una sola palabra durante el breve trayecto y sólo, cuando ella se quedó frente a la 303 y él pasó por detrás suyo hasta la 305, que era la habitación contigua, había murmurado un buenas noches que no había tenido eco en la hermosa desconocida. Recordar el movimiento de sus nalgas bajo la tensa tela de la falda le produjo un hormigueo entre las piernas que se tradujo en leve erección. Llevo demasiado tiempo de perversión onanista, pensó. Luego apagó el cigarrillo en el alféizar y lo lanzó hacia la calle desierta.

De regreso de sus ensoñaciones libidinosas, echó un nuevo vistazo a la habitación, ahora más detallado y desde el otro extremo. En primer plano la cama, hundida la parte central, ocupaba una cuarta parte de la estancia. Más allá, pegado a la pared del baño, un armario de espejo. Y entre este y la cama, una puerta que le había pasado inadvertida al entrar.

Sintió tensarse todos los músculos. Esa puerta comunicaba directamente su habitación con la de la mujer. Esta certeza aceleró su imaginación. Se descubrió a si mismo pensando en qué estaría haciendo ahora ella. Quizás se estaría desnudando para meterse en la cama. No –descartó- seguro que primero ha deshecho la maleta y lo ha colocado todo ordenadamente en el armario. Contuvo la respiración para captar cualquier sonido que llegara desde la habitación contigua y delatara su actividad. Un roce de tela. Un zapato que cae al suelo. Pero no pudo oír más el rumor de los coches que atravesaban la calle en ambos sentidos. Cerró la ventana, se descalzó y se acercó sigilosamente a la puerta. Estuvo ahí un minuto quizás, aunque le pareció una eternidad. Pero no supo identificar ningún sonido.

Se le ocurrió probar si estaba cerrada con llave, aunque lo descartó al instante. ¿Cómo iba a hacer eso? Es decir, ¿cómo mover la manija de la puerta sin que la vecina se diera cuenta? Y si no estaba cerrada con llave ¿qué? ¿Abriría la puerta de par en par quizás? La sola idea ya lo excitó. Se vio a si mismo abriendo la puerta de golpe para encontrase a una mujer semidesnuda. Entonces ella gritaría y se intentaría cubrir primero con las manos, para agarrar después un extremo de la sábana y tirar fuertemente… No. La realidad sería muy distinta. Había visto tantas películas de Bogart que ya se imaginaba a si mismo con gabardina y el cigarrillo colgando de los labios. Lo más probable es que abriera la puerta y se quedara con cara de imbécil sin saber que decir ni hacer. Entonces volvería a cerrar la puerta y, como mucho, sería capaz de balbucear cualquier disculpa. O sencillamente la puerta estaría cerrada y ella, alertada por su tentativa, avisaría a la recepción, que mandaría a un vigilante de seguridad para invitarle a abandonar el hotel.

Fue entonces cuando vio que la puerta tenía una de esas viejas cerraduras con un orificio del tamaño de la uña del dedo meñique. Ese descubrimiento despertó al voyeur que siempre llevó dentro. Se imaginó a la mujer desnudándose frente a la puerta, completamente ajena al ojo que la observaba. Inmediatamente se reprendió a si mismo. Ya no por esa enferma violación de la intimidad de una mujer, sino también por su estúpido conformismo. Por una parte, su educación estrictamente católica había calado muy hondo en su ética y, si bien no la cumplía demasiado a rajatabla, sí que tenía frecuentes cargos de conciencia. Por otra parte, lamentaba no haber sido capaz de entablar una amable conversación con ella en el ascensor. Iba a pasarse tres días en ese hotel. Si ella no estaba de paso podría haber conseguido algo más que eso, que contentarse con verla a hurtadillas.

Apagó la luz de su habitación y vio que, a través del ojo de la cerradura, entraba la luz de la otra habitación. Sigue despierta, pensó. Se acercaba a la puerta cuando se apagó la luz en la otra habitación. Masculló una maldición y fue a encenderse otro cigarrillo. El primero que sacó de la cajetilla se le cayó. Le temblaban las manos. Apenas pudo acertar a encender el segundo. Dio un par de rápidas caladas y vio que volvía a entrar luz a través de la cerradura. Dio unas caladas más, aplastó el cigarrillo en el cenicero y se acercó de nuevo a la puerta. Dudaba. Sentía escalofríos y un estremecimiento le recorrió la espalda como si una pluma le hubiera rozado el espinazo. Se quedó parado junto a la pared. La luz en la otra habitación volvía a estar apagada. Se arrodilló y avanzó así hasta la puerta, procurando no hacer el más leve ruido. Procurando respirar lo menos posible. Ahora tenía el ojo de la cerradura a la altura de los suyos. Sólo faltaba ponerse frente a la puerta y mirar.

Se giró rápidamente, ajustó su ojo a la cerradura, miró y vio justo como, al otro lado, un hermoso ojo de color miel se separaba bruscamente de la puerta.

martes, 19 de septiembre de 2006

Ladrillos

La primera vez había sido un grave error. Ese imbécil realmente le había hecho creer que la quería. Pero todo se torció cuando se quedó embarazada y él se largó. Así que no había tenido otra opción que esa. Sin embargo, esta vez había sido un descuido. Imperdonable, eso sí, pero un descuido al fin y al cabo. No podía culpar a nadie más que a ella misma. Las circunstancias que la habían conducido a esto eran distintas, pero la solución al problema, tanto ayer como ahora, la tenía que afrontar ella sola. Estas cosas no cambian, reflexionó mientras descendía por la empinada escalera del sótano, apoyándose en la barandilla y entre espasmos de dolor por las ya cada vez más frecuentes contracciones.

Durante las últimas semanas lo había preparado todo. La cama seguía ahí desde la última vez. Disponía de toallas limpias, agua caliente, tijeras, gasas, etc. Así como de ladrillos macizos, cemento de secado rápido, arena y agua para la mezcla, una paleta y una plomada.

Quizás a algún vecino le pareció oír el sonido, amortiguado por las muchas paredes y puertas cerradas, del llanto de un bebé. Pero fue tan débil y tan breve que a los pocos segundos pensó que se habría confundido. Horas después lo había borrado por completo de su mente.

Era una mujer fuerte que siempre había tenido las cosas muy claras. Un tercer hijo me complicaría demasiado la vida –se convenció a sí misma mientras colocaba un ladrillo sobre otro, añadía otra capa de cemento y colocaba un nuevo ladrillo sobre el cada vez más alto tabique junto a la pared. Esa otra pared que, inspirada en un cuento de Edgar Alan Poe, había levantado dos años antes y del mismo modo que ahora, a escasos veinte centímetros de la pared principal. Lo justo para ocultar de las miradas entrometidas un pequeño cuerpo al que se le había aplicado un aborto post parto.


Y es que en algunas -muy pocas- ocasiones, la ficción supera a la realidad.

viernes, 8 de septiembre de 2006

Tumbando mitos

A lo largo y ancho de la historia, los poderosos se han valido de mil y un ingenios para mantenerse en el poder. Hay y ha habido desde chaqueteros hasta ajustes en la historia, como esas célebres fotografías soviéticas, en plena guerra fría, de las que iban desapareciendo los distintos personajes que, por un motivo u otro, caían en desgracia.

Algo que hoy en día nos tomamos con cierta sorna, e incluso sentimos vergüenza ajena por ello, es la facilidad con que los estadounidenses se sacan héroes de la manga. Pero no olvidemos que es un país joven y que no están haciendo nada que otros países no hayamos hecho antes.

Toda esta tradición viene ya de la Grecia y Roma clásicas. ¿Qué hicieron los dioses sino eso? Primero fueron chaqueteros, pues de llamarse Zeus, Deméter, Dionisios o Eros en la época de esplendor griego, pasaron a llamarse Júpiter, Ceres, Baco o Cupido para los romanos. Y todo por mantenerse en el poder. Y cómo no, también se inventaron mitos y leyendas para ocultar la triste, y en ocasiones vulgar, realidad. Al fin y al cabo, por muy dioses que fueran, se comportaban como unos viciosos y depravados, tan corruptos como cualquier cacique de tres al cuarto que ostente el poder absoluto.

Uno de estos mitos fue el de Proserpina (que en su época griega se llamó Perséfone), hija de Júpiter y de Ceres, que se inventó un secuestro a manos de Plutón. Pero en realidad no fue así.

Proserpina era una chica de virtud laxa y muy alocada, para tormento de sus padres que ya no sabían que hacer con ella, pues en esa época todavía no había internados en Suiza. Para colmo era amiga íntima de Venus, que como buena diosa del amor que era, se pasaba el día liando entuertos entre este y aquél, dejando a su paso un desolador rastro de promiscuidad. Y pasó lo que tenía que pasar. Un día apareció por ahí Plutón, que era un morenazo de pelo largo, musculoso y muy ardiente (no en vano era el dios de los infiernos). Una especie de latin lover, vaya. Y ella se rindió a sus encantos. Pero tanto se rindió que se pasaron eones fornicando, hasta que ella se quedó embarazada. Como un casamiento con Plutón no estaba bien visto por su padre, pero mucho menos por su madre Ceres, que era la diosa de la primavera, planearon escaparse. Hoy en día esto de simular un secuestro por amor es algo que ya tenemos muy oído, pero en realidad nos hallamos ante unos pioneros en la materia.

Del disgusto morrocotudo que se llevó su madre surgió el invierno, es decir que les debemos a Proserpina y Plutón el poder ir a esquiar. Sin embargo su padre Júpiter, que de tonto no tenía un pelo, se enteró de la intriga y en un arrebato de furia los convirtió en estatua de mármol.

Actualmente ambos están expuestos en la Galleria Borghese, para mayor escarnio público, y son popular y erróneamente atribuidos al genial escultor, pintor y arquitecto Bernini. Pero es obvio que tanta perfección y belleza no puede haber nacido de la mano de un mortal.

Detalle de 'El Rapto de Proserpina' de Bernini


martes, 5 de septiembre de 2006

Cronos

Una fría noche de enero, caminando de vuelta a casa, me tropecé con un viejo caído en el suelo. Yacía con los miembros doblegados de manera anómala, en una extraña postura a todas luces incómoda. Me acerqué y le dije algo, no recuerdo qué, pero no obtuve respuesta. Le tomé una mano que de tan gélida casi me quemó la mía. Más que frío, parecía que me estaba quitando a mí el calor. No le encontré el pulso. Sin embargo me fijé en que llevaba un hermoso reloj de oro, así que se lo quité de su muñeca, pensando que ya no lo iba a necesitar más. Vi que estaba detenido a las siete –de la tarde, pensé- y le di cuerda. Fue entonces cuando el viejo se levantó y, con lágrimas en los ojos y un torrente de palabras entrecortadas por la emoción me dio las gracias por mi gesto. Le di su reloj y se lo ajustó en su muñeca mientras musitaba algo acerca de su mala memoria, que cómo podía haberse olvidado de darle cuerda.

Es desde esa noche que no llevo nunca reloj.

viernes, 1 de septiembre de 2006

Deseo

!


– ¿Cuanto hace que no te pones la mini tejana?
– Mmmm…
– Tengo ganas de arrinconarte en cualquier portal, alguna noche volviendo a casa, y hacer desaparecer mis manos bajo tu falda, los dedos entre tu piel y tus bragas y dejarlos vagar por ahí hasta sentirlos mojados por tu deseo.
– Pffffff… Voy a buscarla.

miércoles, 23 de agosto de 2006

Puntualidad relativa

Paul Auster nos cuenta, con la voz de Auggie y en forma de cuento de Navidad, como éste consiguió, por fruto del azar y de manera un tanto ilícita, una cámara fotográfica –de las buenas, nos aclara él- y el uso que ha hecho de ella desde ese momento: cada día, laborable o festivo, a las ocho en punto de la mañana, ya haga sol, llueva o nieve, Augustus Wren planta la cámara en la esquina frente a su tienda de tabacos y saca una foto. Cada día. A esa hora en punto.

Cada día, invariablemente y con una puntualidad británica, me despierto a una hora distinta y todavía más distinta es la hora a la que me levanto. Cada día, sin excepción, voy a la ducha antes que nada, mientras que ella se queda durmiendo –un ratito más, por favor- en la cama. O desayuno antes y es ella la que se ducha primero. O desayuno y ella se queda en la cama –un ratito más, por favor- durmiendo. O desayuno después de ducharme, mientras es ella la que se ducha. O no desayuno. Incluso en alguna ocasión ha sido ella la primera en levantarse para ir a la ducha, mientras que yo –un ratito más, por favor- me quedaba durmiendo en la cama. Porque cada noche, invariablemente y con la exactitud de un reloj suizo, nos acostamos a una hora distinta. Siempre, eso sí, mañana. Y eso teniendo en cuenta que nuestra hora de la cena no cambia nunca. Es a las nueve y media, o a las doce, o a las once menos cuarto, o a las diez y veinte, o… Eso sí, siempre cenamos a la hora de la cena.

El resultado de esto es mi ancestral puntualidad al trabajo. Siempre, invariablemente, sin distinción de días soleados, nublados o lluviosos, llego tarde. Como está claro que llegar puntual al trabajo no me motiva lo suficiente como para cambiar mis ordenados hábitos de conducta, he pensado que quizás podría hacer como Auggie y empezar a tomar fotografías, una a las ocho, otra a las nueve y media, otra a las siete (antes de acostarme), otra a las once, otra…

lunes, 31 de julio de 2006

David o el nuevo Goliat

Mientras haya un palestino vivo, el
holocausto continúa.

José Saramago

martes, 18 de julio de 2006

Círculos

No sé cómo he llegado hasta aquí. He ido callejeando siguiendo las sombras que los árboles y edificios proyectan sobre la calle, tratando de huir de este sol y este calor agobiante del verano en la ciudad. En una de estas calles he visto una sala de arte en la que se exponía una interesante selección de fotografías. Se titulaba París a través de la lente o algo así. La cuestión es que he entrado, quizás atraído por el aire acondicionado que se adivinaba en el interior, quizás por el sugerente cartel que apoyado sobre un caballete flanqueaba la entrada. He sido consciente de mi feliz decisión apenas he franqueado la puerta acristalada, pues había allí obras de Doisneau, Kertész y otros muchos desconocidos por mí, pero igualmente grandes. La mayoría de las fotografías expuestas eran en blanco y negro, dejando tan solo una escasa décima parte al color. Curioso –he pensado- que la ciudad de la luz siempre se fotografíe en blanco y negro.

Paseando distraídamente por las salas, una fotografía me ha llamado poderosamente la atención. Pese a ser también en blanco y negro, era relativamente reciente. Era un instante transplantado desde la orilla del Sena a Barcelona, y por la luz oblicua y la ropa de los paseantes se adivinaba una tarde de verano. Aunque yo sabía que era una tarde de verano. Un par de barcazas al fondo, desenfocadas, de deslizaban suavemente río abajo junto a los contrafuertes y el ábside de Notre Dame. Ligeramente desplazada a la izquierda, pero enfocada, una chica sentada en el muelle del río, con la espalda completamente erguida, lee un libro y se convierte en el eje de la composición.

Es increíble –pienso-, asombroso, pero yo he estado ahí. Yo recuerdo esa imagen, a esa chica leyendo a la orilla del Sena con la espalda completamente recta. Fue hace unos años, cuatro o cinco quizás. Instintivamente me busco en la imagen, pero no me encuentro. Es casi como si yo hubiera sido el fotógrafo. Me siento tan conmovido que apenas me doy cuenta que alguien más está observando fijamente la imagen. Ignoro el tiempo que yo mismo llevo mirándola, pero justo a mi derecha, un paso por detrás, hay una chica con los ojos fijos en la chica de la fotografía. Es joven y esbelta, con la melena lisa y oscura cortada sobre los hombros. Con unos ojos enormes me mira y me dice, casi balbuceando, soy yo. La chica de la fotografía soy yo.

jueves, 13 de julio de 2006

Arte

Dijo un artista que todos somos artistas, pero que sólo unos pocos son capaces de dedicar su vida al arte.

Otro dijo que todos los artistas deben ser unos inadaptados.

Quizás sea una mezcla de ambas circunstancias, aunque ignoro en que proporción. Es decir, no sé si será por exceso o por defecto. O que quizás una cosa lleve a la otra. No sé si el artista lo es porque crear es su vida y sin eso no podría realizarse o, sencillamente, se dedicó a eso porque no había nada más que le motivara. ¿Es como una balanza? Todos somos artistas pero no todos somos artistas. Entonces ¿qué decanta la balanza?

No he tenido ningún trabajo que me haya motivado. Sólo me colma escribir, leer, hacer fotos... ¿Acaso eso me convierte en un artista?

Sin duda he creado pero… dudo mucho que mis creaciones se puedan considerar arte. Por lo menos según la concepción que yo tengo del arte. Creativo es una palabra que no me gusta. Me suena a eufemismo de publicitario. Aunque, al fin y al cabo ¿qué es el arte? Etimológicamente hablando es la habilidad para hacer algo. Sobretodo si ese algo se hace bien. ¿Es un contable un artista? ¿O un informático? Aquí creo que la etimología nos confunde o, por lo menos, no se acerca a la entidad que le damos al arte. Sin embargo, sin unimos en una las tres primeras definiciones del DRAE, resulta que arte es una manifestación personal bien hecha mediante recursos plásticos, sonoros o lingüísticos. Será eso… Y bien hechos significa que esa manifestación personal llegue a más gente, aunque no sea en el tiempo en que se manifiesta.

Resumiendo. Si buscáis arte, aquí no lo encontrareis. Esto es una simple manifestación personal, hecha todo lo bien que sé, mediante recursos lingüísticos y, de vez en cuando, visuales.

Y toda esta disertación ha venido a cuento de una película que acabo de ver. Por enésima vez. ¿Es el cine arte? Igual que los libros, digo yo. Es un contenedor. Al igual que la guía telefónica, aunque libro, no es literatura, hay películas que deberían poner a quienes la engendraron a picar piedra. Pero yo acabo de ver El ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica. Y eso, no me cabe duda, sí que es arte.
Creo que sólo Blancanieves y esta son las películas que me han hecho derramar alguna lágrima.

El ladrón de bicicletas

martes, 4 de julio de 2006

Asmoideo

La historia es suficientemente larga y jugosa como para omitirla aquí. No me apetece añadir más palabras a un tema que tiene en su haber millones de páginas escritas. Sólo apuntaré algunos detalles básicos.
Es la iglesia de un pueblo perdido en lo alto de una colina en el sur de Francia. Su historia se remonta a la época romana. El diablo (asmoideo según la tradición cátara) sostiene la pila de agua bendita. Unos bajorelieves describen la pasión de cristo, con la particularidad que esa descripción se realiza en sentido inverso al resto de las iglesias católicas. En uno de esos bajorelieves, Jesucristo sangra al ser bajado de la cruz, lo que significa que está vivo. En el altar, una representación de la Virgen María, a la derecha, sostiene a un niño. A la izquierda, una representación de Jesucristo sostiene a otro niño...

Asmoideo en Rennes-le-Chateaux


No es de extrañar que desde Roma organizaran una cruzada contra los cátaros.

lunes, 26 de junio de 2006

El Roto

El Roto



El Roto es un ilustrador español que publica diariamente sus viñetas en el periódico El País. Refleja como pocos la sociedad desde un punto de vista crítico y satírico, mostrándonos a menudo sus muchas contradicciones.

jueves, 22 de junio de 2006

Nadie es perfecto

Al referirse al cine culto dijo que todo director que tuviera un mensaje, mejor se dirigiera a la oficina de correos más cercana. Él hizo, según sus palabras, películas que le hubiera gustado ver, y a él sólo le gustaba el cine de entretenimiento. Criticó a los directores europeos que confundían lentitud y solemnidad con profundidad. Sobre Bergman dijo que, pese a que los críticos no entendían nada de lo que quería decir, les chiflaba. De Godard decía comprender el porqué él solo se había cargado varias productoras. Con Antonioni no fue tan duro. Lo alabó como gran artista, pese a que él era incapaz de mantenerse despierto con sus películas. Quizás sólo se salvó Lubitsch, quien fuera su maestro, cuando dijo que al público no se le debe dar todo masticado como si fuera tonto. Hablaba de esos directores que te dicen dos y dos son cuatro, mientras que Lubitsch decía dos y dos… y el público debía sacar sus conclusiones.

Y es que si por algo destacó Billy Wilder fue por su acidez y sarcasmo. La gente del gremio le respetaba y le temía hasta el punto de afirmar que "tenía cuchillas en el cerebro".

Construyó todas sus películas sobre la base de buenos guiones, prescindiendo de efectos especiales. Decía que no sabía rodar choques de coches. Y pese a que su cine fue realmente entretenido –es realmente entretenido-, incluso divertido e hilarante, nunca careció de mensaje, siempre había ahí una crítica, o una burla, o una patada en el culo de las convenciones sociales. Con Irma la Dulce consiguió que la gente adorara a una putilla de barrio. En Primera Plana destripó sin piedad las miserias del periodismo mientras que con Uno, dos, tres se burlaba del comunismo y del capitalismo en el Berlín ocupado. Y en El Apartamento, quizás su película más atípica por oscura y dramática, consiguió que el mojigato público norteamericano de los primeros sesenta saliera enamorado de un trepa mentiroso y una adúltera.

Pero no todo en una película es el guión. También está el ritmo, los planos con los actores dialogando. Y en esto él fue un verdadero genio, el mejor. Sus películas son una sucesión de escenas sin transiciones, repletas de detalles y matices. Narra con imágenes como sólo él y alguno más –sin duda Orson Welles también- saben hacer. Y en los diálogos no hay vacíos ni pausas. Todo lo dicho es trascendente para la película. Y todo el guión está plagado de frases y diálogos ingeniosos con personajes que interactúan, con escenas de varios actores hablando simultáneamente. Esto sólo lo he visto en sus películas, las de Lubitsch, Howard Hawks -qué planos los de Bola de fuego, con diez y hasta doce personajes encuadrados- y, si acaso, alguna de Woody Allen.

A Wilder nunca le gustaron las fiestas. Sin embargo hoy hubiera cumplido cien años y dijo que esta fiesta sí que le apetecía celebrarla.

Billy Wilder junto a Marilyn Monroe


"Sobre la impuntualidad de Marilyn debo decir que tengo una vieja tía en Viena que estaría en el plató cada mañana a las seis y sería capaz de recitar los diálogos incluso al revés. Pero, ¿quién querría verla?... Además, mientras esperamos a Marilyn Monroe todo el equipo, no perdemos totalmente el tiempo... Yo, sin ir más lejos, tuve la oportunidad de leer Guerra y Paz y Los miserables."

miércoles, 21 de junio de 2006

El tren que pasa

Sé por lo que has pasado y es por eso que estoy aquí dibujándote un beso en los labios.

Pese a tus dudas, me subí a ese tren para borrar con un te quiero esa duda que sostenían tus manos, temblando de miedo a caer de nuevo. Porque temblabas. Todavía tiemblas, pero tus ojos me dicen, mientras te envuelve mi cuerpo, que tu temor es distinto. Ahora ese abandono de muerte dulce, esas lágrimas que mojan mis besos, nacen del peso de un vacío en tu vientre, de una ausencia que te transporta desde un espeso sueño a mi presencia afuera, junto a tu cuerpo, sobre y bajo tu cuerpo, rodeando tu perfil que se recorta contra el blanco de la sábana que se diluye en lo oscuro de la noche. Ese temor es el miedo a perder aquello que al principio temías.

Tras semanas de distancia, de ausencia, pude llenar tus vacíos con mis susurros al oído, rozando tu piel con mis labios. Jugando a recorrer con la punta de mi lengua, ahí dónde habitaba mi te quiero para ti, el caracol de tus risas y tus estremecimientos y tu vello erizado en una descarga de gozo y deleite que sólo yo sé comprender.

Por eso me subí a ese tren. Para incluir en mi equipaje, ya sin retorno, esa parte de ti que temías ofrecerme y que ahora, por miedo a perderla, me has confiado.

Mi arrebato


(sugerencia de consumo)
Sonando Lover, you should have come over de Jeff Buckley en el Olympia

Costumbre y contexto

El sol cae a plomo sobre el asfalto y el embaldosado de la acera en este mediodía del recién descorchado verano. El calor ha dilatado el mercurio hasta hacerlo ascender unas muescas más allá del número treinta. Pese a ello, por esa calle vemos transitar a hombres unidos a un maletín ataviados con traje oscuro, camisa de manga larga, corbata y zapatos cerrados sobre los calcetines. Es el modelo de elegancia y seriedad nacido anglosajón e impuesto a toda la humanidad. No se discute. Es un modelo de elegancia concebido de acuerdo a una climatología, la inglesa, que nada tiene en común con la de –por poner algún ejemplo- Sevilla, Roma, Buenos Aires o Tokio. Es obvio que esos hombres elegantemente vestidos llegarán a su oficina y pondrán la refrigeración como para dedicarse a la cría del pingüino en cautividad. Y el coste energético relacionado con la refrigeración artificial que supone este axioma de elegancia deviene altísimo. Ignoro si hay cálculos a ese respecto, pero traducido a moneda, que es lo único que entendemos, debe ser suficientemente alto como para imponer la manga corta y las sandalias en verano, que es lo que ha ocurrido en Japón. En cuanto al coste desde una óptica ecológica… prefiero no saberlo.

Pocas veces resulta buena cosa sacar las costumbres de su contexto geográfico o histórico. El vestir es una de ellas, pero hay otras. Se me ocurre, por muy banal que parezca, esa costumbre según la cual el vino tinto se consume a temperatura ambiente. Desde luego que sí, cuando se trata de la temperatura ambiente de una bodega en Burdeos. Pero tomar vino tinto a veinticinco o treinta grados no sólo me parece aberrante, sino también nocivo. Sin embargo, esa estupidez fue defendida a capa y espada por los supuestos amantes del vino durante décadas. Y todavía hoy te ofrecen vino al punto de ebullición en algunos restaurantes de la costa.

En fin, que Einstein tenía razón al afirmar que el espacio y la estupidez humana no tienen límite, aunque todavía dudaba de lo primero.

lunes, 19 de junio de 2006

Tinta roja

Andrés Calamaro en concierto, junto al Niño Josele


El comentario del concierto corre a cargo de malaltdeneu, otra víctima del "efecto Calamaro".

Referentes

Quien más quien menos, todos tenemos o hemos tenido algún referente a quien admirar. Una o más de una persona a quien hemos tomado como patrón por lo que ha sido o ha hecho, por su actitud ante la vida, su personalidad o su ética y valores. Todo en la vida tiene sus extremos, incluso esto. Así podemos observar a gente que se nos muestra como una mala copia de una personalidad histórica, sobretodo en lo superficial, ya sea en su modo de vestir o de andar, en la forma de expresarse e incluso en sus ideales llevados hasta el integrismo carente de crítica, simplemente transplantados desde su contexto histórico y geográfico hasta la realidad actual, deviniendo ridículos sino peligrosos. Si bien esto es extremo, como ya he dicho, y en la mayoría de los casos ese modelo termina matizado, diluyéndose con otros modelos, vivencias y la propia experiencia del individuo, conformando así su personalidad única.

El hecho en sí de tomar un modelo presupone la superioridad que le concedemos. Asumimos, y no nos molesta pues incluso nos agrada, que es mejor que nosotros en algún aspecto, generalmente ese que admiramos y por el que, supuestamente, ha pasado a la historia y en consecuencia a ser modelo de futuras generaciones. Esos modelos pueden ser religiosos, científicos, sociales, culturales, musicales, etc. Y nuestra forma de acercarnos e identificarnos con ellos pasará por conocer su obra, estudiarlos, escucharlos, criticarlos o simplemente mostrando imágenes e iconos que los identifiquen fácilmente. En este sentido es lo mismo estudiar las sagradas escrituras que las obras de Jung, Aristóteles o Leonardo. Como es lo mismo llevar una cruz que una camiseta del Che. Sean más o menos estéticos, más o menos profundos, son nuestros referentes.

Y al hilo de estas reflexiones (probablemente erróneas, sin duda discutibles) yo me pregunto, ¿qué referentes culturales, qué actitud ante la vida muestra una persona que luce en su camiseta un pit-bull rabioso? Me aterra sólo planteármelo.

Y hablando de pit-bulls.

Este domingo pasado se ha celebrado en toda Catalunya un referéndum para decidir qué normas regirán nuestro presente y futuro. Estas normas están redactadas en el nuevo Estatut, motivo de la consulta. Anoche, una vez cerrados los colegios electorales y tras los primeros sondeos que daban una abrumadora victoria favorable, el líder del partido en la oposición, ese partido que fue fundado por un ministro de la pasada dictadura, pidió al presidente del gobierno que suspendiera el proceso. Lo que no me ha quedado claro es si solicitó la anulación de la consulta democrática o, directamente, pedía la suspensión de la democracia, ese modelo político en el que se sienten tan incómodos.

Ante esto sólo puedo sentir asco.

viernes, 16 de junio de 2006

El primero

Tienes que escribir un blog, me dijo ella. ¿Un blog? Y me puse a pensar en esas web repletas de trucos y tecnicismos que escriben esos frikies cuyos amigos no tienen nombre sino nick. Pero ella me mostró unos cuantos blogs para que viera que los frikies no sólo se recluyen en la informática. Que también los hay escribiendo relatos, poesía y opinión, amén de alguna chorrada, cuatro artes de la escritura que he cultivado vastamente (y bastamente) durante el último año.

Porque sí, ya lo veis. Hoy, recién hoy, este pequeño capítulo de la gran Biblioteca de Babel cumple un año. Su primer año.

No tenía intención de organizar ninguna fiesta ni celebración especial. Es más, ni siquiera –y menos teniendo en cuenta lo poco que me prodigo últimamente- iba a mencionarlo. Pero los propósitos nunca salen como uno los planea. Y menos cuando él, que tenía previsto actuar a primeros de julio, ha decidido cambiar el concierto para hacerlo coincidir con mi blog-aniversario. Sí, es cierto. Mañana, y a modo de fin de fiesta, Andrés Calamaro actuará en Barcelona. Ahí estaremos, cómo no. Pero hasta entonces, vayan pasando. Las cervezas están en la nevera.

jueves, 15 de junio de 2006

Punto blanco sobre dos franjas azules

Punto blanco sobre dos franjas azules

Veinte años recordando a Borges

(...) los elementos de su juego son los universales símbolos ortográficos, no las palabras de un idioma. El número de tales elementos -letras, espacios, llaves, puntos suspensivos, guarismos- es reduciso y puede reducirse algo más. El alfabeto puede renunciar a la cu (que es del todo superflua), a la equis (que es una abreviatura) y a todas las letras mayúsculas. Pueden eliminarse los algoritmos del sistema decimal de numeración o reducirse a dos, como en la notación binaria de Leibniz. Puede limitarse la puntuación a la coma y al punto. Puede no haber acentos, como en latín. A fuerza de simplificaciones análogas, llega Kurd Lasswitz a veinticinco símbolos suficientes (veintidós letras, el espacio, el punto, la coma) cuyas variaciones con repetición abarcan todo lo que es dable expresar: en todas las lenguas. El conjunto de tales variaciones integraría una Biblioteca Total, de tamaño astronómico. Lasswitz insta a los hombres a producir mecánicamente esa Biblioteca inhumana, que organizaría el azar y que eliminaría a la inteligencia. (El certamen con la tortuga de Theodore Wolff expone la ejecución y las dimensiones de esa obra imposible.)

Todo estará en sus ciegos volúmenes. Todo: la historia minuciosa del porvenir, Los egipcios de Esquilo, el número preciso de veces que las aguas de Ganges han reflejado el vuelo de un halcón, el secreto y verdadero nombre de Roma, la enciclopedia que hubiera edificado Novalis, mis sueños y entresueños en el alba del catorce de agosto de 1934, la demostración del teorema de Pierre Fermat, los no escritos capítulos de Edwin Drood, esos mismos capítulos traducidos al idioma que hablaron los garamantas, las paradojas que ideó Berkeley acerca del Tiempo y que no publicó, los libros de hierro de Urizen, las prematuras epifanías de Stephen Dedalus que antes de un ciclo de mil años nada querrán decir, el evangelio gnóstico de Basílides, el cantar que cantaron las sirenas, el catálogo fiel de la Biblioteca, la demostración de la falacia de ese catálogo. Todo, pero por una línea razonable o una justa noticia habrá millones de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. Todo, pero las generaciones de los hombres pueden pasar sin que los anaqueles vertiginosos -los anaqueles que obliteran el día y en los que habita el caos- les hayan otorgado una página tolerable.

Uno de los hábitos de la mente es la invención de imaginaciones horribles. Ha inventado el Infierno, ha inventado la predestinación al Infierno, ha imaginado las ideas platónicas, la quimera, la esfinge, los anormales números transfinitos (donde la parte no es menos copiosa que el todo), las máscaras, los espejos, las óperas, la teratológica Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espectro insoluble, articulados en un solo organismo... Yo he procurado rescatar del olvido un horror subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de libros corren el encesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira.


Mucho antes que nosotros conociéramos internet, él ya lo había descrito en La Biblioteca Total -de donde es el anterior fragmento- y en La Biblioteca de Babel, relato incluido en Ficciones. Y eso que ya han pasado veinte años desde que Borges se dió de baja de entre los vivos.

viernes, 9 de junio de 2006

Insólito

Desde que entra en mi campo de visión hasta que desaparece de él siempre recorre el mismo camino. Siempre el mismo andar pausado del que no viene de ninguna parte y se dirige a ningún lado, donde nadie le espera. Con la espalda apoyada en la pared, fumando, observo cómo avanza por la acera de enfrente. La gente se aparta a su paso como espigas en un campo de trigo mientras lo mira de soslayo con curiosidad. Un pantalón de hilo cubre sus delgadas piernas hasta el tobillo, que articula un huesudo pie calzado con sandalias de tiras de piel gastada. Su atuendo se completa con una camisa demasiado grande para su cuerpo y en la cabeza un chullo de lana con geometrías tejidas en colores blanco, negro y ocres, como si recién llegara de un altiplano andino a la gran ciudad. Lo singular es que esta ciudad dista mucho de los Andes, océano mediante.

Su actitud indiferente a la gente y a cuanto le rodea cambia radicalmente cuando cruza frente a un escaparate. Pero no uno cualquiera. Se trata de una tienda cara, con exposición de objetos de decoración exóticos. Entonces se detiene y, mirando algún objeto expuesto, inclina hacia delante la cabeza, sujetándose el chullo con la mano como quien se descubre la cabeza para saludar. Avanza unos pocos pasos, vuelve a detenerse y repite el ritual. Sigue avanzando un poco más, se detiene de nuevo y esta vez inclina todo el tronco hacia el escaparate en actitud reverente, varias veces, mientras retrocede lentamente de espaldas. Finalmente se arrodilla en el suelo y permanece con el cuerpo encogido unos segundos. Se levanta, vuelve a hacer una reverencia y sigue su pausado camino.

Y así cada tarde.

Movido por la curiosidad, cruzo la calle para mirar el escaparate. Está lleno de pequeñas tallas de dioses hindúes en madera pintada o piedra, coloridos mandalas y una enorme figura de Buda tallada en piedra grisácea, de pie, que trasmite una sosegada alegría. Pienso que he estado observando, prestando atención, pero no he llegado a entender. En sánscrito, Buddha significa precisamente observar, prestar atención y entender. Resume en una palabra todo el proceso necesario para alcanzar el conocimiento. Pero yo no he entendido. Algo se escapa en este cúmulo de insólitas intrusiones. No me resigno a creer que este personaje sencillamente esté loco.

sábado, 20 de mayo de 2006

Praga

Durmió en un hotel barato y por la mañana llevó la maleta a la consigna de la estación y el resto del día lo pasó vagando por Praga con Ana Karenina bajo el brazo.

La insoportable levedad del ser
Milan Kundera

Un rincón de Praga


Al igual que Teresa, yo también me alojé en un hotel barato y me pasé los días vagando por Praga, aunque bajo el brazo llevara una guía y una cámara fotográfica.

jueves, 11 de mayo de 2006

Decepción

A esta hora hay mucho tráfico en Barcelona. Sin embargo, yendo por el carril bici de esta calle sé que, marcando un ritmo rápido, puedo cruzar media ciudad con la práctica totalidad de los semáforos en verde. Así que pongo el plato grande, piñón pequeño y empiezo a sentir el viento golpeándome la cara a medida que avanzo sensiblemente más rápido que los coches que atestan el asfalto.

Un primer semáforo en rojo tras cruzar tres calles. Freno. Cuando se ponga verde sé que ya no encontraré otro que me haga detener si sigo a buen ritmo. Al arrancar de nuevo me maldigo por no haber cambiado el juego de plato y piñón antes de detenerme y debo incorporarme sobre el pedal para moverlo. Empiezo a coger velocidad. Una calle, otra y otra más van pasando a gran velocidad. Es lo bueno del Eixample barcelonés. Recto y simétrico. Voy a buen ritmo justo antes de cruzar el Paseo San Juan, de seis carriles. Tengo todos los sentidos alerta pues sé de mi fragilidad sobre la bici. Sé que soy un intruso en el asfalto y sé que, para la mayor parte de los conductores, el carril bici no existe. Siempre atento a los movimientos, a las luces intermitentes de los que me preceden y de los que vienen por detrás, prestos a girar en cualquier momento sin ver al ciclista que va a su derecha.

Entro en el ancho paseo y justo enfrente mío, a unos quince metros una furgoneta gira bruscamente a su derecha. Su conductor considera al intermitente un elemento accesorio como podría serlo la tapicería de leopardo que luce, así que no lo usa por costumbre. Voy a toda velocidad hacia ella, cruzada justo en medio de mi camino. En ese momento quizás debería haber pasado toda mi vida ante mis ojos, en rápidos fotogramas. Eso es lo que siempre me habían dicho. Una especie de documental de los momentos vividos con más intensidad. Sin embargo no fue así, y de ahí mi decepción. No existen –afortunadamente- demasiados momentos en la vida para disfrutar de este resumen visual. En lugar de eso pensé que me mataba y en cómo se lo iba a explicar a los míos. Pero fue algo fugaz. Como un punto en la línea de la vida. La rueda de la bicicleta ni siquiera daría una vuelta antes de reaccionar y accionar el freno trasero, a rápidos intervalos, a la vez que inclinaba el peso hacia la derecha para derrapar hacia la izquierda de forma controlada hasta golpear la chapa de la furgoneta con el manillar y, de una fuerte patada, alejarme de esa mole mecánica.

Acto seguido, pasando por delante de la furgoneta detenida, me acordé despectivamente de su madre, sus descendientes, ascendientes y antepasados varios hasta llegar a los reyes godos.

martes, 2 de mayo de 2006

En construcción

Quizás alguien que no sea de Barcelona no lo pueda entender, pero aquí la experiencia nos decanta hacia el pesimismo, que solemos encubrir con ironía.

Me resulta harto difícil recordar mi ciudad sin alguna calle reventada por alguna gran obra pública. Suele ser una constante habitual encontrarse con calles cortadas, socavones y enormes grúas perfilando la ciudad. Lamentablemente el resultado no siempre es del todo satisfactorio y la gran obra en cuestión, a los pocos años, debe ser remodelada o rehecha por completo. Eso cuando las cosas van bien, porque cuando van mal…

Hace poco más de un año, en el transcurso de las obras de ampliación del metro subterráneo, un enorme socavón se tragó unos cuantos edificios de viviendas de un barrio popular de la ciudad. Afortunadamente no hubo ninguna muerte, pero las víctimas de esa incompetencia siguen viviendo de prestado en hoteles repartidos por toda Barcelona. Como el método de concesión de las obras es un rosario de subcontratas a otras empresas, que a su vez contratan a otras, que subcontratan a personal por lo general poco cualificado y mal pagado, la cuestión quedó en nada. Las responsabilidades fueron diluyéndose en infinitas ramificaciones hasta que finalmente la culpa fue de la fatalidad, de la luna y del Boogie. Lo único que quedó claro, aunque ya se sabía, fue que en realidad, de lo único que se ocupaba la administración que llegara a buen puerto, eran las comisiones.

Y hace pocos días se supo que el trazado del túnel del nuevo tren de alta velocidad que conectará Barcelona con Francia pasará justo por debajo de la Sagrada Familia, obra cumbre inacabada del genial arquitecto Antoni Gaudí. Así que fuimos a ver el templo antes de que se lo trague un nuevo socavón. Vaya, que si es posible, aprovechad para venir a verlo, ahora que todavía está en pie.

Escalera de una torre de la Sagrada Familia


Aunque si padecéis de vértigo, podéis esperar a que esté a nivel del suelo.

domingo, 30 de abril de 2006

El fuego y el mar

El cerebro humano dispara sus alertas cuando percibe movimiento. Entramos en una sala donde el tiempo se ha detenido, todo es quietud. A través del cristal de los grandes ventanales cerrados, la luz de la luna, redonda y magnífica, se posa sobre los objetos inertes, dotándolos de cuerpo y forma, jugando a las sombras. Nada nos llama la atención hasta que, por el rabillo del ojo, vemos la manecilla de un reloj que avanza por la esfera, sin obstáculos, ininterrumpidamente. Automáticamente fijamos nuestra atención a ese movimiento. El cerebro nos ha puesto alerta, pero perdemos interés rápidamente al observar un movimiento monótono y repetitivo. Esa rutina que sigue la manecilla ha sido registrada y olvidada. No hay ninguna novedad que nos haga estar atentos.

Ahí, en su constante agitación, radica la magia del fuego y el mar. Siempre en movimiento, siempre siguiendo un mismo patrón, pero siempre distinto. Nuestra mente no puede registrar una pauta repetitiva en esa suave cadencia siempre cambiante. No existe la quietud. Por esa razón nos podemos quedar horas ante una chimenea, observando el temblor ondulante de las llamas, o mirando al mar. No podemos apartar la mirada, desviar la atención. Nos hipnotiza.

Esa fue la razón que nos encaminó hacia el faro entre las rocas, hacia el rompiente del mar, olvidando por completo un antiguo monasterio que era el motivo por el cual habíamos ido hasta ese cabo.

Faro de Punta da Barca

Te deix, amor, la mar com a penyora

Ella y el mar


Te deix, amor, la mar com a penyora

rosebud

rosebud

sábado, 29 de abril de 2006

Peticiones

Acabo de llegar a casa después de estar pedaleando a buen ritmo por las calles de Barcelona. Hace calor, quizás demasiado tratándose de finales de abril. O quizás sea el fuerte pedaleo y después cargar la bici al hombro por la estrecha escalera hasta mi ático. Sea como fuere, la cerveza que he vaciado en dos tragos me ha sabido a gloria. La segunda la estoy tomando a sorbos, paladeándola, mientras escucho Mannish Boy, un blues en una versión en directo de los Stones.

Pienso en la tarde noche de ayer. De todas las peticiones que se pueden esperar de una mujer, la de ayer jamás podría ni siquiera haberla imaginado.

"Hoy no estoy para nadie
dejé conectado el contestador
la nevera está llena
de latas vacías
no me importa qué digan
o qué piensen de mí
…"

Hace tres o cuatro noches estaba escuchando esta canción de Bunbury y pensé que sería bueno concederme una noche noestoyparanadie. Llegar a casa con la calma de no tener ningún compromiso ni tener que madrugar la mañana siguiente. Poner esos discos que me gustan, desenpolvar el frasco donde guardo la maría y ausentarme por unas horas. Estar durante un tiempo desconectado y sabiendo que nadie va a importunar mi desconexión. Conducirme a ese estado de confusión de los sentidos, cuando la música se ve nítidamente y escucho imágenes sin ruido.

Le comenté a ella mis pensamientos y ella me concedió una noche que finalmente ha sido un fin de semana entero. No era eso lo que yo deseaba. En absoluto. Pero así ha sido. Ella se organizó el fin de semana completo con actividades desde el sábado muy de mañana, cena de cumpleaños con una amiga a la que no ve desde hace tiempo y el domingo a ver la final del trofeo Conde de Godó de tenis. Como a mí no me apetecían ninguna de las actividades me ha parecido bien.

Pero ayer me sorprendió cuando me dijo necesito una stripper. Supongo que mi cara de pero qué coño me estás diciendo la obligó a explicarme. Resulta que su amiga, la de la cena de cumpleaños, ha decidido regalarle a su marido (pues el que cumple años es él) una stripper. Para más señas vestida de policía. Y como ella no sabe a quién acudir se lo ha pedido a ella… Creo que la explicación me dejó más anonadado, si cabe, que antes. Supongo que es una opinión muy personal (pero para eso es mía), pero no se me ocurre regalo más patético que este. Que una mujer le regale a su marido una stripper no sé qué puede significar. Supongo que en mi caso la reacción sería de incomprensión primero, y más tarde, de indigestión. Y yo me pregunto ¿qué le regalará él a ella? ¿Un tío vestido de bombero con una manguera que desenrollada le llegue hasta la rodilla? Porque eso sí, la stripper tenía que estar muy buena, porque para estar sólo buena ya la tiene a ella.

Lo que me dejó más desconcertado fue que ella me preguntara a mí. Pues no, no conozco a ninguna furcia, le he dicho. Una furcia no, una bailarina de streeptease, ha dicho ella. Da igual, no conozco a nadie ni sé dónde puedes encontrar. No sé por qué me preguntas a mí. En mi vida no he pagado ni un céntimo por sexo. Como eres un tío… me ha respondido. Claro, como soy un tío tengo que conocer a todas la bailarinas y furcias de Barcelona, es obvio. Eso sí, pobre de mí que comente que a las mujeres no hay quién las entienda, porque entonces ella montará en cólera por incluirla en el genérico mujeres. Pero lo mío es distinto. Yo soy un tío.

martes, 25 de abril de 2006

Arrebatos foráneos: Iván Ferreiro (Los Piratas)

Como una ventana que al cerrar
no ilumina el punto que ha dejado entre tinieblas
Una sombra entre las piedras
así se ha quedado sin razón
nadie le ha explicado que no existe explicación
y tiene tantas dudas
Y cómo le podría yo explicar
que la pena dura tanto
como quieras tú seguir llorando
y aunque tú revises tu interior
siempre queda algo que
te dice que esto es para largo

Aunque no lo tengas claro y quieras escapar
mi coco me dice que hoy
mi vida entera pasará
ante mis ojos
y pediré perdón
Con la razón estudiaría
un libro abierto es hoy
mi corazón
Mi alma entera te daría
si hoy tuviera garantías
de que soy yo
a quien tú esperas

Como una mentira se perdió
no esperó a que se callaran
los rumores que decían que él
no iba a volver
No se olvidó
ni tampoco repitió
sus errores se perdieron
como el amor
Y aunque nunca tuvo claro
si había sido bueno o malo
Cómo iba a recuperar
El tiempo que se va
nunca volverá
aunque tú te empeñes

Aunque no lo tengas claro y quieras escapar.



Mi Coco
Iván Ferreiro (Los Piratas)

lunes, 24 de abril de 2006

Este domingo pasado

Las Ramblas de Barcelona el día de Sant Jordi

Este domingo pasado, día 23 de abril, fue la diada de Sant Jordi aquí en mi tierra. Desde hace muchos años que el día de Sant Jordi (San Jorge), las principales calles de nuestras ciudades se llenan de libros y rosas y paseantes. Yo estuve paseando por la Rambla de Barcelona y puedo dar fe de ello. Y como la tradición manda, pues hay que regalar un libro y una rosa a la persona amada. Una vez cumplido este hermoso trámite, nos lanzamos los dos a la calle para comprar montañas de libros. Y para regalar libros y rosas a amigos y amigas.

Me da rabia que haya pasado casi sin darme cuenta. Este es para mí uno de los días más bonitos del calendario, tanto que cuando no es domingo como lo fue ayer me tomo el día libre en el trabajo. Y por ello quería hacer algo especial en el blog. Quería cambiar la imagen de cabecera, colgar algunas fotografías (no sólo esta), escribir un cuento, una breve explicación de la festividad y una posterior crónica de la jornada. Pero no he hecho nada. Primero estuve de viaje y después las cosas en el trabajo se complicaron. Y apenas he estado en casa estos últimos quince días.

Llevo tiempo sin escribir, ni siquiera comentarios en blogs amigos. Pero sabed todos los que estáis aquí a la derecha que os vigilo. Por cierto ¿qué pasó Azúl?

jueves, 20 de abril de 2006

hola chata ¿cómo estás?

Hoy hace exactamente dieciséis años que fue 20 de abril del noventa.


Y cómo hemos cambiado...

miércoles, 12 de abril de 2006

Guardar las formas

No acontece todos los días el privilegio de compartir una tarde de sofá y risas con los amigos. Pero todavía es menos frecuente que ese sofá esté en medio de la calle. Debo ser un privilegiado.

Obsérvese no obstante la impagable instantánea. Mientras que Chusky y Arrebatos reposan talmente hubieran sido arrojados desde un quinto piso, cayendo sobre el mullido sofá de forma desmadejada, Malaltdeneu nos obsequia con sus exquisitas maneras y nos sonríe con aspecto digno y sosegado, como si estuviese esperando a que un diligente mayordomo le ofrezca humildemente el té de las cinco.

Un sofá en la calle


Y es que no hay como ser de buena cuna.

martes, 4 de abril de 2006

Rojo

Desde que empecé este blog, los días han sido parecidos a esta fotografía. Vino tinto sobre fondo rojo. Con algunas zonas en sombras pero también con muchos reflejos luminosos, valga la redundancia. Pero, por encima de todo, han sido una embriaguez continua sobre una base pasional muy intensa.

Vino tinto sobre fondo rojo

Su boca (Rayuela, capítulo 7)

Veo esa boca y pienso que me gustaría ser capaz de escribir algo como esto. Pero no, no es posible. Y es por eso que dejo aquí debajo un texto de Cortázar, porque es el mejor. Y esos labios no se merecen nada que no sea lo mejor.

Su boca
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


Rayuela (capítulo 7)
Julio Cortázar

Memento mori (arrebato XIX)

Nací una calurosa tarde de verano a las cuatro de la tarde, para mayor sufrimiento de mi madre. Una hora después mi corazón había dejado de latir. Por un extraño fenómeno indigno de estudio se congeló, y así hasta hoy. Soy literalmente una persona fría. Por mis venas corre hielo granizado y mi corazón es blanco con una fina capa de escarcha, como recién sacado del congelador. Si lo tocas te quedarás pegado, te quemará las manos y te arrancarás la piel intentando liberarte. Obviamente carezco de emociones. No siento ningún interés, mucho menos pasión, por nada ni por nadie. No me interesa el arte, ni la música, ni la literatura, ni la cultura en general. Tampoco la gente. Las personas vivas, se sobreentiende. No me interesa nada que tenga relación con la vida. Yo, que estoy muerto. O ni siquiera eso pues no he estado jamás vivo. Yo que soy muerto no siento el menor aprecio por lo vivo. Palabras como emoción, compasión, amor o ternura carecen de sentido para mí. Bostezo con una sinfonía, me disgusta contemplar un paisaje, la pintura me produce náuseas y desprecio a la gente débil y enferma. Me parecen insignificantes, por no decir ridículos, los problemas de las personas. De unos seres que no son realmente conscientes de que su estado es un accidente, que lo común es la muerte. Es lo fácil. De donde vienen y a donde van. Porque la cuna no es más que un prólogo al ataúd. Soy puro hielo. No sangro. Puedes atravesarme la cabeza con un picahielos y solamente escucharas un suave crujir como de heladera. Soy pura muerte. Caronte es mi único amigo. Yo le llevo la barca cuando se harta de tantas lamentaciones. Nada me importa. Nada me interesa lo más mínimo. Todo es falso. Todo es farsa, efímero. Sé cuando vais a morir todos y cada uno de vosotros. Pero no me lo preguntéis, pues podría decíroslo.





(sugerencia de consumo)
suena en mi cabeza Brain Damage de Pink Floyd

sábado, 1 de abril de 2006

Silba

A través de una pantalla en blanco y negro, en un cine de verano al aire libre, ella se gira antes de salir de la habitación, y posando en mi esa mirada felina, con su seductora voz de ronroneo de gata me dice.
Conmigo no tienes que fingir. No tienes que decir nada. Si me necesitas, silba. Sabes silbar, ¿no? Sólo tienes que juntar los labios y soplar. Y yo acudiré a tu llamada.

Lauren Bacall


Maldita sea -pensé-. Yo no sé silbar.

Actos humanos

Acto humano.
1. m. Fil. El que procede de la voluntad libre con advertencia del bien o mal que se hace.


Matanza de focas en Canadá


No os podéis hacer una idea del asco y la rabia que he sentido mientras buscaba y componía estas fotografías. Por esto -y por muchos otros motivos- creo que la RAE debería redefinir el término. El ser humano no será quien cambie sus actos.

viernes, 31 de marzo de 2006

Citas: Les Luthiers (I)

No te tomes la vida en serio. Al fin y al
cabo no saldrás vivo de ella.

Esta frase siempre me gustó y, conociendo a Les Luthiers, interpretaba ese serio como el antónimo de con humor. Pero no hace mucho leí una entrevista a un cómico -no recuerdo quién era- en la que afirmaba que el humor, hacer reír a la gente, era algo muy serio.

Y es que lo realmente irritante no es la seriedad sino la solemnidad.

Helena (arrebato XVIII)

Es tarde, sí, y me siento realmente cansado después de un duro día de trabajo. Hace casi veinte horas que amanecí. Y tengo una extraña mezcla de sensaciones. Por un lado entre miedo e incertidumbre por una niña de la que nada sé, que ni siquiera he abrazado. Pero los afectos se transmiten de persona en persona, y ese afecto y cariño por una niña que no conozco todavía ya me calaron. Y estoy intranquilo por ella. Sé que es fuerte porque pese a contar con tan solo tres meses de vida, pese a tener que sufrir una operación de cuatro horas para salvarla, sé que es fuerte porque tiene nombre de mujer fuerte. Se llama Helena. Y sé que envejeceré viéndola crecer. Pero ahora no sé nada de ella y sufro. Como sufro por otra mujer. También fuerte a la vez que débil, como todos. Porque ella ya creció y sufrió los baches que a uno le hacen ser débil. Y sufro porque sé que sufre por la niña y mi pobre sabiduría no consigue sacarla de ese dolor.

Y es por eso que, pese a estar cansado, sigo aquí escribiendo este arrebato, así del tirón como todo arrebato que se precie, en una mezcla de temor, duda, sufrimiento y rabia. Son casi las dos de la madrugada en Barcelona. En mi casa suena Jimi Hendrix desvariando en Woodstock a un volumen poco sociable, pero no me importa demasiado. Mi vecino me recibió con Ramones y risas.

Siento envidia. Ahora me siento incapaz de reír.



(este tampoco es para comentar, lo lamento)

jueves, 30 de marzo de 2006

Adiós (deuda)

Bajo las escaleras que me conducen a una gran sala rectangular, casi un pasillo pero muy ancho, tapizado de mármol gris y tenuemente iluminada. Hay grupos de sillones, algunos ocupados, otros no, separados cuatro o cinco metros entre sí. Es una estancia fría e impersonal y, pese a la gente que charla en voz baja, en pequeños grupos, y el sobrio mobiliario la sala parece vacía. Produce esa sensación de abandono que se tiene al entrar en un piso deshabitado. Y las flores no hacen más que entristecerme. Comienzo a avanzar hacia la primera de las estancias que se abren a la derecha de la sala, justo enfrente del primer grupo de sillones. Estoy tenso, ansioso, con un nudo en la garganta y el corazón en un puño. La veo a ella, guapa y con una entereza encomiable pese a todo. La saludo con dos besos y hablamos un rato. Luego entro en la sala y veo a su madre, destrozada, que se lanza a llorar en mis brazos tan pronto me ve. Miro por encima de las cabezas de la gente buscándolo a él para saludarlo, pero una punzada de dolor me devuelve al instante que estoy viviendo y sé que no lo voy a saludar, que no está y que esa es precisamente la razón por la cual estoy ahí.

Porque una red formada de si mismo, un error, una deformación en el tiempo, fue creciendo, abarcando, llenando huecos que no deberían ser llenados. Una red tejida de podredumbre y de muerte fue creciendo un sus entrañas, en sus intestinos, anudándolos, ahogándolo, comiéndose por dentro una vida que lo fue apagando por fuera, dejando un rastro de dolor y sufrimiento. Dejando una piel de pergamino y un cuerpo exánime y demacrado al paso que la red siguió creciendo y extendiéndose y anudando más y más. Creciendo sobre si misma y expulsando el cuerpo que habitaba. No comía. No podía comer porque todo estaba anudado, bloqueado, encadenado y encerrado por esa muerte que no pudo expulsar. Y ese temor de verse a si mismo reventando por dentro como un helado de chocolate con jarabe de frambuesa derretido, en una mezcla de vísceras, hilos de sangre y heces que no podía contener su ya agotado pellejo le llevaron a no comer. Y se apagó con ganas de no apagarse. Se apagó después de hacerse traer un televisor a su habitación para ver el partido. Después de enfadarse con la enfermera porque no podía tomarse su whisky mientras lo veía. Pero estaba jugando su tiempo de descuento. Y lo sabía. Y su partido terminó antes de que el árbitro pusiera en marcha su cronómetro.

Por eso no pude saludarle.



A Luis, porque no te dije adiós.