viernes, 29 de enero de 2010

Una como esta

La primera vez que eres pequeño, no tienes demasiado claro qué te gusta o cómo quieres las cosas; te falta la experiencia que dan los años. Por eso, cuando vuelva a ser pequeño, les diré a mis padres que quiero una habitación como esta.

Visto en FFFOUND!

jueves, 28 de enero de 2010

Una buena novela

Pues qué queréis que os diga. A mí “El guardián entre el centeno” me pareció una buena novela. Punto. Quizás porque no la leí con trece o catorce años sino con veintipocos, llevado por la curiosidad que me produjo su halo de libro de culto. En cierto modo, me molestó no haber tenido noticia de su existencia unos años antes, diez quizás. Imagino que debo estar equivocado en mi análisis, pues es notorio que hay bastante consenso en cuanto a la maestría de la novela. Pero personalmente, si tengo que recomendar una a un pre adolescente, sin duda –y que me perdone Salinger- elijo “El gran Meaulnes” de Alain-Fournier, que esta la leí con la edad adecuada y de nuevo años después. O incluso los cuentos y relatos cortos del propio Salinger, antes que “El guardián entre el centeno” que le dio la fama.

En fin, que la tierra le sea leve, pues la vida temo que le resultó incómoda.

miércoles, 27 de enero de 2010

Django en la basura

Hace un par de décadas, año arriba año abajo, trabajaba de turno de mañana en una fábrica de cables eléctricos en un polígono a las afueras de Barcelona. Por la tarde, después de comer y echarme una siesta insuficiente, iba a clase, y por la noche, después de cenar, me tragaba todas las películas de madrugada, escuchaba discos raros y leía todo lo que caía en mis manos, sin demasiado criterio. Creo que nunca he dormido menos horas que durante esos años.

En el polígono, justo en la nave que había al lado de la fábrica donde trabajaba, separada apenas unos metros por un estrecho pasaje, había un almacén de papel reciclado y frente a este, en unos enormes contenedores, solían amontonarse infinidad de cacharros tan inútiles como absurdos, la mayoría restos de coleccionables de imposible venta en quioscos de los que sólo se aprovechaba el papel o cartón en el que venían envueltos. Pero de vez en cuando, el material no reciclable de esos coleccionables de quiosco eran vinilos o casetes y eso, créanme, era una auténtica orgía.

Así fue como descubrí el jazz. Así fue como descubrí, en aquella época de ir retrocediendo hacia la fuente en busca de las influencias de este o aquel, a Charlie Christian, virtuoso músico que tocó en la banda de Benny Goodman y popularizó la guitarra eléctrica. O a Django Reinhardt, el gitano francés que con sólo tres dedos tocaba la guitarra como si tuviera siete.

El sábado pasado el gran Django hubiera cumplido cien años. Por eso he recordado que lo descubrí hace unos veinte, un día hurgando en la basura de un polígono industrial a las afueras de Barcelona.


(sugerencia de consumo)
J'attendrai Swing (1939) de Django Reinhardt y Stéphane Grappelli


Swing to bop (1941) de Charlie Christian



Y ya que hoy, para variar un poco, estoy recordando nacimientos en lugar de muertes, creo que el rey del llamado slide guitar se merece un respeto. Así que feliz aniversario, Elmore James, hoy cumplirías noventa y dos si no fuera porque ya te olvidaste de hacerlo hace años. Quienes no se olvidaron de él fueron los Stones, Hendrix, Canned Heat, Fleetwood Mac, Clapton, Allman Brothers o Steve Ray Vaughan, por citar sólo algunos, que siguieron versionando sus canciones.


(sugerencia de consumo)
Dust My Broom de Elmore James

miércoles, 13 de enero de 2010

Casilleros vacíos

A menudo me pasa que voy a buscar una palabra y no la encuentro. Sé que está ahí, pues en multitud de ocasiones he hecho uso de ella, pero ese día voy a buscarla y no está donde debería estar y en su lugar me encuentro un casillero oscuro porque las palabras brillany vacío. Yo las palabras las guardo así, en un gran armario formado por multitud de pequeños casilleros, como esos que aguardan a la espalda del recepcionista de un hotel, pero en lugar de llaves y correspondencia yo guardo palabras. Y como sucede con las llaves y la correspondencia, si descuidadamente la he dejado en un casillero que no es el suyo, indefectiblemente voy a tener dificultades para dar con ella la próxima vez que la necesite. Y da mucho coraje, mucha rabia, porque me corta el hilo de mis pensamientos, o me obliga a una pausa demasiado larga en una conversación, o peor me cercena y estropea sin solución de continuidad un relato. Como ahora, que no logro encontrar esa palabra que define tan bien esa actitud, ese carácter. He buscado en todos los casilleros sinónimos y... sí, es que la tengo en la punta de la lengua, pero... ¿cómo era?

lunes, 11 de enero de 2010

Libera me, Domine, de morte aeterna

"Libera me, Domine, de morte aeterna" cantan, dirigidos por Claudio Abbado, primero a coro, para cerrar con la voz angustiada de la soprano Renata Scotto. Y pienso que es muy revelador que haya elegido escuchar precisamente este Requiem de Verdi justo la víspera del primer lunes tras las vacaciones.

"Libera me, Domine, de morte aeterna"

domingo, 10 de enero de 2010

Escenas del pueblo

Una escena

Nubes bajas y grises sobre un barranco abierto por una rambla, poco profundo y de suaves pendientes arcillosas cubiertas de olivos. En uno de los olivares una yegua pace mansamente atada a una de las higueras que delimitan las propiedades. Un poco más arriba, un carro con bolsas de restos de comida y pan descansa junto a una hoguera todavía humeante en el suelo empapado por la lluvia. En el centro del olivar, un hombre de edad venerable recoge arrodillado aceitunas caídas al suelo y las va depositando en un canasto. A pocos pasos de él, dos hombres de mediana edad han extendido los fardos bajo un olivo y ahora se dedican a varear las pocas aceitunas que todavía quedan en las ramas, al tiempo que gritan y alardean de su buen hacer.

–¡Qué buenos que somos! –dice el primero.
–¡Los mejores, es que somos los mejores! –responde el segundo sin dejar de golpear teatralmente las ramas con su vara.

El viejo los mira de reojo, arrodillado junto a su olivo; se vuelve otra vez hacia el suelo, negando con la cabeza, con expresión de renuncia, como pensando para sus adentros "no tienen remedio". Los dos hombres siguen dándose honores.

–¡Lo que yo te diga, los mejores!
–Unos artistas es lo que somos. ¡Unos artistas!
–Sí, artistas fracasados –masculla el viejo.


Otra escena

En el mismo olivar. Tres hombres charlan mientras varean un olivo. El tema ahora son sus muertos en la Guerra Civil.

–Al Francisco lo mataron en Cataluña –comenta el mayor de los tres, vestido con unos vaqueros de esos que esconden las manchas de tantas que tiene y tocado por una gorra con visera calada hasta los ojos que no logra ocultar sus canas–, en el cerro ese que hay por allí.
–¿Qué cerro? –Pregunta el más alto y joven.
–¿El Tibidabo, el Montseny? –Indaga el tercero.
–¡No, coño! El cerro ese lleno de curas.
–Ah, joder. ¡Montserrat!
–Sí, ese. Ahí lo enterraron.


Y una más

Sigue la conversación de los tres hombres por los mismos derroteros.

–¡Qué necesidad habrá de desenterrar a los muertos! –Se exclama el más bajo de los tres, sin dejar de varear el olivo–. Mira ahora con lo de Lorca. ¡No bastó con que lo fusilaran, que ni ahora le dejan descansar en paz!
–Sí –tercia el mayor–, porque el Lorca sería homosexual, pero tenía los cojones bien grandes. Las cosas como son y a cada uno lo suyo. Y además inteligente que era, que eso es lo más importante: la inteligencia. Luego uno ya puede ser homosexual, o torero o lo que se quiera ser.