Escenas del pueblo
–– Una escena ––
Nubes bajas y grises sobre un barranco abierto por una rambla, poco profundo y de suaves pendientes arcillosas cubiertas de olivos. En uno de los olivares una yegua pace mansamente atada a una de las higueras que delimitan las propiedades. Un poco más arriba, un carro con bolsas de restos de comida y pan descansa junto a una hoguera todavía humeante en el suelo empapado por la lluvia. En el centro del olivar, un hombre de edad venerable recoge arrodillado aceitunas caídas al suelo y las va depositando en un canasto. A pocos pasos de él, dos hombres de mediana edad han extendido los fardos bajo un olivo y ahora se dedican a varear las pocas aceitunas que todavía quedan en las ramas, al tiempo que gritan y alardean de su buen hacer.
–¡Qué buenos que somos! –dice el primero.
–¡Los mejores, es que somos los mejores! –responde el segundo sin dejar de golpear teatralmente las ramas con su vara.
El viejo los mira de reojo, arrodillado junto a su olivo; se vuelve otra vez hacia el suelo, negando con la cabeza, con expresión de renuncia, como pensando para sus adentros "no tienen remedio". Los dos hombres siguen dándose honores.
–¡Lo que yo te diga, los mejores!
–Unos artistas es lo que somos. ¡Unos artistas!
–Sí, artistas fracasados –masculla el viejo.
–– Otra escena ––
En el mismo olivar. Tres hombres charlan mientras varean un olivo. El tema ahora son sus muertos en la Guerra Civil.
–Al Francisco lo mataron en Cataluña –comenta el mayor de los tres, vestido con unos vaqueros de esos que esconden las manchas de tantas que tiene y tocado por una gorra con visera calada hasta los ojos que no logra ocultar sus canas–, en el cerro ese que hay por allí.
–¿Qué cerro? –Pregunta el más alto y joven.
–¿El Tibidabo, el Montseny? –Indaga el tercero.
–¡No, coño! El cerro ese lleno de curas.
–Ah, joder. ¡Montserrat!
–Sí, ese. Ahí lo enterraron.
–– Y una más ––
Sigue la conversación de los tres hombres por los mismos derroteros.
–¡Qué necesidad habrá de desenterrar a los muertos! –Se exclama el más bajo de los tres, sin dejar de varear el olivo–. Mira ahora con lo de Lorca. ¡No bastó con que lo fusilaran, que ni ahora le dejan descansar en paz!
–Sí –tercia el mayor–, porque el Lorca sería homosexual, pero tenía los cojones bien grandes. Las cosas como son y a cada uno lo suyo. Y además inteligente que era, que eso es lo más importante: la inteligencia. Luego uno ya puede ser homosexual, o torero o lo que se quiera ser.
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