miércoles, 30 de enero de 2008

Sobre el pensamiento masculino

Pensamiento masculino


Visto aquí

martes, 29 de enero de 2008

La seriedad

Dicen que soy un tipo serio en exceso. Que soy rácano con mi sonrisa y suelo dar poca cancha a las relaciones sociales. Pero eso no es así. Tras esa piel que cubre mi rostro serio y reservado, en mi interior, siempre estoy sonriendo. Que ya tiene mérito, con esa piñata que gasto.

Arrebatos sonríe

lunes, 28 de enero de 2008

Surrealismo

fetichismo.
1. m. Culto de los fetiches.
2. m. Idolatría, veneración excesiva.

Los fetichistas de los libros como yo, sobretodo a los que les sobren unos cuantos cientos de miles de euros, no como a mí, están de suerte. El próximo 20 de mayo, en París, saldrá a subasta, por el módico precio estimado de entre 300 mil y 500 mil euros de nada, el "Manifiesto del surrealismo", que allá en 1924 escribiera André Breton y al que muchos se acogieron con mayor o menor entusiasmo.

Si yo fuera uno de esos fetichistas adinerados, sin duda que iría a la subasta. Pujaría por una cantidad absurda, desorbitada. Surrealista, vaya. Y una vez estuviera el manifiesto en mis manos, ante el público presente, lo iría deshojando e ingiriendo página a página acompañado de un vino francés de los más caros, un Chateau Lafite, por ejemplo. Más tarde, cuando mi lento pero irreversible proceso digestivo hubiese concluido felizmente como debe concluir, lo embotellaría y etiquetaría como Merde Surrealiste d’Artiste avec Chateau Lafite Rothschild 1945 1ere Grand Cru. No se me ocurre final más digno para este manifiesto.

miércoles, 23 de enero de 2008

Mala conciencia

La mala conciencia que me queda cuando no termino lo que me han puesto en el plato, me hace pensar en las cosas horribles que les deben explicar a los niños en los colegios católicos.

Arthur Mebius

Si hay algo que no se puede poner en duda de este fotógrafo holandés, es su enorme sentido del humor e ironía.

Arthur Mebius


Arthur Mebius


Más en la web de Arthur Mebius

martes, 22 de enero de 2008

La economía está triste ¿Qué tendrá la economía?

La economía está triste ¿Qué tendrá la economía?

A mí, lo reconozco, esto de la economía es algo que va más allá de mi comprensión. Ni siquiera soy capaz de saber cuanto dinero me haría falta para llegar a cero a final de mes. Conceptos como precio del dinero, desaceleración o inflación carecen de sentido para mí, tanto como pecado original, santísima trinidad o propósito de enmienda. En realidad siempre me ha parecido una religión oscurantista, absolutista e hipócrita con la que prefiero tener el menor contacto posible.

Pero resulta que la bolsa cae –o pierde, o retrocede o se desacelera, que para gustos colores– y parece que un continente entero haya desaparecido bajo las aguas. Y todo porque algo tan insustancial como las cotizaciones se ha venido abajo por algo tan vago como la desconfianza de los mercados. Que supongo, nada tiene que ver con el mercado donde yo compro la fruta, que si no me gustan las naranjas de una frutería, me voy a la otra.

Es que tiene guasa la cosa. Cuando suben las acciones, todos están contentos porque ganan dinero. Dinero que, por otra parte, no existe. Porque cómo vas a vender ahora que está subiendo. No, claro, ahora nadie vende. Tienes mucho dinero pero no ves un duro. Viene a ser algo así como mi piso. Me felicitaban porque ahora valía más que cuando lo compré, ergo había ganado un montón de pasta. Y después me decían que tenía que venderlo porque de lo contrario iba a perder dinero. Parece que ninguno de estos economistas entiende que yo me compré el piso para vivir en él, fíjate tú qué estupidez.

Y me irrita, ahora que la bolsa ha caído en picado, escuchar al ministro de turno decir que están siguiendo con atención la evolución del mercado por si tienen que intervenir, es decir, por si tienen que meter pasta para que los señoritos sigan jugando. O que la reserva federal del otro lado del atlántico debe actuar rápidamente para apuntalar los mercados. Que es una manera como cualquier otra de definir el capitalismo: unos pocos capitalizan los beneficios, mientras que se socializan las pérdidas. O lo que es lo mismo, que da igual si juegas o no, porque igualmente te tocará pagar. Además de cornudo, apaleado. Y pon buena cara, que todavía podría ser peor.

Sin mácula

Estas navidades me regalaron un libro. No es un libro cualquiera, pues es en realidad un no libro. Es un libro con las páginas en blanco, para que lo escriba yo. Sí, precisamente yo, que leo de soslayo para no perturbar las palabras y subrayo de memoria los párrafos que me gustan. Todavía no he escrito una sola letra. Miedo escénico creo que le llaman. Me han aconsejado que escriba lo primero que se me pase por la cabeza, sin pensar, para desvirgarlo. El problema es que soy una persona que cuida mucho los detalles; que da gran importancia a los preámbulos. Y entrar así a desvirgar me parece una brutalidad. No va con mi manera de ser. Y así estoy, que llevo un mes buscando palabras bonitas que agrupar en un texto, y mientras tanto el libro sigue con sus páginas sin mácula. Aunque también se puede decir que sus páginas están llenas de todo aquello que no he escrito en un mes.

lunes, 21 de enero de 2008

Understanding art for geeks




El resto de la galería, aquí.
Visto en menéame.net

Una cuestión de tamaño



Visto en Pizdaus

viernes, 18 de enero de 2008

Decálogo para curar el exceso de felicidad

Es harto sabido ya sea por transmisión oral o por experiencia propia, que los excesos no son buenos. Y por si eso no bastara, el médico se encarga de recordárnoslo cada vez que tenemos la cortesía de visitarlo. Ningún exceso es bueno, pues incluso hay casos documentados de fallecimiento por ataque de risa. Es por este motivo y porque soy un sujeto de lo más desprendido, que os voy a hacer partícipes del siempre útil “Decálogo para curar el exceso de felicidad”, que ha llegado a mí (con algunas enmiendas) a través de varias generaciones de fervientes guardianes de tan magno saber.

Las autoridades sanitarias advierten que leer este decálogo en estados depresivos, puede ser perjudicial para su salud.

Insisto, tú no lo leas.

- I -
Es imprescindible estar solo. Se recomienda descorchar una botella de vino (por ejemplo), llenarse la copa e ir bebiendo a nuestra salud.

- II -
El ambiente es importante y la música es un elemento con gran poder de evocación. Leonard Cohen, Tom Waits, Nick Cave, Calamaro, Bunbury o Nacho Vegas pueden estar bien, pero es discrecional. Tangos, fados, algo de jazz melancólico tipo Bill Evans o el Réquiem de Mozart pueden ser también una buena elección.

- III -
Con cierta antelación, se puede preparar el estado de ánimo con algunas lecturas de Cioran, Pessoa, Delibes o Kenzaburō Ōe. Aunque puedes optar por alguna película europea en blanco y negro, que las americanas o las nuevas siempre tienen happy end. También es discrecional.

- IV -
Procura concentrar tu mente en aquellos fracasos y frustraciones más sangrantes; especialmente aquellos sueños que no cumpliste por tu propio temor al fracaso.

- V -
Tras el primer punto, mira tu realidad presente y compárala con la que habías imaginado en el pasado o con la que deseas.

- VI -
Ahora, proyecta tu futuro y observa lo que nunca lograrás, aquél que nunca conseguirás ser.

- VII -
Haz una lista de todas las renuncias que has callado por amor y por el supuesto bien a una convivencia plácida con tu pareja.

- VIII -
Sospecha. Sé desconfiado y celoso. ¿De verdad te crees imprescindible en tu trabajo? En cualquier momento pueden prescindir de ti y lo sabes. ¿Qué hace tu pareja cuando no estáis juntos? ¿Por qué llega siempre tan tarde del trabajo? ¿Qué hace en los viajes?

- IX -
¿Qué pérdidas te han dolido más? Ya sabes, piensa en la muerte de un ser querido, ya sea familiar, amigo o mascota; en esa persona que te dejó, sobretodo si te dejó por otra persona, etc. También puedes pensar en aquella persona a quien hiciste tanto daño.

- X -
Por último piensa en tu propia muerte. En todo aquello que te dejarás por hacer o por vivir. Piensa en quien se quedará llorando tu ausencia. ¿Te has hecho ya un seguro de vida?


(sugerencia de consumo)
My Foolish Heart de Bill Evans

miércoles, 16 de enero de 2008

Ahí en medio, fumando

Justo frente al portal del edificio donde trabajo, ahí donde bajo a echar humo siempre que puedo, hay un enorme restaurante chino con sus dragones dorados de cartón piedra, sus jarrones chinos de Taiwán y las fotos de amplios salones para banquetes y coloridos menús. Casi cada día, entre las doce del mediodía y la una, aparece un autocar y aparca junto al portal. Se abren las puertas y empieza a brotar una marea humana de personitas pequeñas de ojos como ojales y pelo planchado que se van colocando con cierto desorden junto al cordón de la vereda (así, como Cortázar, que bordillo no me gusta), esperando que el semáforo les de paso. Pero adolecen de cierto problema de sincronismo, pues cuando les da luz verde empiezan a moverse de forma un tanto alocada, chocando y tropezando unos contra otros como si fueran lemmings. Y los ves cruzando la calle Balmes en atolondrada estampida, ocupando unos veinte metros de su ancho, charlando, tropezando, mirando para atrás, deteniéndose y olvidándose por completo del semáforo, que ya se ha puesto rojo y en seguida comenzará el concierto de bocinazos de los conductores impacientes. No me extrañaría que un día de estos, ese tramo de la calle quedara convertido en una especie de chop-suey de chinitos.

Sin embargo hoy ha sido distinto. Cuando he bajado a fumar, ellos salían de comer. En pocos segundos han ocupado todo el portal, desbordándose unos cuantos a lo largo de la calle, mientras esperaban que el autocar pasara a recogerlos. Además había otro detalle que también hacía la situación diferente de otros días, a la vez que algo felliniana: hoy todo eran mujeres. Varias docenas de chinitas dando grititos, mirando aquí y allá, moviéndose en ordenado desorden como en un hormiguero, hasta que me he visto rodeado. Yo ahí en medio, fumando mi cigarrillo intentando pensar en las musarañas y en un mundo mejor (para mí), mientras dos palmos más abajo de mi nariz, docenas de cabezas se giraban para mirarme y se reían tapándose la boca, como si el extraño en ese lugar, el toque pintoresco, lo diera yo mismo y no ellas.


(sugerencia de consumo)
Lemmings

martes, 15 de enero de 2008

Doblada

Estaba haciendo tiempo en un bar, mientras esperaba la hora de entrar en la consulta del médico –así genérico, uno de tantos que me achican el dolor y me mantienen moderadamente enfermo–. Eso, que estaba sentado en la barra de un bar, leyendo un libro y timándome tomándome –en qué estaría yo pensando– un agua a sorbitos. Cuando todavía faltaban unos minutos para las cinco he pedido al camarero que me cobre y él –sí caballero, ahora mismo– ha ido a la caja y me ha traído un papelito sobre una bandeja: 2,45€. Es decir, más de cuatrocientas pesetas por un puto botellín de agua. Eso sí, muy estilizado y de un tono azul patowc. Herodes ofreciendo la cabeza de Juan Bautista a Salomé me hubiera impresionado menos. He recordado el café de Zapatero y de la madre que los parió a todos cuando nos la metieron doblada y sin vaselina.

Tras recoger los cinco céntimos del cambio, he salido a la calle en busca de alguna constelación de estrellas michelín o ristra de tenedores que me hubieran pasado inadvertidos en la cristalera del bar, pero no. Era un bar restaurante de tapas (de diseño hiperbólico deduzco) en un chaflán del ensanche de Barcelona. Así que jodido y con ganas de mear, he conducido mis pasos hasta la consulta para que, ya que hoy estamos espléndidos, me vuelvan a sablar.


(sugerencia de consumo)
Liza Minnelli y Joel Grey cantan Money en Cabaret


lunes, 14 de enero de 2008

¿Dadá?

¿Te gusta el dadaísmo?

Me lo preguntó así sin más, a bocajarro. Sin una apostilla del tipo “es que estaba mirando unas fotos de Man Ray” que me acotara un poco la respuesta. Porque no es lo mismo responder si a uno le gustan las lentejas o el potaje de garbanzos, por poner un ejemplo al azar, que asegurar que sí o que no al dadaísmo. Y a mí, que en ese momento estaba peleándome con media docena de servidores de datos, me pareció una irrupción de lo más dadaísta. Pero no me amilané, me lancé a pecho descubierto, y con voz firme respondí “pues no lo sé…” así, con los puntos suspensivos. Si por lo menos me hubiera preguntado por el surrealismo, podría haber respondido con comas suspensivas. Después resultó que se trataba de una representación con textos de algunos dadaístas bajo el epígrafe de “Cabaret Voltaire”.

La conversación siguió, con mayor o menor congruencia, hasta concluir que Chema Madoz es un dadaísta. No sé, dijo ella, pero a mí se me hace extraño eso de llamar dadaísta a un tipo que todavía no ha cumplido los cincuenta. Y no le falta razón. Pero es que si no es dadaísta, no sé qué será, a parte de un genial fotógrafo. O constructor de fotografías. No sé qué pensar al respecto, pero esa manera que tiene de cambiar el sentido y el contexto a los objetos cotidianos me parece que es muy dadaísta. Pienso que la creatividad es con frecuencia como el sentido del humor. La capacidad de coger algo, ya sea una norma o unos esquemas establecidos, darles la vuelta, reinterpretarlos, mirarlos de otra forma y cambiarles el contexto como algo natural. Tan sencillo que nos haga exclamar ¡cómo no se me ha ocurrido a mí! Así son los mejores chistes: inesperados por lo sencillos.

Lo de pensar en Chema Madoz fue porque, desde el día 17 de este mes y hasta el 30 de marzo, en la Tecla Sala de L’Hospitalet muestran una retrospectiva de este fotógrafo. Habrá que ir.

Chema Madoz


Chema Madoz


Chema Madoz


Todas las fotografías son obra de Chema Madoz

domingo, 13 de enero de 2008

Primeros discos

Mi primer sueldo me lo gasté, en el año 88 –¡veinte años ya!–, en un reproductor de compact disc –en esa época no se llamaban cedés–. Fue una buena compra, una de las mejores que he hecho, pues es el que tengo todavía. Y no es que le haya dado poco uso, ni mucho menos. Por ese lector han girado varios miles de canciones. Pero la primera canción que sonó fue “Double Trouble”, la magnífica versión en directo que Eric Clapton hizo del tema de Otis Rush en el doble “Just One Night”, uno de los mejores discos de los 80 –y eso es decir mucho–, que a la par fue el primer CD que me compré. Después vinieron unos cientos más, pero precisamente esta tarde estaba escuchando este.

(sugerencia de consumo)
Double Trouble de Eric Clapton


Más tarde he puesto el CD que me ha regalado mi amigo Berto –después de anoche ya lo puedo considerar como tal–. Algunos lo conocen como el tipo raro que es; otros por su música. Pero es sobretodo un buen tipo y un músico como la copa de un pino. Por cierto que su primer y hasta hoy único disco es cojonudo.

(sugerencia de consumo)
Berto Díez canta No soy capaz

miércoles, 9 de enero de 2008

ermita de San Gregorio

Dice la tradición –con analogías musulmanas y que podría tener un origen andalusí– que debemos acercarnos, recoger nueve piedras del camino y, a cada vuelta que demos a la ermita, tirar una piedra al suelo hasta completar las nueve.

Así es la ermita de San Gregorio, que no está en Ocata sino en Granada.

ermita de San Gregorio

El pueblo

No sé si existe un olor a pueblo. Siempre he vivido en la ciudad y mis padres nacieron en una ciudad también, así que no tengo en el haber de mi infancia veranos en el pueblo. No sé si todos los pueblos huelen igual, aunque supongo que no. Las ciudades sí, todas huelen igual de mal. Las que tienen puerto mezclan el olor a salitre con el humo de los coches y las basuras, pero poco más. Supongo que para reconocer un lugar por su olor, se hace necesario haber pasado ahí largas temporadas y acumular vivencias que regresen a la conciencia con sólo sentir ese olor familiar. Porque el olfato es muy peculiar. A menudo no le damos importancia, no tenemos conciencia de que está ahí, recibiendo información y acumulando recuerdos. Hasta que regresamos. Es un sentido que funciona por repetición, y quizás sea el más sugestivo al evocar, porque actúa por sorpresa.

He pensado en ello mientras evocaba el resto de los sentidos, que los he traído rebosantes de pueblo. La vista, que se jacta de ser la más fiel e inmediata, ha venido repleta de casas encaladas y paisajes para echar de menos. El oído se ha regalado de acentos granadinos, ladridos de perros, gallos saludando al nuevo día, crepitar de leña en la estufa y crujido de escarcha. El frío de las mañanas y las noches afuera y el calor junto al fuego los recuerda el tacto, junto a la áspera corteza de la leña o la calidez de las sábanas de franela. Pero sin duda que el sentido más mimado ha sido el gusto. Las tortas de manteca, los roscos, el vino cosechero o la sopa de andrajos y otras delicias que nos ha cocinado la tía de mi anfitriona así lo atestiguan. Y ahí, en la cocina, el olfato también ha estado bien cuidado, qué duda cabe.

el camino de Jeres

Será alguna especie de romanticismo de urbanita, pero pensaba que al llegar, aspiraría hondo y obtendría olor a pueblo, como quien destapa un frasco de perfume. Así de simple. Lo más probable es que se deba a que he ido ahora, que es cuando los olores –que son frioleros– hibernan. Sólo cuando el viento soplaba del sur, bajando a ras de las faldas de Sierra Nevada, me traía un sutil olor a nieve y a pinos. O cuando vagábamos por los pinares, en esos claros donde la tibieza del sol quitaba el hielo a las piedras, alguna mata de tomillo se atrevía a saludarme tímida con su perfume. O el olor dulzón de la leña al arder.

Quizás tendré que esperar a regresar. Será entonces cuando, actuando por sorpresa y tras haber olvidado la desconfianza que he depositado en él, el olfato me regale evocar estos días que he pasado en este pueblo.

Sierra Nevada al atardecer

martes, 8 de enero de 2008

Un buena comida

En Korea censuraron este anuncio, sólo porque en él aparece una chica gozando de... succionando... bueno, disfrutando con una buena comida. ¡Y ni siquiera es explícito, que apenas sólo se intuye!



No me negaréis que esto es apología de la anorexia.

sábado, 5 de enero de 2008

Córdoba (II). La cena

Tengo el hábito, vicio o virtud de guardar el recuerdo de los sitios que visito por los platos que he comido. Bajo estas premisas, sin duda que el recuerdo de Córdoba ha sido muy bueno aunque, para qué engañarnos, no me esperaba menos. Estuve hace seis o siete años en el “Caballo Rojo”, uno de esos restaurantes que son referente en la ciudad. Mi intención era repetir, pero callejeando tropezamos con “Casa Pepe de la Judería”, que también conocía por las tapas que sirven en el bar, especialmente las berenjenas rebozadas con miel. Resumiendo, fue excelente, un feliz acierto. Y no sólo por la deliciosa –y descomunal– media ración de rabo de toro estofado, la ensalada de quesos o las varias tapitas que pedimos. Fue por eso y por la eficacia y simpatía del servicio, por el entorno agradable y un largo etcétera de cuidados detalles que lo convierten en una cita obligada en Córdoba.

Le preguntamos por algunas tapas al camarero. Él nos las describía y nosotros las pedíamos. Así hasta cuatro o cinco tapas –entre ellas mis adoradas berenjenas– y dos medias raciones que, insisto, eran pantagruélicas. A medida que ibamos pidiendo, él iba abriendo los ojos de par en par hasta que, con una ceja arqueada, me soltó un “vale ya ¿no?”. Me lo quedé mirando, me soné los mocos y le respondí que sí, que vale ya. Acto seguido me ofrecía una interminable carta de vinos, con docenas de denominaciones de origen y algunos centenares de referencias, desde los 10 hasta los 200 ó 300 maravedíes la pieza. Nos decantamos por un Orot crianza, de Toro, que entró de maravilla.

Ante semejante despliegue de platos, postre incluido, en Barcelona nos habrían abierto un crédito hipotecario a un módico interés para pagar en cómodos plazos, pero aquí todo quedó arreglado por 55 euros, de los cuales 20 fueron para el vino.

Noche cordobesa

viernes, 4 de enero de 2008

Córdoba (I)

A las once de la mañana llegábamos al hotel, junto a la mezquita de Córdoba. En avión hasta Sevilla, taxi hasta la estación de Santa Justa para coger el AVE que, dicho sea de paso, salió puntual, algo que no deja de sorprender a quien viene desde Barcelona y, una vez en Córdoba, en taxi hasta el hotel. El taxista, entre semáforos y chistes sobre las obras en Barcelona y lo mal que se hacen las cosas en Cataluña, aprovechó para hacernos un elogioso compendio de lo bien que funcionan las cosas en su tierra gracias a las subvenciones de la junta de Andalucía, para mayor escarnio del que suscribe.

A las once y media nos sentábamos a desayunar como es debido. Media tostada de manteca colorá para mí, media con mantequilla para ella. Poco después, y tras peaje de ocho maravedíes por cabeza, entrábamos en la mezquita.

No me voy a explayar demasiado en la visita. No soy experto en arte, ni en historia ni arquitectura. Quien la haya visto, ya sabe lo que es, y quien no lo haya hecho, todo lo que pueda decir no será ni una sombra de lo que es en realidad. Eso sí, hacía ahí dentro un frío del carajo, que sumado a mi catarro, me mantuvo la hora larga de la visita tiritando y haciendo un generoso uso de los pañuelos de papel, que se acumulaban por montones en mis bolsillos. Este detalle, el del frío, me dio la posibilidad de comprobar que todavía se guardan en estos lugares ciertas costumbres que yo creía olvidadas allá por el paleolítico superior. Y es que para protegerme del frío, a la vez que protegía a los turistas de mis gérmenes, me puse la capucha del jersey. Cuál no fue mi sorpresa cuando, muy diligente, un guardia se me acercó para instarme a descubrirme la cabeza en señal de respeto. Como me quedé a cuadros y con cara de no comprender a cuento de qué, él se limitó a señalar los belenes que había expuestos y que por lo visto era el encargado de vigilar, tanto para su integridad física como espiritual. Amén.

Tras la visita nos fuimos de tapeo por las callejas de la judería. Vino, sangre encebollada, japuta en adobo y no sé cuantas cosas más, con una buena siesta como colofón.

Luz divina

Los taxis

Jueves 27 de diciembre; cinco menos cuarto de la mañana.

Me estoy tomando un café con leche mientras me arranco con esmero las legañas incrustadas entre las pestañas. El radio-despertador hace más de media hora que está sonando, pero todavía no lo voy a apagar. Anoche –hace unas horas– mi vecino tuvo la brillante idea de despertarme alrededor de las dos, con su cháchara precoital. Esta es mi pequeña venganza, que sabe más dulce que su triste y fugaz polvo.

A las cinco en punto un mensaje en el móvil me avisa de que el taxi está esperando abajo en el portal. Cargo con la maleta los cuatro pisos hasta la calle, la meto en el maletero –es una taxista– y le doy las señas, que –es una taxista– obviamente desconoce, así que se lo pregunta –espejito, espejito, ¿cómo puedo llegar hasta allí?– al oráculo gps.

A partir de este momento, empieza un curioso monólogo “a ochocientos metros, gire a la izquierda… gire ahora a la izquierda… a ochocientos metros, gire a la izquierda… gire ahora a la izquierda… a ochocientos metros, gire a la izquierda… gire ahora a la izquierda… a ochocientos metros, gire a la izquierda… gire ahora a la izquierda…” y así hasta veinte veces con su letanía cuando, poco antes de llegar al final, me sorprende con un “a ochocientos metros, gire a la derecha… gire ahora a la derecha”. Y pienso que eso está bien, que al fin y al cabo los radicalismos, sean del color que sean, no son buenos. Lo que está claro es que, con tanto giro a la izquierda, sólo podía acabar en El Prat del Llobregat, que resiste impertérrito y aislado como si guardara el secreto de un caldo mágico que les diera fuerza sobrenatural.

Viernes 4 de enero; dos de la madrugada.

Tomo el taxi en el aeropuerto, le doy mis señas y el taxista me ofrece un amplio abanico de recorridos para llegar. Estoy tan cansado que me da lo mismo que dé un rodeo por Zamora, si con ello consigue llegar antes a mi casa. Conecta lo que parece un gps y se pone en marcha. Ya en la autovía el aparato empieza su monótona y peculiar letanía “atención, radar camuflado, límite 60 km/h… atención, radar fijo, límite 50 km/h… atención, radar camuflado, límite 60 km/h… atención, radar camuflado, límite 50 km/h…”. Y así, tras una docena de radares fijos o camuflados, llego a mi casa, cargo la maleta cuatro pisos arriba y me meto en la cama.