viernes, 4 de enero de 2008

Los taxis

Jueves 27 de diciembre; cinco menos cuarto de la mañana.

Me estoy tomando un café con leche mientras me arranco con esmero las legañas incrustadas entre las pestañas. El radio-despertador hace más de media hora que está sonando, pero todavía no lo voy a apagar. Anoche –hace unas horas– mi vecino tuvo la brillante idea de despertarme alrededor de las dos, con su cháchara precoital. Esta es mi pequeña venganza, que sabe más dulce que su triste y fugaz polvo.

A las cinco en punto un mensaje en el móvil me avisa de que el taxi está esperando abajo en el portal. Cargo con la maleta los cuatro pisos hasta la calle, la meto en el maletero –es una taxista– y le doy las señas, que –es una taxista– obviamente desconoce, así que se lo pregunta –espejito, espejito, ¿cómo puedo llegar hasta allí?– al oráculo gps.

A partir de este momento, empieza un curioso monólogo “a ochocientos metros, gire a la izquierda… gire ahora a la izquierda… a ochocientos metros, gire a la izquierda… gire ahora a la izquierda… a ochocientos metros, gire a la izquierda… gire ahora a la izquierda… a ochocientos metros, gire a la izquierda… gire ahora a la izquierda…” y así hasta veinte veces con su letanía cuando, poco antes de llegar al final, me sorprende con un “a ochocientos metros, gire a la derecha… gire ahora a la derecha”. Y pienso que eso está bien, que al fin y al cabo los radicalismos, sean del color que sean, no son buenos. Lo que está claro es que, con tanto giro a la izquierda, sólo podía acabar en El Prat del Llobregat, que resiste impertérrito y aislado como si guardara el secreto de un caldo mágico que les diera fuerza sobrenatural.

Viernes 4 de enero; dos de la madrugada.

Tomo el taxi en el aeropuerto, le doy mis señas y el taxista me ofrece un amplio abanico de recorridos para llegar. Estoy tan cansado que me da lo mismo que dé un rodeo por Zamora, si con ello consigue llegar antes a mi casa. Conecta lo que parece un gps y se pone en marcha. Ya en la autovía el aparato empieza su monótona y peculiar letanía “atención, radar camuflado, límite 60 km/h… atención, radar fijo, límite 50 km/h… atención, radar camuflado, límite 60 km/h… atención, radar camuflado, límite 50 km/h…”. Y así, tras una docena de radares fijos o camuflados, llego a mi casa, cargo la maleta cuatro pisos arriba y me meto en la cama.

3 comentarios:

Celia dijo...

solo.
y se metió usted en la cama solo.

que desgraciaico.

arrebatos dijo...

Sí, ya ve usted. Si la taxista hubiera sido a la vuelta, todavía podría haber intentado algún acercamiento impúdico, pero ni eso.

Gregorio Luri dijo...

Yo diría algo, peor no me atrevo. Me voy de puntillas.