sábado, 21 de octubre de 2006

Paradero desconocido

Esta pequeña obra maestra –escrita por la periodista y profesora universitaria Kressmann Taylor- se publicó en 1938, en plena efervescencia del fascismo en Europa, y particularmente del nazismo en Alemania. Un año más tarde, una reseña del suplemento literario del New York Times citaba “Esta hitoria es la perfección misma. Es la denuncia más rotunda del nazismo que haya aparecido jamás”.

Intentemos ponernos en situación. La Segunda Guerra Mundial estalló en 1939, y la intervención estadounidense en Europa fue posterior. Sin embargo, la novela fue publicada en los EEUU un año antes del inicio del conflicto. Con esto quiero hacer patente que, si bien se sabía del nazismo, en esa época no se conocían en absoluto las atroces consecuencias que produjo, y que de todos son conocidas hoy en día. Este pequeño detalle le da a esta obra un plus de clarividencia que no tienen, en modo alguno, obras posteriores. Estamos ante un relato en el que el autor sabía lo que estaba pasando. Y no sólo lo condenaba, sinó que le asustaba. Y pese a esta condena y denuncia del nazismo, tristemente sabemos todos lo que luego sucedió.

La obra en sí está estructurada en modo de misivas entre dos amigos y socios en el mercado de obras de arte. Por un lado tenemos a Max Eisenstein, un judío estadounidense. Por el otro a Martin Schulse, un alemán, ambos afincados en California hasta que, en 1932, Martin decide regresar a Alemania. Es a partir de este momento cuando empieza el intercambio de cartas, y en él se empiezan a descubrir, primero en forma de pequeños detalles, más tarde con terribles evidencias, los profundos cambios que está experimentando la sociedad alemana. La locura colectiva de todo un pueblo se refleja en estas cartas, hasta el punto en que Martin llega a renegar de su amigo por su condición de judío.

Bien. Este pequeño librito aterrizó en mis manos hace unos cinco años, coincidiendo con una reedición de la obra. La engullí en apenas una tarde y me dejó en un penoso estado de abatimiento. Es brillante, sí, pero también dura y triste. Y esta misma tarde he visto que su texto ha sido adaptado –en catalán- para el teatro y que las representaciones, aquí en Barcelona, empezaron hace escasos días. En fin, que he comprado mi entrada para esta noche. Seguro que será una agradable y triste velada.

jueves, 19 de octubre de 2006

Melancolía

Cada estado de ánimo tiene su música, como en una banda sonora vital, que suele ser distinta en cada persona. En mi caso, cuando la melancolía o tristeza me embarga, recurro siempre a Bill Evans. Me refiero, obviamente, al Bill Evan pianista.

Este músico, de una sofisticación armónica sobrecogedora, arrebatadoramente lírico e inconfundible desde las primeras notas arrancadas a su piano, empezó su carrera a finales de los 50. Fue precisamente en el 59 cuando participó junto al grandioso Miles Davis en Kind of Blue, indiscutiblemente el disco de jazz más influyente de todos los tiempos. Y en mi modesta opinión el mejor, todavía no superado.

Pero tras esta experiencia decidió formar su propio grupo, un trío. ¡Qué digo un trío! El trío. El mejor trío de jazz que jamás haya pisado un escenario. Él al piano y a su vera Scott Lafaro subliminando el bajo y Paul Motian marcando un precioso ritmo a la batería.

Con estos mimbres sin duda había que hacer algo grande. Y vaya si lo hizo. El 25 de junio de 1961 se juntaron los tres en las sesiones del Village Vanguard. De esa noche quedó una grabación asombrosa, brillante, única. Abrió el camino a las pequeñas formaciones de jazz, y lo hizo a lo grande. Es un disco melancólico, sí, pero hace sonreír por su virtuosismo y belleza. Y también puede provocar alguna lágrima o profundo suspiro. Lo que no provoca es indiferencia.

Y como mi actual estado de ánimo casa con esta música, aquí os la dejo para vuestro deleite. Bill Evans tocando Waltz for Debby en el Village Vanguard.





Algunas anécdotas al respecto.

De esta actuación se publicó Sunday at the Village Vanguard. Años más tarde, y debido a la aureola mítica adquirida, se publicaron el resto de temas en otro disco: Waltz for Debby.

El Village Vanguard era un local al que se iba a escuchar música mientras se tomaba una copa sentado en un mesilla redonda. En la grabación se oye el tintineo del hielo en esas copas.

El bajista Scott LaFaro murió en un accidente de coche, tan solo diez días después de la grabación. Bill Evans tardó un poco más, pero las drogas se lo llevaron a los 51 años.

Oxímoron

(Del gr. ὀξύμωρον).
1. m. Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador.

¿Arrebato último?

Nunca concebí este espacio como un substituto de mi libreta y bolígrafo, pese a que durante un breve periodo de tiempo llegó a serlo. Ignoro si fue porque decidí abrir mis entrañas al mundo o porque de todo cuanto yo era nada tenía que ocultarme. La cuestión es que las circunstancias cambian, la gente sabe y llega un momento en que uno se siente condicionado. Ya no me siento libre en este lugar. Me siento observado y juzgado.

Hace tiempo que arrebatos dejó de hacer honor a su nombre. Quizás abra un nuevo blog, esta vez anónimo. Quizás me limite a escribir como antaño, en mi libreta, todo eso que duele. Lo que está claro es que aquí me siento incómodo, y no me gusta. No descarto añadir alguna que otra ficción, o alguna anécdota, pero no volveré a desnudarme.

Parece que esté matando a arrebatos, pero nada más lejos de la realidad. La realidad es que arrebatos murió hace ya algún tiempo.


Os dejo con Miles Davis. No se me ocurre mejor forma de acabar con esto.

miércoles, 11 de octubre de 2006

Arrebatos foráneos: Jeff Buckley


Lover, you should've come over
Jeff Buckley

martes, 10 de octubre de 2006

Arrebatos foráneos

Bravo, permíteme aplaudir
por tu forma de herir mis sentimientos.
Bravo, te vuelvo a repetir,
por tus falsos e infames juramentos.
Todo aquello que te di
en nuestra intimidad, tan bello,
quien me iba a decir
que lo habrías de volcar en sufrimiento?

Te odio tanto,
que yo mismo me espanto
de mi forma de odiar.
Deseo
que después de que mueras,
no haya para ti un lugar.
El infierno es un cielo
comparado con tu alma,
y que Dios me perdone,
por desear que ni muerta tengas calma.

Te odio tanto,
que yo mismo me espanto
de mi forma de odiar.
Deseo
que después de que mueras,
no haya para ti un lugar.
El infierno es un cielo
comparado con tu alma,
y que Dios me perdone,
por desear que ni muerta
ni muerta tengas calma.

Bravo, permíteme aplaudir
por tu forma de herir
mis sentimientos.


Luis Demetrio


Esta es la letra de Bravo, canción que, cantada por Nacho Vegas, aparece en El tiempo de las cerezas, disco publicado conjuntamente con Enrique Bunbury.