jueves, 30 de septiembre de 2010

Ein Prosit!

O lo que viene a ser lo mismo: un brindis. Una especie de grito de guerra que suena una y otra vez estos días en Munich, la capital mundial de la cerveza (con permiso de holandeses, ingleses e irlandeses). Me he dejado caer por allí unos días, pocos, aunque los suficientes para ahogarme en algunas auténticas delicias de lúpulo, perder la memoria sin perder la compostura, cantar en alemán, hablar en inglés lo justo para hacerme entender, pasar frío -joder qué frío hace al norte de los Alpes- y deleitarme tras los vertiginosos mostradores de las teutonas bávaras. Y todo por culpa de unos amigos de Boston que conocimos hace unos años en una coctelería en Madrid (sí, lo que se dice malas compañías) que nos han invitado a la mesa que habían reservado en el pabellón de Löwenbräu en el Oktoberfest.

Lo dicho: Ein Prosit!


Löwenbräu-Festzelt

viernes, 24 de septiembre de 2010

Gitanos en Francia

Un gitano extranjero vivía con su esposa en una caravana de un campamento ilegal a las afueras de París. Él se ganaba la vida tocando la guitarra en tugurios de la capital mientras que su mujer se dedicaba a hacer manualidades que después iría a vender a los mercados. En 1946 compuso "Echoes of France", una adaptación de "La Marsellesa" para violín y guitarra. Se llamaba Django Reinhardt.


lunes, 20 de septiembre de 2010

Defecar los sesos

Que Salvador Sostres es un gárrulo que habría que devolver al pesebre del que jamás debió haber salido es algo que muchos ya sabíamos desde hace años. De la ulcerosa carroña de su seso han salido sobrados esputos en forma de artículo como para que así sea, aunque fuera por salud pública. Pero hoy (no enlazaré el artículo, quien quiera que lo busque en “El Mundo”) ha conseguido superarse -o rebajarse, según se mire- a si mismo, aunque también nos ha dado la clave de su diarrea continua: fue una salmonela la que le provocó “cuántos retortijones, cuántas noches en las urgencias de los hospitales pensando que de tanto defecar se te iba a escapar hasta el cerebro”.

Sí, efectivamente se le escapó el cerebro por el mismo sitio que expulsa sus artículos de opinión.

sábado, 18 de septiembre de 2010

The wind cries Hendrix

Jimi Hendrix at the Monterrey Festival backstage

Descubrí a Jimi Hendrix unos quince años después de su muerte. En esa época sin internet y en medio del erial que es la radiodifusión musical española, para encontrar música que te gustara no quedaba más remedio que escuchar los discos del hermano mayor de algún amigo -procurando que no se enterara, que para alguno sus vinilos eran más sagrados que la novia- o encomendarte al criterio del encargado de la tienda de discos con el consabido “si te gusta este, escucha este otro, ya verás”. Aunque también era habitual por esos años conocer de oídas a alguien sin haber escuchado nunca nada. A mí con Hendrix me pasó esto último: sabía que era genial, el mejor guitarrista que había dado ese glorioso fin de década de los sesenta, pero no conocía a nadie que tuviera nada suyo ni existía la remota posibilidad de escucharlo por la radio. Así pues, hasta que no compré a ciegas el “Rainbow Bridge” no pude comprobarlo. No fue, desde luego, la mejor opción. Existen discos suyos mucho mejores que ese, pero me bastó con escuchar la versión en directo del “Hear My Train A Comin” para dejarme absolutamente alucinado y rendido a los pies de este genio. A partir de ahí, como si esa compra hubiera sido una suerte de bautismo, empezaron a llegar a mis manos cintas con grabaciones de sus discos y directos que acabaron por convertirme en un incondicional.

Hoy observo con cierta condescendiente nostalgia a los jóvenes que se entusiasman y elevan a los altares a Nirvana o Queen, pensando que yo hice lo mismo aunque no con las mismas facilidades que ellos. Han pasado muchos años, veinticinco desde mi descubrimiento y cuarenta, justo hoy, desde que murió ahogado en su propio vómito tras una noche de excesos etílicos y psicotrópicos. Puede que fuera un lamentable accidente, puede que, como afirman otros, fuera asesinado por su propio mánager cuando supo que iba a despedirlo. Sea como fuere, este es mi pequeño homenaje a este músico medio afroamericano medio cherokee cuyo virtuosismo, innovación e influencia como guitarrista sólo es comparable a Miles Davis con la trompeta o a Billy Wilder en el cine y que merece estar en el Olimpo de la música popular de la segunda mitad del siglo XX junto a otros grandes como Dylan o los Stones.


(sugerencia de consumo)
"The wind cries Mary" en un directo de la televisión sueca (1967)




"Hey Joe/Sunshine of your Love" en la BBC




"Hear My Train A Comin" en el Royal Albert Hall de Londres (1969)


martes, 14 de septiembre de 2010

Ese vibrante silbido

Un vibrante silbido se deja escuchar por toda la calle, reverberando en los comercios recién abiertos al nuevo día y tras las persianas todavía cerradas de los pisos; una precipitada escala que sube y baja y deja un timbre concentrado en la nuca, como un cojinete de metal, inconfundible, ejecutada miles de veces con el mismo gesto. Abandono mi lectura y me asomo para mirar a través de la ventana del autobús. Ahí está él, tan viejo como la calle misma, junto a su vieja bicicleta levantada sobre el caballete, haciendo girar la muela con la que afila los cuchillos de la carnicera, que espera junto a él ataviada con su delantal blanco con ribetes rosados mientras charla con otras señoras que han bajado tijeras y cuchillos faltos de un repaso en su filo.

La primera vez que escuché a este afilador, hace poco más de un año, hacía quizás un par de décadas que no escuchaba esa peculiar melodía. Tanto hacía que fue un poco lo mismo que Proust con su magdalena mojada en el té de su tía Léonie: me hizo recuperar recuerdos olvidados de mi infancia, justo hasta esa mañana de verano -cercana a San Juan, pues ya había terminado las clases pero todavía no nos habíamos ido de vacaciones- en la que mi madre me dio unas tijeras de la cocina y una moneda de veinte duros y me mandó que bajara a la calle, que había escuchado al afilador. Recuerdo que me pareció un trabajo extraño, no sé si pensé que innecesario pero sería algo parecido, porque recuerdo que en ese momento no entendí por qué mi madre no usaba el afilador que teníamos en casa. Pero incluso aquél hombre, que tan lejano me parece ahora, llevaba un ciclomotor con el que hacía girar la muela de piedra. Este de ahora no, este va con su bicicleta. Es, de hecho, el primero que creo haber visto en bicicleta. Y es tan viejo como la calle misma.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Música en Barcelona

Me cabrea mucho la escasa consideración y difusión que se le da a la música en Barcelona. Y no me refiero a los conciertillos de radiofórmula que empapelan las calles y llenan los estadios sino a la música con mayúsculas, a la -creo yo mal llamada- música culta. De ésta se ha creado una especie de reiterativo circuito anual de greatests hits populares que permanece inalterable desde hace años, como si la plebe no fuera capaz de escuchar otra cosa. Así vemos que, año tras año, se repiten a principios de enero los valses, polcas y marchas de Strauss; le siguen “Las cuatro estaciones” de Vivaldi y poco antes de semana santa el inapelable “Réquiem” de Mozart en la basílica (que no catedral) de Santa María del Mar. Tras el vasto páramo veraniego llega noviembre y diciembre para acumular el “Carmina Burana” en el Palau de la Música, el habitual “Messías” de Haydn con todas las corales patrias abarrotando el Palau y los inevitables “Cascanueces” y “El lago de los cisnes” en navidades. En algún momento del año también se programará el “Concierto de Aranjuez”, que no repetiré ya que con una “interpretación” del guitarra solista habitual tuve suficiente. Pero todo lo que sea salir de este círculo vicioso implica pagar auténticas fortunas, lo cual no es óbice para que las mencionadas también sean caras.

Respecto a los ballets de Tchaikovsky es difícil saber si son caros o no, porque ni siquiera en la web del Teatro Coliseum están anunciadas. Fascinante. Sé el precio porque las entradas están a la venta en una web que se dedica a esto, pero salvo la biografía del autor y una sinopsis de la obra, no mencionan si voy a pagar por un concierto sin ballet, un ballet con música enlatada o un completo ballet con orquesta. Mucho me temo que será lo segundo. Y es entonces cuando recuerdo los días que pasé en Praga y la sana envidia que me dieron con sus cinco o seis teatros en los que se programaba diariamente música, danza y ópera.

Y pobre de ti si te gusta la ópera, porque ya puedes ir pensando en ser millonario. En el Gran Teatre del Liceu, ese teatro que se quemó y pagamos entre todos -todavía recuerdo a la Caballé pidiendo dinero a todos los catalanes para su reconstrucción, mientras ella evadía sus impuestos en Andorra-, la taquilla sigue siendo para las abultadas carteras de la élite burguesa de la ciudad. Obviamente -deben pensar- los que no se pueden permitir pagar dos entradas de entre 80 y 200 euros para una representación de “Carmen” o “Falstaff” es porque son unos paletos que no aprecian la música. Hay entradas más baratas, cierto, pero no verás nada. Literalmente.

A la gente en general le gusta la música. No conozco a nadie que no se haya emocionado en el Liceu, el Palau de la Música o el Auditori en una representación de ópera o música clásica. Pero hay pocos espacios, muy pocos (apenas estos tres) y suelen ser a precios prohibitivos, así que no dudo que queden asientos vacíos en la mayoría de sesiones. Parece un círculo vicioso. Sin duda con precios más asequibles necesitaríamos más espacios. Como en Praga.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

La dama de Shanghai

Él sabía que había algo turbio y sucio en todo eso, por eso se resistía a aceptar la oferta de enrolarse en ese yate de recreo. Pero claro, con una "capitana" como la Hayworth, aunque seas el mismísimo Orson Welles es difícil rechazar la oferta.

La dama de Shanghai

La dama de Shanghai

La dama de Shanghai
"La dama de Shanghai" (1947) de Orson Welles

¿O no pensáis lo mismo?