martes, 29 de noviembre de 2011

Diez años sin George Harrison

¡Cómo pasa el tiempo! En noviembre del año que empecé este blog escribía un sentido recuerdo para uno de los músicos que han escrito algunas las canciones más bonitas, siempre según mi modesta opinión; el genio a la sombra de otro par de genios irrepetibles como fueron Lennon y McCartney. Entonces hacía cuatro años que nos había dejado, y pese a que cuatro años son muchos días, todavía lo sentía como algo muy reciente.

Hoy hace diez que nos dejó, y si bien ya no me parece reciente, lo sigo recordando como si fuera ayer, o la semana pasada. Recuerdo el bajón al leer la nota en prensa, la pena, las ganas de volver a escuchar sus canciones.

No diré que fue el mejor de los Beatles, porque no sería cierto, pero nadie me podrá reprochar si digo que siempre me pareció el más entrañable y que la canción más bonita del grupo es suya, pese a que en la grabación original la guitarra no la tocara él sino Eric Clapton. Eso sí, lo que es inapelable e indiscutible es que el mejor disco que parieron los ya ex componentes de los Beatles en solitario fue suyo. “All things must past” es una maravilla de principio a fin y probablemente sea el disco que suena más “beatle" de los que publicaron los ex componentes del grupo, hasta el punto que muchos irónicamente lo consideramos uno de los mejores discos de los Beatles.

Las ganas de volver a escuchar sus canciones nunca se desvanecen, permanecen latentes hasta que llega un día que necesito poner un disco, sentarme en el sofá y dejarme llevar. Justo ahora, cuando escribo estas últimas letras, suena “Beware of darkness”.


(sugerencia de consumo)
Beware of Darkness en el concierto para Bangladesh


miércoles, 26 de octubre de 2011

Repintando paisajes

Uno de los paisajes de mi infancia está surcado por un río caudaloso que desciende encajado por la frondosa vegetación de sus orillas. Desmayados sauces bañan sus ramas en la corriente alternándose con alisos, exuberantes fresnos y esbeltos chopos. Grandes rocas pulidas por el agua asoman su brillante lomo sobre la corriente y un viejo puente, derruido hace tantos años que ni los más viejos del lugar recuerdan haber cruzado, enmarca el paisaje con sus arcos a medio cerrar. Más allá del verde bosque de la ribera se alzan las ocres colinas rocosas cubiertas de hierba seca y rala, zarzas, matas de romero y tomillo, alguna encina solitaria, bosquecillos de pinos y unos pocos viejos olivos que nadie batirá en invierno. En algunos tramos, el valle se estrecha y el río se acelera por el fondo de pasos angostos entre altos espolones de roca desnuda, pero más allá vuelve a ensancharse y se forman meandros de playas pedregosas donde la gente acude a bañarse en los calurosos días del verano.

Y así es como lo recuerdo yo, como un paisaje veraniego. ¿Acaso nos queda algo de nuestra infancia más allá de los veranos? En el aire cálido flota el olor dulzón de la orilla y el chirrido de las chicharras ahoga el rumor del agua, que se desliza silenciosa y ondulante entre las rocas y las raíces de los árboles que beben sus aguas limpias. De las ramas de uno de los árboles más grandes, sobre el curso del río, cuelga una cuerda que uso para lanzarme al agua desde la orilla, exactamente de la misma forma –grito incluído- que he visto hacer en esas viejas películas de Tarzán que echan en la sobremesa del sábado. Y en ese momento ya no soy yo sino el Rey de la selva, mi bañador azul se ha convertido en un taparrabos y el río está infestado de voraces cocodrilos.

Fue un solo verano y de eso hace ya más de treinta años; más de treinta veranos que con todos sus otros ríos, sus playas paradisíacas o los lagos al pie de altivas cumbres no han sido capaces de hacerme olvidar ese largo verano accidental a la sombra de los sauces, bañándome en un río a su paso por un viejo puente derruido.

Pienso que la sabiduría no es más que la lenta destilación de las frustraciones, algo que se acumula con el paso de los años y que precisamente por esa razón se acompaña de ese poso de tristeza melancólica. Una de las certezas que se asumen con la edad es que los veranos de la infancia, esos veranos interminables por los que suspirábamos durante todo el año y que eran la única razón de nuestra existencia y el bálsamo que curaba los nueve meses restantes, son irrepetibles. Es inútil regresar a ese lugar pretendiendo revivir las mismas emociones porque todo es distinto. Nosotros hemos aceptado hacernos mayores, esto es asumir cargas y responsabilidades, igual que los amigos de la infancia –si queda alguno- han hecho otro tanto. Y lo peor de todo, pues lo anterior se asume por obvio, es que ni siquiera el paisaje es el mismo. Y eso es lo peor por inesperado y porque de algún modo se rompe el vínculo que todavía manteníamos con esos veranos de la infancia. Porque regresamos a ese paisaje tanto tiempo recordado ya no para recuperar el tiempo perdido, sino con la intención de alargarlo, para marcar el recuerdo con un nuevo hito que nos acompañe durante cierto tiempo; acaso para mostrarlo a alguien querido, que lo vea con ojos nuevos y lo mantenga vivo. Pero allí ya no queda nada que se parezca a lo que hubo tiempo atrás.

Sin embargo, a veces se produce el milagro. Regresamos a ese paisaje y todo permanece igual que en nuestro recuerdo, como si ese último día de agosto de hace más de treinta años el tiempo se hubiera detenido. Como si cada detalle impreso en la memoria se mostrara en realidad ante nuestros ojos: el mismo río orillado por los mismos árboles, el mismo aroma, la misma suavidad al sumergirnos en la fría corriente y el mismo puente derruido intentando cruzar el curso del río sin conseguirlo.

Soy optimista por naturaleza, quizá ingenuo, pese a esa mi habitual pose pesimista que uso para amortiguar la frustración. Aunque no lo reconozca abiertamente, siempre espero lo mejor, el ideal idílico que he imaginado. Por eso fue que en mi ideal el río permanecía como en mis infantiles recuerdos y el día lucía espléndido dibujando bailarinas sombras de celosía entre las hojas de los árboles y destellos en el agua. Y ella y yo pasaríamos el día en el río y comeríamos en la orilla, queso tierno y acaso una tortilla de patatas y un buen vino puesto a enfriar entre las rocas, bien sujeto para que no se lo beba el río corriente abajo. Por eso cargué en la mochila un Marcel Lapierre Morgon, porque la primera vez que lo probé supe que ese era el vino que bebían alegremente en el cuadro del almuerzo de los barqueros; sólo podía ser ese. Un vino fresco y lleno de fruta, de cerezas y regaliz, alegre y luminoso como las pinturas de Renoir, franco y mineral como las redondeadas rocas del río. Un vino para tomar con los pies en remojo durante los días más plácidos del verano. Qué más da si llovió al atardecer y la luz del sol dejó de pintar sombras de celosía. El optimismo fue recompensado con el milagro.


miércoles, 3 de agosto de 2011

Tierra de vino

El taxista que nos condujo desde Gratallops de vuelta a Falset asegura que está siendo un año muy seco, que no ha llovido en la zona desde el otoño pasado. Para compensar -apunta- las temperaturas no han sido tan altas como en años anteriores: “El año pasado, a estas horas, el termómetro marcaba treintaicinco grados. Pero mira -explica mientras señala el termómetro del salpicadero sin dejar de trazar las cerradas curvas de la carretera-, ahora estamos a veintisiete”.

Hemos salido de Falset antes de las diez de la mañana, a pie, por el camino hacia el cementerio, para tomar luego el viejo sendero que conduce hasta Gratallops. La ruta asciende entre encinas y desciende rodeada de pinos hasta el lecho seco del Siurana, para volver a ascender hasta los viñedos dispuestos en terrazas. Se me ocurre pensar que, si en lugar de haber recorrido el camino cerca de los veintisiete grados lo hubiéramos hecho a treintaicinco, a estas horas seríamos un par de cadáveres pasificados.

Ignoro si con este tiempo suave y seco será un año bueno o malo para el vino. Todo parece indicar que 2010 fue un año excelente en el Priorat. El tiempo colocará a este donde le corresponda. Lo único seguro es que los racimos de las colinas que rodean Gratallops lucían el sábado de esta guisa.


racimo

jueves, 21 de julio de 2011

Lucian Freud

Reflection (Self Portrait). Lucian Freud, 1985


Lucian Freud (Berlín, 8 de diciembre de 1922. Londres, 20 de julio de 2011)

lunes, 18 de julio de 2011

Libros en el mercado

A menudo me encuentro con que a la hora de comer, ya sea porque mis compañeros se traen el tuper o porque regresan a comer a casa, me encuentro con que tengo que salir a comer solo. No es algo que me disguste en absoluto, al contrario. De acuerdo que apetece comer en compañía, pero también agradezco de vez en cuando acompañar el menú con la lectura de un libro, o pasear por el barrio hasta descubrir algún bar que después agradezca haber descubierto. O coger la bici y acercarme hasta el Mercat de l'Abaceria, en corazón del barrio de Gracia. No seré yo ahora quien descubra al mundo que la materia prima de estos bares es fresca y de buena calidad.

Esta semana pasada, como tantas otras, fui a comer al mercado. Y como tantas otras veces, al terminar de comer pasé por delante de una parada llena de libros. No es algo raro ver puestos de libros de viejo en los mercados de Barcelona. Que yo sepa, en el Mercat del Ninot hay una y en el de Sant Andreu otra. Pero tanto la de Sant Andreu como la de l'Abaceria tienen en común que están desatendidas. De hecho, en la del Mercat del Ninot he comprado libros en más de una ocasión -La Central del Ninot la llamamos algunos-, pero en las otras nunca me había detenido a curiosear. Quizás el hecho de no ver a nadie a quien preguntar me alejó del lugar. Pero esta semana pasada tenía tiempo para perder, así que estuve ojeando los libros un buen rato mientras me preguntaba qué hacían ahí y a quién tendría que pagarlos en caso de encontrar alguno que me interesara.

Debo reconocer que me sentí muy estúpido cuando descubrí el sistema de pago, yo que tantas vueltas he dado por Barcelona y tantos mercados he recorrido. Yo, que me las doy de curioso y atento observador, he descubierto a los cuarenta que hay una hucha donde debo dejar un euro por cada libro que me lleve. Por fortuna todavía tenemos a gente como Josep Mª Espinàs, porque habida cuenta de mi fina capacidad de observación, está claro que no seré yo quien escriba la gran crónica sobre Barcelona.

Dejé dos euros y me llevé dos libros: “La inocencia del padre Brown” de Chesterton para mí y "The Europeans" de Henry James en inglés para ella. De hecho había un montón de libros en versión original, tanto en inglés como francés, alemán o italiano. Pero sobre todo, en lo que más me recreé fue en mirar los libros que más se repetían, en los que bauticé como worst sellers o, si no los menos vendidos -por lo menos ahí lo eran-, sí los más vendidos en su día pero que a la vez eran los que la gente quería sacarse de encima con mayor vehemencia. El premio se lo llevaron dos, a saber: “Generaciones” de Cristóbal Zaragoza y “Poldark”, el libro sobre la serie de televisión de los años setenta. Que cada uno saque sus propias conclusiones, que yo me siento incapaz.


Libros en el mercado

jueves, 7 de julio de 2011

Lo indigno

Estoy indignado. Un día tras otro veo aparecer en la distinta prensa de todo el espectro de colores múltiples casos de corrupción y, sobre todo, de impunidad y abuso de poder. Por lo general, aunque más despacio de lo deseable, los casos de corrupción en su mayoría se van resolviendo más mal que bien. Pero los otros... La justicia puede resolver fácilmente un desvío de subvenciones, eso es fácil. Pero ¿cómo se penaliza a esos ministros que terminan en consejos de administración a varios millones al año por sus servicios prestados? ¿O qué hacer con esos alcaldes de villorrios de doscientos habitantes con sueldos estratosféricos? ¿O con los gurús de las agencias de calificación? ¿O con los bancos que piden dinero y después nos exprimen?

Y ahí es donde me indigno. Estoy indignado -irritado, enfadado vehementemente- por lo indigno -que es inferior al mérito y no corresponde a las circunstancias-. No por sus acciones en realidad, sino por mis pensamientos. Me jode que por su culpa vea la violencia como un mal necesario; como -usando su misma jerga- una intervención higiénica. Porque yo siempre me he tenido por una persona cabal y sensata. Porque de alguna forma, a mí me educaron en la convicción de que mi libertad y prosperidad -y la manera de mantenerla- terminaba donde empezaba la de mi vecino. Pero ante estos abusos, lo único que me alegraría el día sería ver en portada de un periódico nacional la cabeza empalada de ese alcalde en la plaza del villorrio o el cuerpo del ministro o del Botín de turno destripado en una cuneta mientras su familia corre a refugiarse en las Islas Caimán. Sólo entonces empezaría a creer que de verdad en este país -en este mundo- existe la justicia. El mal está tan enquistado que sólo la labor de un cirujano podría eliminarlo. Y me jode, porque ni me considero agresivo, ni comunista en su definición, ni mucho menos anarquista. Pero, vete tú a saber por qué extraña educación recibida, todavía creo en la justicia. En una justicia real del que la hace la paga, no en la que se puede comprar al mejor postor.

miércoles, 8 de junio de 2011

Federico Sánchez se despide de ustedes

"Están desapareciendo los testigos del exterminio. Bueno, cada generación tiene un crepúsculo de esas características. Los testigos desaparecen. Pero ahora me está tocando vivirlo a mí. Aún hay más viejos que yo que han pasado por la experiencia de los campos. Pero no todos son escritores, claro. En el crepúsculo la memoria se hace más tensa, pero también está más sujeta a las deformaciones. Luego hay algo... ¿Sabe usted qué es lo más importante de haber pasado por un campo? ¿Sabe usted qué es exactamente? ¿Sabe usted que eso, que es lo más importante y lo más terrible, es lo único que no se puede explicar? El olor a carne quemada. ¿Qué haces con el recuerdo del olor a carne quemada? Para esas circunstancias está, precisamente, la literatura. ¿Pero cómo hablas de eso? ¿Comparas? ¿La obscenidad de la comparación? ¿Dices, por ejemplo, que huele como a pollo quemado? ¿O intentas una reconstrucción minuciosa de las circunstancias generales del recuerdo, dando vueltas en torno al olor, vueltas y más vueltas, sin encararlo? Yo tengo dentro de mi cabeza, vivo, el olor más importante de un campo de concentración. Y no puedo explicarlo. Y ese olor se va a ir conmigo como ya se ha ido con otros."


Jorge Semprún (Madrid, 10 de diciembre de 1923 - París, 7 de junio de 2011)

lunes, 2 de mayo de 2011

De poca fe

¿Vosotros os lo habéis creído? Yo no; no del todo. Será que soy hombre de poca fe y ya no me creo ni lo que veo. Y cuando ni siquiera lo veo...

lunes, 18 de abril de 2011

de viaje

Ya tenemos entradas para el concierto del domingo en la filarmónica; una excelente selección de los maestros rusos Glinka, Tchaikovsky, Borodin y Mussorgsky. De hecho las compramos hace más de dos meses. Creo que fue lo primero que miré, antes incluso de decidir los días que iríamos, y al final organizamos el regreso a Barcelona en función del concierto. Lástima que no vamos en mayo, con recitales conducidos por Claudio Abbado. También tenemos una buena guía actualizada (con esta ciudad no valen las de hace diez años) y media docena de carretes para traernos de vuelta a casa un pedazo de Berlín.

Nos vamos mañana y todavía no he empezado a hacer la maleta, como siempre todo a última hora. Aunque si no fuera así ya no sería yo.

viernes, 8 de abril de 2011

In Excelsis Deo/Gloria

Al final pudo más la prudencia y contención económica que la pasión desaforada y me abstuve de ir a la feria del disco de Barcelona, este pasado fin de semana. Me conozco bien y me temo: no tengo mesura con mis adicciones -soy un adicto a las adicciones, de las que colecciono unas cuantas- y en concreto la de comprar discos la sobrellevo mal y especialmente descontrolada, con el agravante de que el espacio en la ciudad está muy caro y en mi casa es escaso. Supongo que fue por eso que ayer, a fin de calmar el mono que me recorría las venas, me acerqué por la calle Tallers, que es donde se concentra buena parte de esta droga, en busca de una dosis que aplacara mis temblores. Cayeron cinco vinilos no especialmente caros, todo un logro. Y de los cinco, sólo uno era anterior al año en que nací, lo cual es bastante infrecuente.

Ahora mismo, mientras escribo esto, gira en el plato uno de ellos a un volumen notable.


(sugerencia de consumo)
Gloria
en la versión de Patti Smith





Al salir de la tienda con mi botín, a última hora de la tarde, la luz se desparramaba generosa sobre la calle Tallers, alargando las sombras de los paseantes y encendiendo el pelo de las chicas que se dejaban bañar por el último sol. No pude resistir la tentación de echar unas fotos.


calle Tallers

miércoles, 6 de abril de 2011

¿Dónde estabas tú en el 94?

Ese día, el nueve de abril del 94 yo estaba en el camping, tenía veintipocos años y era sábado por la mañana. Estaba leyendo la prensa mientras desayunaba; no sería muy temprano. En la página 43, sección espectáculos, bajo una foto del Papa, aparecía una pequeña nota con este título: "Se suicida Kurt Cobain, el cantante de Nirvana". Escalofrío y cierta sensación de incredulidad. No se contaban entre mis grupos preferidos, que yo por esa época navegaba por los sesenta y los setenta con algún regreso a los noventa de la mano de Black Crowes, Pearl Jam, Soundgarden, Smashing Pumpkins o Red Hot Chili Peppers. Pero pese a todo... ¡coño, era Nirvana! Era ese "Smells like teen spirit" con el que había gritado en los bares, era ese tipo casi autista que pese a desafinar y equivocarse con frecuencia con su guitarra en directo, conseguía cautivar. Eran los abanderados de toda una generación que había devuelto a la música esa deseable austera pureza que los ochenta, con toda su laca, su lycra y su almíbar, habían convertido -salvo excepciones y heavy metal aparte- en un merengue indigerible. La noticia -en esos años las cosas no iban tan deprisa como ahora- informaba de la muerte de Kurt Cobain el pasado cinco de abril.

Ayer hizo diecisiete años. ¿Dónde estabas tú hace diecisiete años? Yo estaba desayunando en el camping y tenía poco más de veinte años.


(sugerencia de consumo)
About A Girl (versión Unplugged) de Nirvana


miércoles, 16 de marzo de 2011

Señorío y servidumbre

Llega un pequeño grupo de hombres y mujeres de aspecto distinguido al restaurante, un restaurante caro y conocido por su excelente cocina y mejor servicio, y solicitan al camarero que sale a su encuentro la mejor mesa del local. Éste los acomoda muy amablemente en una mesa apartada junto a los ventanales, desde donde se divisa una magnífica panorámica de la ciudad. Echan una rápida y desganada mirada a través de los cristales y acto seguido sacan sus flamantes iPhones y empiezan a toquetear la pantallita.

Tras un tiempo prudencial, regresa el camarero y les pregunta si ya han decidido lo que tomarán. Entonces ellos levantan la mirada y visiblemente contrariados por la interrupción, cogen la carta y eligen al azar, probablemente lo más caro. En todo el rato que llevan sentados a la mesa no se han dirigido la palabra.

Casi de inmediato aparece el sumiller con una excelente botella, sin duda la más cara. Escancia el vino y les solicita su aprobación. Vuelven a levantar de soslayo la mirada y, uno tras otro, vacían de un trago las copas, que vuelven a dejar con amanerada indiferencia sobre el mantel. Al poco rato aparecen dos camareros llevando una sopera en un carrito. Preparan la mesa con platos, cuencos y cubiertos y les sirven una humeante y deliciosa crema. Durante todo el solemne ritual el distinguido grupo no ha levantado ni un momento la mirada, que sigue fija en sus pantallitas mientras deslizan los dedos sobre ella. Los camareros se retiran con el mismo sigilo con que han aparecido.

Tras un buen rato, quizás quince o veinte minutos después de haber sido servidos, uno de ellos levanta la mirada, deja su aparato sobre la mesa, coge la cuchara y prueba la crema. Le comenta algo a su compañero de la derecha, que también deja el aparato y la prueba. Contrariado, suelta bruscamente la cuchara contra el plato y grita al camarero, que acude raudo a atenderles. La crema está fría. Esa es la grosera queja. El camarero, incrédulo pero manteniendo la compostura, trata de justificar el motivo por el que se ha enfriado, lo que parece irritar todavía más al distinguido grupo, que con altiva arrogancia y haciendo gala de todo su desprecio, se levanta de la mesa y se larga sin comer la crema y sin pagar la cuenta.

Imaginad por un momento la desagradable sensación de frustración, rabia contenida, impotencia y estafa que sentirán el camarero, el sumiller y el cocinero del restaurante. Bien, pues así es como se siente uno cuando trabaja para la administración pública en este país.

martes, 15 de marzo de 2011

De color sepia

Extraña luz (II)

Extraña luz (I)

Esta mañana Barcelona se ha teñido de color sepia, como si la vida transcurriera a través de los viejos fotogramas de una película de los Lumière, pero con sonido. Sonaba la lluvia sobre los cristales del autobús, sobre los coches que hacían sonar con insistencia su claxon como si eso consiguiera detener el tiempo o acelerar el tráfico; sonaba el borboteo del agua corriendo hacia las alcantarillas. Como una película muda con banda sonora pero manteniendo esa ridícula manera acelerada de moverse tan característica de ese cine primigenio y de estos días en la gran ciudad. Una mañana de asfalto y aceras barridas por la lluvia con la ciudad reflejada hacia sus profundidades; de zapatos mojados y calcetines calados, de distancias acolchadas por la bruma. Y todo bañado por esa extraña e insólita luz ocre.

Cómo he deseado que fuera festivo para coger mis cámaras y pasarme todo el día en la calle enmarcando instantes.

Las pesadillas de Kurosawa

Pesadilla segunda: "Mount Fuji In Red"

viernes, 11 de marzo de 2011

El mar de Japón

Mount Fuji seen below a wave at Kanagawa

El Monte Fuji visto bajo una ola en Kanagawa, de Katsushika Hokusai

miércoles, 2 de marzo de 2011

Juegos de niños

Cambian los formatos y las épocas, pero el paisaje, los juegos y los personajes son los mismos, aunque los separen más de setenta años. Niños jugando a ser mayores entre escombros de mayores que se comportan como niños. Parecidos razonables, sin duda.


Juego de niños
"Juego de niños" de Agustí Centelles (1936)


"Niños jugando con bombas", Afganistán (2011)

viernes, 11 de febrero de 2011

Publicidad

Pacific Southwest Airlines (PSA)
Pacific Southwest Airlines

Qué maravilloso era el mundo cuando la publicidad podía ser abiertamente sexista. Y qué pena el tiempo que nos ha tocado vivir, donde la estupidez de los necios vestida de corrección ha reducido nuestro sexo a género, como los pronombres o los artículos. De ahí a que nos apostrofen media tan solo un paso.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Duele

Me duele la muela en la que me hicieron un empaste hace un par de meses. Parece ser que algo no fue bien del todo. Es un dolor continuo, lineal y sin fisuras. Una presencia constante de la que es imposible abstraerse, como si tuviera un clavo oxidado incrustado en la encía desde abajo hacia arriba hasta llegar al pómulo. Por poner un ejemplo, claro, que afortunadamente nunca he estado en esa situación. Esa presencia constante y monótona se intensifica periódicamente, como si alguien cogiera el clavo y empezara a hurgar con él en la herida, y entonces el dolor monótono y constante se convierte en una punzada larga y agónica, en un grito ahogado y en un deseo de coger unas tenazas para arrancarme la muela. Y por si eso no fuera suficiente, los White Stripes van y deciden precisamente ahora anunciar oficialmente su disolución. Que sí, que era algo que todos sospechábamos desde hace tiempo, pero la confirmación duele. Y la muela también; mucho más de hecho.


(sugerencia de consumo)
Catch Hell Blues de The White Stripes en directo

martes, 1 de febrero de 2011

Aire fresco

Hace unos meses un grupo de antiguos compañeros del instituto me localizaron para proponerme una cena de reencuentro. Tras veinte años sin saber nada de ellos me encontré con un grupo de perfectos desconocidos totalmente ajenos a mi vida. No negaré que con alguno reedité cierta afinidad, pero lo cierto es que la sensación general fue de absoluto e inexorable distanciamiento. Durante veinte años no había pensado en ellos ni me había apetecido volver a verlos y es bastante probable que en los próximos veinte años mi interés por esta gente siga igual.

Hace un mes recibí una propuesta para reunirme con los viejos amigos de primaria. Estamos hablando de hace veinticinco años, más de media vida. Todavía no he dado una respuesta al ofrecimiento. Tengo claro que diré que no cuenten conmigo, pero sigo pensando en la forma de hacerlo. Supongo que la amistad es un valor efímero, muy volátil. Se diluye cuando los caminos se bifurcan y los intereses cambian. A menudo ni siquiera es necesaria la distancia física; la distancia entre dos personas puede ser un abismo incluso cuando viven juntas.

Charlando hace unos días con un amigo de nuevo cuño, me comentó que él, periódicamente, quizás cada año, hacía un examen mental de la gente que le rodeaba, de los que consideraba amigos y conocidos, y los reubicaba sin ningún rubor según su percepción. Tomaba conciencia de los que habían dejado de ser amigos y, a la vez, de los que pensaba que debía empezar a considerar como tales, para actuar en consecuencia, para saber en quién podía confiar y en quién no, para no llevarse a engaño y evitar desilusiones posteriores.

Supongo que es algo que he estado haciendo durante años sin ser consciente de que lo hacía, sin esa reflexión previa que me habría evitado según que desengaños. Y en eso ando ahora, reflexionando y abriendo puertas y ventanas para ventilar la casa.

viernes, 21 de enero de 2011

Miles Davis meets Kenny G

Un oxímoron es, según el diccionario de la RAE, la combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido. Ponen como ejemplo “un silencio atronador”. Bien, pues en una fotografía acabo de hallar una variante del oxímoron que he bautizado como sinoxímoron fusionando ésta con "sinsentido", que según el diccionario de la RAE es una cosa absurda y que no tiene explicación. Así pues, tenemos que un sinoxímoron es la combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan una cosa absurda y que no tiene explicación.

La forma visual de un sinoxímoron es la fotografía que acabo de encontrar en “A Blog Supreme”: Kenny G con Miles Davis. Algo así como Hombres G -¿Qué tendrá la G?- con los Stones, Michael Bolton con Leonard Cohen o Céline Dion con Ella Fitzgerald.

Miles Davis meets Kenny G
No sé vosotros, pero a mí me da la impresión que Miles lo mira con cara de “¿le parto el pescuezo antes de que perpetre más aberraciones?”. Una verdadera lástima para la humanidad que no se decidiera a hacerlo.

lunes, 10 de enero de 2011

Ahora

Ahora que los olivos comienzan a desnudarse de la aceituna; ahora que los dedos, ateridos en las heladas del día recién descorchado, apenas sujetan la vara y se atemperan junto a la hoguera donde asamos tocino. Ahora que brotan las coles, se prepara la tierra para sembrar ajos y empiezan a asomar las yemas en los almendros. Ahora que el garaje de la casa huele al especiado producto de la matanza y que los intensos y copiosos pucheros nos conducen con paso lento junto a la lumbre a descabezar un sueñecito. Ahora que los pastos desbordan de verde y los caminos de ocres como se desborda el ramblón del agua de las lluvias y la sierra nos achica los ojos con su deslumbrante atuendo invernal. Ahora que recurro al calor de la lana para salir a un monte cubierto de pinaza mojada, setas y musgo; ahora que respiro aire puro y bebo agua fresca, que duermo bajo media docena de mantas y me despiertan el gallo y la luz que se cuela a través de las persianas. Ahora que tengo la calma para escuchar mi respiración y el fluir de mi sangre; ahora que puedo caminar sin prisa y detenerme a observar el cambiante paso de las nubes y el ondulante recorrido de las sombras de los árboles en los surcos de los campos dormidos. Ahora que comienzo a andar por este nuevo año sabiendo que aquello es lo más cercano a la felicidad que conozco, un día se quiebra la quimera y un avión me trae de vuelta a la ciudad gris y mugrienta, a la desolación del despertador, al agobio de la multitud, a las prisas y el ruido irritante de las calles, al hastío de una realidad en la que año tras año me siento más ajeno. Y ahora que todo ha vuelto a la grosera normalidad, todo este año entero que acabo de comenzar, con todos sus días y sus semanas y sus meses llenos de horas, minutos y segundos me parece una losa demasiado grande y pesada de cargar.

Sierra Nevada