martes, 30 de marzo de 2010

Las palabras que esperan en la orilla opuesta

"Su lucha con las palabras era insólitamente dolorosa, y eso por dos razones. Una de ellas es muy frecuente en escritores de su índole: el paso del abismo que media entre la expresión y el pensamiento; la sensación enloquecedora de que las palabras justas, las únicas palabras valederas, esperan en la orilla opuesta, en la brumosa lejanía, mientras el pensamiento aún desnudo y estremecido clama por ellas desde este lado del abismo."

La verdadera vida de Sebastian Knight
Vladimir Nabokov


Escribir un cuento o un relato es una actividad agotadora. Siempre me ha supuesto un gran esfuerzo que requiere el máximo de mí mismo: la concentración total y absoluta, entrar en él sin el menor atisbo de preocupación ajena a la narración. Cualquier distración, ya sea propia o externa, desmonta el castillo de naipes que haya construido y se disuelve en la rutina del día a día. Las palabras que "esperan en la orilla opuesta, en la brumosa lejanía" se tornan definitivamente inalcanzables. A menudo sucede que un relato esbozado en mi cabeza y que ya me cosquillea en la punta de los dedos, por razones de trabajo o compromisos personales queda sepultado por el peso de la realidad, del cansancio y de las horas y desaparece en el olvido, se encoge y se recoge de nuevo en un ovillo del que, con toda seguridad, ya no volveré a tirar del hilo. Esa es la razón por la que hace ya demasiado tiempo que no escribo. Es un gran esfuerzo, sí, es agotador e incluso con frecuencia el resultado final no me resulta satisfactorio. Pero pese a todo me gusta. Pese a todo compensa. Debe producir serotonina porque es un esfuerzo agradable. Debería retomarlo. Debería hacer algo para poder retomarlo, pero...

lunes, 29 de marzo de 2010

Lo que le falta al pueblo

Estos días me voy al pueblo, que no es baladí. De hecho, para mí esto de “irse al pueblo” es bastante nuevo, no termino de acostumbrarme. Hace unos años, en cuanto tenía unos pocos días de fiesta, siempre andaba con la misma milonga: dónde ir, cuánto me puedo gastar, solo o en pareja o en grupo... Ahora es fácil: me voy al pueblo, que me he propuesto que me hagan hijo predilecto.

Las cosas como son, es una opción casi inmejorable pues tiene casi de todo. Tienes ahí tu sierra para dar los paseos de rigor tras los pantagruélicos ágapes de pueblo, o te puedes ir al camino de las viñas a coger espárragos, o a los bares a tomar las cañas o los vinos que acompañen a las tapas. Que no están nada mal los vinos, dicho sea de paso. Últimamente están embotellando unos crianzas y unos reservas más que dignos. Hasta el vino cosechero, afrutado y de un color casi rosado, entra bien con la tapa de choto al ajillo. Pero claro, llega un momento en el que todo hombre de mundo necesita algo más, que no todo son vinitos y tapitas. Y ahí precisamente está el “casi” antes mencionado. Y ese “casi” es el origen de mi proyecto y, en parte, una vía rápida para conseguir, finalmente y de una vez por todas, merecer que me nombren hijo predilecto.

Vayamos por partes, para mi proyecto necesito un local. En el pueblo hay, por lo menos, cinco bares a tener en cuenta para tomar buenas tapas, pero todos ellos excepto uno cierran a las tantas. Así que sólo nos podemos centrar en uno para el proyecto. Este bar no es otro que “El hogar del pensionista”, donde no solo ofrecen las mejores tapas, sino que además es donde las cobran más baratas. Cierto es que el ambiente no es precisamente el más animado del pueblo, a no ser que la intención de uno sea hablar de achaques o de política preconstitucional, pero también hay que apuntar en su favor que es el más grande y que tiene una chimenea de leña. Y lo mejor de todo es que cierra a las diez de la noche. El horario ideal -habrá que añadir media hora más o menos para cambiar un poco el ambiente, es decir, para cambiar los carteles de veraneos en Peñíscola y Benidorm por fotos en blanco y negro de Miles Davis y Jane Birkin- para abrir una cocktelería. Sí, una cocktelería. Porque un hombre de mundo de vez en cuando tiene la irrefrenable necesidad de tomar un Dry Martini, un Whisky Sour o un Manhattan como Dios manda. Además, ¡En qué cabeza cabe un pueblo de setecientos habitantes sin una cocktelería! Eso es justo lo que le falta al pueblo para ser inmejorable y tener de todo. Una cocktelería. Además, estoy convencido de que sería un polo de atracción para los pueblos circundantes, convirtiéndolo de facto en la capital de la comarca. Vaya, que como la cosa salga bien, no sólo me nombran hijo predilecto. Es que acabo de alcalde.

jueves, 25 de marzo de 2010

Director's Cut

Francis Ford Coppola Director's Cut


Ignoro si en cuanto a vino su apellido es garantía de calidad o, como en sus películas, dependerá de la añada. Pero no se le puede negar a Francis Ford Coppola que, al menos, le han quedado bonitas las botellas. Por si acaso, le guardaremos el respeto que se merece.


(sugerencia de consumo)
Don Vito (De Niro) Corleone en El Padrino II

viernes, 19 de marzo de 2010

Mozart vence a la Muerte

Desde hace unos cuantos años que por estas fechas cercanas a la Semana Santa, durante varios días, una orquesta y coro del este de Europa -este año ha sido el de la Catedral de San Vito de Praga- interpreta el Requiem de Mozart en la sobria y majestuosa basílica de Santa María del Mar, en el barrio del Born de Barcelona. La belleza del recinto -desde siempre, a mi entender, la iglesia más bonita de la ciudad- en perfecta comunión y armonía con la sobrecogedora obra inacabada de Mozart logran que, pese al frío y el cansancio acumulado durante el día, en esa hora larga me abandonen las preocupaciones terrenales y me invada una sosegante y agradable paz interior. Esta noche el Requiem ha llegado precedido por la Misa en Re “In angustiis” de Haydn, obra que desconocía. Mañana será la “Misa de la coronación”, también de Mozart.

Todos los que han visto la histriónica película de Milos Forman sabrán que Mozart compuso el Requiem, por encargo de un personaje desconocido para él, a los treintaicinco años y que murió antes de concluirlo, dejando anotaciones para que lo hiciera su discípulo. De hecho, el aura de misterio con la que envolvió a la persona que le hizo el encargo lo llevó al convencimiento de que era el Destino que había venido a avisarle para que compusiera la música para su propio funeral.

Requiem en Santa María del Mar


“En el Requiem, Mozart vence a la muerte” me dijo una vez un viejo conocido, ingeniero de sonido y melómano y musicólogo aficionado. “No sé si lo hizo o no conscientemente, pero al final, Mozart vence a la muerte”. Eso fue a principios de los ochenta, en su casa, frente al flamante equipo JVC de alta fidelidad que acababa de comprarse. Yo entonces era un niño apenas, y esas palabras me quedaron grabadas para siempre. Desde entonces que siento una especial reverencia por esta obra. Y le doy la razón. Qué duda cabe que cada vez que suena su Misa de Requiem, Mozart está vivo en cada una de las notas que reverberan entre las viejas piedras de la basílica.


(sugerencia de consumo)
Requiem de Mozart conducido por Karl Bohm en 1971

viernes, 12 de marzo de 2010

Todas las palabras


Azarías, aculado en el tajuelo, junto a la lumbre, en el desolado zaguán, desplumaba las perdices, o las pitorras, o las tórtolas, o las gangas, cobradas por el señorito durante la jornada y, con frecuencia, si las piezas abundaban, el Azarías reservaba una para la milana, de forma que el búho, cada vez que le veía aparecer, le envolvía en su redonda mirada amarilla, y castañeteaba con el pico, como si retozara, todo por espontáneo afecto, que a los demás, el señorito incluido, les bufaba como un gato y les sacaba las uñas, mientras que a él, le distinguía, pues rara era la noche que no le obsequiaba, a falta de bocado mas exquisito, con una picaza, o una ratera, o media docena de gorriones atrapados con liga en la charca, donde las carpas, o vaya usted a saber, pero, en cualquier caso, Azarías le decía al Gran Duque, cáda vez que se arrimaba a él, aterciopelando la voz,
milana bonita, milana bonita,
y le rascaba el entrecejo y le sonreía con las encías deshuesadas y, si era el caso de amarrarle en lo alto del cancho para que el señorito o la señorita o los amigos del señorito o las amigas de la señorita se entretuviesen, disparando a las águilas o a las cornejas por la tronera, ocultos en el tollo, Azarías le enrollaba en la pata derecha un pedazo de franela roja para que la cadena no le lastimase y, en tanto el señorito o la señorita o los amigos del señorito o las amigas de la señorita permanecían dentro del tollo, él aguardaba, acuclillado en la greñura, bajo la copa de la atalaya, vigilándolo, temblando como un tallo verde, y, aunque estaba un poco duro de oído, oía los estampidos secos de las detonaciones y, a cada una, se estremecía y cerraba los ojos y, al abrirlos de nuevo, miraba hacia el búho y al verle indemne, erguido y desafiante, haciendo el escudo, sobre la piedra, se sentía orgulloso de él y se decía conmovido para entre si,
milana bonita,
(...)


Los santos inocentes (1981)
Miguel Delibes

martes, 9 de marzo de 2010

¡Qué rica!

Sophia Loren prepares an Italian dish

La nieve

La mañana nos ha nublado la vista, borrando de nuestro horizonte el perfil familiar del Tibidabo para dejar en su lugar una sopa lechosa y cenicienta, una lluvia desganada y monótona que a mediodía ha comenzado a flotar y dejarse mecer por el viento como un campo de almendros, con esa característica leve consistencia de la nieve, que llega en silencio y se deshace en un sucio, blando y apagado desmayo sobre el asfalto mojado. “No cuajará” era la frase más repetida, como un mantra a contrapelo del corazón que desea que toda esa calle fría y gris, aunque sólo sea por un día, se convierta en un blando y limpio manto de nieve. Y viendo ese lento y volátil caer de los copos que se deshacían en charcos, todos daban la razón a esa voz. “No, no cuajará”.

Passeig Sant Joan nevado

Pero la nevada se ha hecho más intensa, la nieve flotaba más gruesa, arremolinándose las ráfagas en los cruces y esquinas, escarchando las negras membranas de los paraguas, enharinando los coches aparcados y los tejados. Y finalmente ha cuajado. En el paseo San Juan de Barcelona los parques infantiles estaban desiertos, abandonados por los niños que, abrigados a conciencia por sus madres, recién descubrían lo mucho más divertido que es tirarse bolas de nieve o moldear muñecos. Las autopistas y carreteras han quedado cortadas, el servicio de tren interrumpido y los autobuses urbanos, en esta Barcelona que aspira a ser capital de los Juegos Olímpicos de invierno, también han suspendido el servicio buena parte de la tarde. Pero, será cosa de los privilegios, sólo los autobuses municipales, pues las empresas privadas han funcionando con normalidad.

Y la nieve ha seguido cayendo toda la tarde, con su leve consistencia, con su monótono y apagado vuelo, acolchando superficies, enfriando pies y manos, alegrando el día a unos, fastidiando a otros, pero ajena a estos conflictos.


(sugerencia de consumo)
Chet Baker canta Grey December