Las palabras que esperan en la orilla opuesta
"Su lucha con las palabras era insólitamente dolorosa, y eso por dos razones. Una de ellas es muy frecuente en escritores de su índole: el paso del abismo que media entre la expresión y el pensamiento; la sensación enloquecedora de que las palabras justas, las únicas palabras valederas, esperan en la orilla opuesta, en la brumosa lejanía, mientras el pensamiento aún desnudo y estremecido clama por ellas desde este lado del abismo."
La verdadera vida de Sebastian Knight
Vladimir Nabokov
Escribir un cuento o un relato es una actividad agotadora. Siempre me ha supuesto un gran esfuerzo que requiere el máximo de mí mismo: la concentración total y absoluta, entrar en él sin el menor atisbo de preocupación ajena a la narración. Cualquier distración, ya sea propia o externa, desmonta el castillo de naipes que haya construido y se disuelve en la rutina del día a día. Las palabras que "esperan en la orilla opuesta, en la brumosa lejanía" se tornan definitivamente inalcanzables. A menudo sucede que un relato esbozado en mi cabeza y que ya me cosquillea en la punta de los dedos, por razones de trabajo o compromisos personales queda sepultado por el peso de la realidad, del cansancio y de las horas y desaparece en el olvido, se encoge y se recoge de nuevo en un ovillo del que, con toda seguridad, ya no volveré a tirar del hilo. Esa es la razón por la que hace ya demasiado tiempo que no escribo. Es un gran esfuerzo, sí, es agotador e incluso con frecuencia el resultado final no me resulta satisfactorio. Pero pese a todo me gusta. Pese a todo compensa. Debe producir serotonina porque es un esfuerzo agradable. Debería retomarlo. Debería hacer algo para poder retomarlo, pero...
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