Mozart vence a la Muerte
Desde hace unos cuantos años que por estas fechas cercanas a la Semana Santa, durante varios días, una orquesta y coro del este de Europa -este año ha sido el de la Catedral de San Vito de Praga- interpreta el Requiem de Mozart en la sobria y majestuosa basílica de Santa María del Mar, en el barrio del Born de Barcelona. La belleza del recinto -desde siempre, a mi entender, la iglesia más bonita de la ciudad- en perfecta comunión y armonía con la sobrecogedora obra inacabada de Mozart logran que, pese al frío y el cansancio acumulado durante el día, en esa hora larga me abandonen las preocupaciones terrenales y me invada una sosegante y agradable paz interior. Esta noche el Requiem ha llegado precedido por la Misa en Re “In angustiis” de Haydn, obra que desconocía. Mañana será la “Misa de la coronación”, también de Mozart.
Todos los que han visto la histriónica película de Milos Forman sabrán que Mozart compuso el Requiem, por encargo de un personaje desconocido para él, a los treintaicinco años y que murió antes de concluirlo, dejando anotaciones para que lo hiciera su discípulo. De hecho, el aura de misterio con la que envolvió a la persona que le hizo el encargo lo llevó al convencimiento de que era el Destino que había venido a avisarle para que compusiera la música para su propio funeral.
“En el Requiem, Mozart vence a la muerte” me dijo una vez un viejo conocido, ingeniero de sonido y melómano y musicólogo aficionado. “No sé si lo hizo o no conscientemente, pero al final, Mozart vence a la muerte”. Eso fue a principios de los ochenta, en su casa, frente al flamante equipo JVC de alta fidelidad que acababa de comprarse. Yo entonces era un niño apenas, y esas palabras me quedaron grabadas para siempre. Desde entonces que siento una especial reverencia por esta obra. Y le doy la razón. Qué duda cabe que cada vez que suena su Misa de Requiem, Mozart está vivo en cada una de las notas que reverberan entre las viejas piedras de la basílica.
(sugerencia de consumo)
Requiem de Mozart conducido por Karl Bohm en 1971
Todos los que han visto la histriónica película de Milos Forman sabrán que Mozart compuso el Requiem, por encargo de un personaje desconocido para él, a los treintaicinco años y que murió antes de concluirlo, dejando anotaciones para que lo hiciera su discípulo. De hecho, el aura de misterio con la que envolvió a la persona que le hizo el encargo lo llevó al convencimiento de que era el Destino que había venido a avisarle para que compusiera la música para su propio funeral.
“En el Requiem, Mozart vence a la muerte” me dijo una vez un viejo conocido, ingeniero de sonido y melómano y musicólogo aficionado. “No sé si lo hizo o no conscientemente, pero al final, Mozart vence a la muerte”. Eso fue a principios de los ochenta, en su casa, frente al flamante equipo JVC de alta fidelidad que acababa de comprarse. Yo entonces era un niño apenas, y esas palabras me quedaron grabadas para siempre. Desde entonces que siento una especial reverencia por esta obra. Y le doy la razón. Qué duda cabe que cada vez que suena su Misa de Requiem, Mozart está vivo en cada una de las notas que reverberan entre las viejas piedras de la basílica.
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Requiem de Mozart conducido por Karl Bohm en 1971
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