jueves, 26 de febrero de 2009

Sueños, pesadillas

Ya no sueño. Hubo un tiempo en el que soñaba casi cada noche, pero quedó atrás. ¿Qué significa eso? ¿Qué ya no albergo ilusiones ni miedos? ¡Qué vida más triste y gris! ¿O acaso que mis ilusiones son tan inalcanzables y mi miedos tan abstractos que no hay representación onírica posible? ¿Será, tal vez, un exceso de pragmatismo y de tanto me da y de ya me está bien? No lo sé. No lo creo. O eso espero y deseo.

Me incomoda e inquieta este vacío, este despertar en el que abrir los ojos está a la vuelta de cerrarlos, como dos caras de un mismo folio en blanco. Estas noches sin recorrido, que no pasan sino que siento como noches robadas. Prefiero una pesadilla cada noche a la total ausencia de sueños.


(sugerencia de consumo)
Pink Floyd, Pompeii y Careful With That Axe Eugene

miércoles, 25 de febrero de 2009

Olores, Dolores

Es un dolor que nace de aquí arriba, más o menos entre las cejas, y que desciende agazapado y ominoso entre el lagrimal y la nariz hasta llegar al pómulo, donde se bifurca para lacerar sin compasión desde la misma raíz a todas las muelas, mientras que por el otro lado llega al oído para dejarlo escuchando como en sordina. Es un dolor intenso, continuo y grueso. Iba a decir que es un dolor agudo pero no. Es punzante, pero no como mil alfileres sino como un cable grueso de acero que pinchara en toda su extensión. Es así, o lo sientes así, como algo que está dentro y que pudieras agarrar y arrancarlo de un tirón. Te obliga a presionarte la frente con la palma de la mano, masajeando aunque no sirva ni siquiera como placebo, y te dan ganas de arrancarte todas las muelas una a una, como si ellas, pobrecitas, tuvieran la culpa. El médico, mirándome condescendiente por encima de unas gafas que sostenía milagrosamente en la punta de la nariz, ha dicho que es el nervio trigémino, el mismo que tiene la virtud de hacerte desear la muerte cuando te duelen las muelas. Cuando te duelen de verdad, claro. Cuando el único y pobre alivio, ya cargado de nolotiles, es darte cabezazos contra una pared, uno, como un loco, otro, metódicamente, y otro, porque la vibración en la cabeza te hace olvidar durante una fracción de segundo ese dolor que nace de la muela y que se extiende por la cabeza desde el pómulo, subiendo entre el lagrimal y la nariz hasta la frente por un lado, mientras que por otro te deja medio sordo. La buena noticia es que si el dolor de muelas sólo lo detiene esa ansiada muerte o la pericia del dentista matando el nervio, este apenas dura una hora, dos a lo sumo, y su intensidad es ligeramente menor. Lo suficiente como para evitar los cabezazos contra la pared.

Me ha dicho “parece ser” que tengo el trigémino de las narices –qué oportuno– muy sensible. Le he respondido que “parece ser”, porque ya somos viejos amigos de angustias y dolores. Y todo por un mal resfriado que me ha dejado lo más profundo de las narices condensadas. Y “parece ser” que esa condensación, cuando le pica, me paraliza media cara por el dolor. La receta, fíjate tú qué tontería, ha sido que me chute vía nasal unos generosos chorros de agua salina, que la deseo agua bendita.

A la salida de la consulta, casualidades de la vida, he pasado por delante de mi perdición más cultivada, el “Jazz messengers”, y haciendo caso de aquella hermosa cita del sabio Oscar Wilde según la cual la mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella, he entrado con las manos en los bolsillos y –¡oye, que estoy malito!– he salido con tres nuevas adquisiciones: El “A Certain Smile A Certain Sadness” de la deliciosa Astrud Gilberto, las extraordinarias grabaciones completas del periodo 51-54 de Thelonious Monk Trio –que dicho sea de paso, no se prodigaba mucho en trío por esos años- y uno que hacía tiempo quería tener el vinilo, el “Sunday At The Village Vanguard” de Bill Evans Trio, al que no le pondré adjetivos porque no soy Josep Pla y no acabaría nunca, pero que en mi modesta opinión está entre las tres o cinco mejores grabaciones de jazz de todos los tiempos. Amén.

Lo primero que he hecho al llegar a casa ha sido enchufarme en la nariz el tubo del botellín de agua salina y presionar. No entraré en detalles escabrosos, pero creo que me ha salido un chorito de agua por una oreja. Después he tenido todas las ventanas abiertas durante un buen rato: el piso olía raro.


(sugerencia de consumo)
Thelonious Monk (Quartet) tocan Blue Monk (Oslo, abril de 1966)

lunes, 23 de febrero de 2009

Romper los lazos

En el orden de las obligaciones, del trabajo, me hace bien estar sometido a ganar un sueldo (jamás decir, ni por distracción: "ganarme la vida"); la fatiga de ese trabajo impersonal lanza con más ganas a las lecturas, a un concierto, a una persecución ardiente.

Lo que verdaderamente me frustra (hombre pequeño, honguito temeroso) es el trabajo del amor, de los cariños, de los lazos con mi gente. No pierdo libertad porque trabajo, sino porque trabajo para conservar el círculo, la family reunion, el goce de las amistades. No sé romper los lazos; lo que es peor, veo claramente que debería romperlos (o tener por lo menos la seguridad de que puedo hacerlo esta noche o la semana que viene); atisbo en mí la semilla de los que deben estar solos para dar algo, pero continúo en Buenos Aires, rodeado de gentes que me quieren bien —con lo que eso, cuando el cariño no lo ha elegido uno, significa...

El diario de Andrés Fava
Julio Cortázar (1950)

miércoles, 18 de febrero de 2009

La madre

Una madre agachada ante su hija pequeña, abrochándole solícita el abrigo, o dando los últimos arreglos al lazo que le recoge el pelo y que combina atinadamente con el vestido, comprobando que lleva los zapatos limpios y bien acordonados, justo antes de salir de casa. Aunque tenga prisa, aunque las ropas puedan ser modestas, no sacará a su hija a la calle luciendo un aspecto que pueda parecer descuidado. ¡Qué pensarían de ella, su madre!

¿Quién no ha visto esa escena en repetidas ocasiones? ¿O quién no la acaba de recuperar de sus remotos recuerdos con su propia madre?

Es este y no otro el motivo por el cual esta fotografía de Robert Capa me transmite la angustia y el miedo de esta madre, lo precipitado de su huida hacia el refugio cuando las sirenas atronan sobre Bilbao. Un solo detalle, un pequeño abrigo mal abrochado es, en esta imagen, más elocuente que todas las miradas asustadas clavadas en el cielo.

Robert Capa (Mayo de 1937)


“En Bilbao las sirenas aullaban su aviso. Un largo trompetazo al avistar a los invasores por los aires. Tres toques cortos cuando estaban justo encima. A veces había entre quince y veinte incursiones en una mañana. No podías bajar cada vez al sótano que no era un refugio, ni bajo el puente que tampoco servía de mucho, o al túnel que era lo mejor, entre quince y veinte veces cada mañana, con los niños. Por eso cogías el tejido y te sentabas en los sacos de arena frente al buen refugio que había en las cámaras acorazadas de los bancos, con un sombrero de papel para protegerte del sol. Cuando sonaban tres toques, tres toques histéricos, las calles se quedaban vacías. La policía disparaba para apresurar a los rezagados hacia los sótanos.”

Robert Capa
Bilbao, mayo de 1937

jueves, 12 de febrero de 2009

Él los hizo así

Se ha sentado en la mesa de la esquina, junto al gran ventanal, dando la espalda a la barra mientras observaba la sala a través del reflejo que le devolvía el espejo colgado en la pared del fondo. Era un hombre con barba, muy alto, demasiado quizás, pues parecía que sus miembros no acataran al instante los movimientos que se les ordenaba. Le ha encargado una botella de vino al camarero y, entre sorbo y sorbo, uno pensaría que estaba ahí intentando descifrar los titulares del periódico que tenía abierto un tipo sentado tras él; descifrando sin girarse sino a través del espejo, con las palabras vueltas del revés, como a él le gustaba dejarlas. Cansado de este juego, ha dado otro sorbo y se ha puesto a leer y hacer anotaciones en una libreta. En ese instante Juan ha entrado en el café y sentándose en un taburete junto a la barra ha pedido una copa de Sylvaner, que ha vaciado de un trago. Mientras pedía otra ha entrado Hèlene colgada del brazo de Oliveira. Juan no ha podido evitar una fugaz mueca de disgusto, de la que se ha repuesto al momento para pedir solícito otra copa para ella y un vodka con hielo para Horacio. No gracias, le ha cortado con frialdad Hèlene, también tomaré vodka. Juan ha bajado la cabeza y ha estado un buen rato mirándose los zapatos como si fueran la cosa más sorprendente del mundo mientras los otros dos charlaban animadamente. Justo en ese momento han entrado Calac y Polanco armando bronca, chamullando y haciéndole requiebros a Talita, que se reía estrepitosamente. Oliveira se ha sonreído, ha sacado un piolín rojo de su bolsillo y ha comenzado a enrollarlo entre los dedos de su mano izquierda mientras devolvía las chanzas de Polanco y Calac y Juan, que con la presencia de ese par de boludos se ha reanimado. En la cafetería ha empezado a sonar el Duke, el gran cronopio, y Calac ha recordado que sólo faltaba una por llegar. Che, no me seas petiforro, le ha soltado Polanco. Y usted no me sea cronco, le ha espetado Calac. Faltan todavía dos, ha insistido Polanco, justo cuando ha cruzado el umbral Johnny Carter llevando su trompeta. Ha pedido una cerveza y se ha acodado en la barra, entre Talita y Juan, que ahora discutía con ese par de boludos sobre la calidad artística de un retrato del doctor Daniel Lysons pintado por Tilly Kettle. Tocá algo de Colleman, Johnny, ha pedido Oliveira. No, que toque su Amorous. Todos se han girado hacia esa nueva voz que asomaba desde la entrada. Ahí, recortada en el trasluz, su silueta delgada inscrita en el marco de la puerta, estaba la Maga, sonrisa en ristre. Horacio ha mirado a Talita, después a la Maga y ha dado un respingo. Se ha vuelto hacia la barra y vaciando el vodka de un trago ha vuelto a pedir otro. Otro para mí, le ha pedido la Maga. Johnny, la espalda apoyada en la barra, ha empezado a tocar Amorous y la música saliendo de su trompeta en cintas de seda de colores que se ondulaban y subían y bajaban y formaban lazos inundando la sala los ha dejado a todos en silencio. Al terminar la pieza, todavía las últimas cintas de música cayendo levemente sobre las mesas y el suelo en damero, el hombre de la esquina junto a la ventana ha cerrado la libreta y se ha levantado para acercarse a la barra, ahora vacía, para pagar. ¡Ha visto!, se ha exclamado el camarero, que no daba crédito a sus ojos. ¡Se han largado todos sin pagar las consumiciones! No se apure, le ha respondido él, ya me hago cargo yo. Ellos no tienen la culpa: Yo los hice así.


(sugerencia de consumo)
Duke Ellington y su orquesta tocan Satin Doll

martes, 10 de febrero de 2009

Otro gallo nos cantaría

Basta con echar un vistazo a la prensa para constatar algo que todos tenemos lamentablemente asimilado y asumido: En este país, politica y corrupción son sinónimos. Y en esa corrupción cabe de todo, desde la malversación de fondos públicos hasta el soborno pasando por el chantaje o el uso particular o partidista de información privilegiada. Lo triste es que no asombra ni sorprende; si acaso indigna o avergüenza la falta de ética y la inmoralidad de unos representantes electos (al fin y al cabo nuestros empleados) que ni dimiten ni pagan sus fechorías, pues suelen largarse de rositas con un puesto de consejero a alguna gran empresa. Siento envídia de esos países del norte en los que a la menor duda sobre la integridad de un político, no hace falta echarlo pues dimite ipso facto. Será el Mediterráno. Quizás por eso pienso que la única solución a este problema sería que, en nuestro país, a todo cargo público elegido en democracia que se demuestre corrupto, sea condenado a la pena capital y ejecutado inmediatamente en plaza pública. Además, para escarnio del acusado y como medida ejemplarizante para los demás, el juicio se emitiría a modo de reality show televisivo. ¡Otro gallo nos cantaría!

viernes, 6 de febrero de 2009

Cuestión de prioridades

Tránsitos

Agarrado a la baranda oxidada de mi terraza, me entretenía mirando la agitación de la calle y la vida confortable tras las ventanas y balcones iluminados de enfrente. Me quedaba ahí de pie, fumando un cigarrillo tras otro, envidiando lo que imaginaba a partir de lo que veían mis ojos hasta que, no por tener algo mejor que hacer sino por hacer algo distinto, regresaba al interior. Habían pasado apenas dos o tres meses, cinco quizá, desde mi mudanza y mi casa era una sucesión de espacios tan solo habitados por el eco de mis pasos y una docena de cajas de cartón donde guardaba los restos del naufragio. Había una parte de envidia y otra de anhelo en aquello que me lanzaba a agarrarme a esa baranda oxidada, porque desde ahí veía salitas amuebladas de confortables sillones junto a una lámpara de lectura, mesas en las que se compartían cenas, cortinas tras las que se intuían sombras viviendo una vida moderadamente feliz. Mientras que yo no tenía nada ni a nadie. No había sofá ni sillón sino una silla plegable de madera, ni lamparita sino una bombilla colgada del techo. Y mientras mi vecino de enfrente compartía su vida con una chica guapísima, yo estaba solo. En realidad extirpado. Aunque por aquel entonces no me sentía solo sino desubicado, algo temeroso, pero contento de haber tomado las riendas para dar un vuelco a una existencia tan llena de costumbres que no quedaba espacio para el aire fresco. Y pensaba que me gustaría que llegara el día en que pudiera tener un sillón cómodo donde leer a la luz de una lamparita. Lo de la compañía ni me lo planteaba y cuando lo hice las prefería con fecha de caducidad anunciada.

Pero parece ser que el piso de enfrente era de alquiler, y esa pareja dejó paso a otros. Y ahora es un tumulto de gente en tránsito, bultos cubiertos por sábanas, paredes desnudas y ropa tendida. No queda ni el recuerdo de eso que parecía un hogar y que ahora sólo es un lugar donde apenas estar. Y pienso que, quizás, alguno de esos nuevos vecinos a veces se apoya en su baranda para mirar en dirección a mi casa. Y ahí, entre las cortinas, ve un lugar confortable, con una mesa donde compartir cenas y un cómodo sofá alumbrado por una lamparita para leer mientras apoyo los pies descalzos sobre la alfombra, junto a una chica guapísima. Y pienso que, quizás, también él sienta algo de envidia.


(sugerencia de consumo)
Los restos del naufragio de Enrique Bunbury en directo

jueves, 5 de febrero de 2009

Efemérides

La revista de actualidad musical EFE EME está de aniversario: Cumple diez años y para celebrarlo ha convencido a nueve músicos para que publiquen nueve mini elepés de libre descarga desde su web. Los elegidos han sido:

Loquillos y Trogloditas con Ensayos para una gira.
Doctor Divago con El día de autos.
Ariel Rot y su Diez x tres.
José María Guzmán con Las rarezas de Guzmán.
Litto Nebbia A su aire.
Manolo Tarancón acústico e Íntimo.
Señor Mostaza en directo desde el FIB 2006.
Andrés Calamaro recopila material en Nada se pierde.
Amaral versiona a grupos de Granada.

El próximo jueves día 12 de febrero no serán diez sino veinticinco los años que han pasado desde que Julio Cortázar se dio de baja de entre los vivos. Tras un año recopilando e inventariando papeles, para conmemorar el aniversario y a modo de homenaje al autor y a sus lectores, este mayo se publicará Papeles inesperados, acertado título para una fiesta de relatos inéditos, algunos sueltos, otro perteneciente a Libro de Manuel, que no se incluyó por redundante y por su alto contenido erótico; once nuevos episodios de Un tal Lucas nunca publicados; cuatro auto entrevistas, tres de ellas interpeladas por los sarcásticos Calac y Polanco -la cosa promete- de 62/ Modelo para armar y trece poemas. Todo ello recogido en un volumen de cuatrocientas cincuenta páginas para disfrutar a lo grande. Más información aquí.

Y por último, cuarenta son los años que han pasado desde que un treinta de enero el cuarteto de Liverpool más famoso de todos los tiempos se subiera a la azotea de sus estudios a grabar este vídeo en lo que fue su última actuación en directo.


(sugerencia de consumo)
The Beatles en su Rooftop Concert (parte 1 de 3)

Croquetas en verso

Me dejo caer por allí mucho menos de lo que me gustaría, pero ayer miércoles, vete tú a saber si por Don Gregorio que le dedicó una glosa o porque quería acercarme a la calle Xuclà a comprar melindros, que terminamos la tarde sentados ante sendas copas de tinto en L’Orinal de L’Horiginal. Por ahí entre el público estuvieron también el siempre excesivo Jaume C. Pons y más tarde el ínclito Josep Pedrals, cuando el recital ya había dejado paso a las tertulias.

Y el recital en sí tuvo dos partes, la primera protagonizada con buena voluntad por los alumnos del Taller de Poesía de Aula de Escritores y la segunda por la “poesía sonora” de Patricia Tosquella, una poesía para ser escuchada, más que leída, por una autora de rapsódica onomatopéyica que labra la palabra en el habla, la acelera, alitera y altera y que nos hizo pasar un buen rato.

Como es una verdad empírica que no atrae masas la lírica, pues sea la gastronomía si no es la poesía la que invite a llenar L’Orinal. Porque aunque sólo sea por las croquetas y en especial las de setas, ya merece la pena ir a la hora de la cena.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Si me susurrara sus versos al oído...

Christina Rosenvinge en la sala Bikini


... me podría enamorar.