lunes, 30 de enero de 2006

Paradojas

Soy urbano como las ratas, pero sin la montaña me ahogo. Antes me desoriento y me pierdo en un centro comercial que de noche en un bosque. Me gusta la calidez del invierno, la luz en la niebla y hundirme en nieve virgen. Me siento cómodo estando solo pero necesito compartir. Llevo mal que me juzguen pero no me importa que no me crean. Soy blanco, pero soy negro, pero soy grises.





Si hasta el hielo puede quemar, ¿cómo no voy a tener yo paradojas?

jueves, 26 de enero de 2006

Silencio

Estaba sentado en un banco de madera, junto a un camino que atraviesa como sierpe un verde prado, moteado de hojarasca, con sombras azuladas por la persistente escarcha de la mañana. Y ya es mediodía. Me siento al tibio sol del invierno mientras tomo un café en un vasito de plástico. Y escucho el silencio, atento. Pero el silencio como ausencia de todo sonido no existe. Siempre está el suspiro del viento al pasar entre las hojas, el brillante cascabel del río entre las piedras o el pájaro. Y en última instancia, en ausencia de todo lo anterior, nos quedará el fluir de la sangre en nuestras venas, el latir del corazón o el silbido en los oídos. Porque el silencio absoluto es tan doloroso e insoportable que los oídos, como mecanismo de defensa, deciden zumbar por si solos.

Percibo ese no silencio. Ese zumbido que anida muy por debajo del ruido urbano. Ese latir de la vida. Escucho atentamente un crepitar de hojas secas, amontonadas a mi vera por un viento arremolinado que fue, quizás, esta noche pasada, pero que ahora cedió a la presión de la calma. No me basta el oído. Me acerco a observar muy de cerca, a escasos centímetros de mi nariz. Las hojas secas, muertas y ya casi humus, tumefactas y marchitas en un ciclo de día y noche, frío y calor, seco y húmedo sin fin están recibiendo los oblicuos rayos del sol, de manera que algunas están heladas, otras húmedas, otras secas y otras mitad secas mitad heladas, que se retuercen, giran y se doblan sobre si mismas, crepitando, rompiéndose en microscópicos fragmentos que serán alimento de otros ciclos de la vida. Y ese quejido, ese lamento de las hojas secas al moverse, moviendo a su vez las briznas de hierba que gotea y se desprende de pequeños cristales de hielo es el no silencio, el zumbido, el latir de la vida que escucho atentamente para no olvidarlo cuando regrese a la ruidosa urbe.

Esta tarde, cuando vaya a la estación a coger el tren, pasaré por prados helados que no dejaron que el calor del sol les diera vida. No crepitaron ni zumbaron ni latieron. Dejaré atrás la escarcha que hiela y consume y mata la vida. Y muere en silencio.

jueves, 19 de enero de 2006

(arrebato XV)

La de hoy es una de esas noches en que la duda carcome y derriba muros de certezas. Sé que hay un montón de cosas que hago mal o, quizás, que soy mal. Lo asumo, pero lo asumo yo. Y no lo acepto. Y no lo aceptan. Y lo comprendo. Y no sé si no lo puedo o no lo quiero evitar. Y cuando ese yo que causa dolor actúa, el otro yo se arrepiente, teme, sufre y en ocasiones llora. Y entonces suena música de jazz y bebe demasiado para estar bebiendo solo. Es una embriaguez sin alegría. Y Bill Evans acaricia su piano y toda la estancia vibra y respira y siente la infinita melancolía del piano y del bajo y la batería que le acompañan, entre un tintineo de copas que ahora es la mía y más tarde otra que sonó un domingo de 1961, en el Village Vanguard, quizás un Gin Tonic o un John Collins seco, como secas son ahora mis lágrimas.

Y sé que siento empatía con esa música sincopada. Con ese Bill Evans triste, que sufre y se esconde tras un veneno que lo mata lentamente hasta que lo mata de golpe. Pero él seguirá vivo mientras otros necesiten de él para enjuagar sus penas. Yo no. Yo moriré y con mi no ser no dejaré más vacíos que los espacios entre las nubes, que ahora se abren para volver a ser cubiertos.

Soy efímero. Mis vidas han sido efímeras como mis esfuerzos. Mis palabras dejan de ser una vez dichas. Lo que escribo no será más que una huella en la arena de la playa y este blog… ¿qué es sino nada? Un día se irá dejando un adiós y ambos desapareceremos. Como dijo ese no-ser con alma, desapareceremos en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

Y el piano seguirá sonando.


(sugerencia de consumo)
Suena otra vez Bill Evans en Waltz For Debby

Un país de postal

En Noruega dicen de sí mismos que no saben construir ciudades, lo que yo suscribo. Y se excusan diciendo que estando como están rodeados de belleza natural por doquier, para qué se van a esforzar en construir algo bello. Ellos aman la naturaleza, sus montañas, ríos, lagos, fiordos, glaciares...

Noruega es, sobretodo, abrupta. Y cara, extremadamente cara. Pero sobretodo está asentada en un territorio salpicado de islas, islotes, fiordos, lagos, montes, picos... resultando altamente difícil encontrar en la carretera una recta de más de cien metros. Todo son curvas, túneles, puentes y más curvas Y cortes en la carretera en los que hay que usar un transbordador. En fin, que para recorrer cien kilómetros perfectamente vas a necesitar tres o cuatro horas.

Pero claro, si después de dar vueltas y más vueltas, tras un recodo en la carretera, te encuentras de frente con esto...

Glaciar Briksdal, en Noruega, desde la orilla opuesta del lago.


... todo pasa a segundo plano.

Vicios y virtudes

En fin, vamos allá.

Supongo que es algo que tenía que suceder tarde o temprano. Desde hace algunos días vengo observando que muchos blogs se están contaminando con una extraña enfermedad producida por un virus o meme. Este virus obliga al infectado a sincerarse en, por lo menos, cinco hábitos. O manías. O incluso vicios. Y finalmente he sido infectado, vía comentario, por Mónica. El reglamento es muy sencillo. El primer requisito es que debes hacerlo público, así que copio, pego y encursivo.

«Las personas que son invitadas a escribir un mensaje en su respectivo blog a propósito de sus extraños hábitos, deben también indicar claramente este reglamento. Al final, debéis escoger 5 nuevas personas y añadir el link de su blog o diario web. Es importante dejar un comentario en su blog, diciendo... "Has sido elegido" y decirles que lean el vuestro, para que acepten o no el reto»

Mónica me dijo que me pasaba este meme para que no tuviese que pensar en mi próximo post. ¡Maldita la gracia! Con la cantidad de extraños hábitos, manías y vicios (que seguirán inconfesables), lo difícil ha sido decidirse por sólo cinco de ellos. Y eso pese a que una de mis manías (ésta va de regalo promocional) es la de cortar esas cadenas que vienen por mail y que te conminan a mandar a diez personas y serás muy feliz o, de lo contrario, todo en tu vida va a ser una perpetua desgracia. Pero ya veis… Supongo que el primer mail en cadena me hizo gracia y lo continué, como continúo ahora mi primer meme encadenado.

Manía primera
Mirar. No, eso es demasiado leve… Observar. Escudriñar. En definitiva quedarme como un bobo mirando a las mujeres (abanico de 18 a ¿40? No, abanico de jovencita atractiva a madura atractiva) que se cruzan por mi camino. Cuando uno es soltero no suele haber demasiado problema. No me quedo mirando hasta incomodar al objeto de mi observación. Pero hay problema cuando uno va paseando por la calle acompañado de su pareja sin abandonar el hábito. Siempre me excuso diciendo que no, que no pasa nada. Que sólo miraba por mirar. Y que, al fin y al cabo, uno es muy sensible a la belleza y que igual mira a una mujer que a un edificio o una pintura o un culo o una escultura o unas piernas o un monumento… de mujer.

Manía segunda
No tengo tele. Bueno, tengo pero no la miro. Hace un par de años me mudé y entre los trastos inútiles que no quise trasladar se encontraba la tele. Pero un amigo generoso y solidario decidió salvarme de mi desamparo y me dio una que no usaba. Me la dio para usarla en mi casa. Para ver los partidos de fútbol en mi casa. Eso ocurrió el 31 de diciembre de 2004. Desde entonces he visto las campanadas de fin de año y un Barça-Ath Bilbao. Lo peor de todo es que ahora tengo que desembolsar 35€ al mes durante no sé cuantos meses para pagar la nueva antena comunitaria. Hay que joderse.

Manía tercera
Desayunar antes de ducharme. No tiene explicación, me gusta así. Punto.

Manía cuarta
Dormir sólo con el pantalón del pijama, por más frío que haga, y sin almohada o en su defecto una muy, pero que muy baja, casi testimonial. Todo lo que no sea así me resulta incómodo.

Manía quinta
Llegar siempre tarde por la mañana a mis citas. Ya sean de trabajo o cualquier otra cosa. Odio, detesto, no puedo soportar que me hagan esperar, así que llego tarde siempre. Para que me esperen a mí. Además, supongo que está relacionado con mi incapacidad física y psíquica para levantarme temprano (para evitar sacrificios, para hacer lo que no me gusta) que, a su vez, está relacionada con la absoluta imposibilidad de que yo me acueste temprano. Siempre, desde que yo recuerde, me voy a dormir mañana.

Manía sext… (ah, no, que ya está)


Y ahora debo pasarle la patata caliente a cinco incautos y cándidos blogueros. Bien, pues le paso el meme a Noesmivida, Vir&, Sonela, Chusky y Gus. No aceptaré un no por respuesta, así que podéis usar un mira Arrebatos, paso de ti.

martes, 17 de enero de 2006

Cosas de la edad

Hasta hace unos diez o quince años me sabía de carrerilla todos los jugadores de todos los equipos de primera y segunda división de fútbol, incluso los que no iban convocados en toda la temporada. Hasta hace cinco o seis ya sólo recordaba los que más jugaban en primera división, dejando en el más absoluto olvido (desinterés) al resto. Y visitando el blog de chicomalo, me he dado cuenta que desde hace un par de años ya ni sé cómo son las playmates del año anterior, cuando antes me conocía de memoria cada centímetro de la piel de las playmates de cada mes. Incluso de las que no llegaban a playmates.
¿Me estaré haciendo viejo? ¿Serán los primeros síntomas de un incipiente alzheimer?

lunes, 16 de enero de 2006

del latín

Todo empezó hace más de un cuarto de siglo. Durante una visita escolar a un museo de historia de la ciudad, cuando pasamos por delante de una enorme roca, la maestra nos la presentó como un monumento megalítico o megalito. Qué palabra tan rara pensé. Y pregunté para asegurarme, interrogando esa palabra nueva ¿megalito? Sí, dijo ella, viene del latín. Y añadió mega grande, litos piedra.

“Viene del latín”. Viene del latín, pensé. ¿Viene? Los niños venían de París, los reyes magos de Oriente y los plátanos de Canarias. ¿Pero las palabras? Jamás, en mi corta vida, se me había pasado por la cabeza que las palabras “viniesen” de algún sitio. Quise indagar más cosas acerca de las palabras y los megalitos, pero la profesora estaba más interesada en la disciplina que en la docencia, así que seguimos andando a través de las salas del museo en fila india y absoluto silencio.

No fue hasta la tarde, cuando llegué a casa, que le pregunté a mi padre y él me explicó. Entonces supe que sí, que las palabras “venían” de otras palabras, lo mismo que las letras de otras letras. Que lo que hablábamos era una modificación de otros hablares que habían existido hacía muchos años. Que no sólo del latín, sino también del griego, del árabe y de otras muchas lenguas anteriores a la nuestra. Y que eso, el origen de una palabra, se llamaba –¡Uau!- etimología.

Desde ese día que la etimología ha despertado cierto interés en mí. No es nada obsesivo, ni siquiera como afición o estudio. Simplemente, cuando consulto un diccionario, me gusta saber el origen de cada palabra. El porqué.

Y hace un par de días, paseando por la páginas del diccionario, me crucé con Abracadabra. Dice el DRAE que es una “voz cabalística que se escribía en once renglones, con una letra menos en cada uno de ellos, de modo que formasen un triángulo, y a la cual se atribuía la propiedad de curar ciertas enfermedades”. Tal que así.

A B R A C A D A B R A
A B R A C A D A B R
A B R A C A D A B
A B R A C A D A
A B R A C A D
A B R A C A
A B R A C
A B R A
A B R
A B
A

También menciona que su origen está en Abraxas –aunque he leído que hay quien duda de éste-, del griego αβραξας, cuyas letras suman el número 365.

Portada del disco Abraxas (1970), de SantanaAhora podría decir que esa palabra me hizo recordar a Hermann Hesse, que en su "Demian" nos muestra el símbolo. Pero no, eso fue después. Abraxas me hizo recordar algo que, aunque tiene que ver con la cultura, no tiene relación con la literatura ni mucho menos con la etimología. Me recordó a un Carlos Santana que, en 1970, publicó junto a su banda el disco titulado Abraxas, el segundo de su prolífica carrera y sin duda su gran obra maestra. Recordé esa genial mezcla de rock, blues, jazz y sonidos latinos, aderezado con algo de psicodelia, que es probablemente el mejor disco de rock latino; sin duda el que marca el camino que otros seguirán más tarde. En mi opinión, la pieza “Samba pa ti”, compuesta por el propio Santana, con esa manera sublime de tocar la guitarra, es de una belleza insuperable. Roza la perfección.


(sugerencia de consumo)
Escuchando la bellísima Samba pa ti de Santana

jueves, 12 de enero de 2006

De reyes

Siempre he creído en la igualdad de derechos y deberes entre personas. Por eso mismo me defino como republicano, por no concebir dentro de una sociedad democrática los privilegios monárquicos. Conste que no digo que sea antimonárquico, nada de eso. En ningún caso iría en su contra como hicieron los franceses a finales del S. XVIII. Simplemente los mandaría a la cola del paro. Supongo que definirse como republicano en este país debe ser parecido a defender la monarquía en Italia o el comunismo en EEUU. Bueno, quizás esto último sea más parecido a ser un demócrata en Cuba o un palestino en Israel. Y por supuesto, nada parecido a ser pobre en Rusia, niña en China o mujer en Yemen. Así que, pese a todo, me considero afortunado.

La figura del rey en este país ha sido siempre algo indiscutible y su abolición incuestionable. Como si de la infalibilidad del Papa se tratara. Son esas cosas que aprendes de pequeño esponjando el ambiente. Lo mismo que aprendes (sabes, de hecho) que si eres bueno irás al cielo y si eres malo al infierno. Es así y punto, no hay posibilidad de réplica. Así que siempre tuve claro que iría al infierno. Y tan contento. ¿Para qué ir a otra parte si allí será donde encuentre a todos mis amigos? Pero de un tiempo a esta parte ya dudo. Sé que iré al infierno, de eso no hay duda, lo que no tengo claro es que me apetezca, pues allí irán también todos los obispos de la Conferencia Episcopal, que se suponía que debían ser buenos.

A lo que iba, que me estoy dispersando.

Este año, pese a ser un republicano convencido, los Reyes Magos (que saben de mis ideas) han sido buenos conmigo. Han venido de oriente y me han traído una cámara de fotos digital. Así que, de ahora en adelante, todas las fotos que veáis ya no estarán hechas con una cámara prestada o escaneadas de prestado también.

A ver si un día de estos, aunque sea para devolverles el favor, un rey de occidente lleva a oriente paz y felicidad, en lugar de la acostumbrada hambre, miseria, guerra y muerte.

miércoles, 11 de enero de 2006

Empatía

Dos comentarios recientes –y alguno anterior-, además de llenarme de orgullo, me han hecho recordar un par de canciones que hablan de canciones y de su proceso creativo. Siempre han despertado mi interés estos juegos circulares. Las novelas que hablan de otras novelas o personajes de otras novelas, ya sea a modo de referencias vagas o explícitas –Joyce recordando la duda de un príncipe danés en su Ulises-, ya sea de novelas propias o ajenas –Cervantes homenajeando el Tirant lo Blanc-, incluso el relato de fragmentos de relatos, o la novela dentro de la novela, el collage –no sabría como definirlo- que escribió Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero.

Ocurre lo mismo en la pintura, en el arte en general. Desde la versión u homenaje a otra pintura, las Meninas de Picasso por citar un ejemplo, hasta el cuadro dentro del cuadro de Seurat en sus Models, donde nos muestra un fragmento de otra de sus obras, pasando por la magia geométrica de Escher en su grabado de una galería donde una de sus obras, colgada en la pared, sale del marco para convertirse en el motivo del grabado. Justo lo contrario, aunque no por ello menos interesante, serían las series de cuadros que pintó Pissarro tanto del Boulevard Montmartre como de la Avenida de la Ópera, en París.

Pero me estoy desviando –mucho, demasiado- del motivo que me ha llevado a escribir este post.

En estos comentarios recibidos me “pedían permiso” para usar o reciclar algunas frases o textos míos, algo que yo he hecho en más de una y de dos ocasiones, sin ningún rubor y sin pedir permiso, con textos de autores que admiro. Sinceramente ha sido el mejor elogio posible. Debo admitir que el único mérito que, si acaso, me puedo atribuir es el de la honestidad. Cuando alguien escribe o habla desde el corazón, sin maquillajes ni artificios, el lector lo percibe e incluso lo agradece. Sentir, amar, llorar, sufrir, reír… Todo el mundo ha pasado por eso; es común a todos nosotros. No hay nada nuevo. Mostrándonos desnudos al expresarlo llegaremos a otras personas que sienten o han sentido algo parecido. Habrá empatía y ese es el premio.

El par de canciones a las que hacía referencia al inicio del escrito son Los restos del naufragio de Bunbury y Son las nueve de –cómo no- Calamaro. Reproduzco a continuación el fragmento que me hizo pensar en ellas.


Nos queda Oaxaca, Peyote, San Pedro y amigos
que no nos quieren cambiar.
Nos quedan canciones que llenen los corazones
sobre todo las de los demás.
(...)
Nos queda Leonard Cohen, Tom Waits y Nike Cave,
Jaime, Santiago, el Loco y Andres
Charly, Fito, Espineta, Erica, Andrea y como no, esa mi Julieta.
...


Los restos del naufragio
El Viaje a Ninguna Parte (2004)
Enrique Bunbury



Canciones de dolor real,
pero canciones no más,
canciones partidas por la mitad,
pero canciones no más.

Canciones de amor perdido,
pero canciones no más,
canciones que confiesan todo,
pero canciones para mí, y los demás...

Pero sí los demás terminan por derramar una lágrima,
o cantar será un premio más valioso que el dinero,
eso ya lo tengo,
y la tristeza también.


Son las nueve
Honestidad Brutal (1999)
Andrés Calamaro

lunes, 9 de enero de 2006

El hospital

A nadie le gusta ir al médico, aún sin ser hipocondríaco. No sólo por el olor y el aspecto aséptico e impersonal de los hospitales, las batas blancas de los galenos y los montones de cachivaches poco tranquilizadores que nos salen al paso. Es, sobretodo, porque cuando decidimos ir al médico por voluntad propia es que algo no va como debería o nos gustaría.

De todos modos, si el médico al que uno va está en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona, el paseo por sus jardines, entre edificios modernistas proyectados a principios del S.XX por el arquitecto Lluís Domènech i Montaner, contemporáneo de Gaudí, a fin de modernizar el antiguo hospital que databa del S.XV, puede convertir ese disgusto en una tarde agradable.


Hospital de la Santa Creu i Sant Pau. Parte trasera del edificio principal, desde los jardines.


Hospital de la Santa Creu i Sant Pau. Vestíbulo de uno de los edificios.


Hospital de la Santa Creu i Sant Pau. Verja y fachada principal.


Hospital de la Santa Creu i Sant Pau. Techo del vestíbulo principal.