lunes, 29 de marzo de 2010

Lo que le falta al pueblo

Estos días me voy al pueblo, que no es baladí. De hecho, para mí esto de “irse al pueblo” es bastante nuevo, no termino de acostumbrarme. Hace unos años, en cuanto tenía unos pocos días de fiesta, siempre andaba con la misma milonga: dónde ir, cuánto me puedo gastar, solo o en pareja o en grupo... Ahora es fácil: me voy al pueblo, que me he propuesto que me hagan hijo predilecto.

Las cosas como son, es una opción casi inmejorable pues tiene casi de todo. Tienes ahí tu sierra para dar los paseos de rigor tras los pantagruélicos ágapes de pueblo, o te puedes ir al camino de las viñas a coger espárragos, o a los bares a tomar las cañas o los vinos que acompañen a las tapas. Que no están nada mal los vinos, dicho sea de paso. Últimamente están embotellando unos crianzas y unos reservas más que dignos. Hasta el vino cosechero, afrutado y de un color casi rosado, entra bien con la tapa de choto al ajillo. Pero claro, llega un momento en el que todo hombre de mundo necesita algo más, que no todo son vinitos y tapitas. Y ahí precisamente está el “casi” antes mencionado. Y ese “casi” es el origen de mi proyecto y, en parte, una vía rápida para conseguir, finalmente y de una vez por todas, merecer que me nombren hijo predilecto.

Vayamos por partes, para mi proyecto necesito un local. En el pueblo hay, por lo menos, cinco bares a tener en cuenta para tomar buenas tapas, pero todos ellos excepto uno cierran a las tantas. Así que sólo nos podemos centrar en uno para el proyecto. Este bar no es otro que “El hogar del pensionista”, donde no solo ofrecen las mejores tapas, sino que además es donde las cobran más baratas. Cierto es que el ambiente no es precisamente el más animado del pueblo, a no ser que la intención de uno sea hablar de achaques o de política preconstitucional, pero también hay que apuntar en su favor que es el más grande y que tiene una chimenea de leña. Y lo mejor de todo es que cierra a las diez de la noche. El horario ideal -habrá que añadir media hora más o menos para cambiar un poco el ambiente, es decir, para cambiar los carteles de veraneos en Peñíscola y Benidorm por fotos en blanco y negro de Miles Davis y Jane Birkin- para abrir una cocktelería. Sí, una cocktelería. Porque un hombre de mundo de vez en cuando tiene la irrefrenable necesidad de tomar un Dry Martini, un Whisky Sour o un Manhattan como Dios manda. Además, ¡En qué cabeza cabe un pueblo de setecientos habitantes sin una cocktelería! Eso es justo lo que le falta al pueblo para ser inmejorable y tener de todo. Una cocktelería. Además, estoy convencido de que sería un polo de atracción para los pueblos circundantes, convirtiéndolo de facto en la capital de la comarca. Vaya, que como la cosa salga bien, no sólo me nombran hijo predilecto. Es que acabo de alcalde.

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