miércoles, 8 de octubre de 2008

Dos visiones sobre la crisis





Anoche, durante la cena, mi padre me contó que un amigo suyo había sufrido un infarto hacía unos días, y aunque el susto ya no se lo quita nadie, afortunadamente había salido del hospital por su propio pie.
Unos meses antes de ingresar de urgencia, el principal objetivo de este hombre en lo referente a su trabajo era pasar el año que le faltaba hasta su jubilación lo más tranquilamente posible en su despacho de la central del banco para el que trabaja desde hace tres décadas. Pero una llamada “desde arriba” mandó al garete sus nobles pretensiones: debía ocuparse de una oficina de una ciudad del extrarradio que acumulaba un número alarmante de créditos impagados. Y hacia allá que se fue.
Los primero días fueron agotadores, de mucho papeleo para ponerse al corriente de la delicada situación que atravesaba la sucursal. Fichaba antes de las siete, apenas si tenía tiempo para comer y cenaba hacia las once de la noche lo que su mujer le recalentaba. Además los fines de semana se llevaba trabajo a casa. Resultado: La tensión arterial se le disparó, apenas podía dormir y adelgazó varios quilos. Pero lo peor, la clave de todo el follón todavía estaba por llegar. Una mañana, estando en su despacho sepultado por papeles, le pasaron un cliente que venía a pedir un crédito.

– Buenos día caballero, siéntese. Me dicen que desea usted pedir un crédito.
– Así es, señor director.
– Su nombre, por favor.
– Fulano.
– Bien señor Fulano, ¿de qué importe estamos hablando?
– Ah, pues no lo sé. Lo que usted me quiera dar.

Esa respuesta disparó todas las alarmas del director circunstancial, aunque procuró mantener la compostura y sólo se permitió arquear una ceja. Tras unos segundos en los que por su mente cruzaron los peores presagios atinó a balbucear:

– ¿Perdón?
– Sí, que cualquier cantidad ya me va bien.
– Pero… vamos a ver –respondió procurando no perder la calma–. ¿Para qué quiere el dinero? Porque estamos hablando de un crédito al consumo supongo. ¿Se va a comprar un coche? ¿Unos muebles? ¿Algún electrodoméstico quizás?
– No, es para ir tirando ¿sabe usted? Las otras veces que he venido pedía dinero y el señor que se sentaba ahí me preguntaba cuanto necesitaba. Y unos días me daba cinco mil, otros dos mil. Depende.
– Las otras veces… –escalofrío–. Disculpe, me puede dejar su libreta un momento.

Y mientras consultaba su cuenta, el cliente seguía explicándole que vino con los papeles en regla por un contrato, pero que desde hacía un año estaba sin trabajo, sin subsidio del paro y sin papeles, y que sin los papeles no podía encontrar otro trabajo, y que se había ido a vivir a casa de una prima porque tampoco le llegaba para el alquiler, que iban tirando con el dinero que le daba el señor tan amable que se sentaba antes ahí y… Y mientras, la pantalla del ordenador le informaba al director circunstancial que al cliente se le habían concedido cinco créditos en un año por un total de quince mil euros. Créditos que obviamente no iban a ser devueltos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué buen video!! de donde ha salido?igualitos me los imagino a los especialistas financieros
que buen rato
Un abrazo