lunes, 29 de noviembre de 2010

Obras

La previsión anuncia temperaturas gélidas para esta semana. No sé cómo lo hago, pero tengo una peculiar inclinación a meterme en obras en casa justo cuando el termómetro se queda más abajo. Hace seis años, cuando me compré el piso, hice una reforma prácticamente integral a mediados de diciembre. Esa reforma incluía cambiar ventanas, así que estuve sin ellas durante dos días mientras la temperatura en casa rondaba los siete grados. Afortunadamente, por esa época rondaba por mi casa una holandesa pizpireta que me había cogido cariño y me daba calor durante esas gélidas noches, pero eso es otra historia.

Esta vez ha sido la reforma del baño; ya os podéis imaginar: hay que llegar a casa meado, cagado y a ser posible duchado. Ella ha dicho que si la cosa se pone fea, se muda a casa de sus padres. La cuestión es incómoda, qué duda cabe, pero no parecía tan catastrófica como hace seis años. O eso pensaba yo.

Hoy ha sido el primer día de obras y esta tarde he llegado a casa preparado para lo peor, es decir, para encontrarme el piso hecho un desastre, lleno de runa, polvo, sacos de mortero y herramientas, amén del baño convertido en un paisaje arrasado. El panorama no me ha defraudado en absoluto. Me ha recordado a esas imágenes en prensa de viviendas arrasadas por una bomba de racimo en Irak. Los albañiles, cuando arrasan con algo, lo hacen a conciencia. Todavía no me había quitado la chaqueta que ha sonado el timbre de la puerta. He ido a abrir yla vecina del sobreático, entre afligida y cabreada, me ha espetado: ¿Has visto lo que han hecho?

Aquí hago un inciso. Como ya he explicado largo y tendido en varias ocasiones, tengo a bien compartir finca con lo mejor de cada casa, la flor y nata de la mejores familias del país y parte del extranjero. Y resulta que alguno de estos energúmenos, últimamente ha encontrado harto divertido y gratificante llenar de palillos la cerradura del cuarto de contadores. No tengo nada en contra de sus aficiones, al fin y al cabo son sus costumbres y hay que respetarlas, pero la verdad es que jode bastante, y si algún día lo descubro en plena faena le daré de hostias hasta reventarle los sesos, y como es mi costumbre también tendrá que respetarla. A lo que iba. Debido a su afición, hemos tenido que llamar tres veces al cerrajero para cambiar la cerradura; la última la semana pasada. Pero esta mañana volvía a estar bloqueada y el lampista que ha venido a mi casa tenía que cortar el agua. No había forma de entrar, así que le he dicho que hiciera saltar la cerradura. Fin del inciso.

Mi vecina del sobreático venía afligida y cabreada porque esta mañana la he llamado para preguntarle si es que no habían cambiado la cerradura. Ella me ha dicho que sí y yo le he respondido que la habían vuelto a joder, pero que intentarían abrirla. Obviamente, en ese momento no la he informado del método que se iba a usar. Imagino que al descubrirlo esta tarde se ha acordado de mí y de buena parte de mi familia por parte de madre y padre. Vaya, que habrá que cambiar otra vez la cerradura.

Todo sea esto, he pensado. Y maldita la hora, la verdad. Al rato de irse han vuelto a llamar al timbre. He ido a abrir y esta vez era la vecina de enfrente. “¿Puedes venir un momento a ver esto?” Y me ha conducido por su casa hasta el dormitorio. “Mira” me ha dicho señalando hacia un rincón en el que lucía un enorme boquete en la pared a un palmo del suelo. “Me parece que han atravesado el tabique”. “Coño” he dicho yo a modo de concisa respuesta y he corrido hacia mi casa para constatar lo evidente. A través de la pared de mi lavabo, junto a la taza del váter, se veía con absurda nitidez la pata de la cama de mi vecina. La imagen poniendo mi culo en pompa a la altura de los ojos de mis vecinos no me ha resultado especialmente agradable, aunque puedo imaginar que desde su punto de vista debe ser todavía más incómoda. He vuelto a su casa para disculparme en nombre de mi aplicado paleta y le he prometido que lo arreglaríamos.

La temperatura en casa no llega a los trece grados. No tengo calefacción, ni agua caliente, ni ducha y la taza del váter reposa junto a la almohada de mis vecinos. He cogido el teléfono y he reservado una habitación de hotel. Sí, para una noche. Seremos dos, sin desayuno ni preguntas. Muchas gracias.

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