Derribos a domicilio
Todo empezó con una fuga de agua en el baño. La mancha de humedad empezó a asomar por la pared del recibidor y cuando nos dimos cuenta ya teníamos una hermosa plantación de champiñones sobre el zócalo. El piso de abajo, que se supone fue donde empezó a notarse la humedad, está deshabitado desde hace años, pero el día que alguien se digne a abrir esa puerta es más que probable que se encuentre con los paisajes de la jungla de Avatar, amén de la fauna endémica que habrá evolucionado tras esas paredes clausuradas después de tanto tiempo de olvido.
Llamé al seguro para que vinieran a arreglarlo, pero antes de eso vino un lampista recomendado y nos diagnosticó tuberías de plomo y que no se podría arreglar sin cambiarlo todo. Tras esa sentencia ya decidimos que había que reformar el baño y nos pusimos en marcha: encargamos los materiales, concretamos el día que vendrían a hacer la obra, etc. Eso fue un fin de semana y al lunes siguiente vino el lampista del seguro, cambió un manguito del desagüe de la ducha y dio la avería por resuelta. En ese momento pudimos haber dado marcha atrás: Los materiales todavía nos los tenían que entregar y podíamos cancelar el pedido; la necesidad real de cambiar toda la instalación, teniendo en cuenta que muy probablemente nos mudemos en unos pocos años, no era tal, y además hacía poco que habíamos “adecentado” el baño lo suficiente como para no sentir vergüenza cuando alguna visita se encerraba en él. Pero pese a todo, por aquello de que ya que estamos, decidimos seguir adelante. Estoy empezando a arrepentirme.
He llegado esta tarde a casa y tras pasar revista he vuelto a reservar otra noche de hotel. Por fortuna el váter ya no reposa sobre la almohada de mis vecinos, pero el resto sigue igual o peor: sigo sin calefacción ni agua caliente. La ventana del baño sigue siendo un hueco vacío en la pared -ahora tapado con un cartón- y el tabique que lo separa del dormitorio es como un queso emmental suizo pero sin ese sabor tan característico del queso emmental suizo. Obviamente el resto del piso está lleno de sacos de mortero, cajas de azulejos y herramientas de lo más variopinto, pero no quiero cansaros con detalles superfluos. Aunque en realidad lo que me ha decidido a llamar al hotel ha sido encontrar la cama sepultada bajo centenares de libros que antes reposaban en los estantes de la pared-emmental. Hacer la maleta no ha sido tarea fácil, pero finalmente y entre tiritonas -doce grados en casa- he conseguido localizar mi pantalón del pijama bajo un sesudo ensayo de Adolf Loos y la camiseta sepultada por el montón que encabezaban “La montaña mágica” de Thomas Mann, la “Historia” de Herodoto y “La Ilíada” de Homero. El neceser de emergencia, por fortuna, ya lo tenía a mano.
Llamé al seguro para que vinieran a arreglarlo, pero antes de eso vino un lampista recomendado y nos diagnosticó tuberías de plomo y que no se podría arreglar sin cambiarlo todo. Tras esa sentencia ya decidimos que había que reformar el baño y nos pusimos en marcha: encargamos los materiales, concretamos el día que vendrían a hacer la obra, etc. Eso fue un fin de semana y al lunes siguiente vino el lampista del seguro, cambió un manguito del desagüe de la ducha y dio la avería por resuelta. En ese momento pudimos haber dado marcha atrás: Los materiales todavía nos los tenían que entregar y podíamos cancelar el pedido; la necesidad real de cambiar toda la instalación, teniendo en cuenta que muy probablemente nos mudemos en unos pocos años, no era tal, y además hacía poco que habíamos “adecentado” el baño lo suficiente como para no sentir vergüenza cuando alguna visita se encerraba en él. Pero pese a todo, por aquello de que ya que estamos, decidimos seguir adelante. Estoy empezando a arrepentirme.
He llegado esta tarde a casa y tras pasar revista he vuelto a reservar otra noche de hotel. Por fortuna el váter ya no reposa sobre la almohada de mis vecinos, pero el resto sigue igual o peor: sigo sin calefacción ni agua caliente. La ventana del baño sigue siendo un hueco vacío en la pared -ahora tapado con un cartón- y el tabique que lo separa del dormitorio es como un queso emmental suizo pero sin ese sabor tan característico del queso emmental suizo. Obviamente el resto del piso está lleno de sacos de mortero, cajas de azulejos y herramientas de lo más variopinto, pero no quiero cansaros con detalles superfluos. Aunque en realidad lo que me ha decidido a llamar al hotel ha sido encontrar la cama sepultada bajo centenares de libros que antes reposaban en los estantes de la pared-emmental. Hacer la maleta no ha sido tarea fácil, pero finalmente y entre tiritonas -doce grados en casa- he conseguido localizar mi pantalón del pijama bajo un sesudo ensayo de Adolf Loos y la camiseta sepultada por el montón que encabezaban “La montaña mágica” de Thomas Mann, la “Historia” de Herodoto y “La Ilíada” de Homero. El neceser de emergencia, por fortuna, ya lo tenía a mano.
2 comentarios:
Dado el estado en que tienes la casa, podrías haberte llevado para leer "El archipiélago gulag". Para ambientarte, vamos.
¿Leer? ¡Con los dedos amoratados e insensibles es imposible pasar las páginas! Duelen las uñas de teclear...
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