lunes, 13 de diciembre de 2010

A las cinco de la tarde (llanto por Enrique Morente)

Una repentina ráfaga de viento ha agitado las pocas hojas que todavía engalanan las ramas casi desnudas de los árboles; algunas han caído trazando lentas espirales livianas como volutas de humo; las otras aguardan el último embate del otoño, temblorosas y estremecidas como si fueran conscientes de esta efímera tregua a su sino. La calle está casi vacía, muchos comercios cerrados. Se escucha el llanto de un niño que llora en algún lugar. Bajo a la calle con un manojo de tristezas anudado en el pecho. Morente ha muerto. A las cinco de la tarde. La llama más intensa del cante flamenco se ha apagado para siempre y de nada me sirve el triste consuelo de saber que su música se ha quedado entre nosotros. El aire frío en la cara no consigue reconfortarme. De repente este otoño se me ha vuelto más triste; la melancolía ha sido barrida por la tragedia.

Quizás fuera por su arte, por el lamento de su voz prodigiosa, por su humildad o su pasión por los poetas desde Lorca a Leonard Cohen, no lo sé, pero de alguna forma he llegado a sentir a Enrique Morente como alguien muy cercano, casi de la familia. Recuerdo mi alegría cuando hace un par de semanas leí que preparaba un nuevo disco, un nuevo homenaje a Picasso. He revivido otra vez su concierto en Barcelona con motivo del aniversario de Omega, el cosquilleo en la nuca y la piel de gallina. Pero estos últimos días la alegría se ha ido mudando en inquietud primero, después en angustia, hasta hoy. A las cinco de la tarde, como en el llanto de Lorca por Ignacio Sánchez Mejías, ha muerto Enrique Morente. ¿Quién cantará ahora a los poetas? ¿Con quién conquistaremos Manhattan? Las campanas del Albaicín tañen su último pequeño vals vienés. Su familia no llora sola. Con él se me ha ido un pedazo muy grande.


(sugerencia de consumo)
Tendrá que haber un camino de Los Planetas con Enrique Morente

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