martes, 20 de noviembre de 2007

Porteras

Por norma general, y sobretodo entre semana, no suelo despertarme en el momento de levantarme. Lo que para algunos es un binomio inseparable, en mi caso no va parejo, sino que el despertar es algo que ocurre unas horas después de haberme levantado, mientras desayuno en el bar. Y en este estado de somnolencia, mientras me comía un bocadillo de queso manchego entre sorbos de café con leche, me he descubierto observando embobado la tele del bar, siempre encendida y siempre sin sonido. Estaban echando uno de esos programas matutinos en los que aparecen una serie de personajes contando chismes de otros. Hablando de lo que ignoran; sustentando sus argumentos en rumores que lo más probable habrán salido de otros programas parecidos. Me desconcierta que existan este tipo de programas. Me inquieta que haya gente que los vea. Pero sobretodo me sorprende, a la vez que repugna, que algunos vivan de esto; que estén a sueldo de alguien sólo para cotillear por la tele. Sí, ya me sé la película. Estos programas se emiten porque tienen audiencia. Como la gente los ve, las empresas anuncian sus productos y con ese dinero se paga a los chismosos catódicos. Más tarde, la empresa anunciadora repercute en los precios el coste de la publicidad, conque al final somos nosotros los que, al comprar eso que sale por la tele, mantenemos engrasada la máquina. A saber qué porcentaje del precio representan estos costes que –la vida está cada vez más cara– sólo es gasto baldío.

Hace años, en casi todas las escaleras había una portera. Solía agazaparse en la penumbra del portal, armada con una escoba, a la espera de cualquier víctima que quisiera –o no– escuchar sus chismes. Los programas de cotilleos no existían ni en la tele ni en la radio, que para eso estaban las porteras. Tenían su función, como también la tenían el cartero y el butanero. Con el tiempo –la vida está cada vez más cara– estos cotidianos personajes fueron desapareciendo. Una vez a la semana viene alguien a limpiar la escalera, mientras que su función social ha sido sustituida por la caja tonta. Pero qué queréis que os diga, yo prefiero la portera. Porque los cotilleos, qué duda cabe, eran más próximos y alguno hasta podía despertar mi curiosidad. Pero es que, además, ella te daba recetas para el arroz con leche, sabía remedios infalibles para curar los sabañones y sobretodo, mantenía la escalera constantemente limpia, mientras que los de la tele lo único que hacen es esparcir mierda.

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