lunes, 26 de octubre de 2009

El ocaso de la masculinidad

Me comentaban no hace mucho que la –permítaseme el palabro- efebización del ideal de belleza masculina que se ha experimentado en estas últimas décadas, encarnado en la mayoría de los casos en actores, cantantes y deportistas de élite, se debe al uso masivo por parte de las féminas de la píldora anticonceptiva. Parece ser que cuando una mujer ovula es más sensible a los, digamos, encantos típicamente masculinos. Vaya, que huele a un macho a leguas. Mientras que bajo los efectos de la píldora, su actitud es más maternal, con lo que tiende a enternecerse con púberes barbilampiños. Y así les va a las nuevas generaciones, que para echarse un triste revolcón deben pasar por el peaje obligado de –¡ay!- la depilación. Esta ha sido una de las últimas derrotas que ha sufrido estoicamente la masculinidad.

Pero todavía conservábamos en exclusiva la producción, almacenaje, transporte y distribución de esperma. No, dirán algunas, que para eso existen los bancos de ídem. Sí, responderé yo, pero no se te olvide que al fin y al cabo somos nosotros los que hacemos los ingresos, con lo que no dejan de ser una mera sucursal o franquicia. Pero… Sí, efectivamente he usado el pretérito conservábamos, porque esa exclusividad de la que hacíamos bandera ha dejado de pertenecer a nuestras gónadas para siempre jamás. Porque, ya me diréis qué mujer no preferirá, en lugar de al macho que le suministra puntualmente esperma pero que además le ronca por las noches y le llena de pelos la ducha. Digo, qué mujer no preferirá por el módico precio de nueve euros, en lugar de ese sin vivir de macho, este práctico porta esperma de aluminio que, además, seguro que va a juego con la bandeja, también de aluminio, que cuesta menos de treinta euros.


Compañeros, hoy más unidos que nunca en este dolor ante el ocaso de la masculinidad, sólo resta admitir nuestra última y definitiva derrota, para emprender el amargo camino de la retirada con la poca dignidad que nos quede.

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