Foto con niebla al fondo
Esta mañana ha sido de esas que amanecen a hurtadillas, sin terminar de desperezarse. Al subir la persiana de la terraza, la luz tamizada entre neblinas y fina lluvia apenas si ha bastado para dibujar los contornos de los muebles. A mi sombra no se la ha visto hasta mediodía. Y pese a todo, y quizás precisamente por eso, la vista que me ofrecía este nuevo día a través de los cristales era hermosa; lánguida, melancólica y hermosa. De repente he recordado que ya se había instalado la castañera junto a la boca de metro, al lado del quiosco. Y que el tiempo acompañaba, no como los últimos años. Porque queda realmente muy poco serio ver a una castañera sudorosa vistiendo una bata sin mangas.
Mientras preparaba el café, como si de la neblina se tratara, se han ido filtrando en mi cabeza fotografías de Willy Ronis –recientemente desaparecido y de quien compré un librito en la librería del Pompidou- y antes de añadirle el azúcar ya tenía decidido que hoy saldría de casa más temprano de lo habitual. Precisamente hoy, que es de esos días en los que apetece quedarse en pijama por casa con una taza de chocolate caliente, o asando unas castañas, o leyendo un libro en el sofá arrebujado en una manta mientras del otro lado la lluvia cae con desgana disuelta entre jirones de niebla; precisamente hoy decido salir temprano por culpa de la niebla y de unas fotografías de Willy Ronis. Pero la mañana era tan hermosa y triste que no he podido evitar armarme de paraguas y cámara, mi cámara bonita con carrete en blanco y negro, y salir a la lluvia a trepar por las grises y relucientes callejuelas del Guinardó en busca de toldos abiertos, gente con paraguas, escaleras mojadas y paisajes difusos al fondo. Y es que he recuperado un placer por la fotografía que ni siquiera era consciente de haber perdido.
Mientras preparaba el café, como si de la neblina se tratara, se han ido filtrando en mi cabeza fotografías de Willy Ronis –recientemente desaparecido y de quien compré un librito en la librería del Pompidou- y antes de añadirle el azúcar ya tenía decidido que hoy saldría de casa más temprano de lo habitual. Precisamente hoy, que es de esos días en los que apetece quedarse en pijama por casa con una taza de chocolate caliente, o asando unas castañas, o leyendo un libro en el sofá arrebujado en una manta mientras del otro lado la lluvia cae con desgana disuelta entre jirones de niebla; precisamente hoy decido salir temprano por culpa de la niebla y de unas fotografías de Willy Ronis. Pero la mañana era tan hermosa y triste que no he podido evitar armarme de paraguas y cámara, mi cámara bonita con carrete en blanco y negro, y salir a la lluvia a trepar por las grises y relucientes callejuelas del Guinardó en busca de toldos abiertos, gente con paraguas, escaleras mojadas y paisajes difusos al fondo. Y es que he recuperado un placer por la fotografía que ni siquiera era consciente de haber perdido.
Willy Ronis. Carrefour Sévres-Babylone, 1948
Willy Ronis. Rue Muller à Montmartre, Paris, 1934
Willy Ronis. Place Vendome, Paris, 1947
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