Sus exposiciones
Tiene la convivencia con una persona que se dedica a organizar exposiciones de arte algo de santidad que no es fácil. No te convierte en un mártir, pero sí que requiere de cierta paciente comprensión por tu parte, porque suele darse con frecuencia entre el gremio de organizadores de exposiciones de arte cierta tendencia a la obsesiva dedicación y no hay día que no se lleven trabajo a casa. Un día son los planos de la cosa en sí, lo que ellos convienen en llamar el espacio expositivo, que no es más que la sala donde distribuirán sus cachivaches. Y te los muestran y exigen una opinión crítica, mientras expectantes tamborilean con los dedos sobre la mesa, cuando no directamente una aprobación sin la fatal sombra de un inoportuno titubeo. Otro día vendrán con unas galeradas del catálogo que inmortalizará la exposición para mayor gloria del comisario. Se pasarán la noche con su rotulador fluorescente marcando párrafos y después te lo leerán y te dejarán sin cenar ni siquiera un yogur. Son hasta capaces de pedirte, sin ningún rubor, una opinión acerca de la tipografía o del papel, aspectos estos que escapan por completo a tu capacidad de análisis y te limitarás a oh, ah, qué bonito. Cuando aparecen con una carpeta repleta de fotografías bajo el brazo es otra cosa, porque a ti siempre te ha gustado mirar fotos, y si no que le pregunten a la tía Amparo que siempre que vas a visitarla, con el café y las pastitas saca el álbum de cuando eras chico y qué te voy a contar. Pero otras veces la exposición es sobre el barroco italiano y llegas cansado a casa y el espejo del recibidor está oculto bajo un tapiz de un artista veneciano del S.XVII aficionado a las escenas de batallas de caballería, y el tapiz es tan grande que también es alfombra y no puedes abrir del todo la puerta no se vaya a arrugar. Y te acercas a la cocina donde ella prepara los canapés y le das un beso, te quitas la chaqueta y la cuelgas del brazo levantado, como queriendo agarrar algo que no se muestra, de la escultura de mármol de Bernini que te impide coger una cerveza de la nevera, lo cual te obliga a beber agua del grifo con la sed que tienes y lo mala que es. Y le reprochas con razón que cómo se le ocurre meter ahí, en la cocina, una estatua de Bernini, pudiendo dejarla en el baño que luce más, y además precisamente hoy que has invitado a toda la familia y ella te mira condescendiente sin responder, como recordándote que no es culpa suya que tengas una familia tan aburrida y convencional como para sorprenderse por estas minucias. Y cuando sales a la terraza es lo peor ya que la mesa está en un rincón porque el centro lo ocupa una fuente de Borromini que para mayor escarnio no tiene agua y desentona por completo con los enanitos de jardín que te regaló las navidades pasadas precisamente la tía Amparo, que justo acaba de llegar y qué dirá. Y lo que dice, con la experiencia que otorgan muchas alfombras, es que esa que tenemos en el recibidor es muy sucia, pero que ella sabe de una espuma seca que es mano de santo.
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