Música para bañarse en un lago
Ya tengo la mochila preparada, en cuatro horas estaré volando hacia Helsinki. Mañana a esta hora es probable que esté nadando en el lago frente a la cabaña de madera donde pasaré la próxima semana. Tranquilidad, silencio y bonitos paisajes junto a mi arquitecta de cabecera, que ya ha trazado la ruta de Alvar Aalto que seguiremos. ¿Qué más puedo pedir? Bueno, sí, quizás algo de vino, pero me temo que ahí habrá poco y será caro. Y música, eso ha sido lo más difícil. Los libros ya los tenía decididos desde hace días: “El mal de Montano” de Vila-Matas y “El siglo de las luces” de Carpentier. Pero hacer una selección de la música que me llevaré en mi ipod ha sido complicado por los muchos sacrificios. Al final, al margen de los intocables Miles Davis, Bill Evans, John Coltrane, Thelonious Monk, Jimi Hendrix, Tom Waits, Leonard Cohen, Serrat o Calamaro, he incluido un Puccini con Pavarotti y otro con la Callas, algunos rusos como Rimsky-Korsakov o Borodin por aquello de que estamos a tiro de piedra de San Petersburgo, las Variaciones Goldberg por Glenn Gould –¿por quién sino?-, “El amor brujo” de De Falla cantado por Ginesa Ortega por si me entra la morriña y un Don Giovanni de Mozart dirigido por Claudio Abbado.
En la mochila no he olvidado la libreta. Haremos un diario de viaje a cuatro manos –¿o se dice a dos manos y a cuatro es sólo para el piano?- con fotos y dibujitos y la mirada puesta en “Los autonautas de la cosmopista”. Quién sabe, igual acaba convertido en una desaconsejable guía de viaje.
En la mochila no he olvidado la libreta. Haremos un diario de viaje a cuatro manos –¿o se dice a dos manos y a cuatro es sólo para el piano?- con fotos y dibujitos y la mirada puesta en “Los autonautas de la cosmopista”. Quién sabe, igual acaba convertido en una desaconsejable guía de viaje.
1 comentario:
Felices vacaciones, don. ¡Ya nos contará usted!
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