martes, 25 de agosto de 2009

Hiperbólica aritmética

Poco antes de que el autobús llegara a la parada, la mujer se ha levantado de su asiento y como un resorte todas las miradas, tanto femeninas como masculinas, se han concentrado en su hiperbólica anatomía de pornostar de los noventa apenas cubierta por un breve short blanco, que se adhería a su cuerpo como una segunda piel y ofrecía a través de su fina tela una nítida visión de la estrecha cinta del tanga surgiendo entre dos rotundas nalgas que coronaban sendas piernas largas, morenas y torneadas. El vestuario lo completaba una camiseta de tirantes, también blanca, que apenas si conseguía sostener el impetuoso vaivén al que la estaban sometiendo los desbordantes pechos que asomaban a ambos lados tal que globos sometidos a presión. De pie frente a las puertas, sujetándose en una barra, la mujer hiperbólica ha echado una rápida mirada por el autobús, disolviendo el escrutinio directo al que estaba siendo sometida, que ha pasado a disimulado soslayo. “¿Alguien se ha fijado si era guapa?”, ha querido saber un hombre que ni siquiera podría asegurar si calzaba zapatos o iba descalza.

Ya en la calle, la mujer hiperbólica se ha encaminado taconeando con paso firme y decidido hacia la esquina, provocando a su paso tres tortícolis, dos dolorosas dislocaciones de vértebras cervicales, un bolsazo de una señora a su marido con resultado de pérdida de la dentadura postiza que, fatalmente, ha caído entre las rejas de una alcantarilla y la sustracción de varias carteras por parte de un profesional carterista de mano ágil y discreta, de esos que lastimosamente ya no quedan, que ha aprovechado la distracción general para hacer su agosto precisamente en agosto.

Girando la esquina, la mujer hiperbólica se ha perdido en la penumbra del semisótano que ocupa desde hace más de cinco décadas –tres generaciones ya, oiga- la ortopedia del barrio. De pie frente al ortopeda, nieto del fundador, que vistiendo una impoluta bata blanca con el nombre bordado en el pecho, “Ortopedia Magriñá”, atiende al otro lado del mostrador con profesional indiferencia, la mujer hiperbólica se ha subido la concisa camiseta hasta el cuello, liberando de su precario encierro unos pechos gloriosos que han aprovechado la ocasión que se les brindaba para rebotar un par de veces y relajarse entre ligeros temblores.

–Mire –le ha espetado a modo de reproche al indiferente señor Magriñá nieto, que observaba sin inmutarse-. Los pezones se tuercen hacia fuera.

El hombre ha rodeado sin prisas la protección del mostrador, se ha colocado frente a la señora despechugada y con la seguridad que dan años de experiencia, ha sopesado con ambas manos los prodigiosos pechos, los ha amasado, presionándolos suavemente, pellizcado y tirado de los pezones hacia sí. A continuación, desde el fondo del bolsillo de su bata ha aparecido una regla graduada de cuarenta centímetros, que ha usado para medir la distancia entre pezones, la cual ha trasladado a su calculadora científica y, tras aplicar varias fórmulas a base de senos y cosenos, ha concluido que tenía razón la señora hiperbólica, que se abrían los pezones hacia fuera.

–Déjemelos aquí para calibrarlos –le ha solicitado a la señora mientras garabateaba un recibo.
–¿Me los tendrá para el viernes? Los necesitaré para una despedida de soltero –ha inquirido ella, algo inquieta por cumplir con su cita profesional.
–No se apure –ha replicado el indiferente señor Magriñá nieto mientras le entregaba el recibo-. Los tendrá listos el jueves por la tarde, perfectamente calibrados y con la presión revisada, que la he notado un poco baja.

La mujer hiperbólica ha guardado el recibo en el bolso, se ha quitado los pechos depositándolos sobre el mostrador con los pezones hacia arriba –que sintiendo un escalofrío se han endurecido- y ha abandonado la ortopedia.