Caprichos de la memoria
Llevo ya un rato leyendo, sentado al fresco de la terraza, pero no me he dado cuenta hasta que he entrado en casa y he vuelto a salir con la copa otra vez llena de vino blanco. Como digo, hasta ese momento, quizás porque estaba parapetado tras el murete, no había percibido el olor, pero al regresar, la ligera brisa saturada de flores ha inundado la terraza. Olor a flor recién abierta, a flores cortadas, al agua del fondo de los cubos que han expuesto las rosas durante todo este caluroso día de Sant Jordi.
La memoria es caprichosa, sobre todo cuando de sabores y olores se trata, y a mí me ha recordado al olor de los cementerios. A las mañanas soleadas del día de Todos los Santos que me pasaba correteando entre tumbas y cipreses mientras mi parte de familia viva se esmeraba en arreglar las estancias de mi parte de familia muerta.
Pues eso, que la memoria es caprichosa. Sigo con mi verdejo.
La memoria es caprichosa, sobre todo cuando de sabores y olores se trata, y a mí me ha recordado al olor de los cementerios. A las mañanas soleadas del día de Todos los Santos que me pasaba correteando entre tumbas y cipreses mientras mi parte de familia viva se esmeraba en arreglar las estancias de mi parte de familia muerta.
Pues eso, que la memoria es caprichosa. Sigo con mi verdejo.
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