Costumbre y contexto
El sol cae a plomo sobre el asfalto y el embaldosado de la acera en este mediodía del recién descorchado verano. El calor ha dilatado el mercurio hasta hacerlo ascender unas muescas más allá del número treinta. Pese a ello, por esa calle vemos transitar a hombres unidos a un maletín ataviados con traje oscuro, camisa de manga larga, corbata y zapatos cerrados sobre los calcetines. Es el modelo de elegancia y seriedad nacido anglosajón e impuesto a toda la humanidad. No se discute. Es un modelo de elegancia concebido de acuerdo a una climatología, la inglesa, que nada tiene en común con la de –por poner algún ejemplo- Sevilla, Roma, Buenos Aires o Tokio. Es obvio que esos hombres elegantemente vestidos llegarán a su oficina y pondrán la refrigeración como para dedicarse a la cría del pingüino en cautividad. Y el coste energético relacionado con la refrigeración artificial que supone este axioma de elegancia deviene altísimo. Ignoro si hay cálculos a ese respecto, pero traducido a moneda, que es lo único que entendemos, debe ser suficientemente alto como para imponer la manga corta y las sandalias en verano, que es lo que ha ocurrido en Japón. En cuanto al coste desde una óptica ecológica… prefiero no saberlo.
Pocas veces resulta buena cosa sacar las costumbres de su contexto geográfico o histórico. El vestir es una de ellas, pero hay otras. Se me ocurre, por muy banal que parezca, esa costumbre según la cual el vino tinto se consume a temperatura ambiente. Desde luego que sí, cuando se trata de la temperatura ambiente de una bodega en Burdeos. Pero tomar vino tinto a veinticinco o treinta grados no sólo me parece aberrante, sino también nocivo. Sin embargo, esa estupidez fue defendida a capa y espada por los supuestos amantes del vino durante décadas. Y todavía hoy te ofrecen vino al punto de ebullición en algunos restaurantes de la costa.
En fin, que Einstein tenía razón al afirmar que el espacio y la estupidez humana no tienen límite, aunque todavía dudaba de lo primero.
Pocas veces resulta buena cosa sacar las costumbres de su contexto geográfico o histórico. El vestir es una de ellas, pero hay otras. Se me ocurre, por muy banal que parezca, esa costumbre según la cual el vino tinto se consume a temperatura ambiente. Desde luego que sí, cuando se trata de la temperatura ambiente de una bodega en Burdeos. Pero tomar vino tinto a veinticinco o treinta grados no sólo me parece aberrante, sino también nocivo. Sin embargo, esa estupidez fue defendida a capa y espada por los supuestos amantes del vino durante décadas. Y todavía hoy te ofrecen vino al punto de ebullición en algunos restaurantes de la costa.
En fin, que Einstein tenía razón al afirmar que el espacio y la estupidez humana no tienen límite, aunque todavía dudaba de lo primero.
1 comentario:
Sufren los encorbatados que van en trasporte público.
La norma o el deber, el sufrimiento.
La estupidez, claro...
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