miércoles, 27 de mayo de 2009

Cortesía

Tras largos y apacibles meses sin compartir rellano, vuelvo a tener vecinos, una parejita creo. No parecen excesivamente ruidosos y la música que escuchan –y que los tabiques de papel me obligan a compartir– no es, salvo excepciones, especialmente desagradable. Ellos no, cierto, pero la compañía de amigos que se traen y la música que les acompaña sí que lo son. Ambas cosas: ruidosa y desagradable.

Como no tenía nada que hacer hasta la hora de cenar, esta tarde he aprovechado para hacerles la visita de cortesía de rigor. Ha salido a abrirme la chica, con la ropa machada de pintura. Me he presentado, soy vuestro vecino, mientras me franqueaba la puerta. Una vez dentro, las paredes todas repintadas de blanco, ha aparecido él. Los amigos seguían alborotando en la terraza mientras sonaban estridentes pachangas que no he sabido identificar desde unos altavoces puestos sobre cajas de cartón. Menudo trabajo os habrá dado cubrir esos terroríficos grafítis de las pareces, les he elogiado. Han puesto cara de agotamiento mientras sacudían la mano dándome a entender que ha sido tarea homérica. No lo sabes tú bien, oye, ha exclamado ella. Qué barbaridad, oye, ha continuado. ¿Quién diablos vivía aquí? La he mirado arqueando una ceja, mi mejor expresión de pedantería. Ah, no os lo han contado, les he preguntado fingiendo consternación. Bueno, oye, nos dijeron que un tatuador… Ah, ya, la he cortado, la versión oficial. En ese momento he aprovechado para dar un largo trago de la cerveza que me han ofrecido. Después, sin prisas, alargando deliberadamente la tensión, me he secado los labios con el dorso de la mano y buscado con la mirada algún lugar donde dejar la lata, que ha terminado sobre el mármol de la cocina. ¿Qué quieres decir con eso de la versión oficial?, ha apremiado la chica. Bueno, he empezado, no digo yo que no tatuara, pero ya has visto los dibujos en las paredes… Y eso que no habéis visto lo que se llevó la policía. ¡La policía!, ha exclamado ella. Sí, verás, he aclarado, durante los años que estuvo aquí, algunas noches se escuchaban gritos sofocados por una música que yo calificaría de… tribal. No sabría definirla mejor. Eran gente bastante rara, pero de ahí a sospechar eso… Oye, ¿pero qué?, ha preguntado visiblemente tensa. Pues por lo que pude averiguar… Comprende que la policía tampoco es muy extrovertida, la he advertido. Por lo que pude averiguar, recogían perros y gatos de la calle y los sacrificaban en macabros rituales de sangre. ¡Dios mío!, han exclamado al unísono.

Con ella sentada sobre una caja, todavía impresionada por la revelación, y él algo mosca por si les estaba tomando el pelo, he continuado con mi maquiavélico plan: Cuanto más increíble parezca una trola, más creíble resulta, he maquinado.

Sí, ya veis, este piso tiene un bonito historial hasta donde yo sé, porque lo del vecino anterior sí que fue gordo. ¡No jodas que hay más!, ha exclamado él. Y de veras que eso sí fue inesperado, he respondido. El tipo era cazador, pero mira, cada cual tiene sus aficiones. De acuerdo que a nadie le gusta cruzarse por la escalera con alguien armado hasta los dientes como me ocurrió a mí algún que otro sábado que llegaba de madrugada tras una noche de copas. Pero al final te acostumbras, le das los buenos días y te metes en la cama a dormir la curda. Pero al tipo un día se le fue la pinza y se cargó a escopetazos a su mujer y dos hijos que no tendrían más de seis años el uno y dos o tres la niña. Madre mía, oye, ha murmurado la chica, que por la cara que lucía he deducido que estaba llevando mi plan bien encaminado. Y todo fue por una reforma en la cocina, un par de meses antes, he continuado. Por lo visto, lo que encontraron al tirar un tabique a él le afectó del tal forma que le hizo perder la razón, ya ves tú.

He vuelto a por la cerveza para obtener un poco más de tensión de la situación, la he apurado de un lento trago y sacando el paquete de tabaco me he encendido un cigarrillo. Tras un par de caladas con las que me he recreado como si hiciera meses que no me fumaba uno, y sin ánimo de abusar demasiado de la angustia que veía ya en sus ojos, he continuado con el relato.

Mira, a decir verdad, eso me lo contaron a través de terceros, concretamente la dueña de la empresa de reformas que contrataron, así que vete tú a saber. Por lo visto tiraron el tabique que separaba la cocina del comedor, pero lo que no esperaban encontrar era que fuera un doble tabique con un hueco en medio donde estaba el cadáver descompuesto de la anterior inquilina, que había desaparecido sin dejar rastro unos meses atrás. Se conoce que el hedor que salía de ahí impregnó toda la casa y no hubo forma humana de que se fuera durante semanas. Supongo que fue eso lo que hizo enloquecer al pobre hombre…

Aprovechando el inciso que me ha ofrecido la chica al levantarse precipitadamente para ir al baño sujetándose el estómago y cubriéndose boca, me he despedido amistosamente de mi vecino alegando que tenía cierta prisa.

Como decía al comienzo, tras largos y apacibles meses sin compartir rellano, vuelvo a tener vecinos, una parejita creo. Espero que por poco tiempo.

6 comentarios:

Celia dijo...

a mí me llegó a alma la versión bachata de "sufre mamón" (devuelveme a mi chica).

arrebatos dijo...

Y es que partiendo de esos mimbres, poca cosa buena se puede esperar...

marinmeño dijo...

¿Has sido capaz de contarles eso a tus vecinos mientras te bebias una cerveza?

Isabel dijo...

Si es cierto lo que cuentas,aunque quizás se trate de tu hiperactiva imaginación literaria, fácilmente podría intuír cómo te mirarán a partir de ahora esos nuevos vecinos cuando te cruces con ellos... :-))
Lo cortés no quita lo valiente,amigo. ;-)
Un abrazo.

arrebatos dijo...

Marinmeño... hummmm... Creo que tienes razón. Habría sido mucho más creíble con un bourbon sin hielo.

arrebatos dijo...

Isabel, alego en mi defensa el inalienable derecho a la paz y tranquilidad doméstica.