miércoles, 25 de noviembre de 2009

Los taxis

Esta mañana he cogido un taxi para ir a trabajar. No es algo que haga cada día, sólo cuando llego excesivamente tarde (incluso para mí, que en esto soy muy laxo) o cuando, como hoy, voy cargado. Y esta mañana iba cargando mi ordenador para que lo vea un médico y le recete algo, que el pobre está demasiado pachucho para la edad que tiene y ahora le ha dado por apagarse justo cuando empieza a arrancar, así, sin ninguna explicación. No es un apagado dramático ni espectacular, sino algo como un hasta aquí hemos llegado, ya no puedo más. Y plof, se apaga. Durante el fin de semana intenté una cura de primeros auxilios, pero lo dejé correr en vista de los escasos, por no decir nulos, resultados en su desmejorada salud. La verdad es que mis intenciones están muy lejos de darle la jubilación anticipada, así que ahora mismo está descompuesto y en la UVI. Como digo, esta mañana he cogido un taxi. Siempre los espero en el mismo sitio, donde confluyen un par de calles muy transitadas a esa hora y la probabilidad de que pase uno pronto es bastante alta. Esta suma de causas (el mismo sitio, la misma hora) tienen como efecto que en varias ocasiones hayan coincidido en recogerme los mismos taxistas, pero especialmente hay uno que trae consigo todo un ritual de lo más curioso. Parece ser que vive justo donde yo espero y tiene el parking unos metros antes, con lo cual lo veo aparecer despacito y detenerse frente a mí con la luz verde apagada y un chico sentado en el asiento junto al conductor. Entonces se apea del taxi, lo rodea por delante y se dirige a mí con un marcado acento maño: “¿Está esperando taxi?”. A mi respuesta comienza su explicación: “Nosotros vamos al aeropuerto, a buscar a la novia de este –señalando al chaval-, pero si nos va de camino le podemos llevar”. Le digo adónde voy, se pasa la mano por la cara, una cara ancha en una cabeza grande que corona su cuerpo bajo y compacto, como un Sancho sin Quijote. Se pasa la mano por la cara, moldeándola pensativo, y responde que sí, que me pueden llevar, pero que tendremos que esperar un poco. “¿No tiene prisa, verdad?” Y yo pienso que si no tuviera prisa no estaría esperando un taxi pero que qué más da, si total serán dos o tres minutos más que se compensan con este taxista que me resulta de lo más simpático. “Es que es un coche diesel ¿Sabe? Y hay que dejar que el motor se caliente. Pero pase usted, siéntese que en seguida nos vamos”. Y durante el trayecto me irá contando anécdotas y chascarrillos sobre él y su hijo y la novia de su hijo, mientras este permanecerá en silencio y algo encogido, en un callado tierra trágame. Pero hoy no me ha recogido este sino otro que escucha la SER y se exclama de lo mal que está todo. Sin embargo esta mañana, al acomodarme en el asiento trasero ha apagado la radio y ha puesto un cedé con algo escrito a mano, un cedé casero vaya. “Si no le importa –me ha dicho- pondré un poco de música”. Por los primeros acordes he sabido que empezaba a sonar “Hey Joe”. Coño, he pensado, esto pinta bien. Empezar la jornada con Hendrix en un taxi es mucho mejor de lo que esperaba. Pero es que a continuación ha sonado “Like a Rolling Stone” de Dylan y después el fabuloso “Fisherman’s Blues”. ¡Sal de mi cabeza, esta es mi música!- he estado a punto de decirle. Pero he preferido callar y seguir escuchando esas canciones que ni escogiéndolas yo mismo me habrían sonado mejor. Al llegar al final del trayecto empezaba a sonar “Proud Mary” de los Creedence, lo que me ha obligado a prolongar todo lo posible el pago de la carrera. Tanto que ha comenzado la siguiente...


(sugerencia de consumo)
...que era Gimme Shelter de los Stones

2 comentarios:

Camille dijo...

Le habrás pedido la tarjeta de visita al taxista, espero...

Saludos

arrebatos dijo...

No Camille, pero sé que volverá a recogerme algún día. Y entonces le pediré que ponga ese mismo cedé a partir del Gimme Shelter.

Un placer volver a verte por aquí (y por allí).