viernes, 18 de diciembre de 2009

Las palmeras salvajes

Estoy leyendo “Las palmeras salvajes” de Faulkner despacito, paladeando cada una de sus palabras, admirado de la poderosa fuerza de sus imágenes metafóricas, en las antípodas de aquellos a los que la industria editorial llama escritores pero que no pasan de meros juntapalabras –“la casa era blanca”, “hacía mucho frío”–, incapaces como son de regalar imágenes al lector, de extender ante su mirada todo un vasto paisaje inundado o hacerle sentir en su propia carne la carne del protagonista, la ropa empapada de largos días de lluvia pegada a la piel, la manos blancas hinchadas y callosas de remar sobre los vastos campos de algodón sumergidos bajo "El Viejo", el Mississippi; el miedo a no saber si la corriente va o viene ni dónde orilla la tierra firme.

“Cuando de nuevo la pálida y frígida oblea del primer sol miró al esquife (el penado ignoraba si se movían o no) en su nimbo de fino algodón, el penado estaba oyendo aquel sonido que había oído dos veces antes y que nunca olvidaría, aquel sonido de agua deliberada e irresistible y monstruosamente agitada. Pero ahora no podía decir de dónde venía. Parecía estar en todas partes, aumentando y disminuyendo; era como un fantasma detrás de la neblina, a muchas millas en un instante, luego rebasando el esquife en el próximo segundo; de pronto, en el momento en que creía (todo su cansado cuerpo iba a saltar y gritar) que iba a estrellar el esquife contra él con el remo a medio hacer del color y la apariencia de ladrillo oscuro como algo roído, de una vieja chimenea, por castores y que pesara veinticinco libras, arremolineaba el esquife furiosamente y encontraba el sonido muerto delante de él. Algo rugió tremendamente sobre su cabeza, oyó voces humanas, tintineó una campana y cesó el ruido y la niebla desapareció como cuando uno pasa la mano por un vidrio helado, y el esquife reposó sobre un brillo de agua oscura a una distancia de treinta yardas de un vapor.”

(...)

“De nuevo pisó la tierra seca. Dos veces ya había jugado con él ese irrisorio y concentrado poder del agua, una vez más que las que puede tolerar un solo hombre, en una sola vida, pero le estaba reservada otra increíble recapitulación: él y la mujer parados en el terraplén desierto, el niño dormido envuelto en la casaca desteñida y el cable con el sarmiento aún atado a la muñeca del penado, mirando el vapor que volvía a arrastrarse otra vez sobre la extensión de agua desierta (comparable a un plato) bruñida hasta parecerse al cobre, con su rastro de humo disolviéndose en lentas gotas de borde cobrizo adelgazándose a lo largo del agua, desapareciendo a través de la vasta serena desolación, el barco achicándose más y más hasta que ya no parecía arrastrarse sino colgar inmóvil en el aéreo inmaterial ocaso, disolviéndose en una nada como una bolita de barro flotante.”


“Las palmeras salvajes”
William Faulkner (1939)
Trad. de Jorge Luis Borges


(sugerencia de consumo)
Poor Boy Long Way from Home de Bukka White

2 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

Poderosísima novela. Recuerdo que cuando la leí -de eso hará 25 o más años, se la recomendé a todo el mundo. Lo envidio, porque usted estará disfrutando lo que sólo se puede disfrutar en una primera lectura.

arrebatos dijo...

Cierto, don Gregorio. Es de esos libros que apena cerrar tras leer la última página.