Trío de jazz con zambomba y pandereta
Lunes siete de diciembre, con la luna en cuarto menguante sobre un altiplano castellano barrido por un viento seco y frío, cortante, en una pequeña ciudad de provincias camino Soria que cantaba Urrutia, un hombre sale de una pequeña ermita acompañado de un grupo de familiares y amigos para dirigirse al cuartelillo de la guardia civil mientras comentan, con gran artificio gesticulante y notable indignación, los detalles y pormenores de la flagrante estafa de la que acaban de ser objeto. “¡Y en la iglesia!” se exclama uno santiguándose. A falta de más datos contrastados, al protagonista incidental de esta historia me lo imagino con la boina calada hasta los ojos y una bota colgada en bandolera.
Ya en el cuartelillo, el individuo procede a explicar al agente de la benemérita de guardia, valiéndose de golpes en el suelo con su cayado para enfatizar sus palabras, los detalles de la estafa: “Hemos ido a un concierto de jazz pero eso no era jazz –toc–, era música contemporánea –toc–, género que tengo contraindicado –toc– psicológicamente –toc– por prescripción facultativa –toc, toc, toc”. Así tal que suena. El guardia civil, ducho en la materia y con buen manejo de la zambomba en las representaciones teatrales navideñas, acompañado de otro agente y tras reclamar la presencia del alcalde del municipio, proceden a comprobar la denuncia in situ. Reclaman al saxofonista Larry Ochs y su grupo que toquen alguna de sus coplillas y con gran precisión y mejor oído para la música concluyen que el denunciante tiene razón, que eso no es jazz, que si acaso es, efectivamente, música contemporánea. El saxofonista, con cinco décadas de vanguardia del jazz a sus espaldas, no puede dar crédito a lo que está viviendo, mientras que en el resto de la banda unos buscan la cámara oculta mientras que otros, sonrientes, creen que esa escena forma parte del pintoresquismo local; la España profunda de la que habían oído hablar.
Sería gracioso y hasta hilarante de tratarse de un arranque de película de Berlanga, pero no. Es peor, es real, es la vida misma en la España de pandereta.
Ya en el cuartelillo, el individuo procede a explicar al agente de la benemérita de guardia, valiéndose de golpes en el suelo con su cayado para enfatizar sus palabras, los detalles de la estafa: “Hemos ido a un concierto de jazz pero eso no era jazz –toc–, era música contemporánea –toc–, género que tengo contraindicado –toc– psicológicamente –toc– por prescripción facultativa –toc, toc, toc”. Así tal que suena. El guardia civil, ducho en la materia y con buen manejo de la zambomba en las representaciones teatrales navideñas, acompañado de otro agente y tras reclamar la presencia del alcalde del municipio, proceden a comprobar la denuncia in situ. Reclaman al saxofonista Larry Ochs y su grupo que toquen alguna de sus coplillas y con gran precisión y mejor oído para la música concluyen que el denunciante tiene razón, que eso no es jazz, que si acaso es, efectivamente, música contemporánea. El saxofonista, con cinco décadas de vanguardia del jazz a sus espaldas, no puede dar crédito a lo que está viviendo, mientras que en el resto de la banda unos buscan la cámara oculta mientras que otros, sonrientes, creen que esa escena forma parte del pintoresquismo local; la España profunda de la que habían oído hablar.
Sería gracioso y hasta hilarante de tratarse de un arranque de película de Berlanga, pero no. Es peor, es real, es la vida misma en la España de pandereta.
2 comentarios:
Cuando lo leí no daba crédito. No sé que es más surrealista, si que alguien consiga una prescripción facultativa que le prohiba escuchar música contemporánea o que la cosa acabe en denuncia.
A mí me sabe mal por el apuro que habrán pasado los sufridos organizadores del Festival de Jazz de Sigüenza. Un tierra trágame en toda regla, vaya.
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