lunes, 23 de agosto de 2010

El peso de las dos mitades

Ando barruntando de qué manera podría yo permitirme el lujo de partir el año en dos mitades, la una para consumirla en Barcelona, la otra para vivirla en el pueblo. Y en estas me pregunto qué tendrá Barcelona para ganarse el mismo peso en esta disyuntiva que el aire seco y puro que corre entre los pinos, el agua que salta por los barrancos de Sierra Nevada hasta llegar al grifo, el gazpacho y la ensalada con tomates y pepinos recién cogidos del huerto, el aceite de los olivos que tapizan el horizonte arcilloso por el camino de las viñas, más allá de la ermita de San Gregorio, con que riego el pan del día anterior, tostado para el desayuno; los conejos que vamos a escoger de la jaula y desnucamos y desollamos media hora antes de encender la lumbre en el suelo, en la que los cocinaremos al ajillo con patatas que hemos cogido del montón que aguarda a la entrada del corral; el vino cosechero, efímero, fresco y afrutado, de un rojo rubí translúcido que acabamos de sacar de las barricas que el tito Gregorio guarda en el sótano de su casa. Me pregunto qué tendrá Barcelona para empatar contra la sombra fresca de las parras en lo peor de la canícula, con la copa de vino blanco en una mano y en la otra un libro; los paseos entre verdes maizales, viñas ancestrales y almendros cargados de dulces antojos en la tregua del atardecer, las noches de grillos frescas y estrelladas hasta el asombro, el perfil altivo de cimas todavía nevadas de la sierra, la sencillez primordial de los días y las gentes. Me lo pregunto y no encuentro la respuesta, salvo que esta sea la obligación y costumbre. Y mientras escribo esto, pienso que ya es la hora de acercarse al Mariano, o mejor al Hogar del Pensionista, y regalarse una cerveza bien fría con una tapita de choto al ajillo o de pies de cerdo, lo que tenga a bien servir la buena señora.

4 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

Plas, plas, plas.

Celia dijo...

Aysh! que te van a declarar hijo predilecto del pueblo!!!

arrebatos dijo...

¿Dónde se esconden los mecenas cuando uno más los necesita?

Juan Marin dijo...

El eterno dilema