martes, 18 de julio de 2006

Círculos

No sé cómo he llegado hasta aquí. He ido callejeando siguiendo las sombras que los árboles y edificios proyectan sobre la calle, tratando de huir de este sol y este calor agobiante del verano en la ciudad. En una de estas calles he visto una sala de arte en la que se exponía una interesante selección de fotografías. Se titulaba París a través de la lente o algo así. La cuestión es que he entrado, quizás atraído por el aire acondicionado que se adivinaba en el interior, quizás por el sugerente cartel que apoyado sobre un caballete flanqueaba la entrada. He sido consciente de mi feliz decisión apenas he franqueado la puerta acristalada, pues había allí obras de Doisneau, Kertész y otros muchos desconocidos por mí, pero igualmente grandes. La mayoría de las fotografías expuestas eran en blanco y negro, dejando tan solo una escasa décima parte al color. Curioso –he pensado- que la ciudad de la luz siempre se fotografíe en blanco y negro.

Paseando distraídamente por las salas, una fotografía me ha llamado poderosamente la atención. Pese a ser también en blanco y negro, era relativamente reciente. Era un instante transplantado desde la orilla del Sena a Barcelona, y por la luz oblicua y la ropa de los paseantes se adivinaba una tarde de verano. Aunque yo sabía que era una tarde de verano. Un par de barcazas al fondo, desenfocadas, de deslizaban suavemente río abajo junto a los contrafuertes y el ábside de Notre Dame. Ligeramente desplazada a la izquierda, pero enfocada, una chica sentada en el muelle del río, con la espalda completamente erguida, lee un libro y se convierte en el eje de la composición.

Es increíble –pienso-, asombroso, pero yo he estado ahí. Yo recuerdo esa imagen, a esa chica leyendo a la orilla del Sena con la espalda completamente recta. Fue hace unos años, cuatro o cinco quizás. Instintivamente me busco en la imagen, pero no me encuentro. Es casi como si yo hubiera sido el fotógrafo. Me siento tan conmovido que apenas me doy cuenta que alguien más está observando fijamente la imagen. Ignoro el tiempo que yo mismo llevo mirándola, pero justo a mi derecha, un paso por detrás, hay una chica con los ojos fijos en la chica de la fotografía. Es joven y esbelta, con la melena lisa y oscura cortada sobre los hombros. Con unos ojos enormes me mira y me dice, casi balbuceando, soy yo. La chica de la fotografía soy yo.

3 comentarios:

David dijo...

El destino es poderoso, mucho. Y las casualidades y las coincidencias pueden hacer que nos veamos atrapados en el tiempo aunque sea a través de una instántanea. Lo que está claro es que las cosas nunca pasan porque si. Eso cada día lo tengo más y más claro...

Rain (Virginia M.T.) dijo...

La chica fotografiada en enfoque real, con sus ojos asombrados y sus alas invisibles.

Impresión/paisaje de verano con muchacha erguida.

:)

Maik dijo...

La casualidad, al menos creo yo, no exíste.
Atraíste a esa muchacha, a un plano diferente del Parisino.