jueves, 11 de enero de 2007

Felicidad narcotizante

La felicidad es narcotizante. Otras drogas, obtenidas por el hombre desde épocas remotas, desde el peyote hasta el diacepán, no son más que burdas aproximaciones a ese estado de elevación suprema que es la felicidad. Si esta es la época en que más drogas se toman, tanto legales como ilegales, o lo que es lo mismo, tanto las que pagan impuestos como las que no, es porque no somos felices. Vivimos en la sociedad de la infelicidad. En un estado de ansiedad permanente, que va desde miedos inoculados por nuestros propios gobernantes hasta una perpetua incertidumbre en todo cuanto sustenta nuestra estabilidad.

Existen privilegiados que tienen la fortuna de poder convivir con ella durante periodos más o menos breves de tiempo. Estos son, una vez la pierden, a los que más les costará volver a encontrarla. No les valdrá cualquier burda copia o mal sucedáneo, pues han conocido la verdadera felicidad.

Otros, sencillamente se crearán una felicidad a medida. Parecerán felices, incluso en algún momento realmente se creerán felices, pero en su fuero interno sabrán el engaño. Más nunca lo reconocerán, pues esa superficialidad es la que les da la fuerza para seguir creyéndolo.

Son estos últimos los que jamás conocerán el placer de estar solo.

Sin embargo, el problema de la verdadera felicidad es que, una vez se desvanece, queda el alma desnuda, la cruda realidad. El narcótico ha dejado de tener efecto y ese individuo no es capaz de fabricarse una falsa felicidad a medida. Es entonces cuando aparecen, como un tumor en la mente, la ansiedad y la incertidumbre. Regresan con fuerza todas esas frustraciones del pasado que habían quedado sepultadas o sencillamente aplazadas. Las dudas y los temores vuelven a tomar su horrible forma. Uno empieza a creer realmente que nada tiene sentido y que no merece la pena. Muchas de estas personas que han vivido momentos de verdadera felicidad acabarán buscando narcóticos alternativos. Algunos, los más socialmente pudorosos, irán al médico para que les recete drogas de farmacia, con prospecto explicativo y etiquetas con impuestos, que les serán ofrecidas por personas de intachable reputación enfundadas en impecables batas blancas. Otros saldrán a la calle a buscar su felicidad en forma de polvos blancos envueltos en un paquetito de papel. Algunos, los que más, se emborracharán.

Llorarán todos, pues es a la infelicidad lo mismo que el orgasmo es al placer.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

No sabes cuánto me alegro de tu vuelta...

arrebatos dijo...

Pero ya no será lo mismo. Los condicionantes y la prudencia son enemigos de los arrebatos.

Anónimo dijo...

La reflexión me parece muy interesante y es algo en lo que pienso a menudo. Creo que cada vez más tendemos a recurrir a sucedáneos de felicidad por aquello que dirían algunos, "la vida moderna"... el estrés, la rutina, la búsqueda de los elementos de un molde o esquema repetido, el prototipo de "persona feliz", el concepto de éxito... es decir... la "obligación" de saber mucho, tener de todo y conseguir lo que deseas. Si de alguna manera nos preparamos para conseguir una alegría estable, el caso es que deberíamos tomarnos las épocas de tristeza como algo más normal, no? Coño, Calamaro y tantos otros están ahí entre otras cosas porque nos han acompañado tanto en momentos de soledad intensa como en épocas de euforia.

Saludos y abrazos!

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Cuando están las pequeñas felicidades en curso, ni se razona por qué están, por qué son.

Es rotundamente cierto, aquello de los contrastes, cuando uno ha vivido la felicidad intensa... sin embargo, ni comparar, uno opta no por resignarse sino por gozar lo grato, aunque haya sombras esperando...

Así medito...me quedo meditando.

Anónimo dijo...

Leyendo hoy a Paul Auster citando a Pascal: "La infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación". Creo que condensa la esencia de tus dos últimos posts, aunque leer tu desarrollo es todo un placer, continúa siempre, por favor.