Kodachrome
Paul Simon cantaba que, como si de un antidepresivo se tratara, no podía alejarse de su Nikon cargada con Kodachrome ya que gracias a ella todos los días eran agradables días soleados de verano, de colores brillantes y verdes luminosos. No sé qué tal andará el ánimo del bueno de Paul desde que en junio de 2009 anunciaron que dejaban de vender esta mítica película, pero es indudable que de un año a esta parte andamos todos más tristes y crispados; las cosas no tienen el mismo color y hasta se ven más grises.
La única vez que disparé con Kodachrome fue a finales de los ochenta o quizá los primeros noventa. Lo hice con una estupenda Nikon F-801, para algo tan poco emocionante y prosaico como un reportaje del interior de una fábrica recién pintada con todos los operarios luciendo sus flamantes monos azules estrenados para la ocasión. Daba la impresión de una factoría en un incipiente país del tercer mundo intentando vender sus bondades a una gran multinacional extranjera; la cosa no distaba mucho de la realidad.
Sin embargo y para mi desgracia, he llegado tarde en mi renovado interés por la fotografía analógica (o química o tradicional, como guste a cada uno llamarla). La interrupción de cinco o seis años, primero por apatía, después digital, ha resultado fatal. Antes de eso, mi pragmatismo era demasiado acusado y me permitía usar hacia el formato diapositiva calificativos tan poco románticos como “caro en exceso” o “poco práctico”. Afortunadamente para mí, la edad me ha hecho madurar lo suficiente como para considerar superfluos cuando no irrelevantes estos detalles, hasta el punto de empezar a plantearme algo tan caro y poco práctico como instalar mi propio laboratorio fotográfico en casa. Pero eso ya es otra historia.
(sugerencia de consumo)
Kodachrome de Paul Simon
La única vez que disparé con Kodachrome fue a finales de los ochenta o quizá los primeros noventa. Lo hice con una estupenda Nikon F-801, para algo tan poco emocionante y prosaico como un reportaje del interior de una fábrica recién pintada con todos los operarios luciendo sus flamantes monos azules estrenados para la ocasión. Daba la impresión de una factoría en un incipiente país del tercer mundo intentando vender sus bondades a una gran multinacional extranjera; la cosa no distaba mucho de la realidad.
Sin embargo y para mi desgracia, he llegado tarde en mi renovado interés por la fotografía analógica (o química o tradicional, como guste a cada uno llamarla). La interrupción de cinco o seis años, primero por apatía, después digital, ha resultado fatal. Antes de eso, mi pragmatismo era demasiado acusado y me permitía usar hacia el formato diapositiva calificativos tan poco románticos como “caro en exceso” o “poco práctico”. Afortunadamente para mí, la edad me ha hecho madurar lo suficiente como para considerar superfluos cuando no irrelevantes estos detalles, hasta el punto de empezar a plantearme algo tan caro y poco práctico como instalar mi propio laboratorio fotográfico en casa. Pero eso ya es otra historia.
(sugerencia de consumo)
Kodachrome de Paul Simon
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