Solos
Bajas la escalera y antes de llegar al rellano del tercer piso escuchas un distraído ruido de llaves entrando en la cerradura, un ruido de llaves que se interrumpe de repente dentro de un puño. Cruzas el rellano, pasando por delante de la puerta cerrada del tercero primera, sabiendo –lo sabes, notas los ojos clavados en tu nuca– que el vecino te observa a través de la mirilla, esperando que desaparezcas escalera abajo. Llegas al portal y te cruzas con la señora del primero, dejas caer un saludo de cortesía –que será un buenos días, pero podría haber sido un conciso hola o un trillado qué día más feo, porque en realidad ni te has dado cuenta de que la saludabas–, pero ella guarda silencio mientras observa con atención los remitentes del correo que acaba de sacar del buzón, simulando no haberte visto.
Sales a la calle y la señora del primero llama al ascensor, contrariada porque tendrá que esperar que a baje desde el tercer piso. Con la mano agarrando el tirador, se impacienta por la lentitud con que se abre la puerta interior. Sale de dentro el vecino del tercero dando un empujón a la puerta, gruñe una disculpa, y se precipita hacia la puerta de la calle azorado por la sospecha de que lo habrá visto hurgándose la nariz ante el espejo. Justo en ese momento accede al portal la vecina del ático, el hombre se sonríe –se imagina abalanzándose sobre sus pechos desnudos–, saluda con un buenos días que le sale desafinado, demasiado agudo, ella sonríe y él agacha la cabeza sonrojado con la sensación de ridículo clavada en la espalda.
La vecina del primero maniobra a empellones con el carrito de la compra para poder cerrar la puerta del ascensor antes de que llegue la vecina del ático. La vecina del ático ha recogido el correo antes de salir, pero vuelve a abrir el buzón para ganar tiempo y no tener que compartir ni siquiera un piso de trayecto con la vecina del primero.
Por la noche todos conectarán su ordenador y mandarán y recibirán correos. Escribirán comentarios en blogs y páginas personales de gente que no conocen. Flirtearán en chats con personas que están a cientos o miles de kilómetros de distancia. Cada uno en su casa, encerrados, a oscuras. No conocen a la gente que les rodea, ni les interesa. Sólo les molesta. No saben ni quieren saber si el vecino del tercero tiene problemas sentimentales, o si la chica del ático acaba de perder a un familiar muy querido, o la vecina del primero está agobiada por las deudas, o al vecino del cuarto esta tarde lo han echado del trabajo.
Un día el vecino del tercero quizás asesine a su pareja, y todos dirán qué raro, con lo amable y buen chico que parecía. Y otro día quizás la vecina del primero decida suicidarse. Y para ello se encierre en la cocina, a oscuras, con la cabeza apoyada sobre la puerta abierta del horno y el olor dulzón del gas entrando en sus pulmones. Y ya nadie les pregunte nada cuando la prensa llegue al lugar del siniestro y sólo encuentre escombros humeantes y un sillón colgado en un rincón de lo que fue el salón del ático.
Sales a la calle y la señora del primero llama al ascensor, contrariada porque tendrá que esperar que a baje desde el tercer piso. Con la mano agarrando el tirador, se impacienta por la lentitud con que se abre la puerta interior. Sale de dentro el vecino del tercero dando un empujón a la puerta, gruñe una disculpa, y se precipita hacia la puerta de la calle azorado por la sospecha de que lo habrá visto hurgándose la nariz ante el espejo. Justo en ese momento accede al portal la vecina del ático, el hombre se sonríe –se imagina abalanzándose sobre sus pechos desnudos–, saluda con un buenos días que le sale desafinado, demasiado agudo, ella sonríe y él agacha la cabeza sonrojado con la sensación de ridículo clavada en la espalda.
La vecina del primero maniobra a empellones con el carrito de la compra para poder cerrar la puerta del ascensor antes de que llegue la vecina del ático. La vecina del ático ha recogido el correo antes de salir, pero vuelve a abrir el buzón para ganar tiempo y no tener que compartir ni siquiera un piso de trayecto con la vecina del primero.
Por la noche todos conectarán su ordenador y mandarán y recibirán correos. Escribirán comentarios en blogs y páginas personales de gente que no conocen. Flirtearán en chats con personas que están a cientos o miles de kilómetros de distancia. Cada uno en su casa, encerrados, a oscuras. No conocen a la gente que les rodea, ni les interesa. Sólo les molesta. No saben ni quieren saber si el vecino del tercero tiene problemas sentimentales, o si la chica del ático acaba de perder a un familiar muy querido, o la vecina del primero está agobiada por las deudas, o al vecino del cuarto esta tarde lo han echado del trabajo.
Un día el vecino del tercero quizás asesine a su pareja, y todos dirán qué raro, con lo amable y buen chico que parecía. Y otro día quizás la vecina del primero decida suicidarse. Y para ello se encierre en la cocina, a oscuras, con la cabeza apoyada sobre la puerta abierta del horno y el olor dulzón del gas entrando en sus pulmones. Y ya nadie les pregunte nada cuando la prensa llegue al lugar del siniestro y sólo encuentre escombros humeantes y un sillón colgado en un rincón de lo que fue el salón del ático.
10 comentarios:
Al parecer cuanto más avanzamos (¿?) en bienestar económico más vida privada tenemos. Pasamos de la gran choza tribal a la vivienda unifamiliar con puerta blindada de alta seguridad.
Buen relato.
Saludos cordiales.
Nos encontramos tan absortos, presionados y preocupados
por nuestros propios asuntos, por lo general, que los demás parecen no importarnos demasiado;quizás por eso nos vamos encerrando, un poco más cada día, en nosotros mismos.
Frente al ordenador,entre las páginas de un libro o delante de la televisión, que no requiere de nadie más para ser disfrutada,por ejemplo.
O padecida,según se mire.
Somos ,evidentemente,muchos más habitantes en la tierra, pero a la vez nos sentimos,tal y como bien dices,más solos que nunca.
Muy buena reflexión,amigo mio.Muy cierta.Un abrazo.
El día que dirija una publicación periódica (digital, visto cómo está el sector) te ofreceré trabajo como columnista.
Que bien lo has contado y gué razón tienes. ¿Por qué nos comunicamos sin problemas a distancia y nos cuestan las relaciones personales?
Intolerancia, supongo. El que está a 10.000 kms. no te molesta y si lo hace, con desconectar te lo quitas de encima.
No sé si será falta de tiempo, o de interés, o intolerancia, acomodo... O quizás todo eso y más cosas.
También está la parte del pudor, las frustraciones personales, etc. que de esta forma se diluyen en una nueva personalidad. ¿Cuantos hay (o somos) los que al abrigo del anonimato se mostran tal como quisieran ser y no como son?
Permíteme una pregunta al margen. ¿Podrías contar qué tal ha sido la experiencia de publicar en Lulu? ¿Estás satisfecho?
Juan, depende de lo que uno pretenda, es una buena opción.
Me hacía gracia tener el blog en formato libro, algo que descartadas las pretensiones comerciales, es inviable hacer en una editorial "normal". Ni siquiera autopublicar fue una opción tenida en cuenta, pues la tirada que te piden (500 los que menos a unos 3€ el ejemplar) no entraba dentro de mis necesidades ni de mi presupuesto.
Hacerlo con Lulu es más caro unitariamente, pero te permite encargarlo de uno en uno.
La calidad de los libros es buena (yo los hice en un formato algo mayor que el libro de bolsillo, también en tapa blanda), no tengo queja en ese aspecto. Y mi intención quedó cubierta, que no era otra que regalar alguno, guardar otro para mi y que quien quisiera pudiera comprarlo (a precio de coste, no incrementé margen de beneficio).
De todos modos, no solo existe Lulu, hay otras. Échale un ojo a www.bubok.es, a ver qué te parece (yo no lo he usado).
Léete este artículo sobre autopublicación. Es bastante completo.
Gracias
Buen relato, muy bueno.
Un saludo.
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